Casas-torre bajomedievales, Análisis sistémico.

Las casas-torre bajomedievales. Análisis sistémico de un proceso de reestructuración espacial/territorial.

ARQUEOLOGÍA DE LA ARQUITECTURA, 3 - 2004, págs. 7-37

AGUSTÍN AZKARATE GARAI-OLAUN, ISMAEL GARCÍA GÓMEZ.

Grupo de Investigación en Arqueología de la Arquitectura, Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea.

Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de una licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC-by 4.0).


 

Resumen.

El campo de la topografía cuenta actualmente con herramientas de gran precisión que han permitido agilizar los procesos de recogida de datos, maximizar la información proporcionada por estos y obtener resultados que aportan una representación cada vez más fiel del objeto. Este es el caso del Levantamiento de Alta Definición mediante Láser Escáner 3D.

La torre banderiza es uno de los más relevantes elementos del patrimonio construido vasco. Diseminados por toda la geografía de la comunidad autónoma, se pueden encontrar ejemplos representativos de este tipo arquitectónico, característico de una convulsa etapa que se prolongó algo más allá del período de crisis bajomedieval (siglos XIV-XVI). 

Este trabajo pretende por un lado formular una propuesta interpretativa sistémica e integradora que, partiendo del análisis estratigráfico de las fábricas, muestre el peso específico de esta construcción como elemento de gestión de los recursos del territorio. Pero sobre todo, en las siguientes líneas se hace una decidida apuesta por una forma de entender la investigación histórico-arqueológica.



Abstract.


The torre banderiza is one of the most relevant elements of Basque building heritage., Representative examples of this type of architecture can be found throughout the autonomous community, characteristic of a turbulent period which lasted a little longer than the low medieval crisis (14th to 16th centuries). 

This study sets out to formulate a systemic, interpretative and integrating proposal, based on stratigraphic stonework analysis, to show the specific relevance of this construction as an element of administering resources in the territory. But above all the work attempts to understand historical-archaeological research.




1.
EL SISTEMA ARQUITECTÓNICO BANDERIZO (S.A.B.).

CONTEXTOS Y ELEMENTOS BÁSICOS.


1.1.
Contexto geográfico: el medio como activo.


En las diversas ocasiones en que nos hemos enfrentado al estudio arqueológico de una torre o casa-fuerte —por más que nuestra intención inicial fuera conocer la evolución constructiva de un edificio concreto— inevitablemente nos hemos visto en la necesidad de volver nuestra mirada hacia el entorno geográfico circundante. 

Con la experiencia acumulada hemos ido aceptando una realidad que se nos imponía tenazmente: es imposible comprender un edificio sin prestar atención al entorno en que se enclava. Tan imbricados están uno y otro que —de no mediar esa arraigada tradición que distingue netamente la arquitectura como uno de tantos artificios humanos— no parecería equivocado percibir aquella como otro producto más de la tierra, un fruto procedente del mismo sustrato geológico y labrado por el mismo clima, acaso vivo.

Esta idea ecosistémica —que aúna lo construido por la naturaleza con lo construido por el hombre— no es ilusoria, como de hecho el arqueólogo comprueba cotidianamente cuando se enfrenta al estudio de un elemento de la cultura material. 

Desde los propios materiales utilizados para elevar muros, hasta el emplazamiento escogido para la ubicación de una construcción, todo el edificio está condicionado por las posibilidades que ofrece su medio ambiente. 

No obstante, si queremos comprender lo edificado, no podemos guiarnos por una suerte de determinismo natural. Lo verdaderamente interesante consiste en el conocimiento de la dialéctica que se establece entre una sociedad y el entorno del que depende.

Antes de comenzar con nuestra exposición, señalaremos algunas de las claves sobre las que se cimienta nuestra forma de entender el territorio bajomedieval. Con ellas, