Landscape, social negotiation and rituality between the Iberian and the Hispanic world. Jorge García Cardiel - Universidad Complutense de Madrid. Archivo Español de Arqueología 2015, 88, págs. 85-104. ISSN: 0066 6742 doi: 10.3989/aespa.088.015.005.Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de una licencia de uso y distribución Creative Commons Attribution (CC-by) España 3.0. * Agradezco la generosidad con la que la Dra. T. Chapa me ha facilitado el acceso a los datos relativos a sus campañas en el Cerro, así como las amables indicaciones con las que el Dr. S. Montero y la propia Dra. T. Chapa han enriquecido este texto. Agradezco igualmente la amable acogida dispensada por la directora del Museo de Albacete, la Dra. R. Sanz, y por su conservadora, Dª B. Gamo. Doy las gracias, en tercer lugar, a los evaluadores anónimos asignados por Archivo Español de Arqueología, cuyos comentarios concienzudos y atinados espero haber aprovechado para mejorar estas páginas. Este trabajo ha podido ser realizado gracias a una Ayuda a la Investigación del Instituto de Estudios Albacetenses, y en el marco del Proyecto de Investigación HAR2011-26096.
RESUMEN. La ubicación del santuario ibérico del Cerro de los Santos junto a una de las principales vías de comunicación del sureste meseteño y en el centro de una comarca desprovista de núcleos urbanos de cierta entidad permite subrayar en este artículo su uso continuado como santuario de paso, lugar sacro y seguro al que los caminantes podrían acogerse para pernoctar bajo la protección de la divinidad. La creación de una statio en el enclave en época romana y su dedicación a la diosa Pales no son sino argumentos ulteriores en este sentido. Se identifican además contextos materiales domésticos, distintos de los espacios de culto bien conocidos del santuario, relacionables con esta otra actividad.
SUMMARY. The Iberian shrine of Cerro de los Santos is located next to one of the main roads in the Southeast of the Meseta, in the middle of an area without any town of some entity. This paper aims to highlight its status as a shrine of passage, i.e. as a sacred, safe point where voyagers could rest overnight under the protection of the god. The creation of a statio by the Romans in such a place and its dedication to the goddess Pales provide more circumstantial evidence for this theory. Furthermore, some domestic material contexts can be defined, probably connected with this activity, and clearly different from the well-known ritual contexts of the shrine.
1. LOCALIZACIÓN Y ORGANIZACIÓN DEL YACIMIENTO. En pleno corazón del mundo ibérico, el Cerro de los Santos se alza en el sureste de la actual provincia de Albacete, al este del término municipal de Montealegre del Castillo, y por tanto a medio kilómetro del límite con el término aledaño de Yecla, ya en la provincia de Murcia. Se trata de una zona periférica al Corredor de Almansa e inmediatamente paralela a este, comarca heterogénea desde el punto de vista geográfico pero que comprende la vía más fácil de comunicación entre la costa sureste y el interior meseteño, al conformar un pasillo que corta las estribaciones Prebéticas más nororientales, que se suceden en dirección suroeste-noreste, cruzadas por frecuentes ramblas estacionales. Se alternan allí los suelos terciarios y cuaternarios, en general con un alto contenido en carbonato cálcico y muy degradados, con una capacidad de explotación agraria limitada salvo en las cuencas de aluvión. Los recursos hídricos tampoco son abundantes, dado que, aunque las precipitaciones del clima mediterráneo continentalizado propio de la zona rondan los 700 mm anuales, la región es endorreica en su mayor parte, por lo que la disponibilidad de agua en buena medida se circunscribe a las crecidas anuales de las ramblas, a los frecuentes manantiales y fuentes que rara vez fluyen durante todo el año, y a las recurrentes lagunas salobres. En este estado de cosas, predomina actualmente la vegetación arbustiva muy degradada, con manchas de pinares y encinares, y frondosa vegetación de ribera únicamente en torno a las lagunas (Fig. 1).
