EXPERIMENTACIÓN EN ARQUEOLOGÍA.
TRABAJO REALIZADO POR: ALBERTO LACAVE HERNÁNDEZ.
DIRIGIDO POR: BERTILA GALVÁN SANTOS.
ÍNDICE.
1. ANTECEDENTES.
2. OBJETIVOS.
3. METODOLOGÍA.
4. RESULTADOS.
4.1. TECNOLOGÍA LÍTICA Y EXPERIMENTACIÓN.
4.1.1. LA TALLA EXPERIMENTAL.
4.1.2. LA PERSPECTIVA TÉCNICA.
4.1.3. LA PERSPECTIVA TECNOLÓGICA.
4.2. EXPERIMENTACIÓN Y FUNCIONALIDAD.
4.2.1. EL PROGRAMA EXPERIMENTAL.
4.2.2. VARIABLES CONSIDERADAS.
4.2.3. LAS RESPUESTAS HISTÓRICAS.
5. DISCUSIÓN.
6. CONCLUSIONES.
7. BIBLIOGRAFÍA.
RESUMEN.
El presente trabajo constituye una reflexión sobre las aportaciones de la
experimentación a la investigación arqueológica de las producciones líticas. Estas se
dividirán en dos grandes apartados: por una parte, los análisis tecnológicos de las
industrias líticas, centrados en reconstruir los procesos de elaboración de los útiles
líticos prehistóricos; y por otra, los análisis funcionales y traceológicos, que buscan
establecer el uso de las herramientas prehistóricas. El trabajo se complementa con el
tratamiento de los debates suscitados en torno a las aplicaciones del método
experimental en arqueología, para concluir con una reflexión general sobre la
arqueología experimental, y sus perspectivas de futuro en la investigación arqueológica.
ABSTRACT.
The present work reflects about the applied experimentation contributions to the
archeological research in lithic industry. These contributions were divided into two
main topics: the technology or technological analysis of the lithic industry, focused on
the reconstruction of the manufacture process of prehistoric stone tools; and the
functional analysis, like traceology, that tries to establish the specific use of prehistoric
instruments. Moreover, the discussion point out the controversial aspects about the
experimental method in archeology, to conclude with a general observation about
experimental archeology, and its future perspective in the archeological
research.
1. ANTECEDENTES.
La experimentación aplicada a la investigación arqueológica sobre los artefactos
líticos se remonta a la adopción de métodos científicos por parte de la
Arqueología, básicamente en el ámbito de la Prehistoria, debido a los
determinantes que la naturaleza del registro arqueológico impone al investigador -fragmentación de datos, ausencia de fuentes escritas, etc.- que le fuerzan a buscar
metodologías alternativas que permitan superar la pasividad en la observación del
registro arqueológico, introduciendo la posibilidad de intervenir de forma activa
en la observación a través de la repetición, aislamiento y modificación de los
elementos de análisis de dicha observación (Morgado y Baena, 2011: 21).
Los primeros pasos en la experimentación podemos encontrarlos en el siglo XIX,
de la mano de investigadores como Nilsson, Evans o Holmes, que realizaron talla
lítica experimental y la aplicaron al estudio de la Prehistoria (Baena, 1998: 14).
Estos primeros trabajos buscaban comprender los procesos de elaboración o talla
de los útiles, y al mismo tiempo, adquirir los conocimientos necesarios para poder
distinguir los artefactos labrados por el ser humano de las piezas líticas
modificadas por acción de la naturaleza (De la Peña, 2008). Sin embargo, aunque
estos primeros investigadores lograron describir la elaboración y posibles usos de
determinados útiles, no podían demostrar la función de cada útil en concreto
(Semenov, 1981: 8) y además, no era esa la principal preocupación, sino la
búsqueda de secuencias culturales evolutivas a través de la descripción y
ordenación de los conjuntos líticos en tipologías basadas en criterios morfológicos
(De la Peña, 2008; Briz, 2006: 28-29). Estas primeras aproximaciones se
vinculaban estrechamente con las observaciones etnográficas de talladores
contemporáneos, desde los talladores de piedras de fusil, pasando por la
elaboración de trillos para las labores agrícolas en el ámbito mediterráneo, o la
observación de los procedimientos técnicos para la elaboración de útiles de piedra
en Australia, África o América, destacando en ésta última los estudios realizados
por Nelson sobre la tecnología de los nativos americanos a través de la
observación de las técnicas utilizadas por Ishi, un experto tallador Yana, a
principios del siglo XX (Baena, 1998: 15-16).
De esta manera, durante toda la primera mitad del siglo XX encontramos un claro
predominio de los estudios tipológicos basados en criterios morfológicos,
centrados en describir secuencias culturales a partir de esta clasificación del
registro arqueológico (De la Peña, 2008). Dentro de esta corriente, y ya entrando
en la segunda mitad del siglo XX, encontramos al que será el referente en estudios
tipológicos de industria lítica, François Bordes (1961) introductor del método
tipológico-estadístico (De la Peña, 2008) que si bien seguía basándose en criterios
morfológicos para definir los tipos, buscaba a su vez la identificación de
"paradigmas morfotécnicos, como marcadores culturales del grupo humano autor
del registro" (Baena, 2007: 101). Sin embargo, François Bordes también es
reconocido por ser uno de los primeros investigadores en retomar la talla lítica
experimental (Bordes, 1947; De la Peña, 2008).
Ya en la segunda mitad del siglo XX empiezan a cobrar mucha importancia los
estudios sobre tecnología y funcionalidad en industria lítica. En este sentido,
encontramos a Sergei A. Semenov como el referente en estudios de funcionalidad
por sus investigaciones sobre las huellas de uso y de elaboración en los útiles
prehistóricos, sentando las bases de la traceología como corriente de estudio
básica en Arqueología Experimental. La aproximación de Semenov, desde la
perspectiva del materialismo histórico, ya no tenía como objetivo primordial la
identificación de secuencias culturales según esquemas evolutivos basados en
estudios tipológicos, sino la identificación de los procesos técnicos llevados a
cabo por las comunidades prehistóricas, tanto en la elaboración de los útiles,
como en la función concreta de los mismos. En cuanto al ámbito de Europa
occidental hemos de reseñar un hito en la talla experimental, como fue la
Conferencia de Les Eyzies, a mediados de los años sesenta, en el que se reunieron
talladores experimentales de América del norte y Europa como Bordes,
Crabtree, Callahan o Tixier, y que promovió la conexión de diferentes escuelas referentes a
los estudios sobre los conjuntos líticos y la talla experimental a un lado y otro del
Atlántico (Baena, 1998: 15).
A partir de los años ochenta, y muy influenciada por las aportaciones de la
etnología francesa, tiene lugar, en el ámbito europeo, un fuerte desarrollo de los
estudios sobre tecnología lítica, al considerar los artefactos líticos como
"evidencias del comportamiento humano en su dimensión técnica, económica y
social (De la Peña, 2008).
En este sentido se desarrollan las llamadas "cadenas
operatorias" como instrumento de análisis de los conjuntos líticos presentes en el
registro arqueológico, un concepto heredado de los estudios de A. Leroi-Gourhan
que vienen a representar la organización o el orden en que se realiza un
determinado proyecto técnico en industria lítica, abarcando cuatro fases generales
(adquisición, transformación, utilización y abandono) y que permite, a través del
estudio de cada una de estas fases, identificar el objetivo final de estas
realizaciones -la intencionalidad- en las que la talla experimental o los estudios de
traceología son fundamentales a la hora de analizar las fases de transformación y
utilización (De la Peña, 2008).
En el ámbito de la Península Ibérica, la introducción de la experimentación en
Arqueología ha sido tardía, pero hoy en día ya cuenta con un buen número de
investigadores, publicaciones, congresos, y espacios donde compartir los trabajos
basados en la experimentación, como la Asociación española de Arqueología
Experimental o el Boletín de Arqueología Experimental, publicado por la
Universidad Autónoma de Madrid.
Por tanto, vemos como la experimentación en arqueología surge con fuerza a
partir de la segunda mitad del siglo XX, de la mano de diferentes escuelas
historiográficas, ya sea el materialismo histórico de Semenov, las perspectivas
culturales de Europa occidental, o los estudios de la Nueva Arqueología y la
antropología en América del norte (Binford, 1988).
2. OBJETIVOS.
Los objetivos perseguidos con la realización de este trabajo son, básicamente,
dos:
- Primeramente, reseñar las aportaciones de la experimentación a la investigación
arqueológica en lo referente a los conjuntos líticos, tanto las diferentes formas de
abordar el estudio del registro arqueológico, como la capacidad de esta para abrir
el camino a la elaboración de nuevas hipótesis y campos de estudio.
-En segundo lugar, identificar las discusiones o debates más comunes en la
actualidad sobre el método experimental en arqueología, intentando establecer las
limitaciones de la experimentación a la hora de interpretar los conjuntos líticos.
