ROMA
EN GIPUZKOA.
ROMA EN
GUIPÚZCOA (ss. I a.C.-V d.C.).
Elena Torregaray Pagola.
Edita: Diputación Foral de Gipuzkoa
Coordinadores de la edición: Álvaro Aragón Ruano - Iker
Echeberria Ayllón Diseño y Maquetación: Dixidu Diseinu Grafikoa
Mapas: Karmen Hernández Diego Colaboradores: Miguel de Aranburu,
Kutxa Fundazioa, Diputación Foral de Gipuzkoa, Fundación Goteo
I.S.B.N.: 978-84-7907-766-2 L.G.: SS-802-2017
Síntesis de la Historia de Gipuzkoa by Asociación de
Historiadores Guipuzcoanos “Miguel de Aranburu” is licensed
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Creado a partir de la obra en https://migueldearanburu.wordpress.com/sintesis-de-la-historia-de-gipuzkoa/.
1. VIEJAS POLÉMICAS Y NUEVOS CAMINOS EN EL ESTUDIO DE LA
GIPUZKOA DE ÉPOCA ROMANA.
Escribir la historia de Gipuzkoa en época antigua ha sido
siempre una tarea extraordinariamente complicada, debido,
principalmente, a la escasez de fuentes que acrediten lo sucedido en
el territorio tanto en época protohistórica como durante la etapa
romana.
Lo cierto es que desde que en el siglo XVI Esteban de Garibay en
su célebre Compendio Historial empezara a interesarse por la
llegada de los romanos a la Provincia, la cantidad de fuentes
disponibles para conocer el período ha ido aumentando con una
lentitud mortificante para cualquier historiador.
Por lo que respecta a los documentos escritos, los literarios,
que recogen lo escrito por los autores grecolatinos sobre la región,
la parquedad es evidente y no hay nuevos datos que aclaren lo ya
dicho por Estrabón, Pomponio Mela, Plinio el Mayor o Ptolomeo.
En cuanto a los testimonios epigráficos y numismáticos, su número
ha ido aumentando poco a poco, pero con respecto a los primeros no
llegan a la decena de inscripciones contabilizadas a día de hoy en
el territorio; por su parte, las evidencias numismáticas aunque más
numerosas son también escasas.
A ello habría que sumar el hecho de que algunas monedas están
hoy en día desaparecidas y no se puede comprobar su existencia. La
única fuente que ha hecho progresos reales y que ha permitido un
mejor esclarecimiento de la historia del espacio guipuzcoano en
estas remotas épocas ha sido la arqueología que, desde mediados
del siglo XX, es la que ha proporcionado un mayor impulso a la
historia protohistórica y romana de Gipuzkoa.
Esta escasez perenne de fuentes es la que ha provocado, junto con
algunas peculiaridades políticas, sociológicas y culturales del
territorio a lo largo de los siglos, la aparición de ciertas polémicas
historiográficas que han tenido más vitalidad que el estudio
propiamente dicho de los testimonios que existen sobre este espacio
en época antigua.
Desde que el ya citado Garibay y después Arnaud d’Oihenart en
su Notitia utriusque Vasconiae se interesaran por la historia
antigua del País Vasco en el que la provincia de Gipuzkoa estaba
ubicada, tres han sido las cuestiones que durante mucho tiempo
ocuparon a historiadores y eruditos, polémicas que impactan
directamente en la historia guipuzcoana: la primera es el debate
sobre la posición de los habitantes del territorio frente a la
conquista romana, en el que las ideas en torno a su posible
enfrentamiento o alineamiento con Roma se han sucedido pausadamente
a lo largo de los siglos, siendo los autores citados, Garibay y
Oihenart, los representantes respectivos de cada una de las
posiciones, Garibay a favor de la hostilidad hacia Roma, Oihenart más
seguro de que hubo alianza o acuerdo con los romanos.
Este debate, conducía inmediatamente al siguiente, al segundo,
que ponía en evidencia la escasa romanización de la zona, lo cual
era una constatación fehaciente en aquel entonces y, aún hoy en día,
a pesar de los avances arqueológicos, puede considerarse que el
territorio no fue uno de los más densamente romanizados del
Imperio.
La discusión tenía un claro trasfondo ideológico, sobre todo
durante el siglo XIX, con el debate foral de fondo, pero se trasladó
enseguida al ámbito popular. El célebre lema Bardulia nunquam
superata, que reza todavía en el escudo de la provincia, es uno de
los máximos exponentes de este ambiente intelectual. Y la tercera y
última de las polémicas respondía también al espíritu de la época
que, desde el siglo XIX, ligaba la condición de euskaldun a la
religión cristiana -euskaldun, fededun-, y permitió encendidas
controversias sobre la temprana o tardía cristianización del
territorio guipuzcoano.
Los tres debates han tenido un eco historiográfico amplio en lo
referente a la historia antigua de la CAV y de la Comunidad Foral de
Navarra y, por ello, afectaron directamente a la percepción de la
historia de Gipuzkoa en su momento. A partir de mediados del siglo
XX y debido a la combinación de los hallazgos arqueológicos, un
mayor rigor metodológico en el estudio de la Historia y un contexto
sociológico diferente, estas viejas polémicas fueron perdiendo
fuerza.
El alineamiento o, al contrario, la oposición de los habitantes
del espacio guipuzcoano a Roma sigue siendo a día de hoy un
problema imposible de resolver, aunque la inexistencia de fuentes
sobre cualquier tipo de conflicto en el territorio de la actual
Gipuzkoa y sus alrededores en la Antigüedad hacen pensar que la no
hostilidad fue la tónica dominante.
Los épicos relatos recogidos en los bertso-paperak en el siglo
XIX en los que guipuzcoanos y romanos se enfrentaban en la propia
Roma y los primeros resultaban vencedores ( 1 ) eran un derivado de
las tesis vasco-cantabristas en boga en la época que suponían que
los vascones, a quienes las fuentes confundían con los antiguos cántabros,
habrían mostrado una hostilidad real hacia Roma, apoyándose en la
realidad de las guerras cántabro-astures contra Roma y trasladándolas
al escenario del País Vasco en época romana.

Figura 1. Yacimientos y hallazgos aislados de época romana
en Gipuzkoa Fuente: Iñaki Sagarna Urzelai.
Aunque la tesis tiene una base histórico-poética, ya que Silio
Itálico, un poeta de fines del siglo I d.C. alineaba a vascones y cántabros
contra Roma, lo cierto es que no hay fuentes históricas reales que
permitan sostener estos relatos populares que tuvieron mucho éxito
en el siglo XIX y principios del XX y contribuían a alimentar la
idea de una Gipuzkoa sin romanos nunca conquistada.
El segundo de los tópicos historiográficos, la no presencia
romana en Gipuzkoa, venía derivada de la escasez de restos romanos
en el territorio, la cual se ha ido corrigiendo en los últimos
decenios debido a la multiplicación de las campañas arqueológicas,
gracias al impulso de las administraciones forales y municipales a
la investigación, a la presencia de la universidad en el
territorio, tanto la Universidad de Deusto en Donostia/San Sebastián
como la UPV/EHU, al trabajo de organizaciones como la Sociedad de
Ciencias Aranzadi y la Fundación Arkeolan, al nacimiento de nuevas
instituciones museísticas, además de San Telmo, como es el Museo
Romano de Oiasso, y, finalmente,a la profesionalización de la
arqueología en general.
El resultado ha sido enriquecedor, puesto que un vistazo al mapa
de los principales enclaves arqueológicos en la provincia en época
romana encontrados hasta el momento permiten ver con claridad que el
territorio se alineó de forma paralela a la gran vía
administrativa que unía el norte de la Península Ibérica con Roma
y el norte de Europa, el Iter XXXIV que enlazaba Asturica Augusta
(Astorga) con Burdigala (Burdeos).
Además, por el norte de Gipuzkoa se privilegió una línea
costera que seguía, probablemente, el trazado de cabotaje que
conectaba todo el oeste de la costa atlántica, a la que llamamos
Via Maris y cuyo enclave más destacado era la civitas de Oiasso en
la desembocadura del Bidasoa.
En el interior, hasta el momento, la cuenca del río Oria con
importantes hallazgos arqueológicos de época protohistórica y
romana parece ser una de las líneas de comunicación más
importantes entre la zona Norte y Sur.
También permite comprobar que la posición de los centros económicos
y administrativos del momento, Roma hacia el este y Aquitania hacia
el Norte, así como la influencia del vecino territorio de los
vascones, situado más o menos en la actual Navarra, impulsaron
probablemente una mayor intensidad de los modos romanos hacia el
este del territorio.
Además, el hecho cierto de que paralelalmente al Este de
Gipuzkoa discurriera la vía Tarraco-Oiasso ( 2 ) contribuía a
encuadrar el territorio mediante una línea de comunicación
administrativa que desembocaba en la principal ciudad romana
conocida hoy en día en el territorio -la ya citada Oiasso- y que
estaba situada en la salida al mar del territorio de los vascones.
Por todo ello, parece razonable pensar que la mayor concentración
de restos romanos en la zona oriental de la provincia se deba a
razones de orientación geopolítico-administrativa. No es menos
cierto que la densidad de evidencias romanas en el territorio se ha
ido acumulando en los últimos 40 años notablemente en el entorno
de Irún. La indudable riqueza de los yacimientos arqueológicos de
la zona junto a la construcción del Museo Romano de Oiasso han
polarizado en ese espacio privilegiado el peso de la cultura romana
en el territorio guipuzcoano.
Sin embargo en los últimos años, el empuje de otros yacimientos
en el litoral como Zarautz Jauregia en Getaria y Santa María la
Real en Zarautz y en zonas cercanas de la franja prelitoral como
Arbiun (Getaria-Zarautz), Urezberoetako Kanposantu Zaharra (Elkano,
Aia) y Urteaga Zahar (Zumaia) ( 3 ) ha contribuído a poner en valor
en esta zona otro importante foco de la intervención romana en
Gipuzkoa que se constituye, a día de hoy, como el otro gran polo de
interés del proceso de romanización y que ha ayudado notablemente
a extender la percepción de la presencia romana en Gipuzkoa que,
poco a poco, se va desplazando hacia el Oeste ofreciendo un panorama
más completo de la ocupación romana del litoral cantábrico.
Si a ello añadimos la ya citada vitalidad de la cuenca del Oria
-San Esteban de Goiburu (Andoain) e Irigain (Usurbil)-, el mapa
romano de la provincia va transformándose paulatinamente.
En este contexto, menos fortuna ha tenido el sur de Gipuzkoa que
al margen de las intervenciones en Aitzorrotz (Eskoriatza) y del
redescubrimiento de una inscripción romana procedente de Arrasate-Mondragón
( 4 ), han quedado ralentizadas en cuanto al avance de la
investigación arqueológica, a pesar de que en su momento, los
datos localizados en este entorno eran altamente significativos ( 5
).
Otras polémicas tradicionales han perdido fuerza en la
actualidad, entre ellas el debate sobre la cristianización que ha
entrado en un impasse ante la falta de nuevos datos y el progresivo
desinterés social por la religión cristiana en general ( 6 ).
La importancia de la tardía o temprana cristianización del
territorio no suscita las discusiones de antaño que mezclaban
intereses científicos y religiosos, como era el del primitivo
monoteísmo de los vascos.
La decadencia del cristianismo como una seña de identidad de
estos últimos, ha hecho que la cuestión se traslade al ámbito
científico en el que los investigadores debaten no ya sobre la
introducción del cristianismo en el territorio entre los siglos III
al VI d.C., sino sobre el nivel real de evangelización de la
población y sobre la instauración de instituciones religiosas de
control del territorio como serán los obispados.
Nada de ello, sin embargo, puede referirse de forma directa a las
fuentes que conservamos sobre Gipuzkoa y, curiosamente, un asunto
que parecía crucial en décadas anteriores ha perdido su relevancia
en los últimos tiempos.
