Vitoria-Gasteiz Arqueológica.


 
 

 

Euskera, la lengua de los vascos.

Desde la Prehistoria hasta la caída de Roma.

DE LA PREHISTORIA A LA CAÍDA DE ROMA.

AQUELLOS PRIMEROS MIL QUINIENTOS AÑOS...

 

 

La lengua vasca ha sido la lengua del pueblo, o pueblos, que han vivido en ambas vertientes del Pirineo Occidental desde la Prehistoria hasta nuestros días. De acuerdo con los datos que poseemos ésta es la opinión más aceptada: no se trata de una lengua venida en labios de hipotéticos inmigrantes.

Por ello, desde épocas no datables, los pueblos que se acercaron o se quedaron a vivir en los territorios vascos, o bien pasaron por ellos, aquí se encontraron siempre con hablantes de esta lengua. Por ello, A. Tovar nos recuerda que, aunque desconozcamos cómo era, hace ya tres mil años existía la lengua vasca, un proto-euskera, antes incluso
de la llegada de los indoeuropeos.

Desde el año 1000 antes de Cristo hasta la caída del Imperio Romano (476 d. C.) los vascos pudieron relacionarse con múltiples pueblos, vecinos suyos: en primer lugar con los iberos de la Península; más tarde con los indoeuropeos y celtas llegados en oleadas sucesivas (en el sur con los celtíberos, en la zona del Garona con los galos).

Pero, de todos estos contactos, las relaciones más arriscadas para la supervivencia del idioma resultaron ser las mantenidas con los romanos. Unos 800 años después de la llegada de los primeros indoeuropeos, llegaban al País Vasco los colonizadores de Roma: primero por el sur, avanzando por el valle del Ebro (196 a.C.); posteriormente, por el norte galo-aquitano (año 56 a.C.).

Los escritores clásicos dan razón de estos encuentros, y nos presentan una sociedad vasca fragmentada en tribus, establecidas en un territorio de lengua vasca mucho más extenso que el actual.

Romanos y vascos se comportaron en sus relaciones, según conveniencia de cada momento, unas veces como enemigos, y otras como aliados.

A la caída del Imperio, los romanos dejaron en el país un latín debilitado, pero que a la larga sería muy fecundo. Ni los visigodos ni los árabes consiguieron ahogar la semilla sembrada por Roma.

Dólmen.

 

Unos mil años después de la conquista romana, comenzaron a sonar las lenguas románicas en labios de pueblos que habían aprendido latín en áreas vecinas (y también en algún caso, en labios vascos), pero, en general, las antiguas tribus se mantuvieron fieles a su idioma propio.

 

   

Aunque, tras la llegada del latín, las lenguas limítrofes del euskera desaparecieran al cabo de pocas generaciones, el ibero o el celta nos dejaron vestigios significativos en la epigrafía, generalmente latina, de la época. También aquel primer euskera del que tenemos constancia histórica nos ha legado restos de enorme interés para la reconstrucción del protovasco, no sólo en el actual País Vasco sino también en antiguas y más extensas áreas vascónicas (Aquitania, Pirineos...).

 

LAS ANTIGUAS LENGUAS VECINAS DEL EUSKERA.



Las antiguas lenguas limítrofes.


Desde los dos milenios anteriores Europa se iba paulatinamente indoeuropeizando, y ese proceso no hizo sino acelerarse en los últimos mil años a. de C. Tomando como punto de arranque la fecha de hace 2.500 años, y de acuerdo con nuestros actuales conocimientos, podemos describir así la geografía lingüística del País Vasco y sus inmediaciones.

 

 

La Península Ibérica y las tierras del norte de los Pirineos no se encontraban aún totalmente indoeuropeizadas. Al contrario, componían un mapa de lenguas de orígenes muy diversos:

El ibero se extendía por el Mediterráneo desde el río Herault, en las Galias, hasta Andalucía (abrazando el alto Guadalquivir, una vez salvado el estrecho cuello impuesto por el celtibérico). Así, el euskera tenía un área de contacto con el ibero en los Pirineos orientales.

