EL EREMITISMO DE
ÉPOCA VISIGÓTICA TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS.
AGUSTÍN AZKARATE
GARAI-OLAUN Universidad del País Vasco.
Desde hace algún tiempo, la historiografía dedicada al estudio de nuestro
primitivo cristianismo viene dedicando una especial atención a los movimientos
ascéticos que desde fines del s. IV fueron arraigando en determinados ámbitos
peninsulares y que provocaron, como se sabe, fuertes tensiones en el seno de
la Iglesia hasta el punto de llegar a episodios tan patéticos como los que
vivieron Prisciliano y sus seguidores. Como recogíamos en otro lugar ( 1
) puede afirmarse, en cierto modo, que este enfrentamiento entre una jerarquía eclesial
cada vez más mundanizada y aquellos otros que trataban de vivir la doctrina
cristiana en su más alto grado de maximalismo constituye uno de los capítulos
fundamentales sobre el que se vertebra la historia de la Iglesia peninsular
de estos siglos.
Los cánones, por ejemplo, del
I Concilio Caesaraugustano reflejan bien a las claras la indudable importancia que 'el apartamiento físico tuvo para
aquellos primeros ascetas, tanto si fueran reclusos (latibula
cubiculorum), como ermitaños (latibula... montium) o miembros de ascetarios (conventus in villis)
( 2 )
( 1 ) Cfr. A. AZKARATE, Arqueología cristiana de la Antigüedad Tardía en
Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, Vitoria, 1988, pp. 486 ss. Esta ponencia constituye, en buena
parte, una síntesis de algunos de los contenidos que, de forma más extensa, se recogen
en la obra citada.
( 2 ) I. FONTAINE, El ascetismo, ¿manzana de la discordia entre latifundistas y
obispos en la Tarraconense del s. IV?, en I Concilio Caesaraugustano. MCD Aniversario,
Zaragoza, 1981, p. 203.
Se ha señalado, sin embargo, que tras tal actitud pudieron existir motivaciones
diversas. En algunos casos se trató, al parecer, de la cristianización de un
antiguo ideal del otium y de la rusticatio practicado por nobles possesores;
( 3 ) en otros, como en el de aquéllos que construían en sus villae iglesias y
monasterios ( 4 ) provocando incluso la oposición episcopal, subyacía quizá un fondo
de rivalidad entre grandes familias de la nobleza regional de las que solamente
un porcentaje mínimo había capitalizado los beneficios derivados del cargo
episcopal.( 5 )
El ascetismo, en este sentido, pudo haber acentuado la oposición
«entre unos latifundistas tentados por la autonomía premedieval... y un alto
clero cada vez más celosos de -sus derechos» . ( 6 )
Ha habido también, finalmente,
quien ha defendido que en tal actitud no habría que ver tanto una búsqueda
de la soledad en el sentido eremítico cuanto una voluntad por vivir al margen
de la Iglesia establecida, ( 7 ) una tendencia a constituirse en «contraiglesias», con
sus templos, asambleas y lugares propios. ( 8 )
Ello chocaría frontalmente con el
esfuerzo de la Iglesia romana oficial por aglutinar todas las vivencias religiosas
en torno a un único núcleo episcopal y catedralicio. ( 09 )
De ahí la represión
ejercida por un Imperio a la defensiva, en el que la política y la religión
caminaban por el mismo sendero, y en el que cualquier actitud no estrictamente
oficialista se aplastaba sin miramientos. En esta lógica implacable de la alianza
entre la Iglesia católica y Estado romano -en expresión del propio
Fontaine- ( 10 ) han de situarse acontecimientos como los que culminaron en la tragedia
acontecida en Tréveris. Sus secuelas, como se sabe, no terminaron entonces, siendo
conocido el arraigo que estas tendencias adquirieron en el Noroeste peninsular
hasta fines, incluso, de la sexta centuria. Tal supervivencia se dio,
significativamente, en zonas rurales poco romanizadas y alejadas, por lo tanto, del área
de influencia de los episcopados urbanos. ( 11 )
( 3 ) J. FONTAINE, Valeurs antiques et valeurs chrétiennes dans la spiritualité des
grandes propietaires terriens á la fin du IVe siécle occidental,
Epektasis. Mélanges patristiques offerts au card. 1. Danielou, Paris, 1972, pp. 571-591.
( 4 ) M. C. FERNANDEZ CASTRO, Villa romana y basílica cristiana en España, en
La religión romana en Hispania, Miadrid, 1981, pp. 381-390.
( 5 ) J. FONTAINE, El ascetismo, ¿manzana de la discordia...?,
cit.
( 6 ) Ibídem.
( 7 ) M. O. GREFFE, Etude sur le canon II du premier Concile de
Caesaraugusta, en I Concilio Caesaraugustano, cit., p. 170.
( 8 ) J. FONTAINE, Panorama espiritual del Occidente Peninsular en los siglos IV
y V; por una nueva problemática del priscilianismo, en Primera Reunión Gallega de
Estudios Clásicos, Santiago de Compostela, 1981, p. 205.
( 9 ) J. FONTAINE, El ascetismo, ¿manzana de discordia...?, pp. 202
ss.
( 10 ) J. FONTAINE, Panorama espiritual del Occidente Peninsular..., cit., p. 197.
El siglo VII, en cambio, posee otras connotaciones que lo diferencian de
los anteriores. De esta época se han identificado cuatros reglas: la Regula
monachorum de S. Isidoro, las dos reglas de S. Fructuoso -Regula monachorum
y Regula communis- y la discutida Regula Consensoría cuyo carácter
priscilianista ha sido defendida por unos y negada por otros. Sobre el eremitismo,
sin embargo, las referencias son muy inferiores en número. Sabemos que S. Fructuoso practicó por un tiempo la vida en soledad ;en el desierto y que
San Valerio del Bierzo vivió también esta modalidad de ascetismo. Pero del
estudio de los testimonios conservados, de los escritos de los Padres o de los
cánones conciliares, queda meridianamente claro que las prácticas ascéticas más
rigoristas estuvieron relegadas a un segundo plano, y que una «oposición
latente se extendía por todo el ámbito peninsular» ( 12 ) contra cualquier
individualismo de este tipo.
San Isidoro había señalado en su De ecclesiasticis of ficis las seis clases
de monjes que existían en su tiempo: cenobitas, eremitas, anacoretas, falsos
anacoretas, circunceliones y sarabitas. Los anacoretas se distinguían de los
eremitas por haber practicado, antes de adentrarse en la soledad, la vida
comunitaria de un cenobio. Ambos merecían su admiración por la vida penitente
y alejada del mundo que practicaban. Por encima de ellos se sitúa, sin embargo,
la vida de comunidad y, a este respecto, su pensamiento es inequívoco, como
queda reflejado en sus Sentencias y, fundamentalmente, en su Regula
monachorum. El ascetismo de San Isidoro, como el de su hermano Leandro, sólo
se concibe dentro de un edificio y en la más estricta vida comunitaria. Y como
botón de muestra puede citarse el capítulo XIX de su Regla en el que se
reitera insistentemente la prohibición de abandonar el cenobio para dedicarse,
siquiera temporalmente, al ascetismo solitario. ( 13 )
Las disposiciones oficiales de
la Iglesia reinciden en lo mismo ( 14 ) delatando, como ha indicado M. C. Díaz
y Díaz, «un interés apenas contenido en reducir estas formas monásticas en
beneficio puro y simple de las cenobíticas.
( 11 ) J. M. BLAZQUEZ, Prisciliano, introductor del ascetismo en Gallaecia, en Primera
Reunión Gallega de Estudios Clásicos, cit., pp. 218 y 235.
( 12 ) M. C. DIAZ Y DIAZ, La vida eremítica en el reino visigodo, en Actas de la
VI Semana de Estudios Monásticos, Pamplona, 1970, p. 59.
( 13 ) J. FERNÁNDEZ ALONSO, La cura pastoral en la España romano-visigoda,
Madrid, 1955, pp. 481 ss.; 1. PEREZ DE URBEL, Los monjes españoles, Madrid, 1934,
II, p. 68; M. C. DIAZ Y DIAZ, La vida eremítica en el reino visigodo, cit., p. 60.
( 14 ) Cfr. J. VIVES, Concilios visigóticos e hispano-romanos, Barcelona-Madrid, 1963:
Concilio IV de Toledo (e. LIII, De religiosis vagis), Concilio VII de Toledo (c. V, De
reclusis honestis sive vagis).