Así las cosas, desde que a fines del siglo XIX, a petición del
Padre Fita y liderados por el sacerdote D. Miguel Iñarra, un grupo
de eruditos locales buscara infructuosamente unos ladrillos romanos
que atestiguarían la presencia de militares romanos en el entorno
de Oiartzun, los hallazgos arqueológicos, en contraste con la
parquedad de las fuentes literarias grecolatinas, no han hecho más
que desmentir sistemáticamente la idea, más popular que científica,
de que el territorio se vio libre de la presencia romana.
De hecho, si algo demuestra el fuerte contraste entre la clara
organización del territorio en época romana y la larga ausencia de
información que desafortunadamente tenemos a partir del siglo V d.C
hasta los siglos X-XI más o menos, es que, precisamente, la
organización romana estructuró el territorio durante casi seis
siglos y que el colapso del Imperio romano de Occidente en el 476
d.C. que terminó con el aparato administrativo y militar imperial,
afectó al territorio hasta el punto de que tardó varias centurias,
hasta casi el X d.C., en organizarse de nuevo en torno a poderes
institucionales significativos enraizados en la zona.
Es por ello que parece claro que, con mayor o menor intensidad,
la presencia romana fue un elemento fundamental para la articulación
de la región ya que le proporcionó una posición estratégica en
el occidente del Imperio y le dotó de unos enclaves institucionales
propios como fueron las ciudades que organizaron la población local
de forma relevante.
La incredulidad popular a la presencia romana en Gipuzkoa había
sido combatida desde la época de la desamortización de Mendizábal
(1836-1837) cuando diversas iniciativas locales trataron de
acreditar la romanización efectiva del territorio.
La localización de legionarios romanos en Oiartzun no fue una
empresa única, también por la misma época se intentaron encontrar
vestigios de un campamento romano en Intxur (Tolosa). Pero la falta
de éxito de estas modestas primeras expediciones arqueológicas
hizo que las búsquedas se orientaran en otras direcciones.
La escasez de información aportada por las fuentes literarias
hizo que muchas veces, tanto los eruditos locales como
investigadores de mayor rango intentaran hacer conjugar los datos de
las fuentes grecolatinas, mayormente geográficos, con los escasos
vestigios arqueológicos e incluso que, algunas veces, como en el
caso del sabio alemán Schulten, quien visitó Gipuzkoa a comienzos
del siglo XX, se iniciaran trabajos arqueológicos a partir de la
referencia de un único testimonio escrito.
El historiador alemán dirigió una excavación arqueológica en
Hondarribia convencido de que allí encontraría el templo de Venus
citado por la Ora marítima de Avieno ( 7 ).
La tendencia a conectar fuentes literarias y arqueológicas ha
encontrado su máximo exponente a lo largo de los años en el
intento de identificación de las ciudades várdulas de posible
localización costera, como Menosca, Morogi y Vesperies, con
diversos enclaves en Gipuzkoa cuyas condiciones naturales como
fondeaderos o puertos, así como la aparición de restos romanos en
su entorno, hacían posible la coincidencia.
Las primeras revistas científicas del territorio desde finales
del siglo XIX mostraban esa preocupación que ha sido seguida en
publicaciones posteriores a lo largo de todo el siglo XX y XXI.
Sin embargo, a día de hoy, y a pesar de los reiterados y
encomiables intentos de los arqueólogos, ni siquiera para el caso
de Oiasso cuya identificación con el conjunto de yacimientos del
entorno del Bajo Bidasoa parece clara, tenemos testimonios escritos
que permitan asociar los restos arqueológicos y los enclaves
citados por las fuentes geográfico-literarias tal y como sería de
desear.
Sólo futuras investigaciones arqueológicas podrán aportarnos
la certidumbre en cuanto a los nombres originales de los yacimientos
arqueológicos que se alinean en torno a la costa guipuzcoana. Todo
lo que acabamos de señalar no debe hacernos olvidar, sin embargo,
que prácticamente la totalidad de lo que sabemos sobre el
territorio en época romana e incluso durante gran parte de la
protohistoria -Edad del Hierro- tiene su origen en el pensamiento
administrativo-militar romano y responde a las necesidades económicas
del Imperio.
En este sentido, nuestro conocimiento del territorio está basado
más en la posición de Gipuzkoa en el Imperio romano que en la
naturaleza del desarrollo histórico del espacio y sus habitantes en
época romana como sería lo más ajustado desde el punto de vista
de los investigadores.
Más que el impacto romano en este territorio, lo que podemos
saber, en realidad, es la adecuación del territorio a las
necesidades de Roma y su adaptación y transformación en un
territorio más de ese imperio. Lo cual no deja de representar una
cierta perspectiva “colonial”.
El reto para los investigadores en la actualidad estaría en
superar la perspectiva de las fuentes literarias, lo cual hay que
reconocer que es muy difícil. De hecho, los eruditos locales del
XIX se lanzaron a la búsqueda de campamentos romanos en Gipuzkoa,
guiados en primer lugar por la propia idiosincrasia de Roma, que es
básicamente un imperio basado en una estructura militar y, en
segundo lugar, por lo que las fuentes literarias que hablaban sobre
el territorio aportaban, que era la existencia en el ejército
romano de una cohorte llamada I Fida Vardullorum, esto es, compuesta
por várdulos.
La literatura grecolatina condicionó pues los primeros pasos de
las investigaciones, puesto que, la localización de campamentos y
soldados romanos formaba parte de la lógica de la conquista, que en
los territorios bajo su control buscaba, entre otras cosas, reclutar
soldados, auxiliares, con los que reponer sus siempre necesitadas
legiones a lo largo del Imperio. De este modo, aunque las fuentes
literarias no hayan aumentado su número, lo cierto es que han
seguido condicionando en cierta manera la interpretación sobre la
época romana en la zona.
De hecho, la identificación de Gipuzkoa con el antiguo
territorio de los várdulos, con presencia vascona en el entorno del
Bidasoa y caristia al oeste del río Deba es un hecho extraído de
la lectura de los autores grecolatinos Estrabón, Pomponio Mela,
Plinio el Mayor, etc., quienes situaban a este pueblo en ese
espacio.
Los criterios que los autores grecolatinos manejaban para la
caracterización de los pueblos extranjeros estaban basados en tres
criterios fundamentales: la lengua, el aspecto exterior -el vestido-
y la forma de hacer la guerra.
Lo que era obvio para los romanos no lo es tanto para los
investigadores de hoy en día, los soldados várdulos destacarían
por alguna habilidad que mereció que los romanos los seleccionaran
como auxiliares de sus legiones, pero nada sabemos de ella y lo más
aproximado que podemos conocer es la imagen de un jinete
representada en la lápida de Andrearriaga (Oiartzun) que,
pertenece, además, a un entorno vascón. Del aspecto de los várdulos
nada dicen las fuentes y la lengua que se hablaba en Gipuzkoa en la
época romana, además del latín para la administración, ha sido
objeto de múltiples controversias dada la escasez de datos.
La epigrafía parece señalar la presencia del protovasco
-vasco-aquitano- y de lenguas indoeuropeas a las que se unirá también
el latín, pero los testimonios son tan escasos que a duras penas se
puede establecer una hipótesis al respecto.
En los últimos años, además, el debate se ha enturbiado con la
llamada tesis de la “vasconización tardía” que sostiene que
los territorios de la actual CAV fueron vasconizados tras la caída
del Imperio romano por gentes provenientes del otro lado de los
Pirineos.
El hallazgo de varios puñales de tipo germánico -scramasaxen
los yacimientos arqueológicos de Santa María la Real en Zarautz y
Gaztelu, similares a los encontrados en la necrópolis de Aldaieta
(Araba/Álava) ha introducido la variable guipuzcoana en el debate (
8 ).
Pero la falta de datos en el caso de Gipuzkoa no permite inclinar
la balanza en uno u otro sentido a día de hoy. Sin embargo, la
discusión sobre la etnicidad sigue abierta y es una de las
tendencias historiográficas actuales en boga.
Partiendo de las noticias de las fuentes clásicas se ha
intentado encontrar otros elementos que definan las características
étnicas de los pueblos que fueron conquistados por Roma y se ha
seguido utilizando el parámetro de la lengua, la mirada de los
otros sobre el pueblo en cuestión y, finalmente, lo más novedoso,
la aparición de elementos propios, de tipo arqueológico que
muestren una representación clara de la comunidad que se trata de
diferenciar.
Desafortunadamente, tanto en el caso de los várdulos como en el
de los caristios y vascones nos encontramos en una encrucijada de
difícil solución puesto que arqueológicamente todos ellos
comparten culturas materiales que hacen difícil una diferenciación
clara. La única posibilidad sigue siendo el hecho cierto de que las
fuentes grecolatinas los diferencian a través de sus respectivos
etnónimos ( 9 ).
Así las cosas, un aspecto positivo para el estudio de Gipuzkoa
durante el período antiguo reside en el hecho de que compartir
culturas materiales y testimonios arqueológicos similares,
notablemente el material cerámico, ha ayudado a ir desterrando la
idea de que la provincia fue un territorio marginal en la época
romana, ya que, muy lejos de eso, su privilegiada situación en el
tránsito hacia los Pirineos la convirtió en un lugar
extraordinariamente conectado que gracias a su posición de paso,
vio discurrir por el territorio las principales culturas foráneas
de la época, que fueron enriqueciendo las aportaciones de las
poblaciones locales.
2. LA “INEXISTENCIA” DE GIPUZKOA EN LA EDAD ANTIGUA.
Si algo ha aportado la larga presencia de todas estas polémicas
historiográficas generadas sobre Gipuzkoa en la época antigua es
que las ideas tradicionales que vinculaban la especificidad del
territorio con un aislacionismo militante han quedado obsoletas.
Parece evidente que las investigaciones de los últimos tiempos,
sobre todo las de índole arqueológica, han demostrado que el
espacio guipuzcoano estaba claramente conectado con el entorno
circumpirenaico y, por lo tanto, sumergido en los principales
procesos históricos que se desarrollaron también en la época
antigua.
Otra cuestión es que, debido a su posición, en época romana,
Gipuzkoa haya jugado un papel periférico en las grandes dinámicas
que afectaron a la Europa occidental hasta la desaparición del
Imperio romano de occidente en el siglo V d.C.
Esa posición periférica en época romana quedará acreditada
por el escaso interés mostrado por las fuentes histórico-literarias
clásicas en el territorio más allá de los datos demográficos,
administrativos o militares que eran necesarios para la construcción
del Imperio.
Todo ello no supone en ningún caso falta de conquista, o de
integración, sino que los romanos extrajeron del territorio lo que
les era imprescindible para el mantenimiento de la estructura
imperial.
Esto, en realidad, nos da idea del peso de la zona en el conjunto
y de las transformaciones que tuvieron lugar en unas comunidades que
habían vivido de otra forma hasta la llegada de los romanos. Dichas
comunidades tuvieron que pasar de una vida aclimatada a unos parámetros
propios de la Segunda Edad del Hierro a negociar una nueva identidad
con la administración romana.
Las circunstancias en las que se produjeron esos hechos son muy
mal conocidas debido a la escasez de fuentes, pero recurriendo al método
comparativo podemos ofrecer una idea aproximada de cómo se
desarrolló el proceso de lo que durante mucho tiempo se ha llamado
“romanización”, aunque sea ahora este un concepto en remisión
y objeto de una profunda revisión historiográfica ( 10 ).
2.1. La conquista romana del territorio y la identidad de sus
habitantes.
A finales del siglo III a.C., los romanos llegaron a la Península
Ibérica con la intención de controlar la zona de la cual había
partido la agresión de los cartagineses.
Aunque, en principio, la conquista comenzó como una operación
ligada a la Segunda Guerra Púnica (218 a.C.-201 a.C.), una vez que
esta finalizó, Roma continuó su avance con sucesivas iniciativas
de expansión hasta que dos siglos después, Augusto terminó la
campaña de Hispania, precisamente, venciendo a los cántabros
(26-19 a.C.), los habitantes del territorio situado al occidente de
lo que es la CAV hoy en día.