También se encontraba vivo en el oeste peninsular el indoeuropeo precéltico, que suele denominarse lusitano. Es posible, igualmente, que en la zona cántabra se hablase algún dialecto indoeuropeo.

 

Pero más cercano a los hablantes vascos, en tierras de Soria y de Burgos, se encontraba el celtíbero, que remontaba con fuerza el valle del Ebro.

Por el norte, si tomamos el río Garona como frontera de la Aquitania, nuestra lengua se hallaba limítrofe con otra lengua celta, concretamente el galo.

El cuarto idioma de la zona era, obviamente, el vasco, pero no de manera exclusiva, ya que en su propia área, en la Ribera, coexistía con el celtíbero.

Como se ve, en los siglos anteriores a nuestra Era el euskera se encontraba inmerso en un entorno plurilingüe. Desde que los indoeuropeos cercanos se adentraron incluso en los territorios vascos actuales (véanse en el mapa las localizaciones de los yacimientos celtas) tampoco iban a faltar más en el corazón del País relaciones lingüísticas con ellos.

 

Sabemos muy poco de la intensidad y resultado de los contactos del euskera con aquellas lenguas indoeuropeas, aunque el bronce de Contrebia (87 a. C., Zaragoza) sugiera algo sobre esta vecindad idiomática. Casi no han quedado préstamos célticos en vasco, pero se citan como tales algunas palabras como zilar 'plata', hogei 'veinte', tegi 'sitio, depósito', maite 'amado', gori 'incandescente', erbi 'liebre', mendi 'monte', orein 'ciervo', orkatz 'corzo', etc.; no obstante, existen grandes dudas sobre la mayoría de estas etimologías. En líneas generales puede decirse que el euskera ha conservado muy poco de la herencia indoeuropea prelatina, seguramente por razones político-culturales posteriores.

Después de unos quinientos o seiscientos años de relaciones vasco-indoeuropeas, vendría el asedio de otra lengua indoeuropea cuya presencia aquí no era ya fruto de una emigración masiva, sino de la conquista armada y la ulterior colonización del país: se trataba del latín de los romanos (196 a. C.). El vino a ser el idioma que indoeuropeizaría
(=latinizaría) durante los siglos siguientes todo el Occidente de forma más drástica y definitiva: bajo el latín iban a desaparecer el ibero, el galo, el celtíbero y el lusitano, al igual que había ocurrido poco antes en Italia con otras lenguas.

A causa de esta completa indoeuropeización del Occidente, el euskera ha quedado como testigo único de aquella Prehistoria lingüística perdida, sobrenadando entre los restos perdidos del naufragio general de lenguas y resistiendo a la nueva situación hegemónica del latín. Pero, entonces todavía -es conveniente recordarlo- sin replegarse a los
reducidos territorios actuales.

 

 

Situación en los Pirineos y Aquitania.

Hace unos 2.200 años, esto es, poco antes de que los romanos llegasen a los límites de Vasconia, los vascos ocupaban dilatadas extensiones en la zona noreste de la actual Euskal Herria, en Aquitania y en los Pirineos. Los Aquitanos hablaban el euskera de la época o una lengua muy cercana a ella. Por otra parte, se han encontrado en los Pirineos numerosos nombres de lugar de origen vasco, en un contexto en que dicha cadena montañosa no ha constituído a lo largo de los siglos ninguna frontera lingüística hasta épocas muy recientes; más bien al contrario: así, en ambas vertientes se han hablado los mismos dialectos vascos y catalanes, y son conocidas las grandes semejanzas entre el gascón y el aragonés. La comunidad de civilización de los dos lados del Pirineo ha sido bien conocida en los siglos pasados.

 

 

Por otra parte, viniendo al tema que nos ocupa, de oeste a este la toponimia de la cordillera nos muestra con claridad su sustrato vasco.

