Figurillas de encapuchados hispanorromanos: Definición, clasificación e interpretación.

Hooded Figures in Hispania: Definition, Classification and Interpretation.

Javier Salido Domínguez - Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma-CSIC

Mariano Rodríguez Ceballos - Universidad de Alcalá.

Archivo Español de Arqueología 2015, 88, págs. 105-125.

ISSN: 0066 6742 doi: 10.3989/aespa.088.015.006.

Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de una licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC-by 4.0).


 

RESUMEN.

Las figurillas de encapuchados o cucullati fueron frecuentes en el mundo romano. El característico cucullus fue usado tanto por hombres de baja consideración social como por personas pudientes que deseaban no ser reconocidos; y con esta capucha y manto-capucha, dotados de un significado especial, fueron también representados genii, seres divinos y otras pequeñas divinidades, así como figuraciones que servían como ahuyentadores de espíritus y símbolos protectores. 

En el ámbito de la antigua Hispania estas representaciones han pasado bastante desapercibidas, lo que obedece a un problema de publicación más que de una ausencia en el registro arqueológico.

La revisión historiográfica de las esculturillas de cucullati de terracota y bronce, documentadas hasta el momento en la Península Ibérica, nos permite analizar su procedencia, características técnicas, aportando hipótesis sobre su significado en su contexto arqueológico.



SUMMARY.


Representations of hooded individuals or cucullati were frequent in the Roman world. The characteristic cucullus was worn by both male individuals of a low social rank and patricians who wore hoods to avoid being recognised; also divine beings known as genii and other divinities were represented with a hood and cloak-hood, in this case with a special meaning. When studying ancient Hispania, such representations have often gone unobserved due to publication problems rather than to their absence in the archaeological record.

A historiographic review of terracotta and bronze figurines or small sculptures of cucullati documented so far in the Iberian Peninsula has made it possible to analyse their origin, character, and the materials used in their manufacturing, in such a way that new knowledge is gained from a context-based analysis.



1.
REPRESENTACIONES DE CUCULLATI EN EL MUNDO ROMANO: POSIBILIDADES INTERPRETATIVAS.


Los cucullati ( 1 ) o encapuchados están perfectamente definidos por el uso de una indumentaria o vestimenta específica. Su denominación procede del término latino cucullus y de sus sinónimos cuculla, cucullio y cuculio, derivados a su vez, posiblemente de cullus, culleus, culeus, culeum, es decir, "saco de cuero" (Kerényi 1933: 7).

Este término se refiere a la capucha, generalmente redondeada, que cubría la cabeza de su portador, dejando entrever la cara; también se emplea frecuentemente para indicar el manto talar, mencionado en las fuentes clásicas como sagis cucullis, es decir, "sayo con capucha" (Col. 1, 8, 9; 11, 1, 21; Deonna 1955: 18-22; Deyts 1985) o como "abrigos de cuero con capucha" (Pall. 1, 43, 4).

Otras prendas como la paenula y la lacerna podían también contar con cucullus (Reinach 1896: 1578). La diferencia con respecto al gorro picudo, el pileus y sus variantes, estriba fundamentalmente en que estos últimos tapaban solamente la parte superior de la cabeza, mientras que el cucullus la oculta por completo, dejando solo visible el rostro (Mart. 5, 14, 6; 11, 98, 10). El origen de esta vestimenta puede derivar de la conocida diphtera griega, un chiton o túnica dotada de gorro (Deonna 1955: 16).


( 1 ) Las abreviaturas de las fuentes clásicas se adaptan a las normas del Greek-English Lexicon (Liddell-Scott) y el Oxford Latin Dictionary (ed. Glare). 


El cucullus fue muy utilizado dada su versatilidad y practicidad para evitar las inclemencias climatológicas, siendo muy útil para combatir tanto las temperaturas frías como para evitar los efectos nocivos del sol (Dieterich 1897: 171; Besques 1972: 304).

Este hábito distinguía a su portador, muy extendido entre la plebe y gente de condición humilde (cucullus vulgaris), trabajadores del campo (Pall. 1, 43, 4; Cato. Agr. 2, 2; Col. 1, 8, 9; 11, 1, 21; Juv. 3, 170; Codex Theodosianus 14, 10, 1; Augenti 2008: figs. 25, 33, 35, 50, 68, 70; Eastman 2001: 184, lám. 4; Besques 1972: E 453 y E 474), los arrieros (cucullus mulionicus) (Hist.Aug. Heliog. 31), así como viajeros y peregrinos que surcaban los caminos (cucullus viatorius) (Hist.Aug. Ver. 4, 6; Chevallier 1988: 43; CIL IX, 2689; fresco conservado en Tréveris, Rheinische Landesmuseum; Boutantin 2014: 312-313), comerciantes, soldados y gentes de otra condición, como comediantes, actores y malabaristas (cf. Deonna 1955: 11-12; Bailey 2008: nº 3539; Besques 1972: D 4393) y es también propio de participantes en cacerías (cf. Loza 2010: 90). 

Sabemos de su uso ocasional por parte de personajes de clase social alta para ocultar o encubrir su rostro en situaciones incómodas como la frecuentación de prostíbulos, tabernas vulgares y otros lugares de mala fama o, simplemente, para no ser reconocidos (Cic. Phil. 2, 31; Giov. Sat. 6, 117- 118; Sid. Apol. Ep. 7, 16, 2; His. Aug. Ver. 4, 6; Hist. Aug. Heliog. 32, 9).

Las representaciones de cucullati o encapuchados tuvieron una gran difusión en Italia donde se han localizado posiblemente las más antiguas (Gori 1757; Oppenheim 1931: 157; Deonna 1955: 15, n. 1; D’Ambrosio y Borriello 1990; Calvi 2004) y en el resto de provincias del Imperio, con gran profusión en la Gallia y Germania (Hettner 1901; Egger 1932: 313; Gonzenbach 1995; Vertet 1960; André 1963; Wightmann 1970; Amand 1971; Rouvier-Jeanlin 1972; Rabeisen y Vertet 1986; Deyts 1993; Bémont et alii 1993; Eveillard 1995; Romeuf 2000: 99-101) o Britannia (Toynbee 1957; O’Neil y Toynbee 1958; Manning 1971) y, en menor medida, en Noricum (Jantsch 1934; Vetters 1948; Kenner 1976) y Egipto (Deonna 1955: 14; Dunand 1990: nº 770; Boutantin 2014: figs. 193-195, 244 y 249, lám. X, fig. 2; Bailey 2008: nº 3778 y 3779). 