Figura 1. Localización del Cerro de los Santos. Dentro de esta comarca, el Cerro de los Santos ( 1 ) constituye una pequeña elevación de 736 mnsm, alargada en dirección N-S en torno a unos 200 m, y levantándose no más de una treintena de metros sobre el entorno. Se sitúa a unos ocho kilómetros y medio de Montealegre del Castillo, sobre la carretera comarcal 3209 que une la citada población con Yecla y flanqueando por el sur la llamada Cañada de Yecla, por la que discurre precisamente esta vía de comunicación. El punto más prominente del entorno es el monte Arabí (Yecla, Murcia), que domina el horizonte desde sus 1068 msnm, y es conocido por sus pinturas levantinas (Ruiz Molina 1999). Por su parte la Cañada corresponde con un pasillo de suelos cuaternarios de aluvión, muy horizontales y con una cierta potencialidad agrícola pero que periódicamente se inundan, ya que recogen la escorrentía de toda la región. ( 1 ) 1º16’20’’W, 38º44’10’’N del meridiano de Greenwich. Por el contrario, las formaciones calizas que componen el Cerro de los Santos afloran en buena parte de la superficie del mismo, permitiendo el crecimiento de una vegetación muy escasa en algunos puntos de lasladeras. Estas son practicables al este, oeste y norte, punto este último en el que se funden con los aportes sedimentarios de la Rambla, en tanto que al sur el cerro se corta de manera abrupta. De hecho, la subida natural al cerro parece situarse al oeste del mismo, pasando por detrás de un pequeño promontorio que se alza en la fachada norte, asomándose sobre la Cañada, y en el que se localizaron los restos de templo allí erigido hacia la primera mitad del siglo II a.C. (Castelo 1993). En la parte superior del cerro los suelos están en la actualidad erosionados hasta la roca madre, con muy pocas excepciones, pero en las laderas oeste, este y norte aún quedan niveles arqueológicos revueltos sobre los que se percibe abundante material en superficie, pero en los que en los años setenta igualmente se podían observar los surcos de arado que fueron fruto de un fútil intento de repoblar el área con pinos (Chapa 1980: 82). Un pequeño collado, en el que se centraron las excavaciones de finales del siglo xix, separa el Cerro de los Santos del Cerro de la Cañada, al este y sureste. Por su parte, al sur del Cerro el terreno se encuentra enormemente removido, pues a finales de los setenta se abrió una zanja bordeando el Cerro para implementar un sistema de regadío en las parcelas aledañas de la Cañada, sistema que se ha completado con la reciente instauración, en los últimos años, de una enorme balsa de agua para la que se ha debido de desplazar un gran volumen de tierra. El aspecto del Cerro tal y como lo acabo de describir, no obstante, es el resultado de continuos cambios en el paisaje, por lo que la orografía del santuario ibérico pudo ser bastante distinta. Sin ir más lejos, el topónimo, documentado ya desde los Reyes Católicos (Escolapios 2007: n.15), evidencia que en el lugar llevaban ya varios siglos apareciendo esculturas, aunque el hallazgo de estas se disparará hacia 1830, cuando se tala el espeso manto arbóreo que cubría el Cerro (Savirón 1875a: 128; Escolapios 2007: 68; Ruiz Bremón 1989: 18), ocasionando probablemente la erosión de los suelos y el degradado estado actual del montículo. Las continuas actividades de excavadores furtivos, unidas a las campañas intensivas que a finales del xix se llevaron a cabo —P. Savirón (1875b: 195) se preciaba de haber levantado toda la tierra del Cerro, desde la parte inferior de las laderas hasta la cima—, y en menor medida a las que durante el siglo XX se han sucedido, han supuesto una continua remoción del terreno a gran escala, hasta el punto de que cuando los Padres Escolapios, los primeros que excavaron sistemáticamente el yacimiento, llegaron al lugar, se encontraron con unos suelos que por término medio mostraban una potencia de medio metro hasta la roca madre (Escolapios 2007: 68), en tanto que esta aflora hoy, como decía, en buena parte del Cerro (Fig. 2).