Con la consecución de ambos objetivos pretendo acrecentar en mi formación
académica la profundización en un método que considero esencial para el
desarrollo de la investigación arqueológica, y que, en mi opinión, ofrece grandes
posibilidades de futuro, no sólo por la experiencia y los conocimientos
acumulados al respecto, siempre crecientes, sino también por el gran progreso de
los avances tecnológicos que permitirán llevar a cabo estudios de los materiales
arqueológicos, cada vez más exhaustivos.
Se trata, por tanto, de realizar una primera aproximación al método experimental,
en vistas a su aplicación en futuras investigaciones sobre las industrias líticas,
campo de estudio que me interesa especialmente, debido a su enorme potencial
interpretativo respecto a las sociedades del pasado y sus formas de organización
social y económica, especialmente en ámbitos como Canarias, y las especificidades de su registro arqueológico (Galván y Hernández, 1996: 46-47).
3. METODOLOGÍA.
El presente trabajo no incluye un proceso de investigación con materiales
arqueológicos ni experimentales, por lo que la metodología de trabajo empleada
se basa en la recopilación bibliográfica sobre los estudios experimentales,
discriminándola en función de los aspectos tratados.
La polarización del trabajo hacia el análisis de la experimentación vinculada al
estudio de la producción lítica, básicamente en el ámbito de la Península Ibérica,
ha requerido en cierta medida, llevar a cabo un ajuste de la extensión de la
bibliografía recopilada a la naturaleza y los objetivos académicos trazados.
Por tanto, se trata de una selección bibliográfica que pretende acotar un tema
bastante amplio, ya que consiste en un trabajo de tipo metodológico referente al
estudio de la producción lítica prehistórica, y no sobre un contexto prehistórico
concreto.
El rastreo bibliográfico efectuado se refiere, por una parte, a la teoría y práctica de
la arqueología experimental, desde posiciones ideológicas expresadas por
diferentes investigadores, no siempre convergentes; y por otra, en lo relativo a
investigaciones arqueológicas sobre conjuntos líticos, apoyadas en la experimentación, tanto para la realización de estudios tecnológicos como para los
estudios traceológicos y funcionales.
Por otra parte, en lo que respecta a las citas y referencias bibliográficas se han
seguido las normas del sistema Harvard.
4. RESULTADOS.
La exposición de resultados se centra básicamente en identificar y señalar las
principales aportaciones de la experimentación a la investigación arqueológica,
concretándose en su aplicación al análisis de las industrias líticas presentes en los
registros arqueológicos.
A grandes rasgos, podría definirse la experimentación en arqueología como:
"un modelo de contrastación de hipótesis a través de la experimentación que
de forma rigurosa admita la validez, para las fases de la Prehistoria, de un
proceso técnico desarrollado en la actualidad"(Baena, 1997: 3).
O dicho de forma más sencilla, la arqueología experimental nos sirve para
responder a cuestiones fundamentales sobre los útiles líticos prehistóricos: ¿Cómo
se elaboraron dichos útiles? ¿En qué procesos de trabajo o actividades fueron
usados? ¿Cómo se utilizaron?.
Las respuestas a tales preguntas, a través de la experimentación, nos permiten
conocer los aspectos más significativos de la tecnología y las formas de
producción prehistóricas, esenciales para comprender los procesos económicos y
sociales acaecidos en la Prehistoria, además de proporcionar al ámbito de la
investigación una experiencia "fisiológica", que ayuda a apreciar los esquemas
mentales aplicados al trabajo en las comunidades prehistóricas (Semenov, 1981:9).
De este modo, podemos presentar estas aportaciones en dos grandes apartados, los
análisis tecnológicos y los análisis de funcionalidad, es decir, una primera parte
dedicada a la práctica experimental que analiza los procesos técnicos y
tecnológicos de elaboración de los útiles líticos prehistóricos; y un segundo
apartado, dedicado a la experimentación dirigida a reconocer la función o uso de
estos útiles, que se corresponderían con las fases de transformación y utilización
del material lítico, insertas en las ya mencionadas cadenas operativas, como
herramientas de análisis básicas para la interpretación de las industrias líticas
presentes en los registros arqueológicos.
4.1. TECNOLOGÍA LÍTICA Y EXPERIMENTACIÓN.
La investigación de los conjuntos líticos basada en la experimentación constituye
el modelo alternativo a los estudios tipológicos tradicionales, y tiene como
objetivo el reconocimiento analítico de los procesos técnicos y tecnológicos
presentes en ellos (Baena, 2007: 102).
En tal sentido destacan las consideraciones realizadas desde 1967 por J.
Tixier, uno de los más relevantes tecnólogos, en una de sus obras fundamentales, cuando
habla de que la experimentación sobre técnicas nos ofrece un conjunto de
atributos y rasgos que, en proporciones adecuadas, facilitan su identificación
(Tixier, 1984; Tixier et al., 1980).
En la experimentación arqueológica, el análisis tecnológico de las industrias
líticas ha ocupado un lugar central, debido especialmente a lo estático de las
propiedades de las rocas a lo largo del tiempo, y lo reducido de las cadenas
operativas respecto a otros procesos donde intervienen de forma directa otros
parámetros que hacen más complejo su estudio, como factores de orden medioambiental a la hora de estudiar la productividad agrícola, por poner un
ejemplo (Pelegrin, 1991: 58-59; 2011: 32).
El estudio de la tecnología lítica busca el reconocimiento de los procesos de
trabajo que dan como resultado útiles o herramientas de piedra, aunque también
encontramos análisis tecnológicos referentes a la confección de otro tipo de piezas
líticas, como los elementos de ornamentación personal (Martínez y
Maeso, 2011), o a la elaboración de útiles con morfologías similares o idénticas a las
piezas realizadas con una intención funcional, pero que no están proyectadas para
ser usadas, como puede ser el caso de algunos útiles hallados en contextos
funerarios, como los ajuares. En tal sentido, el análisis tecnológico de estas
piezas, y la variabilidad en su confección, nos permiten plantear interpretaciones
de tipo social y económico, como pudiera ser la aparición de piezas que conllevan
un mayor esfuerzo, conocimiento técnico o precisión en su elaboración, que
aparecen de forma diferenciada en los ajuares, indicando una probable jerarquización y estratificación social (Marín de Espinosa et al., 2011).
4.1.1. LA TALLA EXPERIMENTAL.
La talla experimental se presenta así como uno de los campos más destacados en
lo que se refiere a las investigaciones desarrolladas a partir de la experimentación
(Baena, 1998: 13). De esta manera, la réplica experimental, ha permitido: un
mayor y mejor conocimiento sobre los procesos técnicos identificados en los
conjuntos líticos procedentes del registro arqueológico; la utilización de una
herramienta fundamental en la formulación de los sistemas tipológicos basados en
aspectos morfotécnicos; y la creación de colecciones de referencia experimentales, básicas tanto para los estudios tecnológicos como para los
estudios traceológicos (Baena, 1998: 16).
Resulta necesario señalar un aspecto importante a la hora de aproximarnos a la
talla a través de la experimentación, y es establecer la diferencia entre técnica de
talla: forma de aplicar la fuerza, la naturaleza y la morfología de los instrumentos
que participan en la talla, y la posición de la pieza durante el trabajo y, método de
talla: conjunto de técnicas organizadas de forma sistemática.
Esto es importante debido a que en el primer caso, la experimentación ha
resultado ser fundamental para identificar las diferentes técnicas de talla y el
potencial de cada una de ellas, posibilitando su contraste con los materiales
arqueológicos para establecer relaciones de causa-efecto en las huellas de talla
presentes en estos, y permitiendo además, inferir vínculos o interrelaciones
sociales entre diferentes comunidades en base a posibles intercambios de
conocimientos técnicos (Pelegrin, 2011: 32-33).
En el caso del estudio de los métodos de talla, la réplica experimental no ha
resultado tan necesaria, al disponer de otras herramientas, como las lecturas
diacríticas o los remontajes, para la reconstrucción de los diferentes métodos de
talla, sin que esto signifique que la experimentación no pueda aportar nada al
desarrollo del conocimiento de los métodos de talla, ya que puede proporcionarnos datos que nos faciliten la formulación de interpretaciones acerca
de la intencionalidad de los métodos de talla escogidos (Pelegrin, 2011: 33).
Si bien el aprendizaje de la talla experimental es clave para poder realizar una
investigación tecnológica, se impone además recordar la importancia de dominar
aspectos básicos de la mecánica vinculada al trabajo de las rocas, tales como las
propiedades mecánicas de cada materia prima: elasticidad/plasticidad; tenacidad o
resistencia a la propagación de fracturas; isotropía o cualidad de la materia prima
para propagar la fractura en una misma dirección; o los tipos de fractura, como la
extensamente estudiada fractura concoidea (Luque, 1998: 44-46).
De esta manera, se podrá poner en relación los mecanismos de elaboración de un útil con los
atributos resultantes de estos mecanismos de elaboración, tales como los bulbos,
talones, ondas o conos de percusión, los cuales, a través de la observación de estas
relaciones, nos permiten definir las huellas de elaboración que necesariamente
hemos de identificar para reconstruir el proceso tecnológico que da como
resultado los útiles del repertorio lítico a estudiar (Luque, 1998: 47-50).
Por tanto, dominando los principios básicos físico-mecánicos de cada materia
prima, será posible, a través de la experimentación, reconocer los rasgos y
atributos que nos permitirán diferenciar técnicas y métodos de talla, así como
discriminar aquellas piezas que presenten modificaciones causadas por factores
no relacionados con la talla(Baena,2007:102).
Siguiendo la propuesta metodológica de Baena (2007) para los estudios experimentales aplicados a los conjuntos líticos, este análisis se estructura desde
una doble perspectiva: técnica y tipológica.
4.1.2. LA PERSPECTIVA TÉCNICA.
La identificación de los principios físico-mecánicos que rigen el comportamiento
de los materiales durante el proceso de talla, es el primer paso para el
reconocimiento de los procesos técnicos plasmados en un conjunto lítico. Un
objeto de estudio de crucial importancia ya que, junto con otras variables, puede
llegar a determinar el tipo de fractura (Baena, 2007: 102).
Un aspecto esencial son los tipos de fractura, esencialmente tres: concoidea o
hertziana; la de tracción o flexión, también llamada bending; y la compresiva o de
cuña, también llamada wedging (Baena y Cuartero, 2006: 147; Baena, 2007: 102).
Se trata, desde una perspectiva mecánica, de conocer los resultados de los
distintos tipos de fuerzas mecánicas ejercidas durante el proceso de talla (Luque,
1998: 42-44).
A través de la talla experimental, es posible verificar que los rasgos de un
determinado número de productos de lascado terminan siendo distintivos y con
ello confirmando el empleo de técnicas concretas (Baena, 2007: 102).
Los comportamientos técnicos y las morfologías resultantes guardan una estrecha
relación, cuyos atributos, presentes en anversos y reversos de lascas y núcleos,
pueden ser leídos e interpretados a través de la experimentación.
Estos rasgos y atributos presentes en las piezas líticas talladas se pueden clasificar
en diferentes categorías, atendiendo a su relación o no con otros atributos
presentes en la pieza: atributos complejos y atributos simples respectivamente, o a
la capacidad del tallador para controlar el proceso que da como resultado un
determinado atributo o atributos, dividiéndose entonces en: atributos dependientes: los que controla el tallador, como las diferentes formas del talón; y
atributos independientes: aquellos que él tallador es incapaz de controlar, como
las formas que adquiere el bulbo, o la aparición de descamaciones en los reversos
(Baena, 1998: 195).
La elección de los atributos a estudiar dependerá de las hipótesis planteadas por la investigación arqueológica (Baena, 1998: 194).
Por tanto, resulta de vital importancia aprender a reconocer los estigmas de
trabajo o huellas de elaboración en los útiles arqueológicos, a través de: la
observación macroscópica y microscópica de dichas huellas; la identificación de
las variaciones morfológicas de las piezas líticas; la distribución de las huellas en
la pieza; y la medición de los tipos de fuerza y contactos ejercidos, reflejados en
los estigmas de trabajo (Gutiérrez, 1998: 205-210).
A través de la experimentación y la observación, podremos llegar a reconocer los
distintos tipos de estigmas o de fracturas, para poder discernir entre las distintas
causas que las producen, desde las intencionales relacionadas con la elaboración o
el uso, pasando por los accidentes de talla o uso, las causadas por agentes
naturales y procesos postdeposicionales, e incluso las relacionadas con una mala
praxis arqueológica en el tratamiento de los materiales (Rubio Gil, 2007: 121-129).
Para ello es imprescindible la creación de colecciones de referencia experimentales, con el objetivo de aprender a identificar las huellas que reflejan la
utilización de diferentes técnicas de talla. En este sentido, la ampliación de las
colecciones de referencia a otro tipo de materias primas diferentes a la
extensamente estudiada familia de rocas silíceas, es cada vez mayor, así como el
estudio de otros métodos de talla no tan tratados (Baqueiro, 2007; Bourguignonet
al., 2011; Malagón, 2007; Nami, 2005).
4.1.3. LA PERSPECTIVA TECNOLÓGICA.
El estudio tecnológico experimental se centra en el análisis y reconstrucción de
los procesos tecnológicos presentes en los conjuntos líticos (Baena, 2007:103).
Los objetivos destinados a analizar y reconstruir los procesos tecnológicos que
dan como resultado un conjunto lítico concreto son los siguientes:
a) evaluar las posibilidades que ofrecen las materias primas líticas presentes en el registro
arqueológico;
b) analizar y describir los procesos tecnológicos concretos,
organizados en base al diseño establecido para la cadena operativa (inicialización,
reciclaje, configuración, etc.);
c) reconocer el nivel de homogeneidad o
heterogeneidad tecnológica dentro del registro;
d) aproximarse a la paleotecnología mediante la identificación y cómputo de las categorías y tipos
técnicos recreados experimentalmente, y su comparación con el registro
arqueológico; y finalmente, e) reconocer las estrategias globales adoptadas por los
grupos autores de los registros, a través de la comprensión del proceso
tecnológico global.
Para llevar a cabo esta tarea de reconstrucción de los procesos tecnológicos desde
la experimentación, contamos con tres recursos básicos: la reconstrucción y
análisis de remontajes; la interpretación de los rasgos y atributos; y la lectura
diacrítica del conjunto, es decir, "la lectura tecnológica del conjunto mediante el
examen tridimensional de las orientaciones, superposiciones y encadenamientos
de las extracciones" (Baena, 2007: 103).
Los criterios en los que se fundamenta esta lectura tecnológica pueden dividirse
en diferentes categorías. La primera de ellas alude a los atributos morfológicos
observables en las piezas, tales como la morfología de los bordes, la concavidad o
convexidad de las superficies, la morfología de las intersecciones, o los criterios
topográficos.
La segunda refiere a criterios técnicos y tecnológicos, como la
presencia o ausencia de negativos de conos, escamas, ondas y otro tipo de rasgos
técnicos, la localización de estos rasgos, o la identificación de huellas de impacto
o machacamientos. Por último, encontramos los criterios de lógica técnica,
sujetos a la experiencia y los conocimientos del tallador, así como a los modelos
experimentales, y por tanto, algo subjetivos. (Baena, 2007: 103-106).
Dicho esto, la lectura tecnológica del conjunto sigue una serie de pasos. El
primero de ellos es la identificación de la orientación o dirección de las
extracciones, de forma individual, prestando especial atención a estigmas como
las ondas o las estrías, la topografía de las secciones de los negativos, o a la
configuración de la morfología de los negativos, especialmente en rocas de grano
grueso, que no suelen conservar atributos como las ondas o las estrías (Baena,
2007: 106; Baena y Cuartero, 2006: 147-148).
El siguiente paso consiste en determinar la sucesión o superposición de las extracciones, mediante criterios de
índole tecnológicos y morfológicos, generalmente la ruptura de la morfología
teórica de la extracción y el análisis del volumen teórico de las superficies, tanto
negativas como positivas, y su complementariedad con la observación y análisis
de la posible presencia de estigmas, detectables a través de la vista -estrías de los
bordes- y el tacto -rebabas- que nos ayudan a determinar el orden en la superposición de las extracciones (Baena, 2007: 106; Baena y Cuartero, 2006:148-149).
Por último, la organización de los gestos u orientaciones a lo largo de la
explotación, de manera sucesiva (Baena, 2007: 107). En este sentido, la
ordenación de negativos entre superficies distintas se presenta como una de las
tareas más complejas, al precisar de la comprensión del proceso global de
explotación y configuración, al reconocer perfectamente la morfología de los
negativos (Baena, 2007: 107; Baena y Cuartero, 2006: 149).
Por tanto, el análisis tecnológico experimental se organiza en distintos niveles: la
extracción individual, que se analiza a partir de criterios técnicos, y que nos
permite reconstruir determinados gestos o comportamientos técnicos; la serie de
extracciones, al identificar conexión o relaciones de continuidad entre las
extracciones durante el proceso de explotación y configuración, y que permiten
reconocer una finalidad en el proceso de talla; las secuencias, o coordinación de
las series con un objetivo tecnofuncional o tecnológico concreto, tratándose de
esquemas operativos o métodos de talla en el proceso de explotación, y de
unidades tecnofuncionales en el caso de la configuración; y los conceptos, es
decir, el uso de la información que nos proporciona el análisis de las extracciones,
las series y las secuencias, para identificar objetivos técnicos concretos (Baena,
2007: 107-109).
La información que nos ofrece la lectura tecnológica y la experimentación
requieren de un registro adecuado, diferenciando dos niveles básicos: la
representación analítica y el proceso interpretativo (Baena, 2007: 109).
Resulta fundamental una representación gráfica realista de los materiales analizados,
organizada en tres fases: realización de dibujos realistas y de precisión;
interpretación del papel de las extracciones; y lectura diacrítica (Baena y
Cuartero, 2006: 157).
La primera fase, de diseño realista, puede resultar
excesivamente laboriosa si pretende ser muy precisa, por lo que se tienen en
cuenta unos principios básicos, como la toma de vistas a representar o el sistema
de proyección empleado, así como una especial atención a la representación de
atributos interpretables (Baena y Cuartero, 2006: 159).