Fabricadas principalmente en terracota (Rühfel 1994: 876), pudieron realizarse también en bronce, mármol, alabastro e incluso ámbar, siendo este último material reservado para amuletos o colgantes (Calvi 2004: 175). 

No podemos tampoco olvidar el empleo de materiales perecederos para su elaboración, como la madera. Aunque no se han conservado figurillas de cucullati, nos consta su uso para la elaboración de otras representaciones votivas descubiertas en santuarios galorromanos (Deyts 1985; Romeuf 2000).

El significado de los cucullati localizados es variado, aunque indudablemente sus portadores vienen a representar una naturaleza diferente del resto de ciudadanos al ocultar su rostro o aparecer con la cabeza velada. 

Fue la indumentaria típica de los neonatos e infantes (Walters 1903: B 61, C 722; Brants 1913: lám. IX; Grandjouan 1961: 19, nº 435-461; Besques 1972: D 195, D 881, D 1296; Rouvier-Jeanlin 1972: nº 604-623; Leyenaar-Plaisier 1979: 113-117; D´Ambrosio 1992-1993: 180; Dunand 1990: nº 770; Burn y Higgins 2001: 2784), así como de los niños de clase social baja (Reinach 1896: 1579; Deonna 1955: 132, fig. 45). 

Esta capucha presenta, además, diversas connotaciones, de modo que fue utilizada en ceremonias de culto, para aproximarse a los dioses y en los diferentes "ritos de paso", como el tránsito al mundo de los muertos, el casamiento, el duelo o en otras celebraciones como el sacrificio, durante las oblaciones, etc. (Deonna 1955: 17, 24-25). 

Constituyó la vestimenta característica de los fieles y adorantes (Gonzenbach 1995: 143-144, láms. 55,1 y 125), así como de los sacerdotes (Deonna 1955: 26-27) e, incluso, de sus asistentes (camilli) (Rouvier-Jeanlin 1972: 68-69 y 247 ss, nº 604-624). 

Igualmente se relaciona el cucullus con la noche, momento adecuado para los seres sobrenaturales, invisibles en la oscuridad, tanto en la vida terrestre como después de la muerte, a través de las tumbas (Deonna 1955: 29).

También vestían esta prenda divinidades de menor rango, como los genios. Los genii cucullati, difíciles de definir con precisión, se han considerado tradicionalmente originarios del ámbito céltico, porque se localizaron en provincias como Britannia, Gallia, Germania y en las regiones danubianas (Egger 1932: 323; Deonna 1955: 60). 

Se trata de deidades menores bondadosas que vestían el cucullus dotadas de un valor apotropaico para su portador, al que protegen contra el mal (Egger 1948: 90 y ss.; Bulle 1943: 155). 

Como consecuencia de ello, inundaban la vida cotidiana de los ciudadanos, siendo muy extendido su culto principalmente en el ámbito familiar, incluso representados en objetos de uso cotidiano, como lucernas y recipientes (Loeschcke 1919: 157-160; Bailey 1988: Q 3265) y en espacios funerarios (Deonna 1955: 102, 106 y 133). 

No obstante, aunque se suelen hallar en ambientes privados domésticos (D’Ambrosio 1992- 1993: 189), es cierto que en el santuario de Wabelsdorf en Carinzia se localizaron dos dedicaciones al Genius Cucullatus datadas en la segunda mitad del siglo II d.C. (Vetters 1948; ILLPRON 701 y 702).

Aparecen simbolizados como divinidades individuales, aunque en Britannia se representan también en triadas (Green 2003: 185-187). 

Numerosas figuraciones de cucullati se muestran con atributos fálicos (Heichelheim 1935: nº 14-16), de modo que algunos incluso son verdaderos falos antropomorfos, quizás con un fin protector del miembro viril (Deyts 1993; Eveillard 1995: 144-145). 

Como deidades de la fertilidad y la fecundidad, se consideraban también ánimas que otorgaban la vida y protegían a los niños y neonatos; en cambio, en el plano funerario, el cucullus recuerda el sudario con que se cubre a los fallecidos cuando son acompañados en su último viaje (Kerényi 1933: 156; Egger 1948: 105; Deonna 1956: 495). 

En opinión de varios especialistas, el genius cucullatus representa al fallecido, con aspecto de impúber, que tiene la intención de vivir en un nuevo cuerpo (De Vries 1963; Calvetti 2000: 722). De hecho, es frecuente su colocación en las tumbas (Deonna 1955: 64). 

Además de los genii cucullati, existen numerosas deidades, que también aparecen encapuchadas, como Mercurio, Harpócrates y Príapo (Cf. Deonna 1955: 69 y ss.; Dunand 1990; Boutantin 2014). 

La similitud de los genii con otra divinidad menor, el Telesforo de Pérgamo, se debe muy posiblemente a su supuesto origen céltico común (Egger 1932: 311-323; Bulle 1943: 154). Estrechamente vinculado al mundo terrenal y el funerario, Telesforo es el dios niño encapuchado de la vida y de la muerte que representa a uno de los dioses de la fertilidad y la regeneración (Güntert 1919). 

Aunque ofrece otras protecciones, una de las más consideradas es la funeraria, que tutela el sueño y la muerte, además de la salutífera (Arist. Disc. Sagr. 4, 46; 5, 4; 5, 22-24; 11, 10; Deonna 1955: 38-58; D’Ambrosio 1992-1993: 185-186; Calvi 2004: 175). 

Se representa con cucullus y manto talar; en ocasiones aparece con atributos como una capsa o caja para guardar medicamentos, vendajes o recetarios en libros (volumina) y papiros enrollados (scrinia) (Roscher 1884: 313; Perea 1997). 



2.
EL ESTUDIO DE LOS CUCULLATI DE ÉPOCA ROMANA: ESTADO DE LA INVESTIGACIÓN.

Las referencias a cucullati son frecuentes en la bibliografía de la segunda mitad del siglo xx y ha recibido un mayor interés en las últimas décadas. Además de los trabajos clásicos de Egger (1932; 1948), Kerényi (1933), Noll (1953) y Deonna (1955; 1955b; 1956; 1956b), en los últimos años han ido apareciendo testimonios mejor contextualizados desde el punto de vista arqueológico, en regiones como la Gallia o Britannia, además de Noricum o ciudades como Atenas o Smyrne. 

Se han publicado análisis generales dedicados al estudio de conjunto de estas figuraciones, como las contribuciones de Calvetti (2000), D’Ambrosio (1992-1993) o Rühfel (1994), aunque no llegan a constituir una obra de referencia al estilo de la monografía de Deonna (1955), del que retoman numerosas ideas e hipótesis. 