Figura 2. Fotografía aérea del Cerro de los Santos y la Cañada de Yecla. Al margen de estas actividades clandestinas, en el último medio siglo han desarrollado sucesivas campañas de excavación en el enclave A. Fernández de Avilés y T. Chapa, que recientemente han encontrado continuidad en la intervención dirigida por S. Ramallo, F. Brotons y R. Sanz en septiembre de 2014.
2. UN BREVE COMENTARIO CRONOLÓGICO. Tradicionalmente se ha tratado de establecer la cronología del santuario a través del análisis estilístico de los exvotos en piedra aquí recogidos, distribuyéndolos en "series" que se sucederían en el tiempo y buscando paralelos para cada una de ellas en otros yacimientos (en último lugar, cf. Ruiz Bremón 1989; Truszkowski 2006). Ahora bien, este modelo interpretativo presenta, al menos a mi juicio, una doble problemática: emplea de modo apriorístico el concepto de "evolución", progresivo y lineal, según el cual las piezas más pequeñas, menos realistas y de menor calidad serían más antiguas que las más naturalistas y logradas, e intenta anclar esta "evolución" mediante paralelos con esculturas de otros yacimientos, muchas de las cuales, como la Dama de Elche o los exvotos del Cigarralejo, presentan una cronología controvertida que en ocasiones ha sido establecida a su vez de manera tentativa por comparación con las piezas del Cerro de los Santos (cf. por ejemplo, recientemente, Gagnaison et alii 2007: 149-150; Prados Torreira 2010: 233), cayendo así en un argumento circular de difícil solución. Por mi parte, creo que no es necesario asumir una evolución lineal de una supuesta "tipología" escultórica. Desde luego, determinadas técnicas y atributos irían apareciendo o quedando obsoletos, pero lo que no debemos hacer es despreciar la posibilidad de que distintas producciones de diversas calidades fueran coetáneas, dependiendo quizás de la capacidad económica del comitente y de la habilidad del artesano (Quesada 1997: 206), o también incluso de las necesidades simbólicas coyunturales del individuo que deseara depositar su exvoto. Algo que, por cierto, viene siendo aceptado para la toréutica ibérica desde hace ya tiempo (cf. por ejemplo Prados Torreira 1998), y que en relación con los propios exvotos escultóricos del Cerro de los Santos acaba de dar lugar a un trabajo específico en ese sentido (Rueda y González Reyero, e.p.). Las únicas piezas cuya cronología parece más clara serían, desde este punto de vista, las representaciones de varones togados y de cabezas veladas, fechadas por diversos autores entre mediados del siglo II a.C. y el cambio de Era (García y Bellido 1943: 84-86; Ruiz Bremón 1986: 71-73; Noguera 1994: 210), pero la datación del resto de los exvotos escultóricos no resulta tan evidente. Un método más fiable para delimitar la cronología del santuario será posiblemente el estudio del corpus cerámico. A. Fernández de Avilés (1966: 15) propuso que la frecuentación de este arrancaría en el siglo IV a.C., aduciendo "un minúsculo fragmento de cerámica ática pintada" datable en dicha centuria, cronología que podría compartir igualmente una fusayola de pasta vítrea polícroma, en tanto que los materiales más modernos parecían acercarse al cambio de Era. Esta horquilla temporal sería refrendada años después, con ligeras matizaciones, por T. Chapa, quien documentó en sus excavaciones nuevas piezas áticas datables en el siglo IV a.C. que indicaban el arranque de la frecuentación del lugar, en tanto que las fíbulas, la cerámica campaniense y los escasos fragmentos de terra sigillata hallados sugerían una ocupación continuada hasta comienzos del s I d.C. (Chapa 1980: 100). Los trabajos posteriores de E. Hornero (1990) y J.M. Noguera (1998: 150-151) parecen apoyar esta cronología, así como la tesis de M.L. Sánchez Gómez (2002: 257), si bien esta investigadora señaló el peligro de retrotraer la cronología del santuario al siglo iv a.C. únicamente en base a un puñado de