Nada sabemos, sin embargo, sobre el impacto que la conquista
romana pudo tener sobre Gipuzkoa, a pesar de que una de las primeras
vías de entrada de los romanos fue a través del valle del Ebro ya
a partir del siglo II a.C.
En realidad, carecemos de noticias directas que nos permitan
conocer las posibles consecuencias de la conquista en el territorio
y, de hecho, los primeros datos sobre movimientos militares romanos
en las zonas vecinas al ámbito guipuzcoano no van a conocerse hasta
el siglo I a.C., durante las conocidas como guerras sertorianas
(81-72 a.C.), que no fueron más que un enfrentamiento civil entre
romanos protagonizado por el general disidente Sertorio, quien fue
derrotado finalmente por Pompeyo Magno.
En este caso, suelen considerarse ecos de los movimientos de
tropas auxiliares por el territorio la presencia de monedas con
alfabeto ibérico acuñadas en cecas de las inmediaciones del Valle
del Ebro (Bascunes, Turiaso y Segobriga), con una cronología de
entre los siglos II y I a.C. y que fueron encontradas en Andoain -
un as de Iltirta- y en las cuevas de Usategi (Ataun) y Amalda (Zestoa),
como signo de un período de inestabilidad política y militar.
Aunque la interpretación tradicional suele asociar los tesoros
monetales ocultos con problemas en la zona, lo cierto es que su mera
existencia también puede deberse a relaciones comerciales o,
incluso, a la necesidad de acumular dinero para hacer frente a
imposiciones fiscales.
Está claro también que, en este primer momento, el hecho de
encontrar mayoritariamente tesorillos en el territorio indica que la
moneda tiene un valor importante que puede no ser sólo metálico
sino de prestigio o de rango social.
Cualquiera de las posibilidades indicaría, por lo menos, la
presencia de flujos militares o económicos de cierta importancia en
Gipuzkoa, ya desde finales del siglo II a.C. Retornando a las
consecuencias del conflicto sertoriano, podemos afirmar que entre
los impactos posibles del mismo estaría la iniciativa por parte de
Roma, tras las duras batallas llevadas a cabo en el Valle medio del
Ebro y con la clara intención de establecer un firme control del
territorio de los vascones, de fundar la ciudad de Pompaelo
(Pamplona) entre mediados y fines de los años 70 a.C., que se
convirtió rápidamente en uno de los enclaves de referencia del
espacio guipuzcoano hacia el Este debido a su proximidad y a que,
junto al trazado de la vía Tarraco-Oiasso, que algunos
investigadores datan ya en esta época, demostró pronto su
capacidad de articular la zona que ocupa hoy la actual Comunidad
Foral de Navarra ( 11 ).
Unos años más tarde, hacia el 56 a.C. sabemos por el propio
Julio César, que durante la conquista de Aquitania, que fue uno de
los últimos episodios de la ocupación de las Galias emprendida por
el mismo César en el 58 a.C., un grupo de aquitanos pidió ayuda a
algunos pueblos límitrofes de la Hispania Citerior para hacer
frente a los romanos ( 12 ).
La identidad de estos hispanos nos es desconocida, aunque la
vecindad reclamada y el hecho de que fuera mencionada la presencia
de cántabros podrían hacer plausible la presencia de habitantes
del vecino territorio guipuzcoano en dicha coalición antirromana.
Sin embargo, y a pesar de la ayuda recibida, Aquitania fue
sometida por Craso y la guerra en las Galias finalizó en el 51 a.C.
lo cual situaba a los romanos cerca del Pirineo a mediados del siglo
I a.C. Nada más sabemos de lo ocurrido en Gipuzkoa mientras las
operaciones militares continuaban en el norte de la Península Ibérica.
Como ya hemos señalado con anterioridad, no hay constancia de
conflictos en el territorio guipuzcoano, siendo los ecos más
cercanos de un enfrentamiento de tipo militar el hallazgo hace unos
años en el cerro de Andagoste (Cuartango, Alava) de un conjunto de
impedimenta y monedas romanas que hacen pensar en la presencia de un
pequeño campamento romano temporal en algún momento entre los años
40-30 a.C. ( 13 ).
Esto ha llevado a suponer a algunos historiadores que sería en
este momento cuando las zonas costeras de Bizkaia y Gipuzkoa habrían
pasado a ser ocupadas militarmente de forma definitiva por los
romanos. El acto final de la conquista tuvo lugar durante las
guerras cántabras emprendidas por Augusto y lideradas militarmente
por su general Agripa (26-19 a.C.).
Si a ello añadimos el hecho de que Valerio Mesala Corvino aplastó
una rebelión de los Tarbelli Pyrene -tarbelos- al otro lado de los
Pirineos en el 27 a.C., toda la zona puede considerarse bajo el
control completo de los romanos a partir de finales del siglo I a.C.
El fin de la conquista de la Península Ibérica por parte de
Augusto introdujo directamente todo el espacio occidental en el
entramado del poderoso Imperio romano que, tras años de guerras
civiles e inestabilidad política derivada del proceso de adaptación
de la res publica a una estructura imperial territorial de gran
extensión, había encontrado su equilibrio definitivo de la mano
del vencedor de Accio (31 a.C.).
La llegada de un período de tranquilidad militar conocido como
Pax romana dio paso también a un sistemático programa de
transformaciones políticas, sociales y económicas que permitieran
mantener una organización imperial eficaz y en relativa paz y
calma.
El ansiado equilibrio entre la explotación del territorio y las
reformas administrativas se realizó transformando la antigua República,
gobernada por una asamblea aristocrática como era el Senado y que
se había probado como ineficaz para gestionar toda la extensión
del Imperio, en una estructura monárquica bajo el gobierno de un
princeps o emperador que asegurara una dirección eficaz del
Imperio.
Todo el programa augústeo, que aparece bien resumido en su
testamento político, las conocidas como Res Gestae, vino acompañado
por una extensa acción de propaganda o publicitación de la idea
imperial a lo largo de toda la superficie conquistada. Junto con la
monumentalización de la propia Roma y de otras muchas de las
ciudades de occidente, la difusión de la idea de Imperio pasaba por
hacer que sus habitantes entendieran que formaban parte de él y que
lo conocieran.
De este programa de “visualización” y conocimiento formaba
parte la colocación del mapa del Imperio por parte de Agripa en la
ciudad de Roma que ofrecía a los romanos una representación
territorial concreta del mismo: además, se constata la publicación
de una serie de libros con vocación informativa, entre ellos la
Geografia de Estrabón, un griego de Amasia que se dedicó a
describir gran parte de los lugares y los habitantes del Imperio, un
relato geográfico y etnográfico puesto al servicio de los
intereses unificadores del Imperio, lo que se conoce como el
“inventario del mundo” por parte de Roma ( 14 ).
Es en este relato en griego en el que por primera vez encontramos
la mención a los habitantes de lo que sería el territorio
guipuzcoano en época antigua. Aparecen en el libro III de la
Geografia dedicado a Iberia ( 15 ), en la descripción de los
pueblos del norte de la Península Ibérica y categorizados bajo
tres nombres diferentes: bardyetai, barduitai y barduloi.
Las discusiones sobre la etimología del nombre han sido
relativamente abundantes, aunque han sido muchos más los debates
sobre el carácter vasco/no vasco de este pueblo, cuestión que, por
el momento parece irresoluble ( 16 ).
Las escasas muestras de fuentes escritas, epigrafía y numismática,
no proporcionan una onomástica extensa y los datos son tan parcos
que resulta imposible ofrecer ninguna hipótesis concluyente; del
mismo modo, la arqueología tampoco encuentra culturas materiales
diferenciadas entre los pueblos de la zona que, aunque se
autorrepresentan a través de diferentes etnónimos: vascones, várdulos,
caristios…no ofrecen un horizonte arqueológico definido y
claramente específico.
El único elemento distintivo va a ser durante largo tiempo el
uso o no de los parámetros culturales romanos, práctica en la que
de entre todos, los vascones van a destacar notablemente. Las dudas
de Estrabón con respecto al etnónimo de los habitantes del
territorio plantean varias cuestiones.
La primera de ellas es sobre el tipo de información que
circulaba en la administración imperial en relación con el espacio
guipuzcoano en la época en la que se escribió la Geografía, que
sería a principios del siglo I d.C., puesto que la dificultad de
evocar correctamente el nombre de la comunidad parece señalar que
no se trataba de un pueblo ampliamente conocido ni por las
instancias militares romanas ni por las administrativas.
El propio Estrabón señala que son nombres extraños o
complicados, lo cual quiere decir que la mayor parte de los
habitantes del Imperio nada sabía y, sobre todo, nada le evocaba,
en términos militares, el nombre de los várdulos.
Ello podría señalar también que la conquista o la ocupación
del territorio se realizó en época más tardía en comparación
con otras zonas al sur de la CAV y Navarra. Pero la voluntad por
parte del geógrafo griego de incluir tan éxóticos etnónimos
indica también el empeño por parte romana de conocer mejor el
territorio sobre el que tienen intención de extender su dominio con
el objeto de extraer sus recursos.
No es menos cierto que se considera que la información
procedente de la obra de Estrabón dataría de unos 100 años antes
del momento de su redacción, que tuvo lugar entre el 29 a.C. y el 7
d.C., y que recogería tanto los datos aportados por otros geógrafos
anteriores a él, caso de Posidonio de Apamea, como los informes
recabados por las sucesivas expediciones militares que llegaron al
territorio ( 17 ).
Pero, en cualquier caso, lo cierto es que no será hasta fines
del siglo I a.C. y principios del I d.C., cuando Estrabón escribe
su obra, cuando finalmente los várdulos empezarán a ser conocidos
para un público más extenso en Roma.
Del texto del geógrafo griego poco puede deducirse con respecto
a la posición de los várdulos en el mapa de la Península Ibérica
puesto que los sitúa en el Norte junto con otros pueblos habitantes
de los montes, lindando con los cántabros, cuya situación era
conocida, y entre estos y los vascones del Pirineo.
Los datos geográficos que proporcionó Estrabón fueron
corroborados años después por Pomponio Mela ( 18 ), otro geógrafo
que vivió en época del emperador Claudio y que hacia el 40 d.C.
escribió una Chorografía en la que describía diferentes regiones
del Imperio.
Dado que una de sus fuentes era el famoso mapa del Imperio que
Agripa, el general de Augusto, había hecho exponer en Roma el Pórtico
de Vipsania, los datos que usó Mela para componer su obra pueden
retrotraerse hasta principios del siglo I d.C.
En su obra sitúa a los várdulos como vecinos de los cántabros
al Oeste y vascones al Este, lo cual les haría ocupar la franja
costera de lo que hoy conocemos como las provincias de Bizkaia y
Gipuzkoa. Pero, la aportación más destacada de su obra es que a
mediados del mismo siglo I d.C. considera a los várdulos como una
gens, la gens de los Vardulli, es decir, como un pueblo con entidad
propia, pero organizado principalmente a través de lazos
familiares.
A fines del siglo I d.C., en época de la dinastía flavia,
escribió Plinio el Mayor, el célebre anticuarista romano que
redactó la Naturalis historia -Historia Natural-, en la que se
realizaba un compendio masivo de datos de muy diversa naturaleza en
relación a los territorios del Imperio y que tenía un objetivo
similar a la Geografía de Estrabón, hacer conscientes a los
romanos de las dimensiones y las capacidades de su Imperio.
Plinio es el siguiente autor -hacia el 77 d.C.- en aportar datos
sobre los várdulos, pero lo hace ya desde un punto de vista
administrativo ( 19 ).
Más allá de los escritores anteriores que únicamente
tenían en cuenta la posición geográfica de los várdulos, en la
costa, la montaña y su vecindad con cántabros y vascones, Plinio
avanza un poco más y ofrece un encuadramiento administrativo de los
mismos, ya que dice de ellos que aportan al convento cluniense
-unidad administrativa romana de tipo jurídico- catorce populi, lo
cual implica que, en realidad, formaban un conjunto de catorce
comunidades administrativamente ordenadas ya al modo romano.