Sería necesario, en este sentido, abordar un trabajo de conjunto sobre todas las piezas localizadas, que proponga una tipología en función del significado de tales representaciones. 

Por lo que se refiere a la Península Ibérica, magníficos trabajos de carácter general como el de Deonna (1955: 15 y 26) mencionan someramente la existencia de cucullati en Hispania, aunque no cita el estudio previo de Taracena (1932). 

En los últimos años, su análisis ha experimentado un avance considerable desde aquellos de referencia (Taracena 1932; Wattenberg 1963), a partir de hallazgos aislados como el de Las Quintanas (Langa de Duero, Burgos) (Taracena 1932: 56-57, fig. 12; Barril 2005: 369; Alfayé 2009: 370, 372, figs. 206-208 y 214; 2011: 53), Castrillo de La Reina (Burgos) (Esparza 1988: 134-136, lám. V; Sopeña 1995: 67-68, fig. 7; Alfayé 2009: 370; 2011: 53), Cádiz (Lamo Salinas 1983-1984; Vaquerizo 2004: 34, 142, n. 263, 176, n. 371, lám. XIV; Alfayé 2011: 57), Vareia (Logroño) (Bastida y Heras 1988: 29-30; Espinosa et alii 1994: 258, fig. 103; 268-269; Montero 1994: 268-269; Alfayé 2011: 53-54), Valfondo I (Tarazona, Zaragoza) (Marco 1989; Alfayé 2011: 56), Astorga (VV. AA. 1995: 283; Alfayé 2011: 56), Pollentia (Perea Yebenes 1997; Alfayé 2011: 56), Asturica Augusta (VV. AA. 1995: 283; Alfayé 2011: 56), o estudios de colecciones depositadas en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (Gijón 2004) o en el Museo de Burgos (Alfayé 2011: 54; Rodríguez y Salido, 2016). 

El trabajo recientemente publicado por Bolla (2010: 67, n.113) informa sobre la presencia de escasos cucullati en ámbito hispano y hace mención a un solo ejemplar cordobés que, dado el estado fragmentario de la pieza, no parece corresponder a un encapuchado (Vaquerizo 2004: 130-132). Mucho más completas y detalladas son las dos monografías de Alfayé (2009: 370-371; 2011: 50-58) que recogen un gran número de ejemplares documentados en Hispania, con especial atención a la Céltica y con indicación de algunos paralelos en el resto de la geografía peninsular. 

En esta contribución, queremos plantear un estudio general de las representaciones de encapuchados correspondientes a figurillas de terracota y bronce. Del amplio repertorio dado a conocer por Alfayé (2011: 50-58), que analizaba 13 piezas (Castrillo de la Reina, Quintanas, cinco piezas de Clunia, Vareia, Cádiz, Asturica Augusta, Tarazona, Pollentia, Castellar de Santiesteban), nosotros añadimos en este trabajo el análisis de conjunto de 21 piezas más no incluidas en sus trabajos. 

Así pues, damos a conocer las terracotas con cucullus inéditas de Valentia y Ciella (Valdeande, Burgos), el conjunto completo de 10 figuras localizadas en Clunia, de los que Alfayé (2009: 371; 2011: 52 y 54) da noticia de cinco, e incluimos en el estudio otros cucullati ya publicados, pero no incluidos en los trabajos indicados, como el conjunto más numeroso de Hispania, localizado en Augusta Emerita, que analizaremos de manera integral.

De igual modo, exponemos nuestras dudas sobre la interpretación como encapuchados de determinadas piezas. El estado fragmentario de las figurillas, en algunos casos, nos impide confirmar su carácter y, por tanto, no las incluiremos en el análisis general de cucullati. 

Nos referimos, entre otras, a la figura de terracota del siglo II d.C. localizada en la necrópolis nororiental de Corduba (Botella 1998: 35; Vaquerizo 2004: 130-132, 244-245, láms. CXXVIII-CXXIX). Vaquerizo (2004: 130; 245) no ve resto alguno de capucha, mientras que Alfayé (2011: 57) ha planteado su interpretación como un posible cucullatus. 

Sin poder determinar la existencia de la capucha, pues la pieza no conserva la cabeza, relegaremos su estudio de nuestro análisis general. Tampoco la terracota aparecida en El Majuelo (Almúñecar, Granada) conserva la cabeza (Molina y Joyanes 1984: 251, lámina 3.7), de modo que cuestionamos la hipótesis que plantea su interpretación como encapuchado (Espinosa et alii 1994: 248, nota 128).

En otros casos, es la propia iconografía la que nos hace dudar de su interpretación como encapuchados. Es el caso de la figura localizada en Sagunto, que Chabret (1888: II, 230, fig. 45) define como "un penate con cucullus en la cabeza y lepus en la mano izquierda". 

Estamos de acuerdo con la afirmación de Arasa i Gil (2008: 443) que interpreta la pieza como un Atis por la presencia del pedum y un animal que recuerdan más a la imagen de un pastor. También se han localizado piezas que no muestran rasgos que permitan identificarlas como cucullati, como la terracota depositada en el Museo de Alcoy, aunque algunos autores lo han identificado como tal (Fernández Díaz 1998: 184, lám. 3).

De igual modo, ofrece serias dudas sobre su datación e interpretación la figurilla cónica de barro hallada en el yacimiento de Las Cogotas o Mesa de Miranda, que posiblemente procede de niveles prerromanos (Alfayé 2011: 55). 

También en este periodo se adscribe la terracota localizada en la calle F de Numancia (Wattenberg 1963: 42, 170, nº 455, lám. XII, fig. 2; Romero Carnicero 1976: 77, 147, fig. 43), que pudo corresponder a una sacerdotisa o diosa celtibérica (Alfayé 2009: 369-370, fig. 203; 2011: 51, fig. 20). 

Dada la cronología prerromana de las piezas, tampoco incluiremos el análisis de exvotos ibéricos.

Resulta muy dudoso también el bronce aparecido en Paredes de Nava (Palencia) que, aunque Alfayé (2011: 56) interpreta como un posible cucullatus, por la descripción que disponemos de la pieza (Marco 2010: 19) y la ausencia de más datos sobre esta estatuilla actualmente desaparecida, preferimos dejarla al margen del catálogo.