La oposición episcopal, el creciente auge de las comunidades y la escasa reglamentación de la vida de los solitarios
provocó un decaimiento progresivo de este género de ascetismo. El siglo VII
fue testigo de ello, como lo fue también del triunfo general del
cenobitismo. ( 15 )
Ambas manifestaciones ascéticas han merecido la atención de numerosos historiadores con una producción bibliográfica difícil de recoger de forma
exhaustiva. Las fuentes de información que han generado estos trabajos han
sido, sin embargo, de índole casi exclusivamente documental. Como indicaba
J. Orlandis hace ya algunos años, una investigación histórica sobre la vida
monástica de época visigoda debía fundamentarse, al menos, sobre tres clases
de fuentes: las normas, en primer lugar, emanadas de las instancias superiores
eclesiásticas y civiles, en segundo lugar las Reglas compuestas en la España
visigótica y, finalmente, los textos literarios que contienen algunas noticias
relativas al monacato contemporáneo. ( 16 )
Hoy en día estamos en situación de
afirmar que ninguna síntesis sobre el tema que nos ocupa quedaría completa
de fundamentarse únicamente en las fuentes indicadas. Y aquí topamos con el
objeto de esta ponencia, que no es otro que el breve análisis de las
posibilidades, más que de los resultados, que para el conocimiento del primitivo
monacato hispano ofrece el método arqueológico.
ARQUEOLOGÍA Y CENOBITISMO.
Los primeros testimonios literarios, tal y como demostró Puertas Tricas
en su día, reflejan la existencia de un nutrido número de monasterios repartidos
por toda la geografía peninsular. ( 17 )
Esta constancia documental de numerosas
edificaciones monásticas no se ha visto suficientemente correspondida, sin
embargo, por un conocimiento real de los restos que pudieran quedar de las
mismas. La falta de interés de muchos arqueólogos por los testimonios
tardoantiguos y medievales tiene, sin duda, mucho que ver con ello.
Lo cierto es que cuando ha habido quien, con seriedad y rigor metodológico, se ha ocupado
de la arqueología monástica, los resultados han brotado de inmediato.
( 15 ) M. C. DIAZ Y DIAZ, La vida eremítica en el reino visigodo, cit., pp. 60-62.
( 16 ) J. ORLANDIS, El trabajo en el monacato visigodo, en La Iglesia en la España
visigótica y medieval, Pamplona, 1976, p. 239.
( 17 ) R. PUERTAS TRICAS, Iglesias hispánicas (IV al VIII). Testimonios literarios,
Madrid, 1975.
Poco o nada sabíamos, en efecto, hasta que en 1970 L. Caballero Zoreda iniciara sus
excavaciones de Santa María de Melque (San Martín de Montalbán, Toledo) y
vieran la luz sus resultados en el gran trabajo dado a conocer diez años más
tarde. ( 18 )
En él se refleja con un rigor metodológico ejemplar -y es frase del
autor mencionado- «lo que nos queda del primer monasterio visigodo cuyos
restos conocemos con absoluta seguridad», ( 19 ) buscándose además otros paralelos
próximos morfológica y funcionalmente similares.
Este tipo de trabajos han venido a demostrar la rica información que puede inferirse de la correcta aplicación del método arqueológico. Poseemos
hoy en día, en efecto, noticias de indudable interés sobre distintos aspectos
monásticos, tales como su emplazamiento, ( 20 ) su morfología, ( 21 ) la función litúrgica
de los espacios descubiertos ( 22 ) o la funcionalidad, finalmente, de otras estancias
no vinculadas directamente con las tipologías eclesiales y que han querido ser
vistas como espacios destinados a otras necesidades de la vida
monástica. ( 23 )
Todo ello ha sido objeto de análisis pormenorizado, con interesantes puntos de
vista en algún caso divergentes, tal como queda reflejado en el aparato crítico
que recogemos.
El propio Caballero expuso en este mismo foro
( 24 ) un actualizado estado de la cuestión sobre las evidencias arqueológicas de los monasterios de
época visigótica en el que se recogen estas y otras cuestiones. Este trabajo
finalizaba con un brevísimo capítulo de encabezado tan significativo que lo
hacemos también, porque, como indica Caballero, los eremitorios siguen todavía
siendo un tema pendiente de estudio.
( 18 ) L. CABALLERO ZOREDA, J. I. LATORRE MACARRON, La iglesia y el
monasterio visigodo de Santa María de Melque (Toledo). Arqueología y arquitectura.
San Pedro de la Mata y Santa Comba de Bande, Excavaciones Arqueológicas en España,
109 (1980). Cfr. más bibliografía de este mismo autor en su publicación recogida en la
nota 24 de este trabajo.
( 19 ) Ibidem, p. 26.
( 20
) Con rasgos locacionales de indudable valor predictivo para la investigación del
futuro. Indicaríamos, en primer lugar, su ubicación en lugares de poblamiento previo al
de su fundación cenobítica.
Aunque algunos pudieron ser construídos ex novo (recordemos
el caso de Recaredo ecclesiarum et monasteriorum conditor et dilator efficitur), no cabe
duda de que muchos fueron edificados aprovechando antiguos emplazamientos, como en
el caso de Santa María de Melque asentado sobre una villa romana (CABALLERO, 1980,
27-31) o el más reciente de El Trampal, en la provincia de Cáceres, ubicado en un
antiguo santuario pagano dedicado a Ataecina y, quizá, a Júpiter (CABALLERO, 1987, 64)
o, incluso, en el de San Miguel de la Escalada, lugar en el que las excavaciones
arqueológicas han demostrado dos etapas previas a lo mozárabe: una primera tardorromana y,
sobre ella, un nivel visigodo que puede responder al lugar «ya de antiguo consagrado
en honor del arcángel Miguel» según reza el epígrafe fundacional de comienzos de la
décima centuria y en el que García Lobo ha querido ver «una fundación monástica de
la época de apogeo del monacato visigodo, de cuño fructuosiano».
Otra de las
peculiaridades topográficas de los monasterios de época visigoda, al menos para la región
toledana, es el de su emplazamiento en lugares altos. Este rasgo, unido a otros como el
de su proximidad a importantes vías de comunicación y su erección como lugares fuertes
rodeados de cercas los convirtieron, sin duda, en importantes nudos del entramado
económico, político y religioso de la monarquía visigoda.
( 21 ) Gracias a las investigaciones arqueológicas efectuadas, sabemos también algo sobre
la morfología de un monasterio de época visigoda. Melque (CABALLERO, 1980; 1988) era
un lugar fortificado con una superficie de casi 7.000 metros cuadrados y que estaba
constituído -sin contar con una dehesa cercada puesta también al descubierto- por
dos recintos cerrados. En el primero de ellos -denominado por Caballero «zona
I», «recinto superior» o «recinto principal»- se ubicaba la iglesia de Santa María. Este
primer recinto poseía al menos en sus lados septentrional y meridional distintas
construcciones entre las que destaca una edificación de tres naves -la central de doble altura
que las laterales- que pudo acoger, quizá, el refectorio. El segundo de los recintos
-zona II o recinto inferior- estaba adosado al anterior y constaba también en tres de
sus lados de distintas construcciones de menor categoría que pudieron ser cono zona
de servicios del monasterio..
( 22 )
El estudio arqueológico-arquitectónico ha conducido también a interesantes
consideraciones sobre la función litúrgica de los espacios existentes.
Schlunk, al estudiar la iglesia de S. Giáo (Nazaré, Portugal) y apoyándose en el canon XVIII del Concilio IV
de Toledo, imaginó el espacio litúrgico de las iglesias de esta época dividido en tres
partes: ábside, coro y recinto reservado a los fieles. Distinguió además las iglesias
parroquiales -sin crucero- en las que los eclesiásticos entrando a la iglesia por una
puerta común a la de los fieles permanecían luego a la vista de éstos separados
únicamente por unos canceles bajos, de las monásticas -con crucero tripartito- en las que
los clérigos se introducían en el santuario directamente desde el exterior permaneciendo
luego ocultos a los fieles tras unos altos canceles. (La iglesia de S. Giáo, cerca de
Nazaré.
Contribución al estudio de la influencia litúrgica en la arquitectura de las
iglesias prerrománicas de la Península Ibérica, Actas do II Congreso Nacional de
Arqueologia, Coimbra, 1971, pp. 509 ss.). Las investigaciones posteriores han matizado, sin embargo, este punto de vista.
Ha sido Caballero Zoreda quien, una vez más, ha dedicado una particular atención a
estas cuestiones. A los dos tipos de iglesias -.parroquiales y monasteriales- de Schlunk
añade Caballero un nuevo grupo -también de carácter cenobítico- al que pertenecerían
Santa María de Melque, San Pedro de La Mata y Santa Comba de Bande, divididas
interiormente no en tres sino en cuatro espacios. Para justificar este aumento de espacios,
y basándose en las noticias literarias, pensó en 1980 la posibilidad de que hubiera dos
coros arquitectónicamente diferenciados (1980, 733-734).