En la segunda fase se trata de realizar un diseño esquemático que recoja los criterios básicos de organización
de las extracciones, y por último, una fase de representación gráfica interpretativa,
que analice los procesos estableciendo la intencionalidad de los mismos (Baena,
2007: 109).
Por tanto, puede afirmarse que los análisis tecnológicos tienen como objetivo
definir la dinámica de transformación de los conjuntos líticos arqueológicos, partir de ensayos de reproducción experimental en los que observamos,
describimos y clasificamos los caracteres que se estiman significativos definitorios de la utilización de diferentes métodos y técnicas en la elaboración
de útiles líticos (Luque y Baena, 1991: 10).
Por otra parte, también debemos reconocer posibles tratamientos de la materia
prima lítica que modifican sus cualidades para la talla, como el tratamiento
térmico. En este sentido, se presenta como un proceso técnico más, integrado en
la elaboración de un útil. El tratamiento térmico sobre rocas silíceas se encuentra
ampliamente documentado, con especial incidencia a partir del Solutrense, sobre todo, durante el Neolítico, donde lo encontramos estrechamente vinculado la producción laminar en Europa occidental y la Península Ibérica
(Boix, 2012: 38).
Las ventajas que ofrece se traducen en una talla que requiere menos
aplicación de fuerza, y que asemeja la microfractura de la roca silícea a la de otros
materiales, como la obsidiana y el vidrio (Boix, 2012; Terradas y Gibaja, 2001).
Es pertinente diferenciar las alteraciones térmicas producidas por un tratamiento
intencional de las no intencionales, a través de programas experimentales
(Boix,2012: 41; Dorta et al. 2010:33-64; Terradas y Gibaja, 2001: 33).
Sin embargo, no existe, por el momento, una metodología concreta para identificar, más allá de
toda duda, el tratamiento térmico de las rocas, y debido a la agresividad de
algunos análisis físico-químicos (Boix, 2012: 41) tales como cambios de color,
lustre térmico, o fracturas (Terradas y Gibaja, 2001: 33).
Por último, es necesario señalar la importancia del enfoque económico en el
estudio de la tecnología lítica, o análisis tecnoeconómicos, que buscan plantear
hipótesis vinculadas a las interpretaciones de tipo económico que nos pueda
suministrar el estudio de los conjuntos líticos, tales como la duración y tiempo de
trabajo, las cantidades de desechos, la productividad de las extracciones realizadas
mediante distintas técnicas de talla, o los condicionantes técnicos que impone el
modo de aprovisionamiento de las materias primas líticas para confeccionar los
útiles (Pelegrin, 2011: 33).
En este sentido, es recomendable el desarrollo de un
programa experimental que busque identificar las variaciones de técnicas y
métodos de talla en la secuencia cronológica de un mismo yacimiento, definiendo
posibles novedades tecnológicas (Cuartero et al., 2007); una ampliación de la
base referencial a otras modalidades de talla de períodos concretos, como las
variantes Quina y Discoide del Paleolítico Medio, que permitan, a través de
inferencias de tipo tecnoeconómico, refutar o contrastar hipótesis referentes a los
tipos de ocupación del territorio (Brenetet al., 2011; Bourguignonet al., 2001;
2011).
4.2. EXPERIMENTACIÓN Y FUNCIONALIDAD.
La experimentación constituye un recurso de investigación imprescindible en el
campo de los estudios traceológicos, puesto que dota al análisis funcional, o de
huellas de uso, de la posibilidad de contrastar las hipótesis de utilización
planteadas para los objetos arqueológicos.
En el ámbito de estudio de las herramientas líticas, las huellas de uso ofrecen una
vía de investigación de gran utilidad, puesto que durante la actividad se generan
alteraciones en las zonas de contacto del instrumento lítico con la materia
trabajada, que pueden ser analizadas mediante observación microscópica, y
proporcionar información de amplio espectro sobre el trabajo al que fue sometida
la herramienta. La incorporación de la experimentación a los estudios funcionales
se debe a la relevante figura de S. A. Semenov, que desde los años 30 del pasado
siglo, revolucionó las ideas sobre la función de los útiles, más allá de la
tradicional tipología, aportando a la arqueología las bases de una nueva disciplina:
la traceología, como instrumento para aproximarnos a la organización económica
y social de las comunidades del pasado (Longo et al., 2005).
Su gran obra: Tecnología Prehistórica. Estudio de las herramientas y objetos
antiguos a través de las huellas de uso (Semenov, 1957/1981) traducida al inglés
en 1967, coincidió con la irrupción de la Nueva Arqueología que pretendía
desvelar las claves de interpretación del registro arqueológico como resultado del
comportamiento humano, tuvo gran repercusión en la investigación prehistórica
puesto que los estudios de huellas de uso incidían directamente en este intento
(González e Ibáñez, 1994: 12).
Supuso un punto de inflexión al establecer las
bases del estudio de las huellas de uso o desgaste, tanto a nivel macroscópico,
como microscópico, en lo que se ha dado en llamar traceología o
icneología, insistiendo en la necesidad de desarrollar herramientas analíticas, como la
incorporación de la microscopía, que permitieran identificar funciones concretas
de los diferentes útiles presentes en los repertorios arqueológicos (Semenov,
1981: 8), entre las cuales incluyó la experimentación como recurso de investigación imprescindible:
"La experimentación es importante porque además de probar las cualidades
mecánicas de los útiles antiguos proporciona una experiencia fisiológica que
sirve para hacer una apreciación de las costumbres de trabajo primitivas,
obtener una impresión viva respecto de la racionalidad de las formas de las
herramientas de piedra empleadas en el trabajo, etc." (Semenov, 1981: 9).
Son destacables las numerosas experimentaciones que efectuó para replicar
hipotéticos trabajos prehistóricos con útiles de piedra y hueso, sobre diferentes
materias primas (piedra, hueso, asta, marfil, madera, piel, etc.), documentando las
huellas producidas por cada actividad en las herramientas empleadas, como se
recoge en su clásica obra.
Desde su propia perspectiva teórica, las sociedades prehistóricas tendían a la
especialización en el desarrollo de los métodos de producción, lo que provocaba a
su vez una tendencia hacia la unifuncionalidad de las herramientas de trabajo
(Semenov, 1981: 37). De esta forma, interpretaba los resultados de sus investigaciones experimentales entendiendo el desarrollo de los métodos de
producción prehistóricos como el resultado de una secuencia tecnológica
evolutiva, en la que los cambios técnicos y tecnológicos responden a una
tendencia hacia la mayor productividad de las actividades de los trabajos
prehistóricos hasta llegar al punto en el que la productividad de las herramientas
líticas se ve superada por la aparición de útiles realizados en metal
(Semenov, 1981: 353-369).
Puede afirmarse que el análisis funcional surge como un método
experimental propio de la arqueología, desarrollado por Semenov desde una base
teórica vinculada al materialismo histórico marxista, de la que toma aquellas
herramientas que permiten elaborar un método científico de aplicación universal,
regido por unos criterios objetivos (Claud y Plisson, 2006: 191-192).
4.2.1. EL PROGRAMA EXPERIMENTAL.
Siguiendo la propuesta metodológica de González e Ibáñez (1994), en una
primera fase de la experimentación deberán elaborarse las claves de interpretación
a partir de la realidad experimental observada; y en una segunda, se llevará a cabo
el reconocimiento de las mismas alteraciones en piezas arqueológicas, que
permite una equiparación de causas por la analogía de las consecuencias.
En este contexto, para que la experimentación cumpla ambos objetivos debe
organizarse como programa experimental, en el que se repliquen las hipotéticas
labores llevadas a cabo, de manera controlada, que generarán alteraciones
distintas en cada una de ellas, a partir de las cuales se establecerán las huellas
propias de cada actividad. Se conocen previamente las huellas producidas por
cada uno de los trabajos experimentados, y cuando se observan las trazas en un
utensilio arqueológico pueden asociarse a uno de los tipos de trabajo realizados.
De esta forma podrán crearse los patrones de huellas significativos como criterio
para la identificación funcional, que se aplicarán al analizar los materiales
arqueológicos (González e Ibáñez, 1994:15-6).
Para que el programa experimental pueda cumplir con los objetivos inicialmente
expresados, en primera instancia, se ha de definir de la forma más precisa el
marco experimental, es decir, las características de las actividades prehistóricas
que se estudian, a partir de: la información existente sobre las materias primas
disponibles; los restos materiales de actividades conservados en el registro
arqueológico; los resultados de estudios de otros materiales arqueológicos del
contexto; las referencias etnográficas recabadas sobre pueblos con un nivel
similar de desarrollo tecnológico; e incluso, con conocimientos sobre el
comportamiento humano, como la racionalidad, la capacidad motora y la efectividad.
En segundo lugar, se ha de tener en cuenta que el programa de experimentos debe
formar un conjunto organizado, sistemático y coherente, y que ha de incluir los
trabajos sobre todas las materias que hayan podido llevarse a cabo en el contexto
estudiado, lo que asegura que las relaciones que se establecen entre huellas y
características del uso son pertinentes y que no hay otros usos distintos que
causen las mismas huellas.
En una fase ulterior, el programa experimental deberá permitir la elaboración de
un sistema de interpretación más completo.
Para llevar a cabo un programa experimental es necesario tener en cuenta una
serie de variables básicas que definan la experimentación y condicionen unos
resultados útiles para la investigación, tales como: la elección de la materia prima;
los conocimientos técnicos o experiencia del tallador o los talladores; la finalidad
o el uso proyectado para el útil a elaborar; así como aspectos circunstanciales
marcados por las características del contexto arqueológico a estudiar (Baena,
1998: 191-194) como pudiera ser la probable incidencia de alteraciones intencionales, tales como el tratamiento térmico, en las materias primas del
registro arqueológico a contrastar con la muestra experimental.
Durante los experimentos se han de controlar preceptivamente todas las variables
que intervienen durante el uso y, posteriormente, las alteraciones que se generan,
para lo que es necesario definir previamente tanto las actividades que se van a
realizar como los atributos de las huellas resultantes que se van a tener en cuenta
(González e Ibáñez, 1994: 16-17).
4.2.2. LAS VARIABLES CONSIDERADAS.
1) Variables independientes.
Se trata de factores que influyen significativamente en las huellas resultantes del
trabajo, que se agrupan en dos:
1º) Variables relativas al reconocimiento de la
actividad, materia trabajada y su estado (seca, fresca o humedecida,
termoalterada); el tipo de acción ejercida, la duración de la acción (tiempo de
trabajo), sujeción del útil-enmangues (objeto del análisis funcional);
2º) Variables evidentes, que influyen en la formación de las huellas de uso: ángulo y
delineación del filo, naturaleza de la zona activa, tipo de materia prima (Gutiérrez,
1994: 116-117).
2) Variables dependientes y atributos.
Corresponden a las alteraciones generadas por el uso sobre los instrumentos,
susceptibles de ser organizadas en patrones que permitan reconocer la funcionalidad de los útiles analizados, que se clasifican como:
1º) desconchados, que pueden observarse a simple vista en los negativos de las esquirlas que salen
despedidas durante la actividad del útil, y que han suscitado numerosos debates en
cuanto a su utilidad para la interpretación funcional, pero que albergan consenso
respecto a su utilidad para reconocer el ángulo de trabajo y la dureza del material
trabajado (generados por la fuerza ejercida con la herramienta sobre la materia
trabajada);
2º) pulidos, consistentes en una alteración de la topografía del borde
activo, con atributos morfológicos como el brillo o la textura, uno de los cuales es
una de las huellas de uso más frecuentemente documentadas, como es el denominado "lustre del cereal" (creado por la fricción del sílex contra otra
materia);
3º) estrías, que indican la dirección del movimiento de trabajo, y que
pueden presentarse como surcos excavados en la superficie de la pieza (por
arrastre de partículas abrasivas);
y 4º) redondeamientos, tanto de las zonas
elevadas del borde activo del útil, como en el filo activo, y que puede indicarnos
algunas características del material trabajado así como el ángulo de trabajo
(embotamiento del filo por el trabajo) (Gutiérrez, 1994: 116-117).
Sin embargo, I. Clemente (1997: 25-36) prefiere diferenciar entre: variables
modificables, controladas por la persona que realiza la actividad, como el tipo de
acción realizada, que conlleva a su vez múltiples subvariables (tipo de acción
ejercida, fuerza y velocidad del gesto, dirección del movimiento, etc.), la
utilización de mangos o no, la forma y el ángulo del filo activo, el grado de
humedad de la materia trabajada, o la utilización de abrasivos; y las variables no
modificables, referidas básicamente a las cualidades inherentes a la materia prima
del instrumento de trabajo y a la materia prima trabajada. De esta forma resulta
posible identificar el papel de cada una de estas variables en el desarrollo de los
rastros de uso, como pudiera ser el tipo de acción realizada a través de la
observación de la extensión y distribución de estos rastros en la superficie de las
piezas, el uso de abrasivos a partir de la identificación de redondeamientos muy
acentuados, la alta presencia de estrías, o el grado de humedad de la materia
trabajada relacionado con la velocidad del desarrollo de micropulidos (Clemente,
1997: 25-36).
Por otra parte, hay que tener muy en cuenta la existencia de posibles microrrestos
aun presentes en la superficie de la pieza, pero siempre con anterioridad a la
observación de las posibles huellas de uso o desgaste, pues es esencial limpiar la
superficie de los útiles arqueológicos para poder observar dichas huellas
(Semenov, 1981: 53-54).
El reconocimiento de estas huellas en los materiales experimentales, y el ejercicio
de contraste con el conjunto lítico arqueológico, nos puede proporcionar datos
esenciales para inferir la funcionalidad o uso de cada pieza estudiada. Sin
embargo, el análisis funcional y traceológico no pretende limitarse a identificar
los usos concretos de determinados útiles, sino que debe insertarse en el conjunto
de estudios llevados a cabo para la interpretación global de un yacimiento y el
registro material asociado a este (Gutiérrez, 1994: 115).
De este modo, diferentes herramientas analíticas vinculadas a la arqueología: la
sedimentología, la micromorfología, la paleobotánica, la zooarqueología, etc. se complementan con
la traceología, al aportarse mutuamente datos fundamentales para el estudio de
estos campos de conocimiento (Gutiérrez, 1994: 115).
4.2.3. LAS RESPUESTAS HISTÓRICAS.
El registro lítico estudiado desde la perspectiva metodológica planteada, en el que
los elementos que lo integran se consideran imbricados, tiene la capacidad de
aproximarnos al conocimiento de los procesos productivos desarrollados por la
sociedad que los ha generado.
Se trata, por tanto, de plantear cuestiones relativas a la organización económica de
las comunidades prehistóricas en base al análisis de los restos materiales, lo que
requiere de una teoría económica que nos permita establecer relaciones entre esos
rastros del trabajo humano y las relaciones sociales de producción y reproducción
(Risch, 2008: 519).
Desde esta perspectiva, se entienden los repertorios líticos como producto y agente resultante de las estrategias organizativas de los grupos
humanos, y como conjuntos materiales que a través de sus características
dinámicas y estructurales nos posibilitan la identificación de estas estrategias
organizativas (Briz et al., 2013: 253).
O dicho de otra forma, el análisis funcional y su base teórica representan una herramienta para aproximarnos a los modos de
producción del pasado (Clemente, 1997: 9).
En definitiva, constituye un recurso a través del que intentar comprender tanto las
estrategias organizativas destinadas a la subsistencia, como las relaciones sociales
de producción y reproducción. El estudio de la función de los instrumentos líticos
no constituye un fin en sí mismo, sino el medio con el que poder obtener
respuestas de carácter histórico.
En cuanto a las aplicaciones concretas que se derivan del análisis funcional en la
investigación arqueológica, que trascienden la mera descripción del uso de
determinadas piezas, a la hora de formular interpretaciones, destacamos los
siguientes ejemplos de gran relevancia.
Un primer caso, relativo el estudio funcional de conjuntos de puntas de proyectil
recuperadas en contextos funerarios del Neolítico final y el Calcolítico, en varios
yacimientos del NE de la Península Ibérica, que fueron localizadas dentro y fuera
de los cuerpos enterrados, muchas de las cuales conservan huellas de impacto y
fracturas que evidencian el incremento de acciones violentas en estos momentos,
y arrojan la duda sobre si todo lo que ha sido depositado en el interior de una
tumba debe ser considerado ajuar. De lo que se deduce que todo esto contribuye a
un necesario replanteamiento teórico tanto sobre el propio concepto de ajuar
como sobre las relaciones sociales intra e inter-grupales(Márquez et al., 2008:322-325; Palomo y Gibaja,
2002).
Por otra parte, se plantea que mediante un análisis cuantitativo y estadístico de la recurrencia de estos hallazgos, a una escala
significativa, es posible formular interpretaciones de gran calado, como la
existencia de un conflicto bélico sistemático y organizado-una guerra- a través de
la observación de la frecuencia con la que aparecen este tipo de hallazgos, y si se
encuentran organizados de alguna forma, como por sexo y edad, lo que abre a su
vez la puerta a reflexiones de tipo social, económico o político, al intentar
ahondar en las causas que generaron dicho conflicto bélico (Márquez et al., 2008:325).
Un segundo caso compete a los análisis funcionales vinculados al estudio de las
actividades agrícolas, de gran desarrollo, que ha permitido diferenciar los tipos de
cereales cultivados en función de las características del pulido propio de cada
especie, aportando nueva información sobre las diferentes formas de introducción
de las prácticas agrícolas en la Península Ibérica, a través de las variabilidades
tecnológicas observadas en el registro arqueológico, como las hoces curvas del
sur y el Levante peninsular, las hoces de ángulo recto de Cataluña y sureste de
Francia, o la ausencia de hoces -con técnicas de cosecha alternativas que han
pervivido hasta la actualidad, como las mesorias, de la región cantábrica,
consistentes en dos trozos de madera (Ibáñez et al., 2008).