3.1.
Las representaciones de cucullati en Hispania: catálogo y contexto arqueológico.


Presentamos a continuación un catálogo de las 34 figurillas de terracota y bronce de cucullati romanos localizadas en las provincias hispanas, clasificadas de acuerdo con su tipología formal, con el fin de aportar algunas apreciaciones sobre su significado a partir del contexto arqueológico, que conocemos para algunas de ellas (Figs. 1 y 2).






Figura 1. Mapa de dispersión de las representaciones de cucullati en Hispania.





3.1.
¿Estatuas de culto?, ¿figurillas mágicas?: múltiples posibilidades interpretativas.


La antigüedad de las excavaciones nos impide reconocer el lugar exacto de donde proceden dos figurillas de encapuchados descubiertas en varios yacimientos de la provincia de Burgos. De "La Llana", en Castrillo de La Reina (Burgos), proviene una figurilla antropomorfa de barro con el rostro ovalado ligeramente esbozado, completamente vestido con una ancha paenula, decorada con impresiones de seis círculos de fondo plano, distribuidos en forma de cruz (Esparza 1984: 134-136, lám. V; Sopeña 1995, 67-68; Alfayé 2009: 370; 2011: 53) (Fig. 2, nº 1 y fig. 3).





Figura 2. Tabla descriptiva de las representaciones de cucullati en Hispania.





Figura 3. Encapuchado del yacimiento de "La Llana", en Castrillo de La Reina (Burgos). Fuente: Esparza 1988, lám. 5.

La cronología de la pieza, hoy en día desaparecida, es muy controvertida, pues Esparza (1988: 134-136) la fecha en el siglo iv a.C., datación que ha sido cuestionada recientemente por Alfayé (2009: 370; 2011: 53) quien plantea una cronología altoimperial por comparación estilística con otras piezas de época romana.

Una figurilla de terracota con una decoración similar fue localizada en el yacimiento de Las Quintanas en Langa de Duero (Burgos) (Taracena Aguirre 1932: 56-57, fig. 12; Sopeña 1995: 67; Alfayé 2009: 370- 372; 2011: 53-54) (Fig. 2, nº 2 y fig. 4). En opinión de Taracena (1932: 56-57, fig. 12), esta esculturilla de 5,5 cm de altura podría fecharse entre los siglos II-I a. C., aunque Alfayé (2011: 54) sugiere su datación altoimperial.

No parece que ninguna de las dos figurillas fuera realizada para ser colgada, pues no presentan orificios; tampoco aparecen huecas en su interior. Estamos de acuerdo con Alfayé en la dificultad para explicar su significado concreto al desconocer su contexto general (2009: 369-371; 2011: 97-98, 118-120). 

Localizadas en regiones de la Céltica peninsular, pueden comprenderse bajo la perspectiva del sustrato indígena precedente, habiendo planteado Alfayé su vinculación con la práctica del culto (2009: 369-371, 375; 2011: 92, 97-98, 113, 118-120). 

Dada la ausencia de datos de su contexto arqueológico, ni podemos confirmar su datación altoimperial ni precisar su interpretación. Respecto a la cronología, debemos decir que mientras que el parecido formal de la pieza de "La Llana" en Castrillo de La Reina con los cucullati aparecidos en contextos altoimperiales, permite suponer una fabricación coetánea de ésta, la pieza de Las Quintanas, mucho más tosca en la elaboración y de estilo diferente, ofrece más dudas. 

En cuanto a su significado e interpretación, quizás la influencia "indígena" es mayor en este tipo de representaciones, pero no cabe duda de que son diferentes desde el punto de vista formal y utilitario de las figurillas que a continuación analizamos.



Figura 4.
Cucullatus de Las Quintanas (Langa de Duero, Burgos). Fuente: Taracena 1932 56-57, fig. 12.




3.2.
¿Tintinnabula en forma de cucullati?, ¿ahuyentadores de espíritus y elementos de protección?.

En otra categoría, podemos agrupar las figurillas antropomorfas realizadas en terracota, procedentes de Clunia, Vareia (Logroño) y Cádiz, ya incluidas en el estudio de Alfayé (2009: 54-57), a las que debemos sumar la amplia nómina de Augusta Emerita, cinco piezas más de Clunia y dos más, inéditas, localizadas en Valentia y Ciella (Valdeande, Burgos).

De la ciudad romana de Clunia (Burgos), proceden diez cucullati de época altoimperial, de los que hasta el momento sólo se habían dado a conocer cinco de ellos expuestos en el Museo de Burgos (Alfayé 2009: 371; 2011: 54, fig. 23), sin indicación del lugar de aparición, medidas o características formales y técnicas concretas. 

La mayoría de estas piezas de terracota fueron descubiertas por Taracena entre los años 1932 y 1935 en diferentes estancias de la Casa nº 1 y en varios negocios de la ciudad ( 2 ). 

Una figura más apareció durante una intervención de urgencia realizada en el año 2002 en el teatro. En un estudio reciente ( 3 ), hemos podido diferenciar tres subtipos de cucullati (Rodríguez y Salido, 2016). 


( 2 ) Si consideramos como tales las estancias subterráneas que no presentan comunicación directa con la denominada Casa nº 1 y se asocian al posible foro conocido por fotografías aéreas (Del Olmo 2001: 6-9). 

( 3 ) Agradecemos a Marta Negro Cobo, directora del Museo de Burgos, las facilidades que en todo momento nos ha prestado para llevar a cabo, en diferentes ocasiones, la autopsia de estas figurillas. 


En el subtipo A de Clunia, se pueden agrupar seis figuras de terracota (Fig. 2 y fig. 5, nº 18-23), que conservan la parte superior y en las que se puede reconocer perfectamente representaciones masculinas vestidas con un manto liso o paenula y que cubren su cabeza con una capucha o cucullus. 

El rostro, de rasgos formalmente pueriles o infantiles, muestra el óvalo de la cara, los ojos circulares en relieve bajo unas cejas incisas y la nariz ancha y, a continuación, una tenue boca marcada por una ligera hendidura horizontal que esboza una sonrisa y una barbilla marcada. 

Las dimensiones y similitudes tanto de la capucha (en torno a 2 cm de altura), de la faz (con medidas aproximadas de 2 cm de altura y 1,5 cm de anchura) como de la paenula nos llevan a plantear que fueron realizadas con un mismo molde. De confirmarse esta teoría, la pieza descubierta en el teatro (Fig. 2, nº 22), podría haber pertenecido al mismo grupo.