Esto supone un paso más que la simple mención de la gens por
parte de Pomponio Mela, ya que muestra claramente el avance
paulatino del proceso de integración en el Imperio romano por parte
de los habitantes del territorio guipuzcoano.
Plinio escribe ya a finales del siglo I d.C. por lo que puede
apreciarse que se está siguiendo un ritmo paralelo al del resto de
comunidades del occidente peninsular.
Pero el anticuarista latino no sólo menciona a los populi de los
várdulos en su obra sino que, además, en el libro cuarto de su
extensa Historia natural describe el norte de la Península Ibérica
a partir de los Pirineos, y detalla a lo largo de la costa la
existencia del saltus vasconum, Olarso y lo que él denomina los
oppida -asentamientos- de los várdulos.
Por primera vez, los enclaves várdulos van a aparecer asociados
junto al topónimo Olarso -probablemente Oiasso-, una comunidad que
pertenece al área de los vascones completando poco a poco la
secuencia de la costa cantábrica desde los Pirineos hacia el Oeste.
La pólis -ciudad- de Oiasson ya había sido mencionada por Estrabón,
quien decía de ella que estaba situada en la desembocadura al mar
del territorio de los vascones ( 20 ).
En este momento habría que considerar que en la actual Gipuzkoa
habitaban por lo menos dos comunidades, la várdula mayoritariamente
y la vascona en el Nordeste.
En el siglo II d.C., otro geógrafo griego, Ptolomeo, es quien
proporciona nuevas informaciones sobre las comunidades de los várdulos
a las que denomina póleis, ciudades en griego. Asimismo dice sobre
ellos que estaban separados de los caristios por el río Divae
-Deba- y de los vascones por el Menlasci, hidrónimo que se ha
solido identificar con el Oiartzun o el Urumea ( 21 ).
En este punto, junto a los várdulos y los vascones habría que añadir
la presencia de los caristios en el extremo occidental del
territorio guipuzcoano que hoy conocemos.
Es a partir de estos datos geográficos y administrativos,
fundamentalmente, por lo que los historiadores modernos han
establecido que el territorio correspondiente a las comunidades que
tanto las fuentes griegas y latinas conocen como várdulos estaría
enclavado mayormente entre el territorio de Gipuzkoa y Araba/Álava
y una pequeña parte de Navarra al Este ( 22 ).
Y es por ello también por lo que, desde el punto de vista
contemporáneo en el que la cuestión del espacio administrativo y
sus límites es importante para la identidad territorial, cuando
hablamos de los habitantes de Gipuzkoa en época tanto prerromana
como romana, asumimos que se tratan en su mayor parte de várdulos.
Esta zona, también de acuerdo con las interpretaciones modernas
de las fuentes antiguas, estaría limitada al Oeste por los
caristios y autrigones, al Sur por los berones, al Norte, por el mar
Cantábrico, al otro lado de los Pirineos por los aquitanos y al
Este, por los vascones.
Precisamente, el hecho de que estos mismos autores greco-latinos
citen al enclave de Olarso, Oiasso como una de las comunidades
vasconas y que, en la actualidad dicho lugar se identifique con la
zona de Irun y el Bajo Bidasoa, situada administrativamente en la
provincia guipuzcoana hace que, a día de hoy, el territorio de
Gipuzkoa en época antigua se considere compartido por una gran
mayoría de várdulos y una comunidad vascona al Este y otra
caristia al Oeste.

Figura 2. Distribución de autrigones, caristios y várdulos
en el territorio del País Vasco Fuente: Santos Yanguas, 1992: 456.
En realidad, si tenemos en cuenta esta realidad desde la
perspectiva antigua, esta división no tiene mucho sentido, ya que
para los romanos la unidad administrativa básica era la ciudad -la
civitas- y las fronteras sólo adquieren significado entre ellas, de
hecho, suelen ser uno de los principales puntos de fricción en las
relaciones entre comunidades.
Pero si es cierto que la Historia sirve fundamentalmente para
explicar el pasado y nuestro propósito es el de mostrar cuál fue
el de la Gipuzkoa actual que tiene una definición como provincia
claramente territorial, entonces tenemos que rendirnos a la
evidencia de que várdulos, vascones y caristios compartieron dicho
espacio, por lo menos, en época clásica. Contemplada la situación
desde el punto de vista romano, la percepción del territorio era
claramente diferente.
2.2. La reordenación del territorio: la posición de Gipuzkoa
en el Imperio.
Una vez que finalizó la conquista de la Península Ibérica por
parte de Augusto, se imponía la pacificación de los territorios
recién adquiridos. Todo ello concordaba perfectamente con las
nuevas consignas ideológicas lanzadas desde el centro del Imperio
que impulsaban la necesidad de una estabilidad duradera, después
del largo período de incertidumbre de los últimos años de la República.
Con estos fines en el horizonte, el emperador habla en su
testamento público -Res Gestae- de cuáles fueron sus principales
directrices para el Imperio, y qué suponía básicamente su
universalización.
Para llevar a cabo esta ingente tarea era necesario, en primer
lugar, su control, luego su ordenación y finalmente su explotación.
Todo ello con un objetivo práctico que era el del mantenimiento del
Imperio romano, Imperio que había hecho grande a la ciudad de Roma.
En ese esquema de cosas, entendiendo que nada sabemos sobre los términos
exactos de la conquista del territorio guipuzcoano, ya que, como
hemos señalado, no hay signos de violencia en ninguna de las
fuentes disponibles ni tampoco de ocupación directa, cabe suponer
que el control del territorio se realizó más por vía de hechos
consumados que por una acción bélica real.
O que, en realidad, la conquista derivó del consentimiento
activo o pasivo por parte de los habitantes del territorio a la
presencia romana. A día de hoy, a falta de fuentes más seguras,
todo ello continúa siendo puramente especulativo, ya que no hay
testimonios ni de acuerdo ni de desacuerdo de los várdulos,
caristios y vascones sobre la presencia romana en la región.
Desde el punto de vista de la organización, los romanos
estructuraban los territorios conquistados a partir de las llamadas
prouinciae -provincias-, que aunque en un principio señalaban el
espacio sobre el que un general romano podía ejercer su poder
militar, con el tiempo el concepto se fue territorializando dando
lugar a unidades organizativas estables bajo el mando de un
gobernador que controlaba el espacio para su explotación en todos
los sentidos.
En el caso de la Península Ibérica, los romanos desde el
principio de la conquista establecieron dos grandes provincias, la
Citerior, la más cercana a Roma y la Ulterior, la más lejana, que
posteriormente se completarían con una tercera, Lusitania, que abarcaba
la mayor parte del espacio occidental que lindaba con el Atlántico.
Al terminar la conquista, el territorio guipuzcoano quedó
encuadrado en la mayor de las provincias de Hispania, la Hispania
Citerior Tarraconense, con capital en Tarraco (Tarragona).
A ello hay que añadir que, excepcionalmente en el caso de
Hispania, Roma siguió un modelo administrativo diferente en el
sentido de que usualmente los territorios eran organizados a partir
de comunidades cívicas -civitates- que, a su vez se ordenaban en
las mencionadas provincias.
Como hemos señalado en el caso de Hispania, por razones que
todavía hoy siguen en discusión por parte de los historiadores
actuales, Roma introdujo una unidad administrativa intermedia,
probablemente con fines jurídicos, que se situaba a medio camino
entre las provincias y las ciudades.
Dichas unidades se denominaron “conventos”. En este nuevo
reparto administrativo las comunidades pertenecientes a los várdulos
y los caristios pasaron a formar parte del convento cluniense con
capital en Clunia (Coruña del Conde, Burgos), mientras que los
asentamientos urbanos vascones dependían del convento
caesaraugustano con capital en Caesaraugusta (Zaragoza) ( 23 ).
Esta distribución, ideada para servir a los intereses romanos,
hizo que el territorio de la Gipuzkoa actual quedara dividido,
pasando su mayor parte a depender jurídica y administrativamente de
Clunia, mientras que Oiasso, la civitas vascona respondería ante
Caesaraugusta.
La división, sin embargo, sólo es paradójica desde el punto de
vista en que examinamos el territorio guipuzcoano con parámetros
territoriales contemporáneos, pero, evidentemente, tenía pleno
sentido desde la perspectiva de la organización romana.
Gipuzkoa por lo tanto aparece orientada administrativamente hacia
Roma a través de Tarraco, pero controlada por dos enclaves
relativamente cercanos situados al Sur como son Clunia y
Caesaraugusta.
Esa distribución del territorio responde claramente a los
objetivos romanos de dominio y explotación del espacio que
privilegia las líneas que facilitan sus objetivos de cohesión
imperial. Si algo es remarcable también es que la intercomunicación
en el interior del territorio que debió ser mayor de lo que
conocemos, se realiza, a tenor de los datos arqueológicos, a través
de la cuenca del río Oria.
El panorama en cualquier caso deja una zona más desarrollada, o
explotada hacia el Este o hacia el Noreste, que privilegia una mayor
relación con las comunidades del Norte y del Este, esto es,
aquitanos y vascones. Desde este punto de vista, por lo menos en lo
relativo al valle del Oria puede apreciarse una cierta continuación
de la distribución espacial con respecto al período prerromano, a
la Segunda Edad del Hierro.
Tras la provincia y el convento, el siguiente elemento de
estructuración del territorio dentro de la lógica romana era la
ciudad, más concretamente la civitas, un núcleo que englobaba
tanto la realidad física como la jurídico-social dentro de una
comunidad.
La civitas era el lugar donde se “hacían” los ciudadanos
romanos y donde mejor y más se trabajaba por la integración de los
habitantes de los territorios conquistados en la estructura política,
social y administrativa del Imperio romano. También era donde mejor
se impulsaba la cohesión de dicho Imperio.
Ya hemos señalado con anterioridad que cuando los geógrafos y
anticuaristas antes citados hablaban de las entidades asociadas a
los várdulos utilizaban diferentes términos, gens -gentilidades-,
populi -comunidades, pueblos-, y póleis -ciudades-.
Todos ellos para referirse a las distintas comunidades asociadas
a los várdulos, hasta 14 según Plinio, para las que el geógrafo
Ptolomeo y el Itinerario de Antonino, un repertorio de las vías del
Imperio romano que fue redactado en el siglo III d.C. a partir de
informaciones anteriores, dan diferentes nombres de los cuales sólo
Morogi, Menosca y Vesperies han sido enclavados dentro de la actual
Gipuzkoa con localizaciones más o menos afortunadas ( 24 ).
De estos lugares, en los últimos años Morogi ha sido asociado
con Donostia/San Sebastián y Astigarraga y Menosca con Zarautz, sin
que se hayan ofrecido datos realmente concluyentes al respecto hasta
el momento.
Más segura, o por lo menos más consensuada, parece la
identificación del enclave de Oiasso, en la zona de Irun, el Bajo
Bidasoa y el cabo de Higer, cuya ocupación romana pudo ser de las más
tempranas, hasta remontarse hacia el 10 a.C., a juzgar por los
restos de cerámica del tipo terra sigillata itálica y por las
monedas halladas en los yacimientos del entorno ( 25 ).
Por lo demás, en el resto del territorio, gracias a la arqueología
conocemos un número no muy abundante de asentamientos que han
ofrecido diversas cantidades de material romano, pero a los que la
falta de fuentes escritas asociadas no han permitido identificar con
los topónimos aportados por Ptolomeo en el siglo II d.C. y por el
Itinerario de Antonino.
Desde el punto de vista arqueológico, por el momento, hemos de
concluir que la mayor densidad urbana en época romana en Gipuzkoa
se produjo en la zona del litoral.
Sin embargo, la importancia de
los hallazgos epigráficos y numismáticos encontrados al sur de la
provincia en paralelo con la vía XXXIV que discurría entre
Asturica Augusta (Astorga) y Burdigala (Burdeos), nos hace suponer
que en ese entorno hubo de haber enclaves de cierta relevancia que
posibilitaran el modo de vida romano que produjo las inscripciones
funerarias y votivas que conservamos.