A pesar de la patente solidez de los datos toponomásticos, resulta más difícil poder establecer paso a paso la continuidad cronológica y geográfica de esa comunidad vascófona, que hubo de ser -suponemos- necesariamente cambiante en el tiempo (aunque la datación de los numerosos testimonios que conocemos no es labor sencilla) y discontinua en el espacio. En cualquier caso, los nombres de lugar recogidos por Coromines nos dibujan los Pirineos vascos que pueden contemplarse en el mapa adjunto, sintetizando una historia que va desde la Antigüedad hasta la Edad Media.

Respecto a la Aquitania antigua tenemos datos coetáneos más seguros, algunos de ellos conservados en los topónimos posteriores y en los sustratos de las lenguas románicas nacidas después, pero sobre todo informaciones debidas a los escritores clásicos de comienzos de la Era Cristiana y a la rica epigrafía encontrada allí.

 

Es digno de señalarse que el geógrafo griego Estrabón diferenciaba netamente a los aquitanos de los galos del norte, mencionando precisamente sus lenguas como signo distintivo, al tiempo que apuntaba las similitudes aquitanas con los habitantes surpirenaicos, tal como se verá inmediatamente.

Los datos más abundantes sobre la lengua aquitana nos han llegado de los descubrimientos epigráficos. Los lingüistas han estudiado repetidamente y con gran cuidado estos testigos de la lengua aquitana. La ayuda más valiosa para la interpretación de los elementos no latinos de estas inscripciones, en las que el latín aparece mezclado con elementos aquitanos, la ha aportado precisamente el euskera hablado dos mil años después por los vascos.

En los trabajos de Luchaire, Sacaze, Gorrochategui y otros pueden encontrarse palabras y nombres de sorprendente transparencia para los vascos de hoy: cison (> gizon 'hombre'), nescato (> neskato 'muchacha'), iluni (> ilun 'oscuro'), anderexo (> andere, andre 'señora'), bihox (> bihotz 'corazón'), sembe (> seme 'hijo'), baigorrixo (= ibai + gorri 'río+rojo'), etc.

A propósito de la situación que refleja la epigrafía aquitana y de la desaparición posterior de esa lengua, el profesor R. Lafon se expresaba así en la Universidad de Burdeos (1.947): "Nuestros antepasados aquitanos dejaron perder su lengua, con gran pesar de los lingüistas y antropólogos. Así, pues, debemos rendir homenaje y expresar nuestro reconocimiento [...] a la inmensa masa, modesta y anónima, de todos aquellos que, no solamente en el país del euskera, sino fuera, [...] en tantos otros puntos de la tierra, han guardado esta lengua de sus antepasados". El mismo profesor veía en el aquitano una base para probar la unidad de origen de la familia vasco-caucásica, que estaría constituída por el euskera, el caucásico y el aquitano. (La fase de unión de esta hipotética familia no alcanzaría más acá del III milenio a. de C.).

La significación etnolingüística del vasco-aquitano lo ha puesto una vez más de manifiesto la lápida de Lerga (Navarra, 1.960), y en estos últimos años la tesis de la unidad del vasco-aquitano se ha ido afianzando. O si se prefiere, mirándolo desde otro punto de vista, la personalidad lingüística de la Aquitania se nos presenta en los nuevos trabajos de investigación de una forma más definida, diferenciada del mundo indoeuropeo, y en relación directa de parentesco con el euskera.

 

Pueblos y lenguas en los escritores clásicos.

En la medida en que los colonizadores y conquistadores de la Antigüedad fueron acercándose al País Vasco, abriéndolo al exterior, comenzaron también a aparecer las primeras referencias sobre aquellos vascos en las obras etnográficas y geográficas de los autores de la época. Ellas constituyen las primeras noticias escritas sobre nuestros antepasados.

Mencionaremos aquí, al respecto, los nombres de algunos escritores clásicos que trataron sobre la Península Ibérica y la Aquitania, en una época en que no puede todavía hablarse, en el sentido actual, de entidades como Francia y España: Los primeros relatos proceden de Estrabón y de César (siglo I a. de C.), a los que posteriormente vendrían a agregarse los de Plinio el Viejo y Pomponio Mela (siglo I d. de C.).

