Vitoria-Gasteiz Arqueológica.


 
 

EL HOMBRE DE MARIAZULO - LA HISTORIA DE UNA CUEVA DE OKONDO.

REVISTA AVNIA Nº1.

Texto y Fotos: Juanjo Hidalgo de AVNIA Kultura Elkarte. 

Agradecemos a José Angulo, guarda forestal de la DFA en Okondo, y a David Garda, espeleólogo del CEA, su Inestimable ayuda para este trabajo.


 

 

     

       Cueva sepulcral de Mariazulo .

 

Esan liteke Okondo herriaren orografia anabasa dela. Han-hemenka agertuko zaizkigu gallur eta ibalak, zelaiak eta basoak. Bere barnean gordetzen dituen leku ezezagunetako batean, Mariazulo haitzuloa dugu. Bertan, gizaki-aztarna batzuk agertu ziren joan berri den mendearen lehenengo herenean. Goazen ba, gertakari ahaztu halek orainaldira ekartzen.

El municipio de Okondo cuenta con 800 habitantes repartidos entre los diferentes barrios y caseríos que pueblan su intrincada geografía. Son 30 km2 de paisaje forestal, sólo roto por el angosto valle del río Izalde, en cuyo regazo se apiñan las casas del núcleo más populoso. Sabiendo que el término municipal desciende hasta los 40 m. de altitud con el fluir de las aguas del Cadagua, y que trepa hasta llegar muy cerca de los 998 m. de la amesetada cima del bocinero Ganekogorta, no nos será difícil imaginar el escenario orogràfico en el que nos encontramos y en el cual transcurrió la historia que vamos a narrar, no sin antes merodear cual hurones por algunos de los agujeros que la naturaleza esconde en esta tierra de bosques.

 

Cueva del Conejo. 

Abandonamos, así, el centro de Okondo para tomar en dirección a Laudio la carretera A-3632 hasta la casa de la Ventilla, hoy bar, frente a la cual nace una pista asfaltada que asciende entre solitarios caseríos hasta el ámbito forestal de los pinos. Primero Garai baserrla, luego Mentxaka y finalmente Laburu antes de alcanzar un camino de tierra que lleva a toda una red de pistas. Allá arriba, bajo la cumbre de Galárraga y a 570 m. de altitud, una imprevista dolina señalada con un roble oculta la cueva del Conejo, un espacio abovedado en forma de sala del que parte alguna estrecha galería de dudosa accesibilidad.

 

      Zona alta del barranco de Maríazulo.

 


CUEVAS DE UGALDE.

Iniciamos con ésta un recorrido por las cavidades del antiguo Oquendojena, (en contraposición a Oquendo abajo) que finalizaremos en aquella donde el ritual humano quiso que descansara nuestro hombre, cuyo cráneo acabara en manos de la ciencia para no regresar jamás.

Pasada la Ventilla, encontramos, a mano izquierda, un camino vecinal asfaltado que entra en el barrio de Ugalde. Este lugar abundante en aguas, según refiere el citado topónimo vasco, pertenece, con otros muchos, a la anteiglesia de San Román, perfectamente visible desde su eleva da posición. Precisamente fue aquel monasterio primitivo, que con tanto ahínco fundaran los Señores de Ayala hace ya 800 años, quien marcara las pautas de economía y sociedad en uno de los pasos estratégicos hada Laudio y el valle del Nervión, controlando gentes y mercancías para fortalecer el poder privado que ejercían los nobles. Perdido el sentido de aquellos tiempos, San Román es hoy un bello contrapunto del Okondo rural, semioculto por una vegetación exuberante que parece devorarlo todo.

 

RECONSTRUCCIÓN DE UN ENTERRAMIENTO DE LA EDAD DE BRONCE. POBLADO DE ATAPUERCA.