importaciones áticas. Una nueva revisión de los materiales documentados en las excavaciones de T. Chapa y conservados en el Museo de Albacete parece refrendar esta última apreciación. Entre ellos, solamente se han podido contabilizar 25 fragmentos de cerámica ática, la mayor parte de ellos piezas informes de pequeño tamaño e imposible adscripción tipológica, que cuantitativamente suponen un 0,26% del conjunto cerámico recuperado. Además, en todos los casos reconocibles se trata de pequeños vasos para beber, que quizás podrían haberse depositado en el santuario tras haber formado parte del patrimonio de una familia durante generaciones( 2 ). Por lo que respecta a la fecha final del santuario, M.L. Sánchez Gómez (2002: 258) entresacó de entre los materiales de las campañas de Fernández de Avilés un fragmento de plato con decoración de pez incisa sobre engobe rojo, un brazalete de bronce, una fíbula de charnela y un as de Augusto o Germánico para proponer un paulatino abandono del lugar entre el siglo I a.C. y mediados del I d.C., lectura que se veía reforzada por los materiales encontrados en superficie durante las mencionadas campañas, a saber, un fragmento de ánfora Dressel 14, varios más de distintas formas de terra sigillata (tipos que sin embargo no aparecieron en las catas de la ladera norte), y una moneda de Adriano y otra más de finales del siglo ii a.C., artefactos que llevan ya a plantear una frecuentación ocasional y residual del lugar durante los siglos I y II d.C. Conclusiones parecidas pueden extraerse a mi juicio de los materiales recogidos durante las campañas dirigidas por T. Chapa. Así, en las diferentes catas se documentó una gran cantidad de material anfórico, que ya en su día fue calificado de "itálico republicano" (Chapa 1984: 114-117) y que podríamos precisar como ánforas Dressel 1. Más tardíos aún han de ser los ases documentados en las catas 1 y 3, y que pueden identificarse respectivamente con piezas de la ceca de Calagurris (Calahorra, La Rioja) de época de Augusto ( 3 ), y a la de Carthago Nova, acuñada por el emperador Tiberio ( 4 ). E igualmente en época altoimperial han de fecharse los fragmentos de terra sigillata hispánica hallados, no solo en superficie, como sucedió en las campañas de Fernández de Avilés, sino también a lo largo de la estratigrafía de la cata 1. ( 2 ) Tras el reciente hallazgo en Piquía (Arjona, Jaén) de toda una colección de cráteras áticas de figuras rojas en una tumba del s. i a.C. (Olmos et alii 2012), ha de replantearse el valor cronológico de la cerámica griega por sí sola, y es necesario reflexionar sobre el capital simbólico que las antigüedades tendrían para las familias aristocráticas ibéricas. ( 3 ) RPC 441. Anv.: Cabeza laureada a derecha, MV CAL IULIA - AUGUSTUS. Rev.: toro a derecha, L BAEB PRISCO / C GRAN BROC / II VIR. En el reverso, se observa además un resello triangular, cuyo significado no está claro pero podría relacionarse con un intento de las autoridades calagurritanas para retener el numerario emitido en su propia ceca: cf. Andrés 2002: 67-68. ( 4 ) RPC 179. Anv: Cabeza desnuda a izquierda, TI CAESAR DIVI AUGUSTI F AUGUSTUS P M. Rev.: Cabezas enfrentadas, NERO ET DRUSUS CAESARES QUINQ C V I N C. Mención aparte merecen los materiales documentados por A. Fernández de Avilés en la Cañada de Yecla, y por los que hasta el momento he preferido pasar por alto. En la segunda de las catas abiertas en este sector, se documentó una dependencia rectangular de mampostería, que pertenecía a un conjunto más grande del que nada más conocemos. Asociados a ella, aparecieron materiales tales como abundantes fragmentos de terra sigillata hispánica y gálica datables entre mediados del siglo I y finales del II d.C. y algunos piezas de cerámica campaniense B, vasos que sirvieron ya a T. Chapa (1983: 648; 1984: 118- 119) para proponer que se trataría de una villa rústica que se habría fundado en el lugar con posterioridad