En el ámbito de la agricultura, también son reseñables entre otras, las investigaciones encaminadas a
resolver incógnitas de gran calado, como la diferenciación de la cosecha de
cereales domésticos de la recolección de cereales silvestres a través del análisis de
las huellas de uso resultantes de una y otra (Ibáñez et al., 2014).
5. DISCUSIÓN.
Abordaremos aquí una reflexión acerca de las limitaciones interpretativas y los
debates suscitados en torno a la arqueología experimental como herramienta de
análisis de las industrias líticas.
Un primer debate se origina en torno al propio concepto de "Arqueología
Experimental". Si la Arqueología es una disciplina científica, la experimentación
ha de ser una parte metodológica esencial de ella, del mismo modo que lo es de
cualquier otra disciplina (Morgado y Baena, 2011: 21) y, por tanto, puede parecer
redundante añadirle el término experimental a la arqueología. Sin embargo,
autores como Baena (1999: 2-3) creen que no se debe renunciar al concepto de
Arqueología Experimental, aun aceptando el carácter reiterativo, debido a que la
experimentación no ha terminado de integrarse en la investigación arqueológica, y
especialmente, en la formación académica de las personas que se han dedicado a
la arqueología, lo hacen actualmente, o en un futuro. Es por ello que señala una
división entre una arqueología científica (y por tanto, experimental) y una
arqueología meramente "hipotética y descriptiva", pero niega la infalibilidad y/o
la exclusividad de la primera sobre la segunda (Baena, 1999: 3).
Además, el término permite reconocer la centralidad de la experimentación en algunas
investigaciones (Baena, 1999: 3).
"Existen realidades del pasado o de la formación del registro que pueden ser
observados e inferidos pero que no pueden ser experimentados" (Morgado y
Baena, 2011: 24).
Con esta afirmación puede resumirse la base de la crítica a la metodología experimental en arqueología. En esencia, este problema se basa en la
elección certera de las variables a controlar. Como en cualquier otra práctica
experimental, es necesario especificar con claridad los datos y las variables
controladas, a fin de que la experimentación pueda repetirse en los mismos
términos por otros investigadores, permitiendo la posibilidad de alcanzar cierto
grado de consenso científico (Nami, 2011: 40).
Serán, por tanto, las variables y el control de estas un tema recurrente en los debates sobre experimentación
arqueológica, algo común a otros métodos experimentales en todo caso, pues
cualquier proceso experimental implica la simplificación de una realidad -en
nuestro caso del pasado- al reducirla al control de unas variables establecidas
(Morgado y Baena, 2011: 24).
En este sentido, diferentes investigadores, como Callahan (1995; citado en Baena, 1998: 195-196) han propuesto diferentes niveles
de experimentación arqueológica, en este caso tres: experimentos no verdaderos
ni científicos, son aquellos que producen modelos experimentales no funcionales
ni elaborados con rigor en lo que respecta a los materiales y los procesos de
producción del pasado; experimentos verdaderos, pero no científicos, que se
refieren a los que producen modelos experimentales funcionales, elaborados con
procedimientos originales, pero sobre los que no se ha llevado a cabo un control
científico; y los experimentos verdaderos y científicos, que producen modelos
experimentales funcionales, mediante procesos de elaboración originales, y sobre
los que se lleva a cabo un control riguroso y científico del programa experimental.
Para otros autores, como Coles (1979; citado en Baena, 1998: 196) la clasificación se efectúa en otros tres niveles, atendiendo a la finalidad de la
práctica experimental: el nivel inferior, en el que la experimentación se limita a
replicar una determinada morfología observada en el registro arqueológico, sin
atender a los procedimientos técnicos originales, también llamado nivel de
finalidad didáctica o de exhibición; nivel medio, en el que la experimentación se
centra en definir y analizar el proceso técnico, llamado nivel de finalidad
tecnológica; y el nivel superior, en el que la experimentación se vincula al estudio
de los aspectos funcionales de las piezas líticas, llamado nivel de finalidad
funcional.
En cualquier caso, según Baena (1998: 196), lo importante es tener clara la
finalidad de la experimentación, teniendo en cuenta que para poder denominarse
arqueología experimental necesariamente ha de servir para responder a cuestiones
de tipo arqueológico, y no limitarse a la mera reproducción. Debido a ello, se
impone establecer una serie de procedimientos o protocolos de experimentación
básicos: definición de las hipótesis a resolver; desarrollo de un programa
experimental que tenga en cuenta una mínima serie de variables, como la elección
de la materia prima a trabajar, o las técnicas empleadas en el trabajo; la práctica
experimental propiamente dicha; y el análisis de los resultados para contrastarlos
con los valores identificados en el registro arqueológico.
También es necesario tener en cuenta los principios teóricos sobre los que se
asientan las experimentaciones, teniendo en cuenta las limitaciones que estos nos
imponen a la hora de realizar una interpretación de los resultados obtenidos con la
experimentación. Estas experimentaciones se rigen, según Morgado y Baena
(2011: 22) por dos principios básicos: el principio de actualismo o uniformidad,
mediante el cual podemos determinar que los procesos técnicos y socioculturales,
así como la formación de los yacimientos, pueden ser reconstruidos o replicados,
bajo unas condiciones determinadas, en el presente; y el principio de simulación,
el cual nos permite, una vez interpretados los datos del registro arqueológico y
formuladas una serie de variables pertinentes, realizar un análisis de la interacción
de esta serie de variables, mediante la simulación de dichas interacciones en
función del tiempo, ya sea a través de la experimentación, o a través de la
utilización de modelos matemáticos de simulación, en los que actualmente se
utilizan ordenadores y programas informáticos que calculan la interacción de estas
variables mediante fórmulas matemáticas.
En este sentido, el principio de uniformidad o actualismo ha sido objeto de discusiones dentro del ámbito de la
arqueología experimental, al intentar definir sus limitaciones al llevar a cabo las
experimentaciones. De esta forma, algunos autores, en oposición a aquellos
investigadores que rechazan elementos "actualistas", como el uso de herramientas
modernas, a la hora de aceptar la validez de las experimentaciones (Callahan,
1995; citado en Baena, 1997:4) apuestan por apelar a la lógica y al "sentido
común" (Baena, 1998: 196) definiendo las limitaciones del actualismo en función
de la finalidad de la experimentación a realizar, por ejemplo, si queremos estudiar
las huellas de uso en una hoja solutrense, el procedimiento de elaboración no será
tan importante como la observación rigurosa de unas variables en la experimentación y observación traceológica de las huellas de uso (Baena, 1997:4).
Otra crítica recurrente a la arqueología experimental se refiere a la complejidad de
los datos obtenidos en la experimentación, especialmente al tratar de insertarlas en
investigaciones e interpretaciones más amplias sobre el registro arqueológico.
Hemos de tener en cuenta la enorme cantidad de datos generados por la experimentación, que en ocasiones puede resultar incluso excesiva y de poca
utilidad, como pudiera ser las numerosas observaciones y variables de algunos
análisis tecnológicos, o lo que es peor, subjetiva, debido a la dificultad de medir
algunas de las observaciones con parámetros más o menos consensuados entre los
investigadores, como veremos más adelante en el caso de los análisis
traceológicos. En este sentido, se ha intentado buscar soluciones creando
herramientas metodológicas que desarrollen la clasificación y sistematización de
los resultados de la experimentación, para facilitar su comprensión y permitir un
mejor contraste con los materiales arqueológicos, como pueden ser las tablas
dinámicas (Rubio Gil et al., 2011), es decir, representaciones gráficas para el
análisis tecnológico, elaboradas a partir de remontajes de núcleos experimentales.
En lo referente a los análisis tecnológicos, como de la experimentación en
general, la cuestión de las variables se presenta como una de las discusiones más
habituales. Entre otras, la elección de la materia prima, en la que se ha señalado
una excesiva concentración de estudios experimentales sobre la tecnología de la
familia de rocas silíceas, en detrimento de otras materias primas frecuentemente
halladas en los repertorios líticos arqueológicos, como las rocas de la familia del
cuarzo (Baqueiro, 2007: 154-155).
Por otro lado, la variable del conocimiento técnico del tallador o talladores se
presenta como otro gran foro de discusión, por las implicaciones que puede tener
el mismo a la hora de determinar las muestras experimentales -como pudieran ser
los distintos estilos aprendidos, o los gestos o "manías" de talla-. Se trata por
tanto, de una aproximación al grado de habilidad de las personas dedicadas a la
talla, también llamado savoir-faire (Pelegrín, 2011: 34).
En este sentido, se han realizado interesantes investigaciones experimentales que buscan una primera
aproximación a la gestualidad de la talla, ya sea para indagar acerca del origen de
la misma en comparación con estudios etológicos, como un intento de definir una
especie de talla "instintiva" (Geribáset al., 2011) la comprensión y medición de
las variabilidades gestuales según la experiencia y conocimiento técnico de
talladores actuales (Terradillos y Alonso, 2011), o experimentaciones referentes al
aprendizaje de la talla como un sistema de enseñanza práctica, que es a su vez un
proceso social en el que se transmiten conocimientos de unos individuos a otros
(Vicente, 2011).