 


Volviendo a nuestra historia, continuamos adelante por la carreterilla, dejan do a mano izquierda la tapia del palacio de Zurikaldai, con su casa noble, capilla y blasones. Enseguida cruzamos un puente sobre el arroyo de nombre Egadillo y no Ugalde, válido éste únicamente para designar al barrio, tal y como nos asegura Eugenio Ugarriza desde la ventana de su caserío Juan de Arana, quien a sus 84 años tiene poco de qué dudar. Pasada la casa proseguimos hasta Ugalde Goiko y La Rueda, verdadera antesala de uno de los lugares más intrincados y sorprendentes de la Tierra de Ayala. El topónimo, que hoy designa las ruinas de un viejo caserío, parece delatar la presencia de algún molino en las cercanías. Y si escrutamos el cauce del río, no nos será difícil descubrir restos de lo que bien pudiera haber sido una presa. En este punto confluyen aguas de los arroyos Iturreo y Mariazulo, cuyos cursos serpentean en la profundidad de los bosques, horadando cavidades y ocultan do sus misterios. Estamos en un terreno mixto, donde las bandas arcillosas se entremezclan con las calizas, apareciendo la vegetación característica de cada suelo en total vecindad.

 

   

       Barranco dé Mariazulo : Peñascal con encinar.

 


Si desde La Rueda seguimos la pista de la izquierda, remontando el río, llegaremos en breve a Bolingitxi (nuevamente, la toponimia da pistas sobre viejos molinos).

El lugar se caracteriza por una represa y el depósito de hormigón que capta aguas del manantial de Iturrigitxi.

Las Cuevas. El camino prosigue hacia arriba hasta una nueva confluencia entre el Iturreo y el Masegi, donde el peñascal que los separa alberga pequeñas cavidades de difícil acceso por la estrechez de sus bocas.

 

     

                                                                                                                                     Cueva de Bolingitxi

 


Los Gentiles.

El barranco Masegi también esconde secretos muy cerca de Olagorta, donde el deslizamiento ocasional de un monte, propiciado probable mente por un encharcamiento del terreno en período prolongado de lluvias, ocultó la cueva de los Gentiles, un antro del que se decía podía guarecer un amplio rebaño.

Eugenio recuerda que su madre conoció la entrada y la costumbre de meter ovejas y corderos para el resguardo. Todavía hoy es posible ver la gran concha de corrimiento que presenta el lugar, en un caos de materiales muy recubiertos de vegetación y ligeramente hundido respecto a un largo escalón de roca caliza que lo delimita por la parte superior. Sin duda, una más que sugerente prueba de posible yacimiento arqueológico, tanto por la habitabilidad de la propia caverna como por el nombre con que era conocida entre la población: los Gentiles. 

La opción de que una meticulosa tarea de prospección pudiera dar resulta dos positivos debería ser tenida en cuenta en un plazo no muy lejano, para que el olvido de las gentes no pusiera encima una losa más pesada que la que ya tiene.

 

Cueva de Bolingitxi. 

De regreso a Bolingitxi, y a sabiendas de que el bosque guarda aún otros misterios, encontramos una casita con jardín vallado justo al lado del camino. La humilde pero exquisitamente atendida finca pertenece a María Luisa Gómez y su familia, una pintora que aúna su quehacer artístico con la energía que las corrientes telúricas del subsuelo proporcionan al lugar. Y es que, en la parte alta del bello jardín, condicionado por la fuerte pendiente del terreno, se localiza una cueva de donde captan el agua doméstica para la casa. Las coordenadas de situación UTM son 30 T-0500956 / 4780842. Bolingitxi, que así se llama el agujero, presenta dos bocas, de las cuales, la más alta conduce a un espacio abovedado que no tiene mayor continuación para el hombre. La más baja es un pozo vertical muy estrecho y de apenas tres metros de altura que tiene puesta una escalera para ayudarse en el descenso.

 

Pastoreo a la entrada del barranco de mariazulo . Foto : Roberto Arribas.