al abandono del santuario, en tanto que M.L. Sánchez Gómez (2002: 258-259) sitúa el edificio entre finales del siglo I a.C. y finales del ii o comienzos del III d.C., esto es, coincidiendo en sus primeros momentos con la etapa de uso del santuario. Ahora bien, y aun sin poder obviar la abundancia de la terra sigillata en este sector, sin parangón en el propio Cerro, ha de tenerse en cuenta que igualmente se documentaron, además de las cerámicas campanienses de las que hablaba, un ánfora grecoitálica del tipo D de E.L. Will (Sánchez Gómez 2002: 222) y por tanto datable en la primera mitad del siglo II a.C.; abundantes vasos ibéricos de diversa tipología (platos, tinajas, botellas, kalathoi), algunos con decoración geométrica pero otros con elementos figurativos, de entre los cuales destaca sin duda un fragmento en el que se conserva una pierna de guerrero calzada con greba (Sánchez Gómez 2002: 183), del mismo estilo que el fragmento decorado con guerreros hallado en la cata 4 de T. Chapa (1984: 123) y asimilable por tanto a los círculos decorativos de finales del siglo iii-comienzos del II a.C. Elementos todos ellos que parecen apuntar a un inicio de la ocupación de estas dependencias ligeramente más antiguo del que hasta ahora se viene asumiendo, cuando menos abarcando buena parte del siglo I a.C. Desde luego, la práctica llevada a cabo en el santuario que se evidencia de una manera más clara en el registro arqueológico es, sin lugar a dudas, la ofrenda de exvotos, tanto escultóricos como, en menor medida, broncíneos. La mayor parte de estos exvotos eran antropomorfos, y todo parece apuntar a que representarían al dedicante. Los mismos aludirían por una parte, digamos en un plano religioso, a la entrega del propio devoto a la divinidad, bien sea en reconocimiento por un favor prestado o bien como anticipo de un don que se aspira a alcanzar, mientras que, en un plano más "mundano", el depósito de estos exvotos en un santuario permitía la exhibición y negociación social de las identidades individuales, al representar ante todo el grupo y en un lugar colectivo la persona social del individuo con todos sus atributos. Una representación que, por supuesto, sería el resultado de la tensión dialéctica entre la individualidad del devoto y los códigos de representación y las convenciones sociales vigentes en el grupo en el momento del esculpido. Otro tanto sucedería con los pequeños exvotos de bronce antropomorfos (Ruiz Bremón 1989: 165-169), así como con las figurillas zoomorfas de bronce y piedra (Jiménez 1943; Ruiz Bremón 1989: 173-174), y las armas, fusayolas, pesas de telar y otras ofrendas depositadas en terrenos del santuario, y alusivas tanto a la identidad social del devoto que las presentaba, como a las propias prácticas rituales ejecutadas periódicamente en el área sacra. Un segundo tipo de ritual que posiblemente se llevara a cabo en el Cerro de los Santos es el del sacrificio. Los hallazgos faunísticos no han sido infrecuentes en las excavaciones, y cuando estos fueron recogidos y estudiados, concretamente en las campañas dirigidas por T. Chapa, su análisis determinó que la totalidad de los restos óseos pertenecían a ovicápridos sacrificados a distintas edades (Soto 1980). El predominio de estos animales en el registro no llama la atención (Iborra 2000: 83-87), pero la inexistencia de otras bestias sí que supone un dato interesante, sugiriendo que no nos encontramos ante contextos de consumo doméstico sino ritualizado. Resultaría interesante mencionar en relación con este tema, de cualquier manera, tres pequeñas árulas de arenisca procedentes del yacimiento, y destinadas quizás a realizar sobre ellas los correspondientes sacrificios. Me estoy refiriendo tanto al ejemplar descubierto durante las excavaciones de los padres escolapios y sobre el que se observa la inscripción latina […]LV / […]ALL / […]M (Escolapios 2007: 17; Fernández de Avilés 1948: 376), como a un segundo