Los orificios practicados en sendos laterales son también característicos de este tipo de esculturas. Estas perforaciones, tanto las situadas en la parte inferior del cucullus (Fig. 2 y fig. 5, nº 18 y 19) como en la zona superior del mismo (Fig. 2 y fig. 5, nº 20-22) servirían para atravesar un cordón que permite colgar la pieza. El hecho de que, además, el cuerpo esté hueco en su parte interior, debajo de la paenula o manto, que tiene forma de tendencia acampanada, nos informa, sobre su uso como posibles tintinnabula, como ya definió Blázquez para el aparecido en Mérida (1984-1985: 331-335).

Aunque algunas no conservan la parte inferior de las piezas, su parecido con las piezas nº 24 y 25, que cuentan con similares perforaciones, nos permiten plantear que, al igual que ellas, debían contar con dichos agujeros para suspender las piernas.

El subtipo B de Clunia comprende las representaciones que conservan el cuerpo vestido con paenula, aunque se ha perdido la cabeza y el característico cucullus (Fig. 2 y fig. 6, nº 24-26).

La caída del manto y la decoración, especialmente visible en las figuras nº 24 y 25, son diferentes a las del subtipo precedente. Al igual que las anteriores, también se hallan huecas en su interior, aunque prácticamente sólo nos ofrecen información de la vestimenta que cubre todo el cuerpo, desde el cuello a los tobillos sin abertura para los brazos que quedan albergados en el interior del mismo.

Las dos piezas mejor conservadas (nº 24 y 25) presentan la misma decoración y unas dimensiones parecidas, lo que nos lleva a pensar que fueron realizadas con el mismo molde. Conservan en los laterales, en la parte inferior, unas perforaciones que permitían sostener las piernas. Desconocemos si, al igual que en el primer tipo cluniense, contaban con orificios en la parte superior que permitía colgarlas.

La última variante de figurillas de Clunia (subgrupo C) está constituida por una única pieza (Fig. 2, nº 27 y fig. 7) que, aunque similar en cuanto a su posible significado y función respecto a las anteriores, difiere en sus aspectos formales, muy posiblemente realizada con técnicas de fabricación distintas (Alfayé 2011: 54, fig. 23). 

 


Figura 5. Cucullati procedentes de Clunia (Burgos), subtipo 1, con indicación del número de pieza.









Figura 6.
Cucullati de la ciudad romana de Clunia (Burgos), subtipo 2, con indicación del número de pieza.







Figura 7.
Cucullatus procedente de Clunia (Burgos), subtipo 3, pieza nº 27.






Figura 8.
Figurilla localizada en Ciella (Burgos).


Aunque resulta difícil determinar el contexto exacto de las piezas halladas y, por tanto, su función, muy posiblemente las que tienen apariencia de encapuchados, pudieron servir como ahuyentadores de malos espíritus. 

No sería irrazonable pensar que representaran a los conocidos genii cucullati que, en relación con las Matres, son divinidades menores de la fertilidad y de la fecundidad, agraria y, del mismo modo, que propagaban la vida, eran símbolos de protección, como detallaremos más adelante.

A poco más de diez kilómetros de distancia de Clunia, localizamos la villa de Ciella, en clara relación con la capital conventual. Aunque no se ha procedido nada más que a una excavación de urgencia, mínimamente publicada (García de Figuerola: 1989: 523-526), los materiales arqueológicos, principalmente epigráfico, numismático, cerámico y vítreo, han llegado hasta nosotros a partir de hallazgos casuales. Entre ellos destaca un fragmento de encapuchado muy semejante a los clunienses del subtipo

A que conserva la cabeza completa hasta el cuello, habiéndose perdido el manto en su totalidad4 (Fig. 2, nº 30 y fig. 8). Esta figura, de 3,3 cm de altura por 2,3 cm de ancho con un óvalo para el rostro de 2 x 1,4 cm, conserva perforaciones a ambos lados de la cara. 

Tanto su morfología como los detalles faciales, con ojos circulares, nariz ancha y rasgos infantiles, permiten identificarla como un ejemplo más del taller cluniense y encuadrarla cronológicamente, al igual que ellas, en el periodo altoimperial.


( 4 ) La pieza fue localizada en el entorno de la villa y una necrópolis próxima, por un vecino de Valdeante que la depositó en el Aula Arqueológica de la población en el año 2002. Agradecemos a Eduardo Vicario las facilidades prestadas para realizar el estudio de la pieza. 


Más al este, también se han localizado representaciones de cucullati, como la figurilla aparecida en Vareia (Logroño), de 12 cm de altura y 5 cm anchura, que no se ha podido datar con precisión (Fig. 2, nº 29 y fig. 9). 

Fue localizada por Galve y Andrés en el interior de una domus, concretamente en la habitación nº 5. Realizada en terracota hueca, viste un manto que cubre todo el cuerpo, incluida la cabeza, dejando únicamente a la vista el óvalo de la cara (Bastida y Heras 1988: 29-30; Espinosa et alii 1994: 258, fig. 103; 268-269; Montero 1994: 268-269; Alfayé 2011: 53-54).

Presenta cuatro perforaciones, dos que atraviesan el tocado y otras dos en los laterales, a la altura de los hombros, lo que nos informa sobre su uso para ser colgada, quizás como posible tintinnabulum. 

Aunque interpretada como divinidad femenina por Bastida y Heras (1988: 29-30), la iconografía cercana a otras representaciones hispanas y extrapeninsulares nos invita a pensar que estamos ante un genius cucullatus, como ya resaltaron Espinosa et alii (1994: 258, fig. 103; 268-269) y Montero (1994: 268-269). 

La figura procedente de la tumba infantil de inhumación nº 35 descubierta en Cádiz, fechada en la primera mitad del siglo i d.C., simboliza a un personaje masculino, vestido con un grueso manto liso y un cucullus (Lamo Salinas 1983-1984: 68-69) (Fig. 2, nº 17 y fig. 10) (Museo de Cádiz, nº inv. CE12041).

El cuerpo, cuyas formas se ocultan completamente bajo la vestimenta, es hueco y tiene forma acampanada. La pieza fue realizada a molde y presenta, en la parte inferior, dos orificios practicados antes de su cocción, que debieron servir para sujetar las piernas, que también fueron localizadas durante la excavación (Lamo Salinas 1983-1984: fig. 3, lám. 4). 

Vaquerizo (2004: 34, 142, nota 263, 176, nota 371, lám. XIV) identifica esta figura como una terracota articulada, sugiriendo su posible uso como juguete e incluso como marioneta, hipótesis mantenida por Alfayé (2011: 57).