En esas circunstancias, la creación de un tejido urbano en
Gipuzkoa en época romana habría supuesto básicamente la ordenación
de la población con fines económicos y militares por parte de
Roma, superando de este modo los sistemas organizativos previos de
las comunidades del territorio, propios de la Segunda Edad del
Hierro.
2.2.1. Las vías de integración: el ejército.
Desde que a comienzos del siglo I d.C. el geógrafo Estrabón
encontrara exóticos y difícilmente pronunciables el nombre de los
bardietas, a los que nosotros identificamos como várdulos, casi 100
años después, la epigrafía nos confirma la existencia de una
Cohors I Fida Vardullorum, es decir una unidad básica y sustancial
de la legión romana reclutada, en principio, entre los várdulos.
La propia existencia de la cohorte implica, de partida, que para
fines del siglo I d.C. los habitantes del territorio se habían
integrado plenamente en el sistema romano y que para hacerlo habían
elegido una de las vías básicas ofrecidas por Roma como era la
entrada en el ejército.
Formar parte de la legión romana suponía
al mismo tiempo participar de los beneficios del Imperio, manifestar
lealtad y una oportunidad para alcanzar los derechos políticos y
sociales de los que gozaban los ciudadanos romanos.
El reclutamiento de la cohorte, por lo menos en los primeros
tiempos, indica que la zona cumplía fielmente con las expectativas
romanas en cuanto a la explotación de los territorios del Imperio
de los que se esperaba básicamente hombres para el ejército y
recursos económicos para su mantenimiento. Desde este punto de
vista, la vía militar era uno de los caminos básicos de integración
de las poblaciones locales.
De hecho, si es cierta la noticia de Plutarco, quien en el siglo
II d.C. en sus célebres Vidas paralelas hizo una biografía del líder
y general romano Cayo Mario (157-86 a.C.), parece ser que este habría
reclutado Bardialoi ( 26 ) -várdulos- para su guardia personal,
algo que no era excepcional, sino habitual entre los jefes militares
que realizaron campañas en Hispania.
Con estos reclutamientos se buscaba un elemento de prestigio,
también de exotismo, y, sobre todo, poner de manifiesto la lealtad
de las poblaciones locales hacia los dirigentes romanos, expresadas
en términos de adhesión personal, puesto que estaban dedicados a
proteger la vida del comandante.
Le elección de los várdulos como guardia personal tendría una
doble vía de representación, ya que por un lado servía a estos
para mostrar la requerida fidelidad a Roma y servir como ejemplo
para el resto de la comunidad de los beneficios de la integración
en el sistema romano.
Aunque habitualmente las personas elegidas solían ser miembros
de la elite aristocrática local, hábilmente utilizados por los
romanos para “convencer” a otros individuos de la comunidad de
los beneficios de adherirse al modo de vida romano, el caso de los várdulos
de Mario, de ser cierto, ofrece una particularidad y es que Plutarco
deja claro que la guardia personal del comandante romano estaba
formada por douloi, esto es, esclavos.
La interpretación del texto, por lo tanto, se complica. Sin
embargo, la utilización de poblaciones locales como guardia
personal no era un hecho aislado sino que fue un recurso utilizado
insistentemente por los romanos durante todo el periodo de conquista
en occidente. En el caso de los várdulos como en el de otros
pueblos, la elección como guardia personal tenía por objeto
resaltar sus capacidades ante el resto de comunidades que formaban
el Imperio romano.
Esta idea, presente en las fuentes literarias clásicas, no
supondría más que el reconocimiento del valor que la guerra podía
tener entre los várdulos y sus vecinos los vascones, quienes
aportaron también cohortes al ejército romano y, al igual que los
várdulos, formaron parte de la guardia personal de un líder
romano, en este caso Augusto, que eligió a los calagurritanos para
ese cometido -en tanto que Calagurris (Calahorra, La Rioja) formaba
parte de los enclaves vascones reconocidos en la zona- ( 27 ).
Todo lo anteriormente expuesto se vería corroborado por la
iconografía -escasísima por otra parte- que conservamos de época
romana en el territorio. Precisamente uno de sus elementos más
conocidos y destacados, la lápida de Andrearriaga encontrada en
Oiartzun, homenajea a un hombre denominado Valerius Beltesonis, cuya
imagen representativa es la de un jinete.
Aunque se enmarcaría en el área de influencia vascona, el
contexto es muy similar al aportado por el entorno de los várdulos
y en ambos casos se pone de manifiesto que la guerra es un elemento
importante para ambas comunidades, máxime si tenemos en cuenta que
la datación de la estela funeraria es temprana, de principios del
siglo I d.C., es decir, de los primeros momentos de conquista e
integración en la estructura imperial. L
o que sí señala Plutarco es que la guardia várdula de Mario,
si lo era, provocó el terror en Roma; probablemente el
reclutamiento de extranjeros, cuya apariencia y origen social
-esclavos- provocarían inquietud en la capital del Imperio, tenía
como objeto precisamente alimentar el temor de quienes se oponían a
Mario. De hecho, la asociación entre el miedo y la aparición de
tropas auxiliares, en principio no romanas, aparece también en el
caso de los vascones aunque más tardíamente, en época imperial.
El historiador latino Tácito recuerda la intervención de las
cohortes de vascones reclutadas por Galba con ocasión del
levantamiento de Civilis en Germania y señala el pánico que el
ataque de los vascones produjo en el campamento enemigo ( 28 ).
La participación en el ejército aseguraba la obtención de la
ciudadanía romana tras 25 años de servicio, por lo que es de
suponer que algunos de los várdulos y vascones enrolados en las
cohortes de auxiliares alcanzarían el estatus de ciudadanos
romanos.
En realidad, en el caso de la cohorte várdula algunos lo
obtuvieron antes como premio a su valor, ya que la unidad, al igual
que la II cohorte de Vascones, recibió el calificativo de CR Civium
romanorum -ciudadanos romanos- por alguna acción que fue
considerada meritoria.
También obtuvo el título de Fida, que inspiró, sin duda, el
lema del escudo de la provincia y fue también ganado gracias a una
acción distintiva que a día de hoy nos es desconocida. La cohorte
várdula tuvo una larga trayectoria en el seno del ejército romano,
mayormente en Britannia, donde está acreditada su presencia hasta
el siglo III d.C., fundamentalmente en tareas de defensa del muro de
Adriano ( 29 ).
Sin embargo, tras la primera generación cuyo momento de
reclutamiento nos es desconocido, aunque se ha sugerido el reinado
del emperador Claudio como posibilidad, lo más probable es que los
componentes de la unidad fueran reemplazos locales y descendientes
de los reclutas originales, por lo que su relación con los várdulos
de Gipuzkoa sería prácticamente nula.
Por lo menos, gracias a las tablillas de Vindolanda (Gran Bretaña)
sabemos que siete jinetes várdulos -equites vardulli ( 30 ), tenían
allí una deuda de 7 denarios en algún momento entre los años 104
y 120 d.C. aunque desconocemos si se trataba todavía de
reclutamientos originales de Gipuzkoa o del resto del territorio várdulo
que se extendía también por la actual provincia de Álava.
2.2.2. Las vías de integración: la administración.
Los testimonios escritos que hablan de la existencia de una única
cohorte várdula (500 hombres aproximadamente) para la zona -aunque
el ordinal I deja entrever que quizás hubiera otra-, a diferencia
del caso de los vascones, de los que conocemos por lo menos dos,
pueden ser utilizados quizás como indicativo del montante de la
población de las comunidades várdulas, que serían inferiores en número
a sus vecinas vasconas y, probablemente, dispondrían de un menor número
de habitantes.
Dichas comunidades aparecen mencionadas desde el punto de vista
de la administración romana en la obra ya citada de Plinio el
Mayor, que habla de los 14 populi de los várdulos sin especificar
nada más.
Contamos, sin embargo, como complemento de esta información con
el texto que aparece en una inscripción funeraria de cronología
posterior, probablemente del siglo II d.C., que recuerda a un
tribuno de la Legio VII Gemina de nombre Cayo Moconio Vero, entre
cuyas acciones memorables en vida se pone de manifiesto la realización
de un censo de entre 23-24 ciudades várdulas y vasconas ( 31 ).
La duda sobre el número de comunidades viene dada por el
deterioro de la inscripción en la línea correspondiente de texto,
además, tampoco sabemos exactamente cuántas de esas comunidades
serían atribuibles a los várdulos y cuántas a los vascones.
Por otro lado, teniendo en cuenta la ubicación que atribuimos
actualmente a los antiguos várdulos, situados mayoritariamente en
el territorio de Gipuzkoa y Araba/ Álava, desconocemos realmente cuántas
de estas comunidades se situaban en el actual espacio guipuzcoano.
Ya hemos señalado que la mayoría de los autores tiende a buscarlas
en la costa o cerca del interior. A ellas habría que sumarles la
civitas de Oiasso, perteneciente al área vascona ( 32 ).
Entre las escasas ciudades conocidas atribuidas a los caristios,
ninguna de ellas estaría situada en Gipuzkoa, por lo que no suelen
ser tomadas en consideración a la hora de construir la historia de
la Provincia en el período antiguo. Únicamente cabe la posibilidad
de que en el Divae, el río Deba citado por Ptolomeo, hubiera también
un puerto, del que hoy por hoy no existe constancia arqueológica.
En cualquier caso, el epitafio de Moconio Vero denomina a las
comunidades de vascones y várdulos -civitates-, esto es, ciudades,
que en el sentido romano constituyen no sólo un lugar con el
desarrollo urbano suficiente para permitir la vida al modo romano,
sino también una comunidad jurídica en la que las instituciones
romanas posibilitan la integración de los habitantes de los
territorios conquistados mediante la participación en los órganos
de gobierno de la ciudad, la inversión de su propio dinero en la
mejora de la vida de sus conciudadanos -munificentia- y las muestras
de lealtad al emperador a través del culto imperial, con lo que al
cabo de un año de ejercicio de una magistratura municipal, los
individuos que la asumían pudieran obtener la ciudadanía romana y
pasar a formar parte de la sociedad romana como miembros de pleno
derecho.

Figura 3. Estela de Andrearriaga en su ubicación original
(Oiartzun, 1988). En la actualidad se encuentra en el Museo de San
Telmo Fuente: GureGipuzkoa.
( http://www.guregipuzkoa.eus/es/?s=Andrearriaga〈=es#gallery/6a71dbd448dd6deeebf19b8e7a8be15f/48309/comments
)
A día de hoy, salvo el dato de la inscripción de Moconio Vero
que habla efectivamente de la realización de un censo con fines
tanto económicos -recaudación de impuestos- como de reclutamiento,
nada más sabemos de la organización al modo romano de las ciudades
del territorio de Gipuzkoa.
Pero tanto la posibilidad de realizar
dicho censo, así como el reclutamiento de tropas para integrar la
cohors I Fida Vardullorum nos hacen suponer que en la zona podrían
estar implantados en determinados enclaves los modos de acceder a la
ciudadanía romana.
Es decir, que algunas de las ciudades en la región tendrían un
rango jurídico considerado superior, el municipium, que permitiría
la “producción” de ciudadanos integrados en el modo de vida
romano.
En el caso de Gipuzkoa, como para toda la Hispania romana,
concurre además una circunstancia especial y es que el emperador
Vespasiano en el año 74 d.C. promulgó el Edicto de Latinidad para
todas las comunidades cívicas hispanas, otorgando el rango de
municipio latino a la mayoría de ellas y convirtiendo a todo el
territorio peninsular en un lugar de privilegio en cuanto a las
formas de integración.
Es por ello que, aunque se ha discutido exhaustivamente sobre las
causas por las que el princeps flavio adoptó esta medida y sobre su
alcance real, lo cierto es que desde finales del siglo I d.C., los
enclaves urbanos de Gipuzkoa tendrían el título oficial de
municipios latinos y como tales organizarían la vida institucional,
política, social, económica y religiosa de la comunidad al modo
romano.