conservado en el Museo de Albacete y de procedencia ignota sobre cuya superficie aparece grabado un capitel jónico (Ramallo et alii 1998: 54), y quizás también a un tercero, del que tenemos noticia de que fue a parar al Museo del Louvre a finales del siglo xix (Fernández de Avilés 1948: 376). Otra actividad cultual la podemos colegir, en parte, gracias a la iconografía. En efecto, una parte importante de los oferentes fueron representados portando recipientes, manteniendo una serie de regularidades que posiblemente vengan derivadas del respeto a una ortodoxia ritual, gestual, que solo alcanzamos a atisbar: las mujeres sostienen con ambas manos y a la altura de su estómago vasos caliciformes, en tanto que los varones sujetan con la mano derecha unos extraños vasos de cuerpo superior semiesférico y pie troncocónico invertido, aunque en ocasiones también portan vasos caliciformes y escudillas (Ruiz Bremón 1989: 144-146). La repetición reiterada del gesto, así como el protagonismo que los escultores le conceden a la hora de plantear los exvotos, evidencia la gran importancia que este tendría dentro del ritual del santuario, con paralelos de hecho en otros santuarios como Torreparedones (Serrano y Morena 1988). Aunque bien es cierto que, a pesar de que en el conocido relieve de Torreparedones observamos cómo las devotas están realizando una libación, para el caso del Cerro no podemos estar seguros de que estos pequeños vasos contuvieran líquidos o alimentos, y por tanto de que estuvieran destinados a contener ofrendas o a la práctica de libaciones. En todo caso, fuera cual fuera, este gesto ritual encuentra su correlato en el registro arqueológico. Y es que ya los padres Escolapios en su Memoria advirtieron que la mayor parte de los vasos que encontraron durante sus excavaciones eran sorprendentemente pequeños, por lo que habían de tener una función ritual (Escolapios 2007: 80-81). M.L. Sánchez Gómez (2002: 134), por su parte, señaló que la cerámica gris comprendía un 49,2% de los materiales recogidos en el yacimiento durante las campañas de A. Fernández de Avilés, y que dentro de esta, los vasos caliciformes eran predominantes, frente a tan solo nueve fragmentos documentados en las catas planteadas en la Cañada (Sánchez Gómez 2002: 115). La segunda forma más habitual dentro de las cerámicas de pasta gris son las tinajillas, que igualmente apenas se documentan sin embargo en la Cañada (Sánchez Gómez 2002: 121). Caliciformes y tinajas de pasta gris, además, tienen en común su pequeño tamaño, no superando en ningún caso los 15 cm de diámetro en la boca y situándose mayoritariamente entre los ocho y los doce (Sánchez Gómez 2002: 135), algo que, unido a su reiteración sistemática en el registro y su concentración en la Ladera Norte, aboga por su función ritual. Por lo que respecta a las cerámicas de pastas claras, de nuevo sorprende el gran volumen de vasos de pequeñas dimensiones, aunque en este caso el predominio no sea tan aplastante, y las proporciones sean similares tanto en la Ladera Norte como en la Cañada de Yecla (Sánchez Gómez 2002). Otro tanto se puede decir, de hecho, del material cerámico recuperado en las catas 1, 2, 3, 5 y 6 de T. Chapa, que en líneas generales se reparte en proporciones similares: la cerámica gris comprende un 41,34% del material cerámico total recuperado en estas catas, porcentaje algo menor que el reseñado para las zanjas de Fernández de Avilés pero aún así bien significativo, en tanto que las cerámicas claras locales suponen por su parte el 57,22%, la cerámica de cocina no llega al 0,88%, y la importada apenas alcanza el 0,55%. Por lo que se refiere a las formas concretas, predominan claramente los vasos caliciformes, seguidos por los cuencos y las tinajas, a los que se suma una presencia residual de botellas, contenedores, jarras y kalathoi. De nuevo destaca, por cierto, el pequeño tamaño de los caliciformes y las tinajillas (Fig. 3, 4 y 5).