En 1987, sin embargo, y tras el
estudio de la nueva iglesia monástica de El Trampal, rectificaba lo dicho en aquella
ocasión. Supone en este último trabajo que las menciones de los cánones 18 y 19 del
IV Concilio de Toledo y del Liber Ordinum a duos choros deben referirse no a dos de
los cuatro espacios del grupo monástico de Melque sino a dos grupos de clérigos ubicados
al fondo del ábside (1987, 82). Y aún es más explícito en una última nota publicada
en 1989 junto a J. Bueno en la que, replicando a L. Olmo que vuelve a hacer referencia
a la existencia de dos coros en la iglesia de Recópolis (L. OLMO, Arquitectura religiosa
y organización litúrgica en época visigoda. La basílica de Recópolis, Archivo Español
de Arqueología, 61, 1988, pp. 157 ss.), afirma que «el texto de Isidoro referente a la
antígonia (Etimologías, VI, 19, 7) que es el que sirve de base a Olmo para su
argumentación, se refiere con toda claridad a dos grupos (o coros) de cantores y no a una
diferenciación litúrgica ni mucho menos arquitectónica» (L. CABALLERO, J. BUENO,
De nuevo a propósito de la basílica de Recópolis, Archivo Español de Arqueología, 62,
1989, pp. 283 ss.).
En 1987 le quedaba, no obstante, la duda de un texto de la Regla Común y de la conocida inscripción del abad Locuber que sí podrían referirse a estos
espacios aunque no se muestre muy seguro de ello (1987, 81). Buscando, por lo tanto,
alguna solución es partidario, simplemente, de considerar los cruceros no como coros, sino
solamente como lugares de paso y para repartir desde los mismos la comunión al pueblo.
(En el trabajo de 1989, sus autores -Caballero y Bueno- afirman no estar de acuerdo
«con la opinión de Azkarate quien propone que los dos coros pueden ser los dos ábsides
de las iglesias» rupestres alavesas, alegando que «los muy pequeños ábsides de las iglesias
excavadas en la roca de Álava y Treviño no permiten en su interior más que la presencia
simultánea del altar y del sacerdote» -1989, 290-. Es muy probable que no hayamos
sabido expresarnos, porque de otra manera no comprendemos cómo Caballero y Bueno
entendieran algo que nunca quisimos decir. En la página 357 de nuestro trabajo que
mencionan, afirmábamos precisamente lo contrario, es decir, que la referencia de la lápida
del abad Locuber a los dos coros «no parece, sin embargo, que deba relacionarse... con
las construcciones que tratamos», es decir con las iglesias rupestres, excluyendo por lo
tanto tal posibilidad. Llegábamos, incluso, a sugerir la posibilidad de que los contraábsides
fueran espacios con funciones baptisteriales, recordando las figuras incisas de cérvidos
junto a la embocadura del contraábside de la iglesia de Loza -p. 350-.
Otro de los problemas planteados por el análisis litúrgico de los espacios eclesiales
es el de la funcionalidad de los ábsides tripartitos (1987, 89-95). De considerarlos tres
santuarios, ello nos obligaría a abordar la cuestión die la multiplicidad de los altares,
cuestión esta tratada en su día por lñíguez Almech, Iñiguez Herrero y
Jungmann. Es
conocida la opinión de este último autor sobre la relación causa-efecto entre el aumento
de clérigos-presbíteros en los monasterios de los siglos VI-VII y la diversificación de los
altares necesarios (J. A. JUNGMANN, El sacrificio de la Misa, Madrid, 1963, pp. 252
ss.).
No parece, sin embargo, que los argumentos conocidos que justifiquen tal multiplicación
de altares antes del siglo IX sean excesivamente concluyentes (con la excepción, quizá,
de los Siete Altares de Duratón), razón por la que Caballero se muestra partidario de
conceder otra función a los ábsides tripartitos que no responderían a tres santuarios, sino
a único central y dos habitaciones auxiliares (1987, 94).
Ello nos conduce a una nueva cuestión que versa sobre la funcionalidad de estas
estancias anexas al santuario central: si fueron pastophoria o sacristías
(prothesis y diakonikon) -al modo litúrgico bizantino--, representadas en las más antiguas referencias
escritas sobre la liturgia hispánica por el preparatorium y el sacrariurn como quiere
Caballero Zoreda (1987, 90), por el preparatorium y el secretarium como prefiere Puertas
Tricas (1975, 154) o por el preparatorium y el donarium como, más recientemente, ha
defendido Olmo (1989, 171). El tema, como se ve, es todavía objeto de discusión.
( 23 ) Es sabido que las Reglas más antiguas dejan de entrever el uso de dependencias
para los diversos actos comunitarios cotidianos. Las referencias son múltiples a este
respecto, aunque no siempre se especifica el lugar en el que debían de llevarse a cabo.
Las reuniones más frecuentes eran la conlatio de la Regla de San Isidoro, la conllecta de
la de San Fructuoso, el conventu o consilio de la Regla Común, todas ellas orientadas,
de un modo u otro, a la regulación de la vida comunitaria. Existían además el acto
meditationi, la sessio y otras de carácter extraordinario. Sabemos que algunas de estas
asambleas se efectuaban fuera de la iglesia (CABALLERO, 1987, 86) por lo que cabe
suponer la existencia de locales habilitados para ello. Volveremos a hacer referencia a
ello cuando tratemos el capítulo eremítico. Centrándonos ahora en los cenobios, se ha
supuesto que algunos espacios de las iglesias monásticas pudieron haber servido para estas
reuniones y así se han propuesto -a nivel de discusión todavía- las habitaciones
adosadas de las iglesias monásticas de Santa María de Melque y El Trampal
(Ibidem).
( 24 ) L. CABALLERO ZOREDA, Monasterios visigodos. Evidencias arqueológicas,
Primer Seminario sobre El Monacato, Codex Aquilarensis, Cuadernos de Investigación del
Monasterio de Santa María la Real, n .O 1 (1988), pp. 31 ss.
ARQUEOLOGÍA Y EREMITISMO.
1. Dificultades para su estudio.
Abordemos ahora uno de los géneros monásticos más peculiares. Ha sido
señalado en más de una ocasión el vigor que esta modalidad ascética -cuyo
origen, sin embargo, resta todavía oscuro - tuvo en período visigótico a pesar
de la oposición frontal que soportó por parte de los poderes establecidos. Su
estudio, desde un punto de vista estrictamente documental, ha planteado además
desde siempre, numerosos problemas por el escaso número de referencias y el
carácter legendario de muchas de ellas. Es por lo que, desde antiguo, se ha
confiado en la arqueología como método de investigación capaz de suplir las
carencias existentes . El tema, sin embargo, nunca ha sido fácil. En la
presentación a las Actas de la VI Semana de Estudios Monásticos dedicada al
eremitismo hispánico , Tomás Moral recordaba que aunque en un primer proyecto
del programa de la semana se incluía , entre otros, el tema de la arqueología
peninsular eremítica « dichas disertaciones -dice- hubieron de ser preteridas
por no hallarse ningún estudioso competente que quisiera tratarlas». (
25 )
Esperamos
no haber pecado nosotros de atrevidos al aceptar el ofrecimiento que se nos
hizo para participar en este Seminario, ofrecimiento que, por otra parte,
agradecemos sinceramente.
«¿Cómo serían originariamente las cuevas-eremitorio y las primeras iglesias
rupestres hispánicas? ¿Obedecerían a un plan único y uniforme? ¿Tendrían
características comunes?» Estas preguntas fueron planteadas hace ya algún
tiempo por el profesor M. Riu en el VIII Congreso Internacional de
Arqueología Cristiana celebrado en Barcelona en 1969. ( 26 )
Transcurridos más de veinte
años desde aquel evento, y tratando de ser objetivos, hemos de reconocer
ciertos avances que permiten responder tímidamente a las cuestiones formuladas
por el insigne medievalista catalán, pero lo seríamos mucho más si confesáramos
abiertamente que junto a los logros conseguidos se han multiplicado también
los interrogantes, y que el horizonte actual de la investigación en materia de
conjuntos rupestres hispánicos está todavía lejos de ser medianamente diáfano.
Son distintas las razones que justifican tal situación y, en este sentido,
nos gustaría hacer referencia en primer lugar al insuficiente interés que se ha
mostrado entre nosotros por las manifestaciones que de la civilización rupestre
nos ha legado el pasado. La Península Ibérica posee, en efecto, numerosos y
espléndidos testimonios distribuidos a lo largo y ancho de su geografía, algunos
de ellos estudiados con desigual fortuna, otros muchos recogidos simplemente
en trabajos con vocación más recopiladora y descriptiva que analítica y un
grupo indeterminado, por fin, que no ha merecido todavía la atención de
ningún estudioso.