Sobre el impacto real de esta medida en el territorio guipuzcoano
poco o nada sabemos, ya que el rango de municipio latino llevaba
aparejado un cierto desarrollo del centro urbano, es decir, un
relativo proceso de monumentalización que trataba de imitar el
modelo original que era la propia ciudad de Roma, por lo que era
necesario el establecimiento de un centro cívico, un foro, templos
para los cultos al modo romano, mercados, calles y pórticos,
termas, etc.
En definitiva, todos los elementos identificativos habituales de
una ciudad romana. Dichos elementos, con la notable excepción de
Oiasso, son prácticamente inexistentes en los yacimientos arqueológicos
de época romana en el territorio.
Aunque se menciona la presencia de un posible edificio público
en Zarautz, junto con la existencia de una plaza, nada sabemos de
estructuras similares en el resto de yacimientos de la provincia.
El núcleo más “monumentalizado” en este sentido sigue
siendo la ya citada civitas de Oiasso, cuyo puerto representaba por
sí solo una obra mayor. A él se asocian además edificios de
almacenamiento -horrea- y otras infraestructuras necesarias para la
actividad mercantil.
No se ha encontrado todavía el foro de la ciudad, pero han
aparecido unas pequeñas termas que indicarían la existencia de un
centro urbano. Y en la necrópolis de Santa Elena se considera que
uno de los dos pequeños edificios encontrados podría ser un
templo. Todos estos elementos convierten a Oiasso en el núcleo
urbano más representativo del estilo de vida romano dentro de la
provincia de Gipuzkoa.
En realidad, la urbanización de los núcleos y enclaves del
territorio no tenía únicamente por objeto la organización del
espacio, sino una cierta uniformización del mismo, de tal modo que
los modos de vida romanos pusieran también en escena la cohesión
del Imperio.
El hecho de poder circular a lo largo del mismo transitando entre
ciudades fácilmente reconocibles, como de aspecto romano ,afianzaba
la paulatina territorializazión del concepto de Imperio mismo y
extendía una idea de dominio y estabilidad por un espacio geográfico
extraordinariamente amplio.
Los programas decorativos, las representaciones iconográficas,
la adopción de los modos romanos suponían un factor más de
integración en la estructura imperial que dominaba el campo visual
de los habitantes de las comunidades. De hecho, el impacto de las imágenes
era tan importante por su cotidianidad como la misma presencia de
instituciones de gobierno, de servidores públicos y de militares.
A falta de testimonios de estos programas arquitectónicos en la
antigua Gipuzkoa, resulta inevitable recurrir a otros elementos que
evoquen la difusión de los mensajes ideológicos difundidos por
Roma a lo largo de su imperio y, en este punto, es importante tener
en cuenta las monedas romanas encontradas en el territorio.
Algunas proceden de hallazgos aislados, otras de depósitos
monetales cuya utilidad para la investigación actual no es
exclusivamente económica, puesto que es sabido que en época clásica,
las monedas, además de su valor monetario y de su utilidad en la
recaudación de impuestos y las transacciones comerciales aportaban
un elemento de propaganda muy destacado como era la iconografía.
Las monedas romanas encontradas en la zona de Gipuzkoa no son
abundantes, pero tienen una cronología extensa que va desde el
siglo I a.C. hasta el IV d.C. ( 33 ).
En muchas de ellas aparecen representados sucesivamente diversos
emperadores, desde Augusto hasta Constantino, lo cual es útil para
difundir las representaciones de los gobernantes del Imperio en
primer lugar y, en segundo lugar, la leyenda que acompaña a estas
monedas a menudo recoge el programa ideológico del emperador en
cuestión o conmemora un aniversario familiar, una victoria militar,
un suceso político, etc., cualquier cosa que proporcione un rasgo
distintivo al reinado del princeps en cuestión.
Y todo ello, encontrado en territorio de Gipuzkoa viene a señalar
que, con mayor o menor ritmo, una vez que las vías de integración
de la zona en el sistema imperial romano se pusieron en marcha,
fueron las habituales del resto de los espacios occidentales del
Imperio.
A falta de un programa de monumentalización propio, la circulación
de monedas imperiales en Gipuzkoa nos deja algunos datos
interesantes sobre la difusión de los programas ideológicos del
Imperio en el territorio. Hay bastantes -dentro del escaso montante
total- monedas de época de Augusto, que, evidentemente, ayudan a la
difusión de su imagen.
Siendo el emperador que instauró el cambio de régimen de República
a Principado, no es de extrañar que la necesidad de dar noticia de
las nuevas bases de la estructura imperial provocara una circulación
amplia de monedas asociadas a su persona. Más allá de la coyuntura
en la que se difunden las monedas, muchas de ellas relacionadas con
las Guerras cántabras, lo cierto es que su presencia informaba a
los habitantes del territorio de la evolución de las instituciones
de gobierno en Roma.
De las leyendas en las monedas romanas de Gipuzkoa, hay dos que
resultan particularmente interesantes desde el punto de vista de su
entorno ideológico. La primera de ellas puede leerse en una moneda
de Vitelio (69 d.C.) procedente del monte San Marcial (Irun) en cuyo
reverso aparece el texto FIDES/EXERCITUM S.C. junto con la iconografía
de dos manos juntas que representan la lealtad del ejército hacia
el princeps en un momento de gran convulsión política como fue el
tristemente célebre “año de los cuatro emperadores” (69 d.C.).
La segunda línea de propaganda está asociada con las monedas de
Adriano (117-138 d.C.) que se han encontrado en Gipuzkoa. En una de
ellas aparecida en la playa de La Concha en Donostia/San Sebastián
se representa la imagen del emperador frente a una Hispania
arrodillada a la que Adriano ayuda a levantarse y donde vemos la
leyenda (RESTITUT) ORI HISPANIAE S.C. con una cronología entre el
134-138 d.C. que alude, evidentemente, al carácter del emperador
como benefactor de Hispania y que a pesar de ser un ejemplar único
en Gipuzkoa es, en realidad, uno de los muchos encontrados que
atestigua el interés del princeps por dar a conocer sus acciones en
la Península Ibérica entre la población local.
Por último, de nuevo con la efigie de Adriano, conservamos otro
sestercio del año 138 d.C. aparecido en Zarautz en cuyo reverso
aparece la leyenda FORT RED. S.C.; el mismo lema puede encontrarse
en una moneda de Quintilo del 270 d.C. localizada en el cabo de
Higer, FORTUNA REDUX ( 34 ).
La iconografía en ambas monedas es la de la diosa Fortuna, pero
lo más importante en este caso es que se trata de un culto
ampliamente extendido en occidente cuyo principal objetivo era el de
asegurar el retorno del emperador sano y salvo de un viaje, un
acontecimiento que confirmaba a la ciudad de Roma como centro del
mundo.
La aparición de dos ejemplares en el territorio de Gipuzkoa,
aunque escasos, vendría a corroborar la participación del
territorio tanto en la celebración de la salud del emperador, del
mismo modo que lo hacía el culto imperial, como en la idea de
formar parte de un Imperio que tiene a Roma en su centro.
Las monedas, por lo tanto, sirven en cierta manera para acreditar
la presencia de la institución imperial en Gipuzkoa y para sostener
la difusión de la imagen del princeps. Es igualmente destacable el
hecho de que en un ladrillo encontrado en las termas de Oiasso haya
aparecido el nombre de Marcus Aemilius Lepidus, probablemente el cónsul
del año 6 d.C., y gobernador de la provincia Tarraconense en el año
14 d.C. en el momento de la muerte de Augusto.
Todo ello supone la inserción paulatina del territorio
guipuzcoano en las estructuras del poder imperial romano, que conoce
tanto las instancias del poder imperial como del provincial,
precisamente, porque desde los ámbitos del ejecutivo encuentran
interesantes que los habitantes de la zona sepan quiénes son sus
gobernantes, tanto los más próximos como los más lejanos.
Sin embargo, no existen testimonios directos a día de hoy del
desarrollo político-administrativo de los enclaves locales más allá
de las ya mencionadas citas histórico-literarias a los populi y
civitates de los várdulos y los vascones. No hay constancia de
magistrados municipales, pero tampoco de ciudadanos romanos en el
territorio.
Hemos de suponer que la mera existencia en Gipuzkoa de núcleos
urbanos organizados, si no monumentalizados al estilo romano, buscaría
asegurar las condiciones por las que, además de la participación
en el ejército, la población local podría obtener la ciudadanía
participando en los gobiernos de dichas comunidades.
Dadas las condiciones de la conquista en occidente, en la que los
romanos se encontraron con comunidades relativamente pequeñas en
todo el País Vasco en general y en Gipuzkoa en particular, y
teniendo en cuenta el hecho de que la organización política-administrativa
prerromana no tenía un alto grado de complejidad en comparación
con la situación en oriente, donde las comunidades helenísticas,
que gozaban de una larga tradición política y cívica con la que
los romanos debieron lidiar después de la conquista sufrieron
ajustes más complicados al nuevo escenario imperial, en el caso
guipuzcoano, las comunidades existentes vieron sus sistemas locales
rápidamente absorbidos por el entramado institucional romano.
Los romanos tenían institucionalizadas las formas básicas de
integración individual en las estructuras sociales y jurídicas del
Imperio, que tenían un carácter progresivo y que suponían pasar
por una serie de filtros gracias a los cuales el aspirante a obtener
la ciudadanía plena y a convertirse en romano probaba
suficientemente las cualidades que le convertirían en un miembro
aceptable de la sociedad romana.
Estas condiciones básicas eran tres, la honorabilidad personal
-dignitas-, la lealtad -fides-, y el dinero, la fortuna personal; de
ellas, las dos primeras, de calidad moral, eran las más importantes
ya que probar la honradez del individuo y su lealtad al Imperio
primero y al emperador después era fundamental.
Será a través de esos dos instrumentos como se generará el
sentimiento de pertenencia, por el que después se pasaba a
desarrollar una identidad común. Pero no hay que engañarse, la
autosuficiencia económica, los recursos propios, constituían un
elemento indispensable para convertirse en romano.
Es la epigrafía la que nos ayuda a conocer el grado de integración
política de los habitantes de un territorio conquistado por Roma y,
desafortunadamente, no contamos con testimonios de ello para el caso
de Gipuzkoa. Observando la escasísima onomástica que conservamos
podemos comprobar que ninguno de los individuos que aparecen en las
inscripciones funerarias parece tener los tria nomina, la marca
diferenciadora del ciudadano romano ( 35 ).
Por el contrario tenemos dos con duo nomina, Valerio Belteso en
Andrearriaga (Oiartzun) y Valerio Tiro en Arrasate-Mondragón y otro
con un nomen unicum, un posible Laricius en Zegama. Todos ellos son
indicativos de un proceso de integración en el sistema socio-jurídico
romano y si son representativos de algo es que las dinámicas de
municipalización jurídica no parecen estar muy arraigadas o
extendidas en la zona entre los siglos I y II d.C. Pero la escasez
de datos no nos permite ir más allá en las interpretaciones.
Con estos testimonios resulta bastante difícil conocer la
sociedad guipuzcoana de época romana. Si recurrimos a las noticias
arqueológicas, la cultura material romana recogida en la mayor
parte de los yacimientos encontrados en el territorio muestran
comunidades que se adaptan a los hábitos romanos, de los que han
adoptado los objetos básicos de la vida cotidiana, vajillas,
vidrio, objetos de aseo, etc.
Gracias a todo ello podemos deducir que la población, por lo
menos en los enclaves costeros, se dedicaba a actividades
artesanales, metalúrgicas, comerciales y a la explotación de las
minas. También hay evidencias, escasas, de actividades agrícolas;
junto a ellas, la población recurría a la recolección de frutos,
la caza y la pesca, esta última atestiguada también en los núcleos
del litoral.