De la capital lusitana, Augusta Emerita, procede el conjunto más numeroso de cucullati encontrados en Hispania que, sin embargo, ha pasado desapercibido en algunos trabajos generales sobre la cuestión (Alfayé 2009: 370; 2011: 53). Estas figurillas, depositadas en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, se han fechado a partir del siglo II d.C. (Gijón Gabriel 2004: 184-188).

De la colección, siete piezas (Fig. 2, nº 3-9) ( 5 ) presentan la particularidad de que son huecas y conservan los orificios laterales, por donde se sujetarían brazos y piernas. 


( 5 ) Corresponden correlativamente al nº inv. 28630, 28631, 18073, 18074, 18075, 10210 y 16801, del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. 


De entre éstas, la más particular (Fig. 2, nº 3 y fig. 11) tiene una altura de 8,8 cm y 4,5 cm de anchura (nº inv. 28.630) y se ha podido fechar a mediados del siglo ii d.C. Se trata de un tintinnabulum (Blázquez 1984-1985: 331-335), que representa a una figura masculina de rasgos grotescos (Blázquez 1984-1985: 331-335; Gijón 1988: fig. 6; Gijón 2004: 48 —con error del nº inv.—, 206-207, nº 354; Nogales 2000a: 58-59, lám. XXIV A). 

La pieza está constituida por el cuerpo y la cabeza en hueco, las extremidades inferiores y dos apéndices superiores macizos. Conserva las dos piernas articuladas por separado, que penden del interior de la figura y actúan a manera de sonaja en la caja cónica hueca del cuerpo y cabeza, lo que producía el deseado efecto sonoro. 

 



Figura 9.
Encapuchado procedente de Logroño. Fuente: Bastida y Heras, 1988: 29-30.







Figura 10.
Cucullatus de la tumba infantil de Cádiz. Fuente: Lamo Salinas 1983-1984 (con modificaciones).


A ambos lados de la cabeza se sitúan dos apéndices colgantes en forma de órgano genital masculino, interpretadas como elementos fálicos. En la parte inferior se conserva la inscripción incisa en caracteres capitales (Tydides) que posiblemente hace referencia a su propietario ( 6 ).

Las piezas nº 5, 6 y 7 no conservan la testa, pero presentan una vestimenta muy similar a la pieza nº 16, con una paenula lisa abierta por delante. Tampoco las nº 8 y 9 conservan la cabeza, pero se percibe que el cucullus cae sobre la espalda, de forma muy parecida a la pieza nº 4 (Fig. 12). 

Desconocemos el lugar de procedencia de tres de ellas (nº 3, 4 y 7), mientras que dos (nº 5 y 6) provienen de la Casa del Mitreo, otra del vertedero "Las Tenerías" (nº 8) y la última, posiblemente, de los columbarios (nº 9). Salvo la nº 3 que conserva la cabeza, el resto no nos permite determinar sus rasgos faciales, de modo que desconocemos si se trataría de niños, como es el caso de las piezas nº 4, 10 y 11. 

Seis figurillas más (Fig. 2 y fig. 13, nº 10-15) ( 7 ) procedentes de Augusta Emerita conservan solamente las cabezas cubiertas con cucullus y parte del cuerpo que visten paenula. La presencia de orificios en la parte superior de algunas piezas (nº 10, 13, 14 y 15) denota su posible uso para ser colgadas.

Desconocemos su lugar de procedencia, salvo de la figura nº 15, localizada probablemente en los columbarios, lo que dificulta notablemente su interpretación. De cuerpo entero, sin espacio para insertar piernas y brazos, fue elaborada la pieza nº 16 (nº inv. 18068), que representa a un niño de rasgos borrados que viste la paenula con apertura en la parte central delantera.

En el Museu d’Història de València, se conserva una terracota que representa un cucullatus fechado en época bajoimperial (siglos IV-V d.C.) (Fig. 2, nº 28 y fig. 14). 

Procede de una excavación de urgencia realizada en la calle Cavallers 26 de Valencia, dirigida por la arqueóloga Asunción Viñes ( 8 ).


( 6 ) Solamente hemos podido localizar otra figuración de un niño con cucullus de finales del siglo I a.C. que conserva una inscripción que reza Mapkoy procedente de Asia Menor (Besques 1972: D 881). 

( 7 ) MNAR, nº inv. 28613, 28592, 27069, 10369, 17935, 14313 respectivamente. 

( 8 ) Agradecemos a D. Javier Martí Oltra, director del Museu d’Història de València, la información y fotografía de la pieza. Queremos hacer extensivo el agradecimiento al personal del Museo por su amabilidad y gentileza.


La pieza tiene una longitud de 10,5 cm, una anchura máxima de 5,3 cm y una profundidad de 2,8 cm. La fijación de las pequeñas piernas articuladas, que tienen una longitud de 5,5 cm y que penden de la parte interior nos permite plantear su posible uso también como tintinnabulum. Al igual que otros ejemplares de este tipo, presenta orificios a los dos lados de la cabeza.





Figura 11.
Cucullatus de Augusta Emerita, pieza nº 3. Fuente: Blázquez 1984-1985: figs. 1 y 2 (con modificaciones).







Figura 12.
Cucullati procedentes de Augusta Emerita, con indicación del número de pieza. Fuente: Gijón 2004: 301-303.








Figura 13.
Cucullati procedentes de Augusta Emerita, con indicación del número de pieza. Fuente: Gijón 2004: 301-303.








Figura 14. Encapuchado de Valentia. Imagen: José Manuel Vert.

Una vez catalogadas todas las figurillas de terracota pertenecientes a este tipo, podemos concluir que son las representaciones de cucullati más difundidas. A nivel general se trata de piezas elaboradas a molde con barro local, salvo la figura nº 27 de Clunia que, aunque similar en cuanto a su posible significado y función respecto a las anteriores, presenta aspectos formales distintos, muy posiblemente realizada a mano. 

Aquellas que conservan la parte superior, todas, salvo las piezas nº 23-27 de Clunia, nos permiten reconocer rostros formalmente pueriles o infantiles con aspecto sonriente. Aparecen vestidos con un manto o paenula y cubren su cabeza con una capucha. 

Presentan una apariencia hierática y la vestimenta apenas permite intuir el cuerpo, de modo que resulta difícil adscribir el sexo de las figuras (Alfayé 2009: 370-371, figs. 206-208; 2011: 53) ( 9 ).

Identificadas sus características técnicas y morfológicas, nos cuestionamos su identificación, ¿se trataría de genii cucullati en forma de tintinnabula, muy similares al Telesforo con el que guarda una estrecha relación desde el punto de vista iconográfico y simbólico?, ¿podemos considerarlos símbolos de protección?.