No hay que olvidar tampoco las dificultades que encierra el estudio de estas manifestaciones rupestres, dificultades tanto de orden metodológico, como
de interpretación y, sobre todo, de ubicación en el tiempo. En las cuevas
artificiales se plantea el mismo problema de clasificación cronológica y cultural
de otras antigüedades que, pudiendo tener un origen remoto, han sufrido, sin
embargo, tantas vicisitudes -remodelaciones, deterioros, diversidad de usos,
etc.- que han llegado a nuestros días totalmente mixtificados.
En la
arquitectura de fábrica esta dificultad viene siendo superada gracias a modernas
metodologías arqueológicas que, partiendo de los principios estratigráficos
establecidos por arqueólogos británicos, ( 27 ) tratan de aplicar estos mismos criterios
teóricos -con las modificaciones exigidas por su aplicación en un medio distinto
para el que fueron ideados- a las estructuras arquitectónicas que se conservan
todavía en alzado.
( 25 ) T. MORAL, Presentación, España Eremítica. Actas de la VI Semana de Estudios
Monásticos, Analecta Legerensia, Pamplona, 1970, p. 10.
( 26 ) M. RIU, Cuevas-eremitorios y centros cenobíticos rupestres en Andalucía Oriental,
Actas del VIII Congreso Internacional de Arqueología Cristiana (Barcelona, 5-11 de
octubre de 1969), Barcelona-Ciudad del Vaticano, 1972, p. 432.
( 27 ) E. C. HARRIS, Principies al Archaeological Stratigraphy, Londres, 1979.
Estas estructuras (en su estado muchas veces mixtificado por sucesivas transformaciones tanto morfológicas como funcionales)
poseedoras de un universo de informaciones que esperan su «descodificación»
( 28 )
en forma de Unidades Estratigráficas Murarias que, en diferentes niveles de
definición, se articulan en un diagrama o secuencia que permita una
reconstrucción fiel de la historia del edificio o conjunto arquitectónico en cuestión.
Las experiencias llevadas a cabo en otros países han confirmado que esta
metodología supera los resultados conseguidos por los habituales enfoques
artístico-arquitectónicos. ( 29 )
La investigación, llevada a cabo en Santa María de
Valmarina por Brogiolo y Zigrino, y que ha permitido reconocer la estructura
original de un monasterio del siglo XII que había sido transformado en granja
en época moderna, resulta un ejemplo francamente aleccionador. ( 30 )
En la arquitectaura rupestre, sin embargo, este sistema resulta más
difícilmente practicable por la sencilla razón de que el avance del tiempo se
refleja, por desgracia, no de manera positiva, sino negativa. Dicho de ostra
manera, mientras que en la arquitectura de fábrica la evolución de un edificio
se contempla muchas veces por los sucesivos añadidos que acaban enmascarando el monumento inicial, en la arquitectura rupestre no sic avanza
construyendo sino destruyendo, vaciando, excavando en la roca nuevos espacios
que conllevan la desaparición irremediable de la morfología inicial.
Sin querer convertir esta intervención en un pliego de descargos, no
podemos dejar de mencionar, sin embargo, otras dificultades que obstaculizan el
estudio del fenómeno rupestre, como su frecuente ubicación en lugares
apartados y de difícil acceso y localización; la ausencia en las cavidades rupestres
de estratos arqueológicamente férbiles debido a las constantes reutilizaciones
que han vaciado sus interiores ; las sucesivas reformas que las han convertido
en viviendas, bodegas, almacenes o palomares ; el encendido de hogueras que
uniformiza pátinas antiguas y recientes exigiendo malabarismos de quien
pretende estudiar los graffiti y las inscripciones que pudieran existir en sus
paredes... sin mencionar la afición de quienes , acudiendo a visitar estos nobles
monumentos , tratan de perpetuar el recuerdo de su visita con muestras de un
pésimo gusto.
( 28 ) G. P. BROGIOLO, L'analisi stratigrafica: un metodo per la lettura delle
modificazioni architetoniche, Abacus, n.<1 14 (Milan, 1988), p. 12.
( 29 ) A modo orientativo, pueden consultarse: G. P. BROGIOLO, Archeologia
dell'edilizia storica, Como, 1988; ID.: Architetture medieval¡ del Garda
bresciano. Analisi stratigrafiche, Ed. Grafo, 1989; ID.: L'analisi stratigrafica: un metodo per la
lettura..., cit.; M. O. H. CARVER, Underneath English Towns, Londres, 1987; R.
FRANCOVICH, Archeologia e Restauro: da contiguitá ad unitarietá, Restauro e Citta, 1, n° 2 (1985),
pp. 14-20; T. MANNONI, Metodo di datazione dell'edilizia storica, Archeologia
Medievale, XI (1984), pp. 396-401; R. PARENTI, La lettura stratigrafica delle murature in contesti
archeologici e di restauro, Cittá e Restauro, 1, n° 2 (1985), pp. 55-68, etc.
( 30 ) G. P. BROGIOLO; L. ZIGRINO, Esperienze di analisi stratigrafica. Monastero
di Valmarina, en G. P. BROGIOLO, Archeologia dell'edilizia storica, cit., pp. 71
ss.
2. El eremitlsmo peninsular.
Entrado ya en materia, los complejos rupestres plantean, en nuestra opinión,
dos problemas fundamentales . El primero es , sin duda, el de sus orígenes.
Existen, a este respecto, autores que consideran las cuevas artificiales como
«un fenómeno sociológico urbanístico de tipo civil que precede al
monacato», ( 31 )
debiendo su existencia más a la situación de inestabilidad creada en las
postrimerías del Imperio que al ascetismo eremítico , más tardío cronológicamente
y usufructuario de unas estancias rupestres pensadas para otros fines. (
32 )
No seremos nosotros quienes planteemos objeciones a estos razonamientos que,
como hipótesis de trabajo, nos parecen válidas y necesarias , incluso, como
antídoto frente a un cierto panmonaquismo presente en nuestra bibliografía.
Estamos convencidos , por ejemplo, de que en los complejos rupestres alaveses
hubo cavidades excavadas con anterioridad a las extracciones que condujeron
a la creación de las iglesias rupestres . El caso de la iglesia de Las Gobas 6
con su contraábside forzosamente desplazado por la existencia de otra cavidad
(Las Gobas 7) nos parece paradigmático . Admitido ello queda, sin embargo,
el difícil problema de precisar el grado de anterioridad , cuestión ante la que
no que más remedio que admitir nuestra ignorancia. Existen, obviamente, razones
sociopolíti,cas suficientes que hacen razonable un hipotético origen civil en los
siglos III o IV. Pero pensar solamente en ello supone olvidar otras posi°bilidades tan razonables como la mencionada. ¿Qué ocurre , por ejemplo, con el
problema priscilianista cuya presencia en tierras vascónicas parece cobrar visos
de realidad? ( 33 )
( 31 ) A. GONZÁLEZ BLANCO, V. ESPINOSA RUIZ, J. M. SÁENZ GONZÁLEZ,
La población de la Rioja durante los siglos obscuros (IV-X), Berceo, 86 (1979), p. 86.
( 32 ) A. GONZALEZ BLANCO, La cueva de « La Camareta», refugio ibérico,
eremitorio cristiano y rincón misterioso para árabes y foráneos hasta el día de hoy. Sus graffiti,
XVI Congreso Nacional de Arqueología, Zaragoza, 1983, pp. 1023 ss.
( 33 ) Cfr. J. J. SAYAS
ABENGOECHEA, Algunas consideraciones sobre la
cristianización de los vascones, Príncipe de Viana, 174 (1985), pp. 35
ss.
No hay que olvidar, además, que puede resultar difícil deslindar
lo civil de lo religioso. Recordemos, si no, el caso de la Regula
Communis en
la que se han querido ver referencias a la existencia de profesiones colectivas
que impulsaban a unos familiares y, quizás también, a comunidades
campesinas, es decir, civiles, a organizarse monásticamente. No creemos, por lo tanto,
que deba generalizarse y sospechar un origen civil para los complejos
anacoréticos o cenobíticos, sin pensar, por el contrario, en unas motivaciones
únicamente religiosas. Creemos que en esto, como en otras muchas cosas, pudo
haber un poco de todo.
Que algún eremita o colectivo de eremitas utilizara
cavidades artificiales preexistentes, resulta razonable teniendo en cuenta la
atemporalidad de este tipo de hábitat. Pero es muy probable también que,
debido a la perduración hasta fechas tardías de ese estado de inseguridad al
que aluden los autores mencionados, y teniendo también en cuenta que el
eremitismo peninsular era ya regresivo para el siglo VII en buena parte de
la Península, fueran las propias poblaciones civiles quienes hicieran uso de
antiguos complejos eremíticos.