 


César, al contar sus hazañas guerreras, habla también de los aquitanos: ellos constituían, afirma, la población dominante de una de la tres regiones de las Galias, perteneciendo las otras dos, una a los belgas y otra a los galos celtas.

"Estos tres pueblos eran diferentes en lengua, costumbres y leyes", según palabras de César.

Estrabón añade algunas precisiones a ese dato: "Los aquitanos, no sólo por su lengua sino también por su aspecto físico constituyen un pueblo diferenciado, y se asemejan más a los iberos [este término podría entenderse aquí en su sentido geográfico] que a los galos". A continuación el escritor delimita el espacio geográfico de los aquitanos: "Se denomina aquitanos a un pueblo que habita desde los Pirineos y el monte Cemene hasta el Océano, y hasta el río Garona". Así pues, mientras que los celtas de las Galias hablaban varias lenguas, Estrabón encontraba relaciones al idioma aquitano con los de sus vecinos del sur. Igualmente, los relatos de Estrabón sobre las formas de vida de los pueblos que habitaban el norte de la Península Ibérica resultan vivos e interesantes. Por lo que respecta a los vascos de la Península, a pesar de su escasez, podemos encontrar noticias algo más extensas en autores clásicos posteriores. Al describir la costa, viniendo de la zona galaica y astur, Mela cita a continuación de los cántabros a los várdulos (esto es, a los actuales guipuzcoanos y alaveses), sin mencionar las otras tribus vascas que existían entre ellos (autrigones, caristios). Fueron Estrabón y Plinio quienes completaron estos datos, al enumerar las tribus que en su época habitaban lo que hoy es el País Vasco y sus inmediaciones, y que presumiblemente eran también vascohablantes: los vascones, várdulos, caristios y autrigones.

 

 

A pesar de que nada nos digan los clásicos sobre si la lengua de estas tribus era la vasca o no, valiéndonos de lo que sabemos por la epigrafía y de la toponimia, y por deducción de las situaciones posteriores, mejor conocidas, podemos decir algo al respecto: tanto los aquitanos (Aquitania), como los vascones (Aragón-Rioja-Navarra-zona del Bidasoa), los várdulos (Gipuzkoa: Pasaia-Deba; Álava), los caristios (Gipuzkoa-Bizkaia: Deba-Nerbión; Álava) y los autrigones (Bizkaia: Encartaciones; Rioja) se vienen considerando como gentes vascas por su lengua.

 


Más que las informaciones de los autores clásicos, han sido las situaciones lingüísticas medievales, difícilmente explicables de otro modo, las que avalan esta tesis.



Euskal Herria se romaniza.

En las últimas décadas la historiografía que ha atendido al tema de la romanización del País Vasco presenta dos líneas de reflexión notablemente contrapuestas: por una parte, la que ha considerado dicho fenómeno como algo marginal y sin mayor entidad y hondura, y por otra, la que, a la luz de los hallazgos arqueológicos de los últimos años, piensa que la romanización fue casi total. Por nuestra parte, creemos que es mejor tratar aquí ese proceso de aculturación en los parámetros relativos que le corresponden: Vasconia, incluso en sus límites actuales, no fue un territorio aislado, pero la avalancha romanizadora tampoco la cubrió como hizo en el sur con la Bética (Andalucía), o como sucedió con la zona mediterránea peninsular o la Narbonense de las Galias. Las diferencias fueron notables.

 


Recordemos, en primer lugar, que, en el contexto temático que nos ocupa, para no caer en anacronismos prefigurativos, debemos hablar de la totalidad del espacio entonces lingüísticamente vigente, con inclusión de la Aquitania y también del Alto Aragón (con las matizaciones precisas). Hay que tener en cuenta, además, que los vascones y autrigones vivían (o a la sazón estaban yendo a vivir) en las dos riberas del Ebro. Aquel País Vasco poseía, pues, en sus límites grandes llanuras y zonas de diverso interés económico para Roma.