Estos proyectos experimentales tienen un gran interés, además, en lo que se refiere a la representación identitaria que, en cierto sentido, reflejan
las diferentes habilidades técnicas de los grupos humanos (Briz et al., 2013: 254).
Sin duda, es la talla lítica la práctica experimental que ha predominado en los
análisis tecnológicos, en detrimento de otro tipo de experimentaciones (De la
Peña, 2008).
La popularización de la talla experimental, de hecho, conlleva la proliferación de reproducciones experimentales, que muchas veces no atienden a
objetivos vinculados a la investigación, sino como meras replicas que pueden ser
incluso objeto de negocio, pero que no aportan nada a la investigación arqueológica (Baena, 1997: 4).
Esta actividad también supone respetar una serie de principios éticos que han de cumplirse para no representar un fraude
arqueológico, como la correcta gestión de los residuos de talla, o la identificación
de las réplicas experimentales con señales que reflejen su modernidad, para no dar
pie a contaminación arqueológica o confusiones (Baena, 1998: 196-197).
Es importante señalar el hecho de que el análisis tecnológico por sí solo no aporta
datos fundamentales y exclusivos para realizar interpretaciones del registro
arqueológico, si no se complementan con otros conocimientos vinculados a este,
las interpretaciones se pueden limitar a comprender el proceso técnico de
elaboración de un útil o pieza lítica, dificultando interpretaciones de mayor
calado, limitaciones que en ocasiones son reconocidas por los propios investigadores (Martínez y Maeso, 2011: 139).
Por otra parte, los análisis de funcionalidad y la traceología tampoco están
exentos de debates y discusiones. Ya el propio Semenov (1981: 9) señalaba una
de las principales debilidades del método experimental a la hora de interpretar la
funcionalidad de los útiles prehistóricos, y no es otra que la dificultad de recrear
las condiciones de trabajo primitivas desde el presente.
En efecto, puede suceder que el registro arqueológico a contrastar con la muestra
experimental dificulte la obtención de resultados más rigurosos y aplicables a una
posible interpretación del conjunto lítico, como pudiera ser los bajos porcentajes
de piezas arqueológicas que muestren señales claras de uso o desgaste, bien sea
porque no parecen haber sido utilizadas, o porque las alteraciones postdeposicionales hacen imposible su observación, o han borrado estas huellas
(Gibajaet al., 2011).
Otras investigaciones reconocen este tipo de limitaciones al incluir un apartado crítico en sus publicaciones de resultados experimentales, con
el objetivo de señalar los errores o las carencias del estudio, que podrán ser
subsanadas en experimentaciones posteriores (Malagón, 2007: 44).
En este sentido, las huellas de uso o desgaste documentadas por los primeros
investigadores dedicados a la traceología, se referían a señales específicas para
cada tipo de trabajo -como cortar carne, por ejemplo- especialmente los pulimentos, definiéndose pulimentos específicos para cada actividad concreta.
Uno de los autores más prolíficos en este sentido, y que realizó una sistematización del análisis de estas huellas fue Keeley (1987; citado en Gutiérrez,
1994: 116).
Sin embargo, los resultados de cada investigador no encontraban correspondencia con los de los demás, al definir las variaciones de los atributos de
las huellas de una forma subjetiva, basada en observaciones prácticamente
imposibles de medir de forma objetiva (Gutiérrez, 1994: 116).
De esta manera, se formularon nuevos debates sobre el origen de las huellas de uso o desgaste, como
los estudiados pulimentos, que según unos investigadores eran resultado del
proceso físico-mecánico de la fricción del útil o herramienta de trabajo con la
materia prima trabajada, mientras que para otros podía deberse a causas algo más
complejas, como ciertas reacciones físico-químicas en la superficie del útil de
trabajo, debidas a una acción conjunta de la fricción y el calor (Gutiérrez, 1994:118).
Otra de las grandes limitaciones de la traceología a la hora de interpretar la
funcionalidad de un útil se basa en la recurrente y abundante equifinalidad de
estos, es decir, la utilización de una misma herramienta o útil en diferentes
trabajos, que provocará la superposición o desaparición de huellas de uso que
permitan adscribirle una función concreta. En este sentido podemos encontrar
algunas investigaciones vinculadas a estos problemas, como las asociadas a la
interpretación de los artefactos implicados en la talla bipolar, y la identificación
de una equifinalidad en los percutores-yunques (Nami, 2002; 415-416).
Por otra parte, existe un importante debate en el ámbito de los análisis funcionales
en lo que respecta a la teoría y el método que deben regir en este tipo de análisis.
En este sentido, algunos autores manifiestan una clara "deformación" de la
metodología propuesta por Semenov en los ámbitos académicos occidentales
(Vila, 2002: 15).
En primer lugar porque se ha adaptado más como una técnica complementaria que como un método de estudio de los conjuntos líticos (Vila,
2002: 15).
Esto es así debido a que, según el enfoque de la investigación y los objetivos que ésta persiga, los resultados de los análisis funcionales pueden ser
totalmente necesarios o, por el contrario, innecesarios o complementarios (Vila y
Clemente, 2000: 346-347).
Esto se ejemplifica en la primacía de la identificación de las materias trabajadas sobre la identificación de las variabilidades en los
procesos de trabajo, como la cinemática de uso, o dicho de otra forma, en la
mayor atención a los recursos consumidos que al modo de procesarlos y consumirlos, que para algunos autores, representa el verdadero y principal
objetivo de los análisis funcionales, ya que los recursos no varían en exceso a lo
largo del tiempo, lo que si presenta un dinamismo más útil para la interpretación
del pasado es las distintas formas de llevar a cabo las actividades sobre estos
recursos (Vila y Clemente, 2000: 345-346; Briz, 2006: 36).
Sin embargo, se comprueba que la mayoría de los estudios funcionales realizados en el ámbito
académico de la Península Ibérica siguen priorizando la identificación de las
materias primas trabajadas, así como el estado de estas (húmedas, secas), dejando
en un segundo plano la observación de la cinemática de uso de los útiles y las
posibles variabilidades presentes en el registro arqueológico (Gibajaet al., 2010).
Es por eso que para ir más allá de las mera descripción del registro arqueológico,
los análisis funcionales han de dotarse de una base de teoría económica que
permita interpretar las relaciones sociales de producción y reproducción, así como
de consumo, observables a través de la definición de los procesos de trabajo y
consumo insertos en la economía de las sociedades del pasado (Briz, 2006; Briz et
al., 2013; Gassiot, 2002; Risch, 2008).
En este sentido, aunque algunos autores entiendan que esta búsqueda de interpretaciones de tipo social o económico, que
trascienden el simple análisis tecnológico, pueden llegar a ser "frustrantes" o
"decepcionantes" a la hora de interpretar el papel de la experimentación en
arqueología (Mathieu y Meyer, 2002: 73) no significa que el análisis funcional
sufra carencias metodológicas graves, sino que, como se mencionaba anteriormente, no se ajusta a las expectativas o enfoques teóricos que no buscan
ese tipo de interpretaciones.
En resumen, vemos que la experimentación en Arqueología, así como cualquier
otra práctica experimental desarrollada en otros campos de estudio, se encuentra
continuamente sometida a crítica y revisión de sus métodos. Así ha de ser, pues
solo de esta manera, identificando las debilidades y limitaciones de la metodología experimental, se pueden obtener mejores resultados con su práctica.
6. CONCLUSIONES.
La experimentación aplicada a la investigación arqueológica ha avanzado
considerablemente desde los primeros pasos dados en el siglo XIX. Como otras
aproximaciones experimentales de otros campos científicos, ha ido refinando las
metodologías empleadas, y sigue haciéndolo constantemente. En lo referente a la
industria lítica que nos ocupa, es obvio que representa una parte esencial en el
estudio de los repertorios líticos a través del análisis de las cadenas operativas. En
este sentido, la experimentación se nos presenta, no solo como una herramienta
para contrastar hipótesis, sino que también nos abre la posibilidad a nuevas
interpretaciones o descubrimientos, sin necesidad de plantear hipótesis previas
(Morgado y Baena, 2011: 22).
Ha permitido, además, la revisión de
interpretaciones resultantes de otros métodos de estudio de la industria lítica,
como la revisión de las secuencias cronoculturales establecidas por el sistema
tipológico (De la Peña, 2008).
Sin embargo, en lo que se refiere a la producción
lítica, he de destacar una reflexión que me ha resultado de sumo interés, de P.de la
Peña Alonso (2008)respecto a las limitaciones interpretativas generalizadas al
estudio de los conjuntos líticos prehistóricos, que en ocasiones nos puede dar pie
a interpretaciones incompletas, teniendo en cuenta las particulares características
de conservación de la industria lítica en el registro arqueológico, sesgando
interpretaciones con respecto a la cultura material y a los procesos tecnológicos,
al presentarse como los únicos vestigios conservados de una tecnología que
incluiría diversos elementos no minerales.