El segundo de los problemas importantes que se plantea en los complejos rupestres, una vez admitido su carácter monástico, es el de su adscripción
cronológica a época visigótica o a siglos posteriores (mozárabes, de
repoblación, etc.). En este punto ha existido también una cierta tendencia a considerar
visigodo cuanto tuviera algún aspecto eremítico. Los argumentos utilizados,
sin embargo, son con frecuencia excesivamente endebles: indicaríamos, entre
otros, la recopilación de tradiciones hagiográficas de origen popular, el
consabido recurso a la presencia de «arcos visigóticos» -expresión ésta carente de
contenido pero que sigue apareciendo en la bibliografía incluso más reciente-,
la presencia de ábsides de planta ultrapasada o de herradura que se considera
ingenuamente como característica de aquél período, la constatación de frecuentes
«cruces visigóticas» insculpidas en las grutas rupestres y, por qué no decirlo,
un cierto visigotismo apriorístico que ha alentado muchos estudios locales y
regionales y tras el que se esconde un mal disimulado deseo de retrotraer el
origen del cristianismo de tal o cual pueblo, valle o comarca a fechas
anteriores a las que aducen los vecinos del pueblo, valle o comarca de enfrente.
No podemos recoger aquí todos los conjuntos rupestres que han sido considerados visigodos a lo largo y ancho de nuestra geografía peninsular. En las
Actas de la VI Semana de Estudios Monásticos se recogen numerosas referencias
ladera S. de la Muela»
( 44 )
Sobre su origen, quienes lo han estudiado se muestran
timos. ( 34 )
Conviene consultar también los trabajos de J. M.
Barandiarán, Iñiguez Almech, Riu, Puertas Trinas, González Echegaray, Carrión Irún, García Guinea,
Bohigas, Gutiérrez González, González Blanco, Monreal y otros que no
podemos recoger aquí. ( 35 )
Muchos de ellos reflejan las dificultades de adscripción
cronológica a las que hacíamos referencia incluyendo los conjuntos que estudian
en el caso común de lo altomedieval o fechándolos a partir del siglo VIII
aunque con probables antecedentes visigodos. Estos antecedentes, sin embargo,
en muy pocos casos aparecen con perfiles nítidos hasta el punto de que casi
pueden contarse con los dedos de las manos los conjuntos calificables
inequívocamente en época visigoda.
( 34 ) AA. VV. España Eremítica, Actas de la VI Semana de Estudios Monásticos,
Analecta Legerensia, Pamplona, 1970.
( 35 ) Resultaría imposible recoger toda la bibliografía existente -en el breve marco de
estas páginas. En su defecto, pueden consultarse F. IÑIGUEZ ALMECH, Algunos
problemas de las viejas iglesias españolas, en Cuadernos de Trabajo de la Escuela Española
de Historia y Arqueología en Roma, VII (Roma, 1955), pp. 7 ss.; J. E. URANGA,
F. IÑIGUEZ ALMECH, Arte medieval navarro, Pamplona, 1971, fundamental el primero
de ellos, aunque responsable también de algunos errores importantes que han pasado a
la producción bibliográfica (véase más adelante) de autores tan cualificados como H.
SCHLUNK y Th. HAUSCHILD, Die Hóhlenkirche beim Cortijo de Valdecanales, Madrider
Mittelungen, II (1970), pp. 223 ss.; ID., Die Denkmüler des frühchristlichen und
westgotischen Zeit, Maguncia, 1978. Véanse, además, M. RIU, Cuevas eremitorio y centros
cenobíticos rupestres en Andalucía Oriental, Actas del VIII Congreso Internacional de
Arqueología Cristiana, Barcelona, 1972, pp. 431 ss.; ID.: Poblados mozárabes en
Al-Andalus. Hipótesis para su estudio: el ejemplo de Busquistar, C.E.M., 2-3 (1974-75, pp. 3
ss.; ID.: Apuntes comentados de un viaje arqueológico por tierras de la Castilla Medieval,
en La España Medieval.
Estudios dedicados al profesor D. Julio González González,
Madrid, 1980, pp. 399 ss.; ID.: Primera campaña de excavaciones en cerro de Marmuyas
y propecciones previas en la zona de los Montes de Málaga, Actas del I Congreso de
Historia de Andalucía Medieval, 1, Córdoba, 1978, pp. 115 ss.; A. GONZALEZ BLANCO
et alii, La cueva de La Camareta: refugio ibérico, eremitorio cristiano y rincón
misterioso para árabes y foráneos hasta el día de hoy. Sus graffiti, XVI Congreso Nacional
de Arqueología, Zaragoza, 1983, pp. 1023 ss.; A. GONZALEZ BLANCO et alii, La
cueva de La Camareta (Agramón, Hellín, Albacete), eremitorio cristiano, Primer Congreso
de Historia de Albacete, Albacete, 1984; J. F. JORDAN MONTES, A. GONZALEZ
BLANCO, Probable aportación al monacato del SE peninsular. El conjunto rupestre de
La Muela de Albojarico (Tobarra, Albacete), Antigüedad y Cristianismo, II (Murcia, 1985),
pp. 335 ss.; R. PUERTAS TRICAS, El eremitismo rupestre en la zona de
Nájera, IX Congreso Nacional de Arqueología, 1966, pp. 419 ss.; ID.: Cuevas artificiales de la
época altomedieval en Nájera, Berceo, 86 (1979), pp. 179 ss.; ID.: La iglesia rupestre de
las Mesas de Villaverde (Málaga), Mainake, 1 (1979), pp. 179 ss.; ID.: Planimetría del
monasterio de San Millán de la Cogolla de Suso, Logroño, 1979; ID.: Necrópolis e iglesia
de «Los Hoyos de los Peñones» (Málaga), N.A.H., 13 (982), pp. 247 ss.; ID.: Un
asentamiento mozárabe en la zona de Alozaina, Málaga, 1982; ID.: Algunos problemas del
patrimonio artístico de Ronda, jornadas de Estudio sobre Ronda y su comarca, Ronda,
1979 (Madrid, 1983); ID.: Los nuevas iglesias rupestres medievales en Málaga, I Congreso
de Arqueología Medieval Española, Zaragoza, 1987, pp. 73 ss.; ID.: Iglesias rupestres de
Málaga, II Congreso de Arqueología Medieval Española, Madrid, 1987, 1, pp. 98
ss.; ID.: Exploraciones en iglesias rupestres de Ronda, Málaga, 1988; B.
MADARIAGA,
Notas acerca del origen de las iglesias rupestres, Altamira, 1 (1968-71), pp. 153
ss.;
1. GONZALEZ ECHEGARAY, 1. CARRION IRUN, A. PEREZ DE REGULES, Las
iglesias rupestres de Arroyuelos y Las Presillas de Bricia, Altamira, 1-3 (1961), pp. 3
ss.;
M. CARRION IRUN, M. A. GARCIA GUINEA, Las iglesias rupestres de repoblación
de la región cantábrica, Congreso Luso-Espanhol de Estudos Medievais, Oporto, 1968,
pp. 309 ss.; R. BOHIGAS, Restos altomedievales en la zona cantábrica, Valladolid;
ID.: Yacimientos arqueológicos medievales del sector central de la Montaña Cantábrica,
Santander, 1986; ID.: La iglesia rupestre y el poblado altomedieval de Arges
(Manzanedo, Burgos), BSAA, XLVII (1981), pp. 403 ss.; R. BOHIGAS, V. IRALA, J. C.
MENENDEZ, Cuevas artificiales de Valderredible (Santander), Sautuola, III (1982),
pp. 279 ss.; J. A. GUTIERREZ, Habitats rupestres altomedievales en la Meseta Norte
y Cordillera Cantábrica, Estudios Humanísticos, 4 (1982), pp. 29 ss.; E. VAN DEN
EYNDE, La problemática de la datación cronológica de las iglesias rupestres,
Sautuola,
IV (1985), pp. 361 ss.; L. A. MONREAL JIMENO, San Millán de Suso Aportaciones
sobre las primeras etapas del cenobio emilianense, Príncipe de Viana, 183 (1988), pp. 71
ss.;
ID.: Eremitorios rupestres altomedievales (El Alto Valle del Ebro), Cuadernos de
Arqueo
logía de Deusto, 12, Bilbao, 1989. Para la bibliografía de las cuevas artificiales alavesas,
véase en páginas siguientes.
En Andalucía conocemos desde hace bastantes años el espléndido monumento del Cortijo de Valdecanales (Rus, Jaén)
( 36 ) magníficamente decorado en su exterior por un friso de arcos en herradura y tímpanos palmeados tallados
en roca simulando un porche de arcos ciegos. ( 37 )
La principal de las cuevas
de este conjunto es un templo de planta rectangular y cabecera plana, con su
interior dividido en tres naves cubiertas con bóveda de cañón. Le acompañan
dos covachos más de los que uno fue probablemente un baptisterio y el otro
residencia de los clérigos que estaban al cuidado del conjunto. Su cronología
está certificada por sus medidas coincidentes con el sistema estudiado en Santa
María de Melque ( 38 ) y los diversos motivos ornamentales de tipología claramente
visigoda.