En todo caso, la parte central, montañosa, permanecía mucho más cerrada a las relaciones exteriores. A pesar de los caminos, esta zona no sólo resultaba más lejana e inaccesible, sino también más extraña por sus formas socioculturales. Y, aquí, las razones económicas no tuvieron suficiente peso para hacer que la montaña se romanizase al
ritmo de la llanura. La tradicional distinción del saltus vasconum de la zona montañosa y del ager vasconum de las llanuras del sur aclara mucho de lo sucedido en la romanización del país.

 

 

En los varios países adquiridos por las armas, la conquista y posterior asimilación los romanos dispusieron siempre, para la implantación política, de instrumentos bien conocidos que se utilizaron igualmente en Euskal Herria, aunque no se aplicasen aquí con la misma contundencia y resultados que en otras áreas. El ejército, el sistema de caminos y calzadas, las relaciones económicas y consiguiente adaptación, la romanización de las ciudades indígenas, así como los cambios idiomáticos y culturales fueron los factores principales que transformaron la personalidad étnica de los nativos, asimilando a los pueblos en el seno del proyecto cultural romano.

Así mismo, merece mencionarse la red de calzadas y caminos que surcaba Vasconia: las principales eran las que partiendo de Burdigala (Burdeos) iban a Asturica (Astorga) y desde Tarraco hasta Oiarso (Oiartzun-Hondarribia). A pesar de no estar tan transitadas como las de la Bética o las de la zona costera del Mediterráneo, no dejaban de tener cierta importancia económica. Como nudos de esta red vial, se encontraban las ciudades: estas no sólo reunían a las gentes, sino que podían ofrecer a sus habitantes, junto a las comodidades de la vida romana, diversos derechos políticos, amén de una lengua culta de relación: el latín.

Euskal Herria, a pesar de no ser territorio económicamente tan productivo como otros de Hispania o de las Galias, poseía a los ojos de los romanos algunas riquezas estimables: en las llanuras meridionales de Álava y Navarra se daba la conocida trilogía del trigo/vino/aceite, y la zona montañosa proporcionaba minas de hierro (suelen citarse, como ejemplos más conocidos, las de Arditurri en Oiartzun y las de Somorrostro en Bizkaia).

En la colonización que siguió a la conquista, podríamos mencionar, entre los factores que podían afectar a la relación etno-cultural, el derecho de ciudadanía romana y la lengua.

Eran los instrumentos más decisivos de asimilación, y produjeron consecuencias duraderas, tal como nos muestra la historia general del Imperio Romano. El primero de ellos tuvo también aquí aplicación, fundando ciudades y reconociendo a sus moradores derechos de uno u otro género: Calagurris vendría a ser la ciudad vascónico-romana de más alto grado (municipium civium romanorum, c. 31-10 a.C.).

La lengua pasó entonces por el momento histórico de mayor peligro de desaparición, precisamente en razón de la fuerza de la latinización aportada por el proceso romanizador.

Todos los estudiosos están de acuerdo en ello. Una romanización plena, aunque en principio se manifestase como bilingüe, en última instancia traía consigo la sustitución lingüística. Sin embargo, en el País Vasco no llegó a completarse el ciclo acostumbrado en similares procesos colonizadores, ya que, por un lado, el Imperio Romano, debilitado, cayó prematuramente, y por otro, el arraigo de la romanización en el País había sido limitado.


Euskera y latín, en contacto.

Dentro de las relaciones entre el euskera y el latín, o mejor dicho, entre hablantes vascos y hablantes latinos, podríamos distinguir dos aspectos que aquí pueden ser de especial interés: por una parte, cabe preguntarse por el grado de armonía o conflictividad sociolingüística existente entre las dos comunidades idiomáticas, y, por otra, acerca de las transformaciones sufridas en el interior de las dos lenguas en contacto, como consecuencia de esas mismas relaciones (préstamos lexicales, tanto recibidos como aportados, estructuras sintácticas, etc.).

Poco es lo que sabemos del proceso de contacto social entre el vasco y el latín, e insuficiente para poder establecer generación a generación la historia de una situación que por necesidad hubo de ser cambiante. No debemos olvidar que carecemos de registros escritos continuados desde el siglo II antes de Cristo hasta el s. X de nuestra.