El significado concreto de las piezas siempre resulta difícil de establecer, pero trataremos de precisar la interpretación de estas piezas entre las distintas propuestas planteadas por Alfayé (2009: 369-371, 375; 2011: 92, 97-98, 113, 118-120). 

En nuestra opinión, podemos rebatir algunas posibles interpretaciones, teniendo en cuenta que estas piezas son propias de la dimensión romana, un tipo de iconografía ampliamente difundido en los confines del Imperio, de modo que resulta insuficiente analizarlas exclusivamente en clave de religiosidad y ceremonial céltico, consideradas incluso "representaciones de especialistas religiosos indígenas" (Alfayé 2011: 97-98), cuando en la propia Hispania esta representación también está presente en el periodo bajoimperial, como la figura de terracota de Valentia, que aquí damos a conocer. 

La indicación del lugar de aparición, características técnicas y morfológicas, así como cronología de algunas figuras que aquí aportamos, nos permiten además aproximarnos más al significado de estas piezas. 

La mayoría de las representaciones localizadas que pertenecen a este grupo (Cádiz, Augusta Emerita, Clunia (nº 18-26), Vareia —Logroño—, Valentia y Ciella) guardan ciertas semejanzas formales y funcionales.

Los orificios practicados a ambos lados de la cabeza, bien situados en la parte inferior de la capucha o en la zona superior del mismo, servirían para atravesar un cordón para colgar la pieza ( 10 ). 

También contaban con orificios a ambos lados en la parte inferior de las piezas para que pendieran las piernas de las figuras ( 11 ). 

El hecho de que, además, el cuerpo esté hueco en su parte interior, debajo de la paenula, que tiene forma de tendencia acampanada, nos informa posiblemente

sobre su uso como tintinnabula ( 12 ). 

Las campanillas fueron empleadas generalmente como ahuyentadores de espíritus y elementos de protección, siendo normalmente colocadas en las entradas de las casas, thermopolia y otros negocios (Blázquez 1984-1985; VV. AA. 1994: 265; De’Spagnolis y De Carolis 1997: 9; Marcos Casquero 1999 y 2000; Franken 2005: 127). 

Aunque es cierto que, a diferencia de los tintinnabula de bronce, los fabricados en terracota apenas emitirían sonido ( 13 ), la alta concentración de algunas piezas, como los aparecidos en la denominada Casa nº 1 de Clunia, excluye su simple uso como sencillos colgantes en los accesos que emitirían sonido con el traqueteo de las piernas cuando una puerta era abierta. 


( 9 ) El primer estudio de la pieza de Vareia (Logroño) determinó que se trataba de una figura femenina (Bastida y Heras 1988: 29), aunque trabajos posteriores lo interpretan como un genius cucullatus con rasgos infantiles varoniles (Montero 1994: 268; Espinosa et alii 1994: 258). 

( 10 ) La pieza nº 4 de Augusta Emerita fue realizada para ser vista de frente, como nos evidencia el reverso sin trabajar, lo que confirma su uso para ser colgada, probablemente en una pared. 

( 11 ) La aparición de piernas articuladas aisladas, pueden informarnos sobre la presencia de otros cucullati y no siempre debieron corresponder a muñecas, marionetas o juguetes (Py 1981: 123-125, fig. 52.9; Vaquerizo 2004: 252-253, lámina CXXXVIII; Alfonso y Miguélez 2013: 96).

( 12 ) En otros yacimientos, se han localizado también cucullati utilizados como campanillas, como en Oedenburg y en Maguncia, aunque este último realizado en bronce (cf. Deonna 1955: 61-63, figs. 12 y 13). Una pieza similar a las localizadas en Hispania, también hueca, aparecida en Mas de Vignoles à Nîmes (Francia) se ha dado a conocer recientemente (Barberan y Pomarèdes 2008: 199-200, fig. 15). 

( 13 ) De hecho, algunos tintinnabula de cerámica encontrados en santuarios se han interpretado como ofrendas votivas a causa de las limitaciones de su sonoridad (Villing 2002: 245-246). En cuanto al significado de las campanillas como elementos de protección, debemos decir que en época romana se consideraba que el repicar de las campanillas que se colgaban en las puertas mantenía alejados a los malos espíritus, quizás porque se pensaba que el tintineo era en realidad la voz del demonio que estaba prisionero (Porfirio, Vit. Pthag. 41). Además de elemento de protección, los papiros conservados nos informan sobre el uso de los tintinnabula como sonajeros para los niños, al igual que los crotala (Russo 1999: 207-208) y en el Onomasticon (IX, 127), Pollux nos indica que "las nodrizas producían con el uso de un sonajero un sonido monótono y continuo para calmar a los niños" (Boutantin 2014: 132). 


Esta agrupación hace improbable también su uso como muñecos o juguetes. Además los agujeros practicados en los hombros y abdomen de los muñecos son diferentes de los realizados en las representaciones de los encapuchados. 

El estudio que hemos realizado en detalle de las piezas nos ha permitido asociar estas figurillas a los altares dedicados a las Matres localizados en el mismo lugar (Rodríguez y Salido, 2016), vinculación que se ha podido documentar en otras regiones del Imperio por su valor como genios de la fertilidad agraria y de la fecundidad, así como protectores de la infancia. 

La presencia de un ambiente salutífero en el subsuelo de Clunia (Palol y Vilella 1986; Gasperini 1992; Cuesta 2011), en clara relación con la superficie (Gómez Pantoja 1999), comunicado a través de pozos, reforzaría la asociación entre los cucullati y las Matres clunienses por su carácter de divinidades vinculadas a la curación en ambientes hidroterapéuticos a través de tratamientos fangoterápicos (Héléna 1931: 233- 243, lám. I y II; Bémont et alii 1993: 184, nº 42, 44, 54). 

Es importante destacar que de la veintena de dedicaciones a las Matres aparecidas en territorio peninsular, casi la mitad (8) se localizaron en la ciudad romana de Clunia. 

Su concentración se explica por la clara vinculación de estas divinidades con fenómenos hídricos, como manantiales (Duratón, Muro de Ágreda y Yanguas), ríos (Canales de la Sierra y La Guardia), pozos (Orense y Porcuna), fuentes (Carmona), termas (Los Bañales) o, como en el caso cluniense, a una cueva con condiciones especiales relacionadas con la sanación (Núñez y Blanco 2002). 