Llegados al hall que divide la galería encontramos un pequeño río que es imposible seguir corriente abajo, y que, curiosamente, reaparece desbordándose en épocas de crecida a través de una tercera boca arda aún otros misterios, encontramos situada en una de las esquinas de la casa.

El avance es factible remontando las aguas del arroyo subterráneo. Una presilla artificial, para asegurar la captación, angosta más aún el paso, obligando a reptar dentro del agua. El recorrido posible, siempre por agua y sin grandes amplitudes, no lleva mucho más allá de cien metros, llegando un punto en el que el río se pega al techo, permitiendo únicamente el paso de una viva corriente de aire que presagia otras salidas. En alguna parte pueden verse estalactitas excéntricas, además de blancas coladas de calcita y numerosas puntas de raíces vegetales, lo que nos da idea de la proximidad de la superficie en todo momento. La abundante corriente de agua hace de esta cueva un sistema joven y en plena formación, que algún día posibilitará pasos hacia galerías hoy por hoy inaccesibles. De nuevo en el exterior regresamos a La Rueda, nuestro punto de partida, para meternos de lleno en el barranco de Maríazulo, cuyas cuevas están en el origen de la historia que traemos a colación.

 

TÉRMIN0 DE BOLINGITXI.

 

Maríazulo II. 

Primeramente, acudamos a la fuente del topónimo, y para ello, obviando la pista que sube de frente y que más tarde seguiremos, nos vamos a la derecha, a través de una valla, para proseguir el camino de tierra que asciende tomando altura sobre el arroyo. Avanzando así, dejamos dos alternativas que ascienden por nuestra derecha hasta situarnos justo encima de un corto descenso que termina en el propio cauce. Allí mismo, a unos metros sobre el arroyo, vemos la inclinada grieta que abre la boca de Maríazulo II (la llamaremos así por situarse aguas abajo de Mariazulo I), alargada, estrecha y de trazo oblicuo. En el interior se concentra mucho barro y arcilla, dificultando el acceso a las galerías. 

Este Agujero de las Mareas, Mariazulo, Mareazulo o simplemente Marizulo, vomita agua de manera imprevisible, sin previo aviso y sin relación aparente con el estado atmosférico preponderante.

El lapso entre una y otra vez puede ir desde algunos meses hasta varios años, pero, indefectiblemente, el fenómeno regresa al barrio de Ugalde como algo característico y privativo de su memoria histórica. Todos los habitantes de este hermoso rincón de Okondo lo conocen o lo han visto indirectamente, apercibiéndose de la súbita crecida de caudal que presenta en un momento dado y en un lapso de tiempo corto el discreto arroyo de Mariazulo primero, y el de Egadillo inmediatamente después. 

Más difícil de observar es el instante preciso en que la marea de agua desborda por la boca del covacho, tal y como presenció el padre de Eugenio Ugarriza en compañía de su tío un buen día en que. amenazando tormenta, se cobijaron al abrigo de la grieta. Cual no sería su sorpresa, cuando de manera imprevista y en forma de surtidor apareció el agua, turbia y fría, lanzándose al alto por encima de sus cabezas. La creencia ha sido siempre la misma, y es que para la gente de este barrio, el brote de agua se relaciona estrechamente con el flujo de las mareas del propio mar Cantábrico. Un mito que se ve fortalecido por el carácter salado del líquido, según dicen, muy cargado de limos y tierras que lo ensucian totalmente. Así, creemos que el nombre más acertado se correspondería con el de Marea-zulo, ya que Mari-zulo estaría más relacionado con la presencia de la Diosa vasca Mari, muy abundante a lo largo y ancho de nuestra geografía: mientras que Maria-zulo quedaría asociado a una hipotética aparición mariana, a todas luces fuera de contexto.

Seguramente, la variación del término marea en los de mari y maría, seguidos de la palabra zulo (agujero), está en el origen de esta confusión de nombres que no tratan sino de designar el común fenómeno de la misteriosa marea. Así todo, seguiremos para este trabajo la denominación utilizada tanto por los naturales de Ugalde como por el Padre Barandiaran en sus encuentros arqueológicos con la cueva allá por 1930, esto es: Mariazulo.