El grado de desarrollo que todas estas actividades proporcionaron
a la población local sólo puede ser hipotetizada a la luz de los
estudios de los materiales que van viendo la luz lentamente, aunque
en un futuro, es probable que ulteriores excavaciones arqueológicas
nos ayudarán a comprender mejor los usos sociales en Gipuzkoa en época
romana.
2.3. Al servicio del Imperio romano: la explotación económica
del territorio guipuzcoano.
La redistribución administrativa del territorio tuvo como propósito
mayor “ordenarlo” para otorgarle una posición en el Imperio y
canalizar la explotación de sus recursos de acuerdo a los intereses
de Roma. Las nuevas tendencias económicas de la zona y las
transformaciones derivadas de ellas no son más que el resultado del
servicio de Gipuzkoa a las necesidades comunes del Imperio.
Desde el punto de vista romano, esto no implicaba más que la
puesta en marcha de una serie de instrumentos similares en la mayor
parte de las provincias y ciudades, pero para el caso guipuzcoano
todo ello supuso un cambio en cierto modo, drástico, puesto que la
economía previa de la etapa de la Edad del Hierro no había
alcanzado las cotas de desarrollo que se verían en la época romana
y se centraba en un ámbito mucho más local.
De forma general, una vez terminada la conquista y asentado el
nuevo régimen de Augusto a partir del siglo I a.C., la economía
romana, a escala general, sufrió un cambio sustancial ( 36 ).
En materia monetaria el emperador controlaba estrechamente las
emisiones de moneda en oro y plata, pero dejaba una relativa autonomía
para el bronce al Senado y a las ciudades, sobre todo en Oriente.
La actitud depredadora de Roma, mayoritaria en época republicana
debido al estado continuo de guerra, dio paso a una gestión más
equilibrada de los recursos, aunque situando siempre a Roma en el
centro de todo el sistema. En este contexto de “economía-mundo”
según la célebre expresión de Braudel, hay que entender que desde
un punto de vista tanto ideológico como material, la tierra
representó siempre la fuente principal de la riqueza para la
mentalidad de Roma, ya que era la base de su sistema político y
social.
En torno a ella, la cultura romana construyó un paisaje ideal
que era el agrícola y que en teoría estaba muy alejado de los
bosques y los pantanos, ligados al pastoreo y percibidos como más
primitivos y desconectados del mundo civilizado y urbano.
Es por ello que en el mundo de los romanos la máxima era siempre
la de convertirse en propietario de tierras, es también por ello
que una vez que el Imperio se asentó, se multiplicó el número de
explotaciones agrarias de tamaño grande, mediano y pequeño a lo
largo y ancho de todos los extensos territorios conquistados.
También, debido a las necesidades de aprovisionamiento de la
propia Roma y de las legiones, así como a consecuencia de la
progresiva modificación de los gustos inducida por la paulatina
expansión de la cultura romana, los cultivos mediterráneos fueron
ganando nuevas regiones.
Por otro lado, también hay que señalar que la explotación
minera, fundamentalmente los metales preciosos, la de la plata y el
oro, así como la de las canteras tenían un carácter político, ya
que suponían la materia prima para dos actividades fundamentales
del Imperio, la acuñación de moneda y las grandes obras de
construcción que suponían la expresión del poder y el dominio de
Roma.
Por todo ello, el Estado tendió progresivamente a controlar muy
de cerca ambas actividades. En cuanto a la producción artesanal,
esta se beneficiaba tanto de la distribución de redes locales, que
eran las mayoritarias, como de las grandes rutas mercantiles que se
iban a abrir a partir de este momento cuando la relativa estabilidad
del imperio ofrecía la posibilidad de realizar intercambios
comerciales a lo largo de enormes distancias ( 37 ).
Así las cosas, la unión entre el cambio de mentalidad producido
por la llegada de Roma y la necesidad de adaptación a los intereses
del Imperio impactó fuertemente en el territorio de Gipuzkoa, que
vio reorientadas sus actividades económicas principales.
La forma de ocupación y explotación de la tierra, al modo en el
que se produce en otras regiones occidentales del Imperio, nos es
bastante desconocida, aunque la investigación arqueobotánica ha
realizado aportaciones bastante destacadas en los últimos años, en
relación con la introducción de nuevas plantas y cultivos en el
territorio de Gipuzkoa y un cambio de gustos y formas de consumo
entre la población que están en relación con la presencia romana.
Con respecto a esto último en el entorno de la civitas de Oiasso
han sido localizados restos de aceitunas, ciruelas, higos, guindas y
melocotones, productos todos que pudieron ser importados por vía
comercial en época romana desde la vecina Aquitania ( 38 ).
Más recientemente, el yacimiento de Santa María la Real en
Zarautz es el que mayor información ha aportado al respecto, ya que
los estudios paleobotánicos realizados confirman que en el entorno
de Zarautz existió una importante variedad de cultivos de cereal:
trigos vestidos y desnudos, panizo -que era muy importante en el País
Vasco antes de la introducción del maíz- y, con toda probabilidad,
cebada ( 39 ).
Todo ello nos remite a una agricultura compleja, con cereales que
exigen prácticas agrarias intensas. Hay que tener en cuenta, además,
que es posible que el asentamiento de Zarautz interactuara con el
enclave portuario romano de Getaria conformando un polo económico
en la zona en la que el primero controlaría una importante llanura
litoral con posibilidades agrícolas evidentes y el segundo se
centraría en la actividad marítima.
Prueba de esto último sería el hallazgo en el entorno de
Zarautz Jauregia de un conjunto de enseres relacionados con la pesca
como son pesas de red, agujas para coser redes y restos de otros
recursos marinos ( 40 ).
Todo ello habría contribuido a una evidente dinamización económica
del entorno. De hecho, por la misma zona, en el sector prelitoral,
en Urezberoetako Kanposantu Zaharra (Elkano, Aia) y Urteaga Zahar (Zumaia),
en sendas excavaciones arqueológicas aparecieron indicios de
posibles explotaciones agropecuarias que se remontarían hasta la
Edad del Bronce en el primer caso y del Hierro en ambos ( 41 ).
La evidencia de la continuidad de Urezberoetako Kanposantu
Zaharra durante la Antigüedad Tardía entre los siglos III y V d.C.
como un núcleo de tipo económico de cierta relevancia puede
hacernos pensar que los romanos encontrarían la zona como apropiada
para sus hábitos de puesta en valor de los terrenos con
posibilidades agrícolas.
Teniendo en cuenta lo poco que sabemos todavía, cabe preguntarse
si Roma llegó a aplicar en toda Gipuzkoa su modelo ideológico de
paisaje una vez que se encontró confrontada a la realidad geográfica
de la provincia, en la que abundaban los bosques, las colinas y los
montes, y en la que el pastoreo y la transhumancia durante la Edad
del Hierro habían sido actividades económicas básicas (y lo
continuaron siendo en época romana).
También la recolección de frutos silvestres tales como moras,
avellanas y bellotas, estas últimas citadas por Estrabón como uno
de los alimentos básicos de la dieta de los montañeses del norte
de la Península Ibérica.
Esta situación chocaba, en principio, con la perspectiva romana
( 42 ), en la que el paisaje se representaba como una lucha perpetua
entre el Ser Humano y la Naturaleza, indispensable para progresar y
cuyo fin último era la eliminación de elementos malsanos,
marginales y peligrosos.
El texto de Estrabón que habla con recelo y desdén de los
habitantes de las montañas del norte de Hispania, con nombres
impronunciables como el de los bardyetai -várduloses claro ejemplo
de ello y se inscribe dentro del binomio ideológico
barbarie-civilización, en el que lo no romano se coloca frente a
Roma, que es el exponente de la cultura y la civilización.
Desde esta perspectiva, la puesta en cultivo de las tierras y la
deforestación eran un signo de desarrollo y de progreso que se va a
mantener como tal hasta bien entrado el siglo XVIII.
Si conocemos un cambio en el patrón de gustos y consumos de la
Gipuzkoa romana gracias a las investigaciones arqueológicas
llevadas a cabo en el territorio, podemos también afirmar que,
probablemente, el cambio se extendería a las actividades agrícolas,
pastoriles, cinegéticas y pesqueras ( 43 ).
La existencia de estos datos ayuda a entender el papel de
Gipuzkoa dentro del Imperio desde la perspectiva económica y
contribuye a matizar una idea bastante extendida entre los
investigadores actuales en los últimos años, por la que se
atribuye a Roma, además de un imperialismo militar y político,
también un “imperialismo ecológico”.
El término suele minimizar la existencia de zonas marginales o
la persistencia de situaciones anteriores a la conquista,
produciendo la ilusión de la extensión de un sistema económico
generalizado por todo el Imperio.
Sin embargo, parecería más apropiado considerar el Imperio
romano como un ecosistema en el centro del cual estaba la metrópolis
de Roma, pero cuya principal virtud consistía en generar
innovadores equilibrios regionales, integrando nuevos espacios de la
misma forma aunque con ritmos diferentes.
Tampoco el modelo estrictamente romano resultaba apropiado para
todas las zonas, de hecho los propios romanos eran conscientes de
que muchos de los cambios introducidos por ellos producían
desequilibrios económicos y ecológicos que no les favorecían. La
solución pasaba bien por desistir del paradigma, bien por
mejorarlo, poniendo en valor otros campos de cultivo hasta conseguir
un relativo éxito ( 44 ).
La ausencia de evidencias claras de asentamientos agrarios en el
territorio de Gipuzkoa en época romana no va a poder ser resuelta a
medio plazo más que a través de la arqueología. Nuevas
interpretaciones pueden derivarse de la existencia de depósitos
numismáticos o tesoros que tradicionalmente se han venido
considerando como ocultaciones que provienen de situaciones de
inestabilidad política o social.
En los casos más tardíos, sin embargo, la acumulación de
numerario oculto también podría poner en valor la existencia
cercana, si no de un núcleo, por lo menos de un establecimiento
agrario de un cierto nivel económico, lo cual podría ser
considerado como un indicativo de la posible presencia en el
territorio guipuzcoano de establecimientos agrícolas, si no de gran
tamaño, por lo menos del empaque necesario para contribuir al
desarrollo económico de esta región.
De los intereses romanos, los más destacados en el
aprovechamiento del territorio parecen haber sido la minería y el
comercio. La explotación minera de la Peña de Aia de donde se
extraía galena argentífera, hierro y blenda está directamente
relacionada, además, con el crecimiento del cercano núcleo de
Oiasso y constituye el polo económico más importante del
territorio durante la época altoimperial (ss. I-II d.C.), a tenor
de las excavaciones arqueológicas.
En este enclave, Arditurri era la mina principal en la que se han
encontrado diversas galerías y pozos de ventilación que dan
testimonio de los trabajos de los romanos en la extracción de la
materia prima en Gipuzkoa. Además de esta, en Irun destacan
igualmente los cotos mineros de Meazuri y San Narciso, en los que
también se han localizado galerías de época romana.
El impulso de las minas está, sin duda, detrás del desarrollo
del entorno del Bajo Bidasoa, en la zona de Irun, Hondarribia,
Hendaia, cabo de Higer y Oiartzun donde la presencia romana es la
mejor atestiguada a día de hoy en el territorio de Gipuzkoa. Es
también uno de los puntos clave en el trazado de la Via Maris que
discurre por la costa guipuzcoana, cuyo significado es más económico
que administrativo.
Pero una importancia económica realmente relevante, ya que el
hallazgo del puerto de Oiasso en 1992 vino a confirmar la
envergadura de un enclave que desde los años 60, 70 y 80 había
dado muestras de ser un núcleo privilegiado del asentamiento romano
en el territorio ( 45 ).
Junto a este gran centro de explotación minera se han localizado
en Gipuzkoa otros dos lugares con el mismo fin, Etxola-Erreka (Hernani)
y Garagartza en el macizo del Udalaitz ( 46 ), ambos de tamaño
mucho más modesto; también hay constancia en Eskoriatza de algún
tipo de actividad relacionada con la minería. La relación entre la
explotación minera del territorio y los enclaves costeros fue una
constante en Gipuzkoa, ya que se ha localizado también en Arbiun un
taller metalúrgico que está en relación con las actividades
mineras en la zona y con el puerto o fondeadero de Getaria ( 47 ).