Esta asociación refuerza la hipótesis de que efectivamente nos encontramos ante divinidades menores conocidas por la epigrafía como genii cucullati (Vetters 1948). Un argumento que apoya esta interpretación es que los encapuchados clunienses no representan a trabajadores, sacerdotes ni oferentes; tampoco su tamaño, perforaciones y forma nos permiten interpretarlos como amuletos. 

Por otro lado, la ausencia en la representación de los pies descalzos y de objetos portados por los representados como scrinia o volumina nos permiten rechazar su interpretación como Telesforo, hijo de Asclepio. 

En cambio, estas figuras son muy similares a los genii cucullati encontrados en otras regiones del Occidente del Imperio, pues se mostraban con rasgos infantiles (Deonna 1955: 97; Kerényi 1933: 156 y ss) y presentan la misma disposición del cuerpo y de la vestimenta, sin objetos en las manos, como los cucullati localizados en las regiones septentrionales del Imperio (Deonna 1955: figs. 10-17; Rouvier-Jeanlin 1972: 253, nº 604-624, fig. 624). 

La clara vinculación peninsular de las Matres con áreas de culto asociadas a las aguas, unido a la relación de los genii cucullati con espacios salutíferos termales, bien documentados en Britannia como los de Springhead, Kent y Bath (Green 1992: 104-105) o en la Gallia como el santuario con aguas curativas de Châteauneuf-du-Faou (Finistère, Francia) (Eveillard 1995: 145), vendrían a acentuar esta asociación entre Matres y estos genios, y por tanto, apoyar la idea de que los ejemplares clunienses podrían corresponder a representaciones de genii cucullati, con la particularidad de que se emplean como tintinnabula. 

Desconocemos el contexto arqueológico de la mayoría de las piezas de Augusta Emerita y la posición concreta de las figurillas de Valentia y Ciella, aunque muy posiblemente algunos de estos ejemplares debieron tener una función simbólica de protección. 

Entre los distintos tintinnabula documentados en Hispania, destaca el cucullatus aparecido en Mérida (nº 3), que se ha querido asociar con una figuración de un personaje con rasgos deformes y grotescos, modelos que exageraban tanto las faltas físicas como morales de la sociedad del momento (Deonna 1955: 84-87, fig. 25; 

Steiger 1967; Besques 1972: D 199; Martin-Kilcher y Zaugg 1983: 124; Dunand 1990: 797 y 798). Aunque desconocemos si las piernas articuladas asociadas a la pieza aparecieron junto a ésta, ejemplares como los clunienses o el de Valentia, también localizados junto este tipo de perniles móviles, nos permite sugerir que la figura debió tener la apariencia que nos lega Blázquez (1984-1985). 

Algunos pasajes conservados confirman que se colocaban en la entrada de un negocio (thermopolium, caupona o taberna), sirviendo como objetos protectores. Así por ejemplo en la Vida de Esopo (16), se dice que un esclavo fue comprado por sus atributos grotescos (panzón, cabezón, canijo y patizambo), de modo que el resto de compañeros de esclavitud pensaban que había sido adquirido por su dueño "para hacer de él un amuleto que proteja el negocio". 

De igual modo, se colgaban a la entrada de las casas para evitar los malos espíritus. Este podría ser el caso de la pieza localizada en Vareia (Logroño), y quizás algunas de Augusta Emerita y de la pieza de Valentia. 

El contexto funerario en el que aparecen otras figurillas nos ofrece un dato importante para interpretar, a modo de hipótesis, su significado también como posibles genii cucullati. Generalmente presentan rostros con rasgos infantiles, con expresión dulce y sonriente, y debieron formar parte del ajuar de los enterramientos, con un significado especial, como protectoras de las tumbas, especialmente de niños y recién nacidos. 

Muy interesante, en este sentido, es la figurilla aparecida en Cádiz que formaba parte del ajuar de la tumba infantil nº 35 de inhumación. 

En nuestra opinión, la enorme similitud con el resto de cucullati representados, que debieron servir de objetos apotropaicos, y el hecho de que los muñecos aparecidos tengan una articulación mayor que la figura localizada en Cádiz (cf. Martin-Kilcher 2000; Vaquerizo 2004: 141-145, lám. CXXXIX; Harlow 2013: 332, fig. 16.7), nos impide considerarla una marioneta o un simple juguete (Vaquerizo 2004: 34, 142, nº. 263, 176, nº. 371, lám. XIV; Alfayé 2011: 57) (vid. supra). 

Su parecido formal con los cucullati localizados en otras regiones (Rouvier-Jeanlin 1972: 253, nº 624, fig. 624; Deonna 1955: 61-63, figs. 12-15; Giovannini 2012: 325-326, fig. 4) confirman su identificación como una figura de encapuchado y, quizás, de genius cucullatus. 

Por otro lado, el hallazgo de terracotas con capucha en ámbito funerario es frecuente en otros territorios como el itálico (Fortunati Zuccala 1979: 68, fig. 52; Bolla 2010: 66, n. 105 y106; Cerchi 1988: 136, fig. 106), de los que algunos han sido asimilados a genii cucullati (Bordenache Battaglia 1983: 57) y otros identificados como Telesforo (Wiseman y Mano-Zissi 1974: 138). 

También proceden de contextos funerarios las piezas nº 9 y 15 de Augusta Emerita. El sentido protector debió ser similar al que tenían otras figuraciones como la esculturilla encontrada en Verona (Civico Museo Archeologico, nº. inv. 43656) (Bolla 2010: 66-67, fig. 38) y quizás en Corduba, aunque en este caso no podemos confirmar si porta el cucullus o no, dudas que también manifiesta Vaquerizo (2004: 34, 142, nota 263, 176, nota 371, lám. XIV), motivo que nos obliga a relegarlo del estudio general. 

Este contexto fúnebre se explica por la relación del cucullus con el sudario con que se cubría a los fallecidos cuando eran acompañados en su último viaje (Deonna 1956: 495). 

De hecho, algunos especialistas como De Vries (1963) o Calvetti (2000: 722) han planteado la posibilidad de que el genius cucullatus representara al fallecido, con aspecto de niño. 

También en relación a su carácter de divinidades de la fertilidad y la fecundidad, estas figuraciones de cucullati pueden aparecer con atributos fálicos. La pieza nº 3 de Augusta Emerita, ya analizada, constituye además un verdadero falo antropomorfo, que debió servir de protector del miembro viril, como los documentados en otras regiones del Imperio (Deyts 1993; Eveillard 1995: 144-145).