Mariazulo I. No muy lejos de este lugar, aguas arriba, se encuentra la cueva de Mariazulo I, pero la vegetación y maleza desproporcionadas hacen impracticable el posible enlace que en otro tiempo tuvieron a través del arroyo. No nos cabe ninguna duda sobre la existencia de otras cuevas en la misma zona, como la sima que ahuma, según palabras de Eugenio.

Visible, sobre todo, en tiempo de invierno, parece ser un agujero vertical de gran profundidad y un tanto difícil de localizar entre el denso bosque, del cual brota una tenue columna de humo, seguramente por algún contraste entre las temperaturas de interior y exterior. Un fenómeno, por cierto, que no es del todo extraño en el territorio de Ayala.

Nuevamente desandamos el camino hasta La Rueda, para tomar la pista de en medio que trepa con furor por el cordal.

Avanzando entre el bosque de pinos, en un sentido E-W, alcanzamos la referencia de un corte calizo que nos señala la inmediatez de la cueva, localizada en las coordenadas UTM 30 T- 0501777 / 4780729.

Cualquier posibilidad de describir el recorrido hasta este sombrío lugar es pura entelequia, dadas las condiciones que lo envuelven de pleno dominio forestal, tremendamente abigarrado por una vegetación de malezas que ahogan los pinos, el suelo y las rocas, colonizando el espacio hasta el punto de no permitir la visión de horizontes más lejanos, a no ser el del peñascal próximo al barrio laudioarra de Santa Lucía. Precisamente, ese peñascal de blanca caliza poblada de oscuras encinas, no es sino un recuerdo lejano del encinar cantábrico, que hoy, tan sólo podemos disfrutar en contados lugares de la costa o del interior cercano a ella. Uno de estos espacios relictos es, afortunada mente, el que ocupa la vertiente occidental del barranco de Mariazulo, continuándose en término de Laudio por Santa María del Yermo, Lusurbeilanda, Bitorika y Areta hacia Orozko, donde aparece en las laderas del monte Untzueta, crestas de Arrugaeta y Garaigorta hasta el alto de Bikotz Gane.

Desgraciadamente, no hay mucha literatura sobre la cueva de Mariazulo I ni sobre el lugar, salvo algunas notas de J.M. de Barandiaran acerca de la visita que efectuó y de los restos en ella encontrados, sin olvidar otro tipo de sucesos un tanto peregrinos que con viene citar textualmente. El texto que reproducimos apareció en la revista Ikuska, números 4 y 5 de 1947, bajo el título de Prehistoria de Vizcaya: 1 /4 de siglo de investigaciones, aunque su redacción había tenido lugar en 1942.

Posteriormente fue incluido en el vol. XII de sus Obras Completas.

 

   

         EUGENIO UGARRIZA  FRENTE A SU CASERÍO  "JUAN DE ARANA".


 

Cueva de Mariazulo.

Fue hacia mediados de Noviembre de 1930 cuando el culto ingeniero de montes de la Diputación alavesa, D. Julián Echenique, me habló de la existencia de restos humanos en una cueva de Oquendo, no lejos de los confines de Álava y Vizcaya.

El día 27 del mismo mes me trasladé a Oquendo, en compañía del citado D. Julián Echenique, de D. Antonio Baráibar y de D. Pedro Galdos, a fin de visitar dicha cueva y recoger lo que en ella hubiese a mano, antes que lo llevase o inutilizase algún excursionista desaprensivo.

En Oquendo nos aguardaba el secretario del pueblo, quien nos acompañó hasta la cueva, subiendo por el barrio de Ugalde y el término de Askuti próximo a aquella.

La cueva se llama Mariasulo, bien porque se supone que en ella mora la divinidad o el personaje mítico Mari, o bien porque se dice que en un manantial cercano brota el agua con intermitencias que responden a las mareas del vecino mar de Vizcaya.