Figura 5. Tipos documentados en la cata 1. En definitiva, la amortización de pequeños recipientes en general y de vasitos caliciformes en particular fue abundante, quizás desechados en el lugar tras haber contenido el líquido o la comida entregados a la divinidad, o bien presentados asimismo como parte de la ofrenda que se pretendía realizar ante esta, motivo por el que los caliciformes han aparecido recurrentemente también en cuevas-santuario, necrópolis y en determinados espacios dentro de los poblados (González Alcalde 2009: 89-94). Llama asimismo la atención la abundancia de cerámicas grises de cocción reductora, menos representadas en otro tipo de yacimientos ibéricos contemporáneos, como poblados o necrópolis (Rodríguez González 2012). Por lo que sabemos, todas estas actividades rituales continuaron realizándose una vez que la región cayó bajo el poder de Roma y se integró en la administración provincial, algo que se verificó ya en la primera mitad del siglo II a.C. En el Cerro no se detecta nivel alguno de destrucción en estas fechas, ni ningún hiato significativo en los materiales cerámicos entre los siglos III y II a.C., aunque asegurar de manera tajante que no hubo algún tipo de cesura sería pretencioso por mi parte, dadas la problemática estratigráfica y cronológica del yacimiento antes comentada. Aunque por supuesto, se trató de una "continuidad" cargada de matices. O, dicho de otro modo, una continuidad aparente, que ocultaba el germen de los cambios que habrían de venir, cambios esperables dado que las estructuras sociales, políticas y económicas ibéricas serían profundamente afectadas por la provincialización. Por de pronto, en un montículo situado en la Ladera Norte del Cerro se erigió un templo, cuya importancia simbólica en la conceptualización del santuario hubo de ser fundamental, pues no en vano el templo dominaba la perspectiva que del santuario obtendría el viajero que transitara por la Cañada de Yecla. La monumentalización de los espacios sacros, al fin y al cabo, es un proceso propio de sociedades en rápida transformación (Cardete 2005: 43-44), como en este caso la iberorromana. Por ello, las prácticas cultuales efectivamente no se cancelan en el santuario del Cerro, pero no (o no solo) debido a una paternal tolerancia religiosa por parte del gobierno provincial romano, sino sobre todo porque estas prácticas resultaron fácilmente integrables en el esquema cosmogónico romano, y pese a la conquista continuaban constituyendo una herramienta eficaz para estabilizar y legitimar la estructura social política vigente, en la que ahora Roma y sus autoridades delegadas se situaban en la cúspide. Únicamente era necesario "resemantizarlas", cargarlas de nuevas connotaciones, reorientarlas para adaptarlas mejor a las nuevas estructuras sociales, políticas, económicas y mentales romanas, pero respetando la imagen de inmutabilidad que prestigia a todo fenómeno religioso. Así, la construcción de un edificio monumental, aunque fuera "a la itálica", seguramente no sería vista como una ruptura de las tradiciones para el devoto ibérico, pero su presencia facilitaría la conceptualización del lugar como santuario a los visitantes romanos. Y otro tanto sucedería con la presencia de devotos vestidos con la toga: gobernantes locales que continúan haciéndose representar en el santuario, y que de esta manera aúnan su posición de herederos de la cultura ibérica y de delegados del poder romano, en una doble identidad de ningún modo contradictoria. Ahora bien, en el Cerro de los Santos encontramos otro tipo de contextos, con un registro material bastante distinto. En contra de lo que en muchas ocasiones se ha venido asumiendo, el templo, que parece se levantó en el santuario a mediados del siglo II a.C. (Castelo 1993; Ramallo y Brotons 1999), no fue la única estructura arquitectónica del Cerro de los Santos. Ya los escolapios señalaron la presencia de "otros muchos cimientos" en los alrededores que no llegaron a excavar, pero que atribuyeron a templos secundarios o a edificios auxiliares (Escolapios 2007: 126). Sin embargo, este dato fue obviado durante mucho tiempo, hasta que en la campaña de 1979 T. Chapa planteó una cata, la 4, al sur del edificio templar y a una cota superior, ya próxima a la cima principal del Cerro de los Santos, cata en la que pudieron ser documentados los muros y derrumbes de al menos dos dependencias con paramentos rectilíneos, cuya planta y superficie total aún nos resultan desconocidas al no haberse podido completar su excavación (Chapa 1984: 115-117) (fig. 6 y 7).