( 36 ) R. VAÑO SILVESTRE, Oratorio rupestre visigodo del Cortijo de
Valdecanales, Rus (Jaén), Madrider Mitteilungen, 11 (1970), pp. 213 ss.
( 37 ) Ibidem, p. 218.
( 38 ) L. CABALLERO ZOREDA, La Antigüedad Tardía. Artes plásticas y urbanismo,
en Historia General de España y América, Ed. Rialp, Madrid, 1987, II, p. 609.
No queda tan clara, sin embargo, su funcionalidad. Su descubridor lo consideró «un oratorio público» que atendía «espiritualmente a los
habitantes de la zona». ( 39 ) Riu, en cambio , piensa que «pudo desempeñar la misión
de hospedería para los viajeros que siguieron la ruta» del camino viejo de
Toledo. ( 40 )
En la provincia de Albacete se han descubierto , más recientemente, dos
eremitorios considerados también de época visigótica . La cueva de La Camareta
(Agramón) ( 41 ) es una amplia cavidad compuesta por diversas estancias, una
principal de forma pentagonal que comunica con otra ubicada al fondo de su
eje axial y con dos más que la flanquean a izquierda y derecha. Sus paredes
están cubiertas por centenares de graffiti de diversa época (ibéricos,
tardorromanos, árabes y modernos). Nos interesan lógicamente los segundos , escritos
en grafías mayúsculas de los ss. V y VI y de contenido probablemente
cristiano a juzgar por las cruces y monogramas que los acompañan . Excavada
en época prerromana , fue ocupada en la tardoantigüedad, en opinión de
quienes la han estudiado, siendo «difícil precisar si fue empleado corno iglesia
o simplemente fue lugar de refugio de algunos eremitas o simplemente de algunos cristianos»
( 42 )
El conjunto rupestre de la Muela de Albojarico (Tobarra), ( 43 ) también en
Albacete, consta de tres cavidades . La más importante de ellas es una
amplísima estancia de planta rectangular de 26 m. de longitud y una anchura de
5 m. con cubierta a dos aguas , diversos nichos y hornacinas, varios poyos y
un largo pozo vertical que comunica el fondo de la estancia con el exterior.
La presencia de varias cruces insculpidas junto al vano de entrada, los nichos
y las notables dimensiones de este recinto han llevado a su consideración como
«un auténtico templo que congregara a la comunidad de monjes que habitaba
el paraje de la Muela de Albojarico ocupando las covachas y cavidades de este
monte o que reuniera también a la asamblea de fieles que acaso vivió en la
ladera S. de la Muela». ( 44 )
Sobre su origen, quienes lo han estudiado se muestran
partidarios de su procedencia civil en el contexto de la crisis de las postrimerías
del Imperio y su posterior reocupación ya en un contexto monástico.
( 39 ) R. VAÑO SILVESTRE, Oratorio rupestre visigodo..., cit., p. 220.
( 40 ) M. RIU, Cuevas eremitorio y centros cenobíticos..., cit., p. 434.
( 41 ) Cfr. bibliografía en nota 36.
( 42 ) A. GONZALEZ BLANCO et alii, La cueva de La Camareta: refugio ibérico...,cit., p. 1033.
( 43 ) J. F. JORDAN MONTES, A. GONZALEZ BLANCO, Probable aportación al
monacato..., cit.
( 44 ) Ibidem, p. 357.
Si bien la consideración de La Camareta como eremitorio tardoantiguo parece cierta, no encontramos por el contrario criterio alguno que permita
inequívocamente la adscripción de la Muela de Albojarico a estos siglos. No
existe dato arqueológico alguno. Morfológicamente las estructuras de las tres
cavidades son neutras. De la existencia de una cubierta a dos vertientes no se
puede deducir -como se ha dicho- que exprese «con nitidez un deseo de proporcionar a la nave subterránea un carácter monumental, acaso imitando
las basílicas cristianas de su época, que no hubiera presentado de haber sido
destinado aquel espacio a almacén, establo o refugio en su origen» ( 45
)
En el yacimiento riojano de Inestrillas, por ejemplo, hay espléndidas estancias
subterráneas con cubierta a dos aguas y sin embargo son... celtibéricas. Tampoco
existe información epigráfica alguna y la presencia de cruces insculpidas no
nos parece un argumento incuestionable. No negamos que el conjunto rupestre
no fuera utilizado en algún momento como oratorio o cenobio. Lo que no conseguimos ver con claridad es la razón por la que ese momento haya de ser
precisamente visigótico.
Más recientemente todavía se ha querido ver también un eremitorio hispanovisigodo en Ercávica (Cañaveruelas,
Cuenca). ( 46 )
Existe en este lugar
una cavidad rupestre de planta aproximadamente cuadrada que comunica tras
bajar dos peldaños con otra estancia de planta circular y cubierta abovedada.
En el exterior se extiende un número indeterminado de sepulturas excavadas
en roca. Son varias las razones que convierten este lugar en un yacimiento del
máximo interés:
a) La excavación del interior de las dos estancias mencionadas
ofreció una interesante estratigrafía -fenómeno éste no usual como
sabemos en cuyos niveles inferiores se recuperaron algunos fragmentos de sigillata y
cerámica de época visigoda.
b) Las paredes de la segunda cámara conservan
cuatro cruces grabadas y un gran número de ' graffiti de los que
desgraciadamente, sin embargo, no se dice nada en el trabajo.
c) Los enterramientos del
exterior han ofrecido también ajuares y depósitos funerarios sumamente
interesantes: cuentas de ámbar y pasta vítrea, dos recipientes cerámicos, un
pequeño cuenco de vidrio, pendientes, pulseras, etc.
d) En el mismo artículo,
por fin, se hace referencia a dos campañas arqueológicas que dieron como
resultado el descubrimiento en las cercanías del eremitorio de un gran edificio
que se sugiere como un posible cenobio.
( 45 ) Ibídem, p. 350.
( 46 ) Sobre Ercávica como asentamiento romano cfr . A. OSUNA RUIZ , Diez años de
excavaciones arqueológicas en Ercávica (Cañaveruelas , Cuenca), en Homenaje al Prof.
Martín Almagro Basch, Madrid, 1983, 111, pp. 263 ss .; para el eremitorio cristiano, G.
MONCO GARCIA, El eremitorio y la necrópolis hispano-visigoda de Ercávica, I
Congreso de Arqueología Medieval Española , Zaragoza, 1987, II, pp. 241
ss.
Lamentablemente el trabajo al que nos referimos no es excesivamente preciso, provocando en quien lo lee tantas dudas como deseos de solventarlas.
Si no entendemos mal, se distinguen dos momentos de ocupación en la
necrópolis: uno primero que se define como hispano-romano y que sufre un
abandono para ser reutilizado en una segunda fase a partir del siglo V. En este
segundo momento «debió de construirse el eremitorio» para ser abandonado
«a mediados o finales del VI», fecha en la que «el eje de la vida religiosa se
trasladaría en torno al monasterio citado» ( 47 )
Todo ello resulta enormemente
interesante en teoría, pero habrá que esperar a futuras investigaciones que
perfilen más las cosas disipando las dudas que provoca este breve trabajo.
La iglesia rupestre de San Pedro en Tartalés de Cillas (Burgos), a pesar
de haber sido fechada repetidamente en siglos posteriores a la invasión
musulmana, debe ser considerada de época visigótica. Se trata de una iglesia
contraabsidada de sorprendentes similitudes morfológicas con las del grupo de
Treviño. Sus dimensiones son muy similares a las de Montico de Charratu y
Las Gobas. ( 48 )
Sus dos nichos del muro testero flanqueando el vano de ingreso
al ábside recuerdan, sin duda, a Las Gobas 6 con la que tiene también en
común la pequeña oquedad que recibiría el tenente de altar de su ábside
( 49 )
Su peculiar contraábside, pequeño y ligeramente sobreelevado (unos 50
cros.) tiene paralelo exacto con uno de los templos de Montico de
Charratu. ( 50 )
Únicamente se diferencia de ellas en que carece de la típica estancia lateral que
poseen todas las iglesias rupestres de Albaina, Faido y Laño. Estas estancias,
sin embargo, fueron talladas con una técnica notablemente distinta al resto
de la iglesia rupestre. Mientras que las paredes de los ábsides y de la nave
fueron cuidadosamente repasadas y casi pulidas, estas cavidades laterales
conservan un fuerte y tosco apiconado que parece obra posterior. La existencia
de Tartalés de Cillas nos hace sospechar que estas cámaras laterales sean
probablemente una ampliación tardía que no corresponde, por lo tanto, a la
planta original de las iglesias rupestres.
( 47 ) G. MONCO GARCIA, El eremitorio..., cit., p. 256.