A la hora de abordar el estudio tecnológico de los útiles arqueológicos desde una
perspectiva experimental, se impone, según lo expuesto anteriormente, adquirir
una serie de conocimientos previos, o "experiencia", en lo referente a los
materiales líticos. No solo para dominar la talla lítica experimental, que requiere
de un largo aprendizaje práctico y teórico, sino que también es necesario conocer
las cualidades físico-químicas de las materias primas líticas utilizadas en el
pasado. Se trata de un mundo realmente complejo de leyes físicas referentes a la
mecánica de fractura, entre otros factores, que determinan los resultados de la
talla, como los tratamientos térmicos. Ante la enorme tarea que implica avanzar
en este tipo de conocimientos, parece necesario apelar, una vez más, al carácter
multidisciplinar de la Arqueología, a la unión e intercambio de datos entre
geólogos, físicos y arqueólogos (Luque, 1998: 50).
Por otra parte, es un hecho que la talla lítica, así como otras actividades
prehistóricas, han alcanzado un nivel de popularidad notable, debido en parte al
auge de programas dedicados a temas de "supervivencia" en la naturaleza y
similares. Este hecho es especialmente notable en el ámbito de Estados Unidos,
donde existen múltiples programas dedicados a este tema, además de numerosos
vídeos publicados en Internet que muestran a talladores, en su mayoría no
vinculados a ningún tipo de investigación, confeccionando útiles prehistóricos,
generalmente con una finalidad estética o exhibicionista (reproducción de dagas
danesas, por ejemplo). Autores como Baena (1997; 1998) han reflexionado sobre
esta cuestión, estableciendo las ventajas e inconvenientes del fenómeno para la
Arqueología, aceptando que la popularización de las actividades prehistóricas
puede tener un efecto positivo en lo que se refiere a la difusión del patrimonio y el
crecimiento del interés por la Arqueología, o que la multiplicación de talladores
puede proporcionar datos útiles para las personas dedicadas a la talla puramente
experimental como método de investigación, pero advirtiendo al mismo tiempo de
algunos de los males que el crecimiento de estas prácticas puede traer consigo,
como la excesiva comercialización de réplicas, o la proliferación de contaminaciones arqueológicas por una talla no ética, que puede tener efectos
muy negativos para la investigación arqueológica y la difusión del patrimonio.
En mi opinión, es necesario que, al mismo tiempo que se fomentan este tipo de
actividades a través de los medios de comunicación, estos mismos medios de
comunicación deberían compartir, con las personas dedicadas a la arqueología, la
responsabilidad de concienciar acerca del respeto de unos principios éticos a la
hora de realizar estas actividades por pura afición. En definitiva, siguiendo a Baena (2007: 109) son tres los objetivos que deben
marcarse los análisis tecnológicos para progresar y superar estas limitaciones: una
sistematización más efectiva de los datos obtenidos en las experimentaciones
(como las tablas dinámicas mencionadas anteriormente); una mayor capacidad de
intercambio y transmisión de los datos obtenidos en las experimentaciones entre
los distintos investigadores e investigadoras; y la inserción de los análisis
tecnológicos en estudios de conjunto, es decir, en un marco de investigación más
amplio, como el estudio de las cadenas operativas en industria lítica.
En cuanto a la funcionalidad y los análisis traceológicos cabe destacar lo
condicionada que se encuentra por las variables irreproducibles que determinan la
posibilidad de estudiar las huellas de uso de útiles recuperados en el contexto
arqueológico. Si no se cuenta con muestras representativas, por ejemplo, el
análisis traceológico carecerá de solidez, al no poder determinar con claridad la
especificidad de cada huella (Semenov, 1981: 21).
Así mismo, parece necesario ampliar las colecciones de referencia experimentales a otras materias primas y
actividades o trabajos realizados, y al mismo tiempo, el establecimiento o
desarrollo de conceptos descriptivos para las huellas o rastros de uso características de cada materia prima (Toselliet al., 2002: 66) para contar con la
mayor cantidad posible de datos contrastables con el registro arqueológico,
siempre que se respeten los protocolos procedimentales que hemos expuesto con
anterioridad, propuestos por diversos autores.
En este sentido, los avances tecnológicos, junto a un mayor cuidado en la
recuperación de los conjuntos líticos de los yacimientos y su preparación para la
observación, serán elementos clave para el progreso del análisis traceológico. En
mi opinión, también es preciso alcanzar un mayor consenso en lo referente a las
variables a tener en cuenta a la hora de diseñar el programa experimental, y sobre
todo, en la identificación de las variabilidades a tener en cuenta cuando
observamos las huellas de uso. En esta primera aproximación a la
traceología, me ha resultado enormemente compleja la definición de las variables a estudiar en las
huellas de uso microscópicas, exceptuando aquellas que se encuentran bien
documentadas, contrastadas y consensuadas, como el famoso lustre del cereal. En
este sentido, se hace necesario configurar una caracterización objetiva de los
diferentes rastros de uso, así como cuantificar o definir la importancia de cada una
con el objetivo de avanzar en la fiabilidad de los análisis funcionales (Vila, 2002:15).
Aun así, tras las lecturas realizadas para este trabajo, llego a una conclusión clara
acerca de la importancia capital de abordar la investigación sobre la producción
lítica desde una perspectiva teórica que permita reconocer las relaciones sociales
de producción, consumo y reproducción, es decir, abordar el registro arqueológico
como el conjunto de evidencias materiales que reflejan la historia del trabajo y la
producción humanas, entendiendo que "todo acto de la vida humana está,
inevitablemente, ligado a un proceso social de producción" (Briz, 2002: 43).
Por otra parte, la aproximación experimental debería seguir abriendo "brechas" de
investigación, al igual que hiciera Semenov en su momento con las lascas que
eran ignoradas en el estudio de los conjuntos líticos por no encuadrarse en las
tipologías establecidas, el método experimental puede y debe abrirse al estudio y
análisis de otras piezas del registro lítico que suelen pasar desapercibidas por los
investigadores, como los restos líticos termoalterados presentes en numerosos
yacimientos, desechados por considerarse indeterminables (Dortaet al., 2010; 33-64) pero que resultan fundamentales a la hora de entender la configuración
espacial de los materiales en un yacimiento (Pelegrín, 2011: 34).
O la fructífera complementariedad con los estudios de tipo etnoarqueológico y
etnohistórico, de gran interés para la aproximación experimental (Clemente, 1997: 133) entre otras
cosas, por las posibilidades que nos ofrecen a la hora de determinar ciertas pautas
en la experimentación (Rodríguez, 1998: 23).
Por otra parte, nos pueden servir de
ejemplo a la hora de imaginar contextos sociales y económicos del pasado, a
través de la observación de la pervivencia de ciertas formas de producción en
grupos humanos del presente (Beyries y Roots, 2008: 22-23; Clemente et al.,2002: 88).
También hay que destacar el interés de otros tipos de análisis, que
vienen a complementar el estudio tecnológico y funcional, como las experimentaciones dirigidas a reconocer la balística de supuestos proyectiles
(Márquez y Muñoz, 2008).
Aunque el trabajo realizado se ha centrado en la experimentación aplicada al
estudio de la industria lítica, hoy en día se puede encontrar a la experimentación
en diferentes estudios, no exclusivamente prehistóricos, que tratan diversos
procesos del pasado, relacionados con la formación del registro arqueológico,
desde la experimentación aplicada al estudio de los procesos
tafonómicos, pasando por la referente a la construcción de época romana, o en la reproducción
experimental de cerámicas prehistóricas e históricas.
Por último, me parece necesario destacar las aportaciones de la experimentación
en otros ámbitos diferentes al de la investigación, como el de herramienta
didáctica para el estudio de la Prehistoria, esencial, en mi opinión, para la
formación arqueológica, y conveniente para el estudio de la Prehistoria. También
es de destacar su potencial en lo que se refiere a la difusión del Patrimonio, al
hacer crecer el interés de la sociedad por las actividades prehistóricas replicadas
experimentalmente. En este sentido, la experimentación se muestra como una
buena herramienta de divulgación científica, para dar a conocer a la sociedad los
resultados de las investigaciones arqueológicas de una forma práctica y más
asequible para el gran público. De esta forma, podemos señalar ejemplos como el
del Grupo arqueológico Attica y las Jornadas de Arqueología Experimental
organizadas en 2001 y 2004 en Santander, que resultan un gran atractivo no solo
para las personas que están formándose en la investigación arqueológica, sino
también para el público en general (Bolado et al., 2007).
En resumen, la experimentación en arqueología nos permite la contrastación de
hipótesis referentes a los materiales arqueológicos a través de una metodología
científica en continua evolución. De esta manera, se presenta como un método
implicado en la reconstrucción de la gestión de los recursos -en el caso que nos
ocupa aquí, de recursos líticos- por las sociedades del pasado, y a partir de ahí, a
la formulación de interpretaciones relacionadas con la organización socioeconómica de estos grupos humanos.
A modo de perspectiva de futuro, me resulta un método fundamental para el
estudio, no solo de la producción lítica, sino del conjunto de las evidencias
arqueológicas. Con esto no quiero afirmar que represente un método infalible o
exclusivo, ya que resultan obvias sus limitaciones, anteriormente descritas, así
como su complementariedad con otras disciplinas y aproximaciones, como la
arqueobotánica, la arqueozoología, o la etnoarqueología.
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