La entrada, que mira al E., se abre en una peña caliza, a unos 30 metros sobre el barranco y arroyo de Mariasulo. El vestíbulo es un estrecho corredor, de donde parte una rendija hacia el interior.

Sólo las personas delgadas pudimos avanzar, llegando a una galería, también harto estrecha, y cuya longitud apenas alcanza media docena de metros. Es aquí donde hallamos un húmero humano cementado fuertemente en el piso estalagmítico. En un resalte del muro izquierdo de la galería encontramos un cráneo humano y dos huesos largos que habían sido colocados allí por algún visitante que nos había precedido. Fueron, sin duda, extraídos del suelo de la misma galería, según lo indicaban las señales de excavación que en él había. Los recogimos cuidadosamente y los llevamos al Seminario de Vitoria, donde serían estudiados por mí o por alguno de mis colaboradores.

No duró mucho la tranquilidad de los huesos de Mariasulo en este su segundo modo de existencia sobre la tierra, porque dos semanas después fueron reclamados por el Juzgado de Llodio. Al mismo tiempo se me pedía un informe acerca de su naturaleza, edad, etc...

Yo no había formado aún ninguna opinión sobre la edad y el tipo humano a que tales restos pertenecían. Por otra parte, en nuestra rápida visita a la caverna de Oquendo no encontramos objetos que nos diesen alguna indicación sobre esta materia. Sólo el grado de alteración profunda de los huesos podía ser tomado como indicio -no del todo seguro- de su alta antigüedad. Por eso, en mi informe dirigido al Juzgado de Llodio declaré: 1° que tales huesos eran humanos; 2º que, a mi juicio, podrían ser de las postrimerías del período neolítico, es decir, de hace 4.000 años próximamente.

   De los apuntes personales de J. M. de Barandíaran.



Finalmente, el día 13 de Diciembre de 1930 el cráneo y los huesos largos de la caverna de Mariasulo tuvieron que comparecer ante el Juez de Llodio. El ya mencionado Sr. Echenlque fue encargado de llevarlos, y el mismo los devolvió al Seminario de Vitoria para la noche de aquel día.

Las mediciones y estudios realizados más tarde sobre el cráneo de Mariasulo, pusieron de manifiesto su parcial coincidencia con el tipo medio vasco de nuestro días (sobre todo, en el índice maxilo-frontal), su semejanza con el cráneo neolítico hallado en una caverna cerca de Novéant-sur-Moselle (Lorena) según datos y fotografías comunicados por M. André Bellard, y su aproximación al tipo prehistórico Cro-Magnon.

Restos óseos del enterramiento de Mariazulo 1.   Foto : Museo de Arqueología de Álava.

 

De igual modo, cabría citar el texto que publicaran Telesforo de Aranzadi y José Miguel de Barandiaran en 1948, dentro de la Revista de Estudios Vascos Eusko-Jakintza de Baiona en 1948, en su volumen II, bajo el título de Exploraciones de la Cueva de Urtiaga (en Itziar-Guipúzcoa). Compilado igualmente en el vol. XII de sus Obras Completas. En él se incluía un curioso estudio sobre algunos cráneos prehistóricos vascos y no vascos comparados entre sí, y formando parte de ellos el hallado en Mariazulo, objeto de nuestro trabajo. Otros de los cráneos concurrentes provenían de Urtiaga, Santimamiñe, Palazuelos de Cuesta Urría (Burgos) y del tipo medio Guanche (Islas Canarias).

Según el estudio comparativo realizado se consignaba para el de Mariazulo el carácter extremado de sus órbitas oculares, un tanto hundidas respecto a las demás. Otro rasgo exagerado era el desarrollo de la glabela o entrecejo, destacando, además, por su acrocrania, que no es sino una deformidad patológica del cráneo caracterizada por un aumento de su altura. El informe revelaba un índice nasal bastante grande y un mesognatismo del triángulo facial, característica ésta que define el avance hacia adelante de la línea que va desde la frente al mentón del Individuo, y que en este caso sería de nivel medio.