( 48 ) Cfr. J. ANDRIO GONZALO, Aportaciones a la arqueología altomedieval del
Valle del Ebro, XIV Congreso Nacional de Arqueología, Zaragoza, 1977, pp. 1221
ss. Compárense las dimensiones ofrecidas por J. Andrio (pp. 1222-1223) para esta iglesia
rupestre, con las que damos nosotros para las de Montico de Charratu y Las Gobas
(A. AZKARATE, Arqueología cristiana..., cit., p. 337. Cfr. también la nota 622 en
pp. 342-343)
( 49 ) Cfr. L. A. MONREAL JIMENO, Eremitorios rupestres..., cit., p. 69.
( 50 ) Véase el dato para Tartalés de Cilla en L. A. MONREAL JIMENO, Eremitorios
rupestres..., cit., p. 69, y su correspondencia para Montico de Charratu-1 en A.
AZKARATE, Arqueología cristiana..., cit., p. 169.
El monasterio de San Millón de la Cogolla ha merecido la atención de numerosos autores que, desde enfoques diversos aunque complementarios, se
han interesado por este notable monumento. Cuantos a partir de los trabajos
de Iñiguez Almech lo han estudiado desde un punto de vista arquitectónico o
arqueológico, coinciden en admitir la existencia de una «fase primitiva» en la
historia del monumento representada, como indican el propio Iñíguez Almech
y más adelante Puertas Tricas o Monreal, ( 51 ) por el reducido grupo de cuevas
artificiales con dos pequeños oratorios y por algunos restos materiales y
constructivos que hace verosímil su existencia en tiempos de San Millán.
Otros grupos rupestres -y vamos a abreviar- entrarían en la categoría de monumentos cuyo visigotismo es probable y en algún caso casi seguro,
aunque no demostrado puntualmente. Entre ellos acostumbra a citarse los de
Duratón, Arlanza, los oscenses, algunos riojanos, los de la región del Sil y el
Bierzo y algunos gallegos como San Pedro de las Rocas, por ejemplo. Faltan,
sin embargo, estudios concretos y llevados a cabo con rigor científico para
superar esta fase de lo probable y confirmar o desmentir lo que muchas veces
viene repitiéndose casi mecánicamente.
3. La cuenca de Treviño: un núcleo eremítico de primer orden.
Como señalábamos más arriba es mucho lo que queda por hacer estando
todavía dominado el panorama de la arqueología eremítica por excesivas
sombras e imprecisiones.
Permítasenos, por ello, tomar como paradigma los
conjuntos rupestres de la cuenca de Treviño y no se vea en esta opción
localismo alguno por mi parte ni siquiera cierto grado de comodidad por ser
las manifestaciones que mejor conocemos. Creemos, sencillamente, que son los
conjuntos rupestres que con mayor nitidez reflejan la vida eremítica peninsular
de los primeros tiempos constituyendo, sin duda, un fósil preciado que no
valoramos quizá como se merece.
En este territorio las cuevas artificiales tienden a agruparse entre sí
originando núcleos que ocupan espacios geográficamente individualizados y que se
encuentran constituídos por cavidades de morfología y funcionalidad
diferenciadas: se pueden distinguir, en efecto, iglesias rupestres, celdas de aspecto
diverso, cuevas ubicadas a gran altura y pequeñas cavidades excavadas a modo
de nicho.
( 51 ) Cfr. bibliografía en nota 36.
A estas cuatro variables morfológicas pueden añadirse otros rasgos que actúan como factores diferenciales, tales como la existencia de grabados e
inscripciones y la presencia de sepulturas excavadas en el interior de las cuevas.
Todas estas variables no son compartidas por la totalidad de los grupos
rupestres existentes. ( 52 )
Solamente en cuatro de ellos (Faido, Montico de
Charratu,
Las Gobas y Santorkaria) se reúnen el 90 por ciento de las iglesias susceptibles
de ser identificadas inequívocamente como tales, el 100 por ciento de las
inscripciones parietales, un gran porcentaje de los grabados y la mayor parte
de las sepulturas excavadas en sus interiores. No deja de ser reseñable que
todo ello se logre en 45 cavidades, mientras que los grupos de San Salvador,
Eskorrerana, Askana y Larrea, con un número similar de grutas no consigan
ofrecer una iglesia, una sola inscripción, una única sepultura excavada en el
interior de cualquiera de sus estancias rupestres.
Deben evitarse, por lo tanto, las generalizaciones referidas a la cronología
de estos conjuntos rupestres y pedimos disculpas por ser tan reiterativos en
este punto. Insistimos en ello porque sistemáticamente se ha hecho referencia
a esta cuestión como si de un problema unitario se tratase, aplicando al
centenar largo de cavidades alavesas los mismos criterios cronológicos y funcionales.
3.1.
A modo de paradigma de una laura eremítica de época visigótica: el grupo de Las
Gobas.
Dicho esto que nos parece sumamente importante, fijémonos ahora en uno de los grupos -quizá el más significativo- por constituir un magnífico
paradigma de lo que pudo ser una Laura eremítica de época visigótica . Nos referimos
al conjunto rupestre de Las Gobas, ubicado en uno de los farallones rocosos
que conducen a la localidad de Laño. Son un total de 13 las cavidades existentes que se desglosan del modo siguiente: dos son iglesias , nueve son
cuevas de estancia única, una es una gruta excavada a gran altura y la última
apenas constituye un pequeño nicho de reducidas dimensiones. Veamos si la
diversidad morfológica apreciada responde también a una diversidad funcional
y podremos , quizá, reflejar la organización de uno de aquellos colectivos de
eremitas que , constituídos en lauras, practicaban el ascetismo cristiano. Antes,
no obstante, conviene realizar una precisión . Las fuentes literarias hacen
referenda a varios tipos de hábitats eremíticos: la choza exenta construída de
materiales endebles, la cueva excavada en la roca y , finalmente, la celda mixta,
semirrupestre, con estructuras de fábrica adosadas a la pared.
( 52 ) Nos referimos, siempre, a la cuenca de Treviño y no a los complejos rupestres
del occidente alavés.
En los complejos rupestres que estudiamos se han conservado los covachas tallados,
contemplándose, además, suficientes rozas y mechinales como para suponer la
existencia de estructuras mixtas. Las construcciones exentas, obviamente, han
desaparecido. Es preciso , sin embargo , tenerlas gin mente a la hora de imaginar
cómo pudieron ser aquellas lauras-eremíticas de época tardoantigua.
GRUPO DE LAS GOBAS.
Las Gobas 1 Cavidad de estancia única 8,80 m2
Las Gobas 2 Cavidad de estancia única 6,15 m2
Las Gobas 3 Cavidad de estancia única 9,40 m2
Las Gobas 4 Iglesia con ábsides contrapuestos 22,70 m2
Las Gobas 5 Cavidad de estancia única 10,45 m2
Las Gobas 6 Iglesia con ábsides contrapuestos 41,30 m2
Las Gobas 7 Cavidad de estancia única 12,00 m2
Las Gobas 8 Cavidad de estancia única 13,10 m2
Las Gobas 9 Cavidad
nicho
--------------
Las Gobas 10 Cavidad de estancia única 11,70 m2
Las Gobas 11 Cavidad de estancia única 18,60 m2
Las Gobas 12 Cavidad de estancia única 14,60 m2
Las Gobas 13 Cavidad «aérea» 44,58 m2
Comencemos por las iglesias (Las Gobas 4 y Las Gobas 6), aunque brevemente porque luego volveremos sobre ellas. Su funcionalidad litúrgica está
fuera de toda duda y queda únicamente por resolver la difícil cuestión de
su duplicidad , asunto éste sobre el que la historiografía no ha manifestado
una opinión unánime.
Además de los dos templos son nueve las cuevas que se ubican en sus proximidades ( Las Gobas 1, 2, 3, 5, 7, 8, 9, 10 y 11). Sus características
responden a las de las grutas del resto de los grupos rupestres : diversidad
tipológica con predominio de las plantas rectilíneas (generalmente rectangulares)
sobre las curvadas , multiplicidad de tamaño , evidencias de cerramientos y
presencia de poyos que pudieron servir de camastros aunque luego fueran
reutilizados para excavar en ellas tumbas bisomas o simples. La función de estas
cavidades de estancia única puede convertirse en objeto , una vez más, de
discusión . Que la mayoría de estas grutas fueran cellula eremíticas parece
indudable, sobre todo aquellas de dimensiones reducidas. Las cuevas de
mayores dimensiones debieron servir para otros cometidos relacionados con actos
comunitarios.
Parece lógico imaginar que, en este contexto a medio camino
entre lo eremítico y lo cenobítico, las cuevas más espaciosas constituyeran
-por sus condiciones de habitabilidad- los lugares destinados a las actividades
que se realizaran en común fuera, propiamente, del templo religioso.