Precisamente aquí, las recientes excavaciones arqueológicas en
Zarautz Jauregia han puesto en valor el lugar como otro destacado
punto de la costa en época romana, que se une así a los de Oiasso,
Pasaia-Lezo ( 48 ), Donostia/San Sebastián, Zarautz y Deba ( 49 ).
Aunque la datación del yacimiento lo sitúa en la Tardoantigüedad,
esto es, a partir del siglo III d.C., no hay que descartar la
posibilidad de que la explotación del lugar pueda retrotraerse a épocas
anteriores, lo cual supondría el establecimiento de una clara
relación entre la explotación minera del territorio y los puertos
en la costa de Gipuzkoa en época romana ( 50 ).
Los puertos y fondeaderos que acabamos de citar se sitúan a lo
largo del litoral cantábrico en una costa de hundimiento reciente,
que discurre paralela a la cordillera cantábrica y que se
caracteriza por la escasa presencia de costas bajas y playas, pero
con cierta abundancia de entrantes, rías y bahías que permiten el
establecimiento de fondeaderos y puertos ( 51 ).
Por esta Via Maris, cuyo alcance medio podría situarse entre
Flaviobriga (Castro Urdiales) y Burdigala (Burdeos), circulaban
embarcaciones que utilizaban tanto navegación en altura como de
cabotaje y que, en lo que respecta a la costa guipuzcoana, los ya
citados enclaves formaban parte de un espacio económico mayor de
carácter atlántico, similar al que podía encontrarse en el
Mediterráneo y que tenía un grado de desarrollo alto; de hecho,
las excavaciones arqueológicas realizadas en los últimos años en
el territorio corroboran la idea de que, además de Oiasso existían
en la costa una serie de núcleos económicos relativamente
potentes, como Getaria o Zarautz, que se corresponderían con lo que
algunos historiadores denominan “ciudades-mercados” del Atlántico.
Todo este espacio, creado a fines del siglo I a.C. tras la
pacificación del territorio por parte de Augusto, alcanzaría su
auge a fines del siglo I d.C., durante el período de la dinastía
flavia (69-96 d.C.), y a lo largo del siglo II d.C., cuando las
explotaciones mineras cercanas al litoral alcanzaron su pleno
rendimiento. De este modo, los lugares antes citados aumentarían de
tamaño e importancia creando mercados locales, comarcales e incluso
regionales.
Así por ejemplo, la influencia de Getaria se aprecia claramente
en el cercano yacimiento de Arbiun, la de Zarautz en Urberoetako
Kanposantu Zaharra (Aia), la de la entrada de Donostia/San Sebastián
en Santiagomendi y el claro impacto del núcleo de Oiasso en toda la
zona del cabo de Higer-Hondarribia y Hendaia.
En todos estos entornos se habrían creado, cuando menos,
mercados e intercambios de carácter local. Hemos de suponer que las
embarcaciones que circulaban por esta parte de la Via Maris en el
litoral guipuzcoano llevaban productos de índole variada. Si los
bronces encontrados en el fondeadero de Higer son una pista, mercancías
de distinto valor atravesaban el Cantábrico, desde productos de
lujo hasta ánforas y diversos contenedores con productos
alimenticios.
En los yacimientos del entorno de la civitas de Oiasso se han
encontrado restos de ánforas destinadas al transporte de aceite,
salazones y vino; de este último también hay constancia en el
material arqueológico encontrado junto a la isla Santa Clara en
Donostia/San Sebastián.
En este sentido, la cerámica localizada en los diferentes
yacimientos del territorio parece ser un indicador de cuáles eran
los flujos comerciales principales que atravesaban el territorio en
época romana.
Al decir de los arqueólogos, la mayor parte de la cerámica
localizada en Gipuzkoa es cerámica común no torneada, de pasta
gris en su mayoría, lo cual sugiere un fuerte componente de
mercados locales, comarcales e incluso regionales ( 52 ).
La terra sigillata, la cerámica roja representativa de la
cultura romana, aunque aparece en distintos lugares guipuzcoanos, lo
hace en mucha menor cantidad. Atendiendo a estos dos elementos
parece confirmarse mediante la cerámica lo que sabemos también
gracias a otros indicadores, es decir que tras la conquista, ya
desde el período tardorrepublicano y durante la etapa
julio-claudia, en la primera mitad del siglo I d.C., la relación
del territorio con el Valle del Ebro siguió siendo muy estrecha.
Prácticamente con la misma cronología y gracias a la presencia
en el yacimiento de Santiagomendi (Astigarraga), en la cuenca del río
Urumea, de cerámica común no torneada de pasta anaranjada pueden
acreditarse relaciones de intercambio hacia el Norte, con Aquitania.
Después de la remodelación del puerto de Burdigala (Burdeos)
por parte de Augusto y el impulso a su papel de centro difusor
comercial del oeste de las Galias, es claro que la comunicación con
el litoral cantábrico se intensificó progresivamente.
Conforme avanzaba el siglo y se instauraba la dinastía flavia a
finales del mismo, y la antonina en el siglo II d.C., el interés
comercial del territorio fue oriéntandose cada vez más hacia el
Norte, hacia Aquitania y de allí hacia el este, hasta Roma.
En los yacimientos en el entorno de Oiasso, y en Santa Maria Real
de Zarautz se constata el intercambio de sigillata y de cerámica de
paredes finas procedente de los yacimientos franceses de Montans y
La Graufesenque, lo que confirmaría lo ya sabido sobre la dirección
de las corrientes comerciales en el período altoimperial.
Puede afirmarse, por lo tanto, que desde época temprana,
tardorrepublicana, las relaciones con Aquitania y con el Valle del
Ebro fueron muy fluidas a través de vías tanto marítimas, como
terrestres y fluviales. A partir del período flavio, a fines del
siglo I d.C. se incrementó en el territorio la presencia de
sigillata hispánica, procedente de alfares riojanos.
Por lo que se refiere a la cerámica común torneada, aparecen
jarras y botellas en los yacimientos de la costa guipuzcoana
procedentes del territorio aquitano, pero también en Eskoriatza y
Aitzorrotz, hacia el Sur, más en el entorno de la vía XXXIV.
Por lo demás, todavía conocemos poco de los intercambios
comerciales dentro del propio territorio de Gipuzkoa, esto es, del
alcance de los mercados locales; sólo futuros trabajos nos podrán
dar a conocer estos flujos.
La presencia de un espacio público, probablemente una plaza en
el yacimiento de Santa María la Real en Zarautz ( 53 ), hace pensar
que el intercambio comercial según el patrón de las
“ciudades-comercio” del litoral cantábrico que hemos citado
anteriormente, es posiblemente aplicable también a los enclaves de
la costa guipuzcoana. No hay que olvidar, sin embargo, que las
estructuras domésticas identificadas en este yacimiento en concreto
parecen destacar que se trata de un espacio ocupado por una
comunidad agropecuaria ( 54 ).
La parte sur del territorio, la más cercana a la vía XXXIV que
discurría ad Asturica Burdigalam atestigua la presencia romana
mediante hallazgos importantes, relacionados con la epigrafía y la
numismática, y, sin embargo, no se han encontrado yacimientos
arqueológicos significativos que puedan llevarnos a hablar con
propiedad de un enclave romano como hoy sí podríamos hacerlo con
respecto a Oiasso, Zarautz o Getaria.
La línea del Alto Deba que transcurre desde Leintz-Gatzaga con
sus salinas, ya explotadas en época romana, Eskoriatza con su
posible coto minero y Arrasate-Mondragón, donde se ha localizado
una inscripción votiva dedicada a un dios local, parecen sugerir la
presencia de un enclave importante en el entorno, del que todavía
no hay constancia arqueológica.
Lo mismo podría decirse de los hallazgos en torno a Zegama, con
una inscripción funeraria destacada, monedas, etc., que permiten
suponer que se trató de una zona de ocupación desarrollada bajo la
influencia de la citada vía XXXIV y que probablemente floreció
gracias a esta, y cuya actividad económica estaría también ligada
a la misma.
Que serían lugares de relativa importancia lo señalan el
destacado valor de los hallazgos, pero la falta de datos arqueológicos
no nos permite ir más allá en la interpretación histórica.
Desde el punto de vista económico la presencia de un posible
coto minero en Eskoriatza y la explotación ya desde la época del
Hierro de las salinas de Leintz-Gatzaga hacen suponer que las
actividades económicas en el sur del territorio eran igualmente
importantes.
Pero a día de hoy, los datos son más escasos que los
proporcionados por el entorno de la Via Maris, aunque es probable
que, con el tiempo, pueda verse que se trataba de una vía de tránsito
económico y comercial, de igual relevancia que la del litoral.
Por lo que se refiere a otro de los factores ligados al comercio,
como es la presencia de monedas, desgraciadamente el número de
estas en el territorio no nos permite hablar a día de hoy de
circulación monetaria con propiedad.
El hallazgo de algunos ejemplares en el espacio guipuzcoano sólo
nos posibilita explicar su presencia a nivel local. Aunque hay
conjuntos y ejemplares dispersos, lo cierto es que su interpretación
en términos económicos es muy difícil. Pueden utilizarse para
confirmar que hay núcleos con un nivel de desarrollo económico
alto, ya que hay que considerar también que algunas de las monedas
encontradas son de gran valor.
En todos los enclaves costeros aparecen monedas y en los ligados
a la vía XXXIV también, aunque en menor número. Sólo un
incremento de los hallazgos podría facilitar su explicación en términos
económicos en el futuro.
( 1 ). Lanz, 2016: 36.
( 2 ). Amela, 2011: 119-128.
( 3 ). Esteban, 2014 denomina a la zona como la “Gran Bahía”
de Getaria.
( 4 ). Abascal, 2010: 127-131.
( 5 ). Michelena, 1956 y Barandiarán, 1973.
( 6 ). Larrañaga, 1998-1999: 111-198.
( 7 ). Torregaray, 2000: 89-116.
( 8 ). Sarasola e Ibáñez, 2009: 453-454.
( 9 ). Iglesias, 2008: 159-170.
( 10 ). Le Roux, 2015.
( 11 ). Amela, 2011: 119-128.
( 12 ). Caes., BG 3.23. Pérez de Laborda, 1997: 848-850.
( 13 ). Amela, 2014.
( 14 ). Nicolet, 1988.
( 15 ). Strab. 3.3.7 y 3.4.12.
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( 19 ). Plinio, NH 3.26 y 4.110.
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( 23 ). Ozcáriz, 2013.
( 24 ). Fernández Palacios, 2004: 445-454.
( 25 ). Alkain, 2012 y Alkain y Urteaga, 2012.
( 26 ). Plut. Mar. 43. Garcia Moreno 1988: 173-182. Este autor se
opone a la identificación de los com- ponentes de la guardia de
Mario con los várdulos.
( 27 ). Suet., Aug. 49.
( 28 ). Tac., Hist. 4.33.
( 29 ). San Vicente, 2009: 993-101.
( 30 ). Bowman, 1994.
( 31 ). CIL VI, 1643.
( 32 ). Sobre la adscripción várdula o vascona de Oiasso, vid.
Amela, 2013.
( 33 ). Alkain y Urteaga, 2012: 7-15.
( 34 ). Esteban, 1990.
( 35 ). Praenomen, nomen y cognomen.
( 36 ). Briand-Ponsard y Hurlet, 2014: 113.
( 37 ). Armani y Traina, 2015: 227-236.
( 38 ). Peña, 1996: 131-132.
( 39 ). Ruiz y Zapata, 2009: 146-149.
( 40 ). Esteban, 2014: 106-107.
( 41 ). Esteban, 2014: 105-106.
( 42 ). Armani y Traina, 2015: 227-236
( 43 ). Castaños, 1997, Iriarte, 1997 y Peña y Zapata, 1997.
( 44 ). Armani y Traina, 2015: 227-236.
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