Este período de mil doscientos años puede dividirse en dos etapas temporales casi idénticas: la primera va hasta la caída de Roma (hasta el siglo V), y es la que ahora nos atañe. 

Las relaciones sociolingüísticas de esta época deben juzgarse, tal como acabamos de señalar, dentro del marco de condiciones coloniales descrito.

Roma no impuso el latín por medio de leyes o decretos, pero es claro que las estructuras políticas y socio-culturales abocaban a ello: en la nueva organización socio-política, la única lengua utilizada era la latina. Por otro lado, era también el latín el único idioma común de los colonizadores llegados de regiones diversas, aunque por razón de su distinto origen no todos lo hablases de la misma manera, ni fuera la lengua materna de todos ellos.

Como queda apuntado ya, la latinización de los pueblos del Imperio trajo consigo la segunda gran indoeuropeización histórica del Occidente europeo, relegando o ahogando las lenguas indoeuropeas anteriores (al menos al oeste del Rhin). El galo o el celtíbero, por ejemplo, desaparecieron, aunque alguna de ellas, como el bretón (por caminos históricos que no son del caso describir), consiguió sobrevivir en los confines del Imperio.

La pequeñez, debilidad, pobreza, relativa unidad cultural y falta de resistencia armada del territorio de la actual Euskal Herria, o mejor dicho, del saltus, serían, por parte vasca, algunos de los factores decisivos a la hora de salvaguardar el idioma. Además, por parte romana, poco después (tal vez ya a partir del s.III) el aparato de control de la Administración imperial se fue debilitando entre nosotros, hasta quedar deshecho dos siglos más tarde. El instrumento colonizador latino quedó, pues, sin la fuerza necesaria.

Como factor endógeno, añadido a los señalados, puede recordarse, además, la propia singularidad idiomática del euskera, es decir, la gran distancia existente entre sus estructuras gramaticales y las del latín. El vascuence alejaba más al vascón -más que al cántabro su lengua indoeruropea- del latín (también indoeuropeo) de la sociedad romana, según ejemplo citado alguna vez para ilustrar esta hipótesis.

Pero, no obstante estos elementos de resistencia, el País Vasco también conoció una cierta transformación latinizante.

En primer lugar, podemos decir que en las zonas más abiertas a la comunicación se produjo una romanización temprana (en las riberas del Ebro, en la Aquitania, zonas orientales de los Pirineos, en las regiones celtizadas); en las ciudades, ya desde su fundación, se estableció una vida bilingüe, que poco a poco fue modificándose en favor del unilingüismo latino. De cualquier manera, y gracias a las pacíficas relaciones que los autóctonos mantuvieron con los colonizadores, los romanos consiguieron que las clases sociales vascas más altas comprendiesen las ventajas de las nuevas propuestas culturales. Y, naturalmente, ello favorecía al latín.

No es fácil saber qué es lo que pasó directamente del latín al euskera en aquella época. A veces las opiniones de los expertos aparecen totalmente contrapuestas, a causa de los grandes obstáculos con que se encuentran a la hora de fijar la cronología de los préstamos latinos. Ante la progresiva evolución y continuidad del latín popular hacia las lenguas románicas circundantes, muchas veces resulta difícil establecer las distintas capas y épocas de los préstamos, y saber si una determinada palabra procede del latín popular del Imperio o de una forma romance temprana posterior.

De cualquier modo, parece claro que palabras como lege 'ley' o bake 'paz' pasaron directamente del latín al vasco, sin intermediarios románicos, y, por tanto, deben tomarse como préstamos anteriores. Otras palabras igualmente seguras serían: bike 'pez, alquitrán', biku 'higo', ingude 'yunque', iztupa 'estopa', goru 'rueca', lupu 'escorpión', errege 'rey', angelu 'ángulo, rincón', okela 'tajada', gerezia 'cereza', etc. Por otro lado, la influencia latina se manifestó también en algunos sufijos de derivación. Todo ello, no obstante, se comienza a producir poco antes de la cristianización, a las puertas de un momento cultural que aportaría una nueva oleada de préstamos de origen latino.