Tampoco coincidía demasiado, según Barandiaran y Aranzadi, con el tipo medio vasco actual, salvo en el índice máxilo-frontal. El cráneo masculino de Mariazulo parecía asemejarse a otro hallado en una caverna del valle del Moselle, en la Lorena francesa, según unas fotografías que enviara André Bellard a su colega J. M . de Barandiaran, y que aquél calificara de neolítico.

A pesar de la falta de arcos zigomáticos en el de Mariazulo, otros detalles les indujeron a pensar que dichos arcos, caracterizados por los huesos del lateral y del pómulo, serían muy salientes.

Desgraciadamente, no tenemos más noticias del citado cráneo hasta la década de los sesenta en que, D. Félix Murga, a la sazón párroco de Okondo, interviniera en una de las habituales salidas de prospección arqueológica que realizaba con chicos del pueblo, en la zona denominada Oquendojena (toda la zona que desde el ayuntamiento lleva hacia Ugalde y San Román). Enterado de Mariazulo, no sólo localizó la cueva sino que accedió al interior, pudiendo recoger del suelo algunos fragmentos de hueso que resultaron ser humanos, lo que le llevó a interesarse por el hallazgo que en 1930 realizara Barandiaran en el mismo lugar. Con la diligencia que caracterizaba a Félix, dotado de una sensibilidad sin parangón para el descubrimiento de yacimientos arqueológicos en el trabajo de campo, remitió una carta a D. José Miguel requiriéndole información sobre el citado asunto. La con testación no se hizo esperar, y del plano privado pasó al público cuando el propio Félix Murga decidió reproducirla íntegramente en el N° 2 de la recién creada revista Aztarna (Amurrio, 1996), como parte de un artículo dedicado In Memoriam a... El pequeño cura sabio de Ataun.

En la epístola, fechada un 18 de Diciembre de 1967, podemos leer, entre otras cosas, cómo Barandiaran dice creer que... el cráneo de Mariasulo debe estar en el Museo Arqueológico de Álava, puesto que a él fueron trasladados cuantos objetos prehistóricos había, tanto en la Sala de la Sociedad de Estudios Vascos (en la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria) como en mi colección del Seminario de Vitoria al comienzo de la Guerra Civil.

En otro espacio añade que... Sería interesante hacer una excavación sistemática en Mariasulo y ver si aparecen objetos en la tierra que rodeaba los huesos hallados en aquel lugar, para poder averiguar la época en que fueron depositados. A ver si logramos visitar la cueva durante el próximo verano (tenía ya 77 años y aún viviría otros 25 más de plena y lúcida labor en pos de la cultura vasca).

La cueva ha tenido más historias, catas legales y clandestinas, pero la verdadera historia de nuestro Hombre de Mariazulo, cuyo cráneo real fue hallado, recogido e incluso estudiado con cierto rigor científico, termina aquí, envuelto en una azarosa existencia post-mortem. Parece ser que su calavera nunca llegó a los fondos del que hoy conocemos como Museo de Arqueología de Álava, perdida entre cajas y traslados como tantos otros restos rescatados en tantos yacimientos de pasadas décadas. Actualmente, tan sólo nos quedan algunos huesos de aquellos que recogiera D. José Miguel, y el lugar, ese enigmático paraje forestal sobre el arroyo en el que se abre la boca de Mariazulo I, una cavidad cálida y seca hasta la que un buen día, lejano ya en el tiempo, se acercara un grupo humano con uno de sus muertos, llevándolo a reposar, con algún pequeño ajuar de su propiedad, al vientre de la Madre Tierra, una tierra muy distinta a la que ahora tenemos. Qué ritual o qué palabras utilizaron durante el mismo es algo que ignoramos, acaso llevado por el aire u oculto en los poros de la roca.