En el grupo de Las Gobas existe también una cueva aérea. Estas grutas colgadas sobre el vacío constituyen, quizá, las manifestaciones más sorprendentes
y llamativas de los conjuntois rupestres de la cuenca de Treviño. Son siempre
estancias únicas de amplias dimensiones, con unas rozas en sus paredes de
disposición radial, talladas en la roca y separadas entre sí por un metro
aproximadamente. A pesar de haber sido consideradas como celdas de solitarios
radicales, lugares de retiro ocasional e, incluso, celdas de castigo, creemos, sin
embargo, que fueron otras las motivaciones que indujeron a la construcción de
estas sorprendentes dependencias. El primero de los datos que hemos de retener
es el de sus dimensiones: en el caso del grupo eremítico de Las Gobas son
casi 45 m., superficie superior a la mayor de las dos iglesias rupestres y que
multiplica varias veces la superficie del resto de las estancias rupestres.
Fijémonos, en segundo lugar, en las rozas verticales que se observan en algunas de
sus paredes y que pudieron servir, como indican quienes primero las visitaron
y planimetriaron, ( 53 ) «para subdividir la habitación en pequeños compartimentos
radiales mediante tabiques de madera» sugiriendo, de este modo, su
funcionalidad como almacenes o graneros de los productos que la comunidad necesitaba.
Si observamos, finalmente, la ubicación de estas amplias cuevas, colgadas sobre
el vacío en impresionantes peñascos de paredes verticales, habremos de concluir
admitiendo que alguna otra razón hubo también que existir para justificar
semejante esfuerzo. Y esta no pudo ser otra que el miedo y la necesidad de
disponer de un lugar de refugio. El contexto histórico de estos complejos
rupestres, como luego veremos, podría justificar, en opinión nuestra, tal aserto.
Existe un cuarto tipo de cavidad cuya característica fundamental es su tamaño, diminuto, como si se tratara de un proyecto de cueva rupestre que no
superó nunca sus momentos iniciales de construcción. Así las quiso ver Iñíguez
Almech suponiéndolas cuevas cuyas labores de extracción fueron
violentamente interrumpidas ( 54 ) por algún acontecimiento histórico que el ilustre
arquitecto identificó con la invasión musulmana y el final de la monarquía visigoda.
Nosotros creemos, sin embargo, que la presencia de tales cuevecillas no se debe
a razones impuestas (violentos acontecimientos políticos o dificultades
tectónicas) sino a la propia voluntad de sus autores : lo elevado de su número, el
hecho de que en la mayoría de los grupos exista algún ejemplar, los datos
-quizá más significativos- de estar excavadas a cierta altura del suelo con
accesos tallados en la roca, que conserven en algún caso en el suelo de su
interior una oquedad que sirviera para el soporte de algún tenente, así como
el esmero puesto en su terminación, parecen argumentos suficientes para pensar
en alguna funcionalidad que, sin embargo, desconocemos ( 55 )
Volviendo de nuevo a la laura de Las Gobas vemos, por lo tanto, un pequeño núcleo eremítico con dos iglesias excavadas en roca, nueve cuevas en
sus cercanías que sirvieron bien como celdas eremíticas en algún casco, bien
como lugares para la celebración de actos comunitarios y a las que habría que
añadir los probables habitáculos con estructuras de fábrica adosadas a la pared
que hubo de existir a juzgar por las rozas y mechinales conservados, una
amplia y espaciosa gruta excavada a gran altura en su doble función de almacén y de refugio, y, finalmente, una enigmática cavidad-nicho. Como
vemos, un magnífico ejemplo que nos permite imaginar el marco físico en el
que vivieron aquellos ascetas...
( 53 ) El interés por las cuevas artificiales alavesas viene de muy antiguo (véase
nuestro capítulo historiográfico al respecto en A. AZKARATE, Arqueología cristiana...,
cit., pp. 136-143). Es sabido, en efecto, que -dejando de lado ahora las referencias de
Adán de Yarza (1895), Heintz (1908), el abate Breuil (1916) o Cabré (1918)-, J. M. de
Barandiarán había realizado el año 1917 una primera aproximación, ampliada en 1920 y
completada -junto con Aranzadi y Eguren- en 1923 con un utilísimo catálogo en el
que se recogían y describían la mayoría de las cuevas conocidas en la actualidad. A
comienzos de la década de los sesenta, algunos miembros del Instituto Alavés de
Arqueología (fundamentalmente A. Llanos, N. Urrutia, con la posterior incorporación de F. Sáenz
de Urturi) volvieron sobre los distintos complejos rupestres, descubriendo nuevas cuevas
y realizando una completa planimetría de todas ellas. En su trabajo, además de la
planimetría referida, se recogían además las inscripciones y graffiti, con referencias explícitas
a su ubicación exacta. Mucho antes, por lo tanto, de que autores recientes nos
interesáramos por estas cuevas, el trabajo fundamental de campo ya estaba hecho y recogido en forma
de fichas y planos que hemos consultado todos cuantos, con posterioridad, hemos tocado
el tema. Conviene, sin duda, recordarlo para que estudios de última hora nos les prive
del mérito que, indudablemente, tuvieron.
( 54 ) F. IÑIGUEZ
ALMECH, Algunos problemas de las viejas iglesias..., cit ., pp. 45 y 50.
( 55 ) Cfr. alguna
sugerencia en A. AZKARATE, Arqueología cristiana ..., cit.», p. 383.
Bibliografía básica sobre el tema: J. M. BARANDIARÁN, Prehistoria vasca y apuntes
bibliográficos, Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1917 a 1918
en el Seminario Conciliar de Vitoria, Vitoria, 1917 (reeditado en Obras Completas, VII,
pp. 105 ss.); ID.: Investigaciones prehistóricas de la diócesis de Álava,
Bol. de la Sociedad Aragonesa de Ciencias Naturales, Zaragoza, 1917 (Obras Completas, VII, pp. 73
ss.); ID.: La Prehistoria, Actas del I Congreso de Estudios Vascos, Oñate, 1918 (Obras
Completas, VII, pp. 105 ss.); E. EGUREN Y BENGOA, Avance al estudio de algunas
cuevas artificiales de Alava, Extracto del Bol. de la R. Soc. Esp. de Hist. Nat., XVIII
(1918), pp. 539 ss.; J. M. BARANDIARÁN, El arte rupestre en Alava, Bol. de la Sociedad
Ibérica de Ciencias Naturales, Zaragoza, 1920 (Obras Completas, VII, pp. 343
ss.); J. M. BARANDIARÁN, T. ARANZADI, E. EGUREN, Grutas artificiales de
Álava, San Sebastián, 1923 (Obras Completas, VII, pp. 239 ss.);F. IÑIGUEZ
ALMECH, Algunos problemas de las viejas iglesias..., cit. (1955); 1. M.
BARANDIARÁN, Prospección arqueológica en El Montico (Albaina, Condado de Treviño), Bol. de la Institución Sancho el
Sabio, 1962, pp. 171 ss.; ID.: Excavaciones en El Montico de Charratu, Estudios de
Arqueología Alavesa, 1 (1966), pp. 41 ss.; ID.: Excavaciones en El Montico de Charratu
y en Sarracho, Estudios de Arqueología Alavesa, 2 (1967), pp. 7 ss.; ID.: Excavaciones
delante de unas grutas de El Montico de Charratu y en Sarracho (Izkiz,
Álava), Bol. de la Institución Sancho el Sabio, 1966, pp. 173 ss., publicado también en Investigaciones
arqueológicas en Álava (1957-1968), Vitoria, 1971, pp. 203 ss.; ID.: Excavaciones
arqueológicas de Álava. Excavaciones en Askana y Larrea (Marquínez), Estudios de Arqueología
Alavesa, 3 (1968), pp. 99 ss.; ID.: Excavaciones arqueológicas en grutas artificiales de
Álava. Excavaciones en Goba (Laño), Estudios de Arqueología Alavesa, 3 (1968), pp. 111
ss.; LATXAGA, Iglesias rupestres en Álava. La Capadocia del País Vasco y el complejo
rupestre más importante de Europa, Bilbao, 1976; M. LECUONA, El arte medieval en el
País Vasco, en Cultura Vasca, San Sebastián, 1978, vol II, pp. 205 ss.; ID.: Regreso a
las cuevas, en Arte Vasco, San Sebastián, 1982, pp. 55 ss.; A. LLANOS, En torno al
bajorrelieve de Marquínez, Estudios de Arqueología Alavesa, 2 (1967), pp. 187
ss.; F. SAENZ DE URTURI, Cuevas artificiales de Álava. Guía para su visita, Vitoria, 1985;
L. A. MONREAL JIMENO, Eremitorios rupestres..., cit.; ID.: El visigotismo de los
eremitorios..., cit.; A AZKARATE, Arqueología cristiana..., cit.