Figura 6. El Cerro de los Santos y la Cañada de Yecla desde la cima del primero.
Pese a la cercanía de estos nuevos edificios respecto del templo (aunque, a diferencia de este, emplazado en un lugar prominente, posiblemente estos edificios no serían tan visibles desde la Cañada), el distinto carácter de los mismos se hace evidente tanto por los diversos tipos de paramentos empleados (pequeños mampuestos, en vez de sillares), como por el registro material mueble. En efecto, si los análisis paleofaunísticos de los restos óseos documentados en la Ladera Norte determinaron, como antes señalé, que la totalidad de los mismos correspondían a ovicápridos sacrificados, el material óseo de la cata 4, llamativamente abundante, comprendía restos de ovicápridos, bóvidos, caballo y ciervo (Chapa 1984: 116), además de un cierto volumen de malacofauna. También se documentaron abundantes objetos de hierro y bronce, en un volumen mayor que en las catas abiertas en la Ladera Norte. Por último, ya durante la excavación y los trabajos inmediatamente posteriores, llamó la atención a T. Chapa la abundancia de material anfórico en esta cata (Chapa 1984: 115-117). Los recuentos del material cerámico arrojan igualmente diferencias significativas. Si la proporción entre cerámicas de pastas claras y cerámicas grises en el resto del yacimiento estaba bastante equilibrada, en la cata 4 la proporción de cerámica de cocción oxidante asciende a un 89,01% del total, en tanto que la cerámica de cocina está algo más representada, alcanzando el 2,27%. Por lo que respecta a las formas concretas de los vasos, los cuencos muestran un predominio absoluto, seguidos ya de lejos por los contenedores, en tanto que la presencia de vasos caliciformes, tinajas (tipos estos dos, recordémoslo, predominantes en las otras catas) y botellas es meramente testimonial. Por último, si en las otras catas llamaba la atención el pequeño tamaño de los vasos, que rara vez superaban los 15 centímetros de diámetro en la boca, el promedio de los recipientes identificados en esta cata es de 18,14 cm (Fig. 8).
Figura 8. Tipos documentados en la cata 4. En definitiva, los resultados del estudio de los restos cerámicos y faunísticos de la cata 4 sugieren para los edificios aquí documentados unas funciones muy concretas, relacionadas con la preparación y el consumo de alimentos (de ahí el predominio de cuencos y escudillas de unas dimensiones "normales", la abundancia de ánforas, la presencia de un cuchillo de hierro, o el gran volumen de restos faunísticos de diverso tipo) y no tanto con las actividades rituales de libación y sacrificio que proponía en las páginas anteriores que tendrían lugar en la Ladera Norte. En cuanto a la cronología de estos ambientes, comprendía, a juzgar por sus materiales, desde la segunda mitad del siglo iii hasta comienzos del siglo i a.C. (Chapa 1984: 117 y 119; Sánchez Gómez 2002: 260). Su derrumbe y abandono coincidiría a grandes rasgos, por tanto, con el arranque del uso del edificio documentado a los pies del Cerro, en la Cañada de Yecla, durante la campaña de A. Fernández de Avilés de 1963, y en el que, nuevamente, llama la atención la escasez de cerámicas grises y de recipientes de pequeñas dimensiones, mientras que por el contrario abundan los vasos destinados a actividades tales como la preparación, conservación y consumo de los alimentos (Sánchez Gómez 2002: 273-275). Este paralelo entre las estructuras de la cata 4 y la de la Cañada de Yecla, unida a la posibilidad defendida anteriormente de que esta última iniciara su andadura cuando todavía el santuario del Cerro de los Santos estaba en pleno funcionamiento, me llevan a apuntar que quizás la identificación de este edificio de la Cañada como villa rural (Chapa 1983: 648; 1984: 119; Sánchez Gómez 2002: 275), identificación que se llevó a cabo únicamente a partir de su cronología y de la función doméstica de sus materiales, deba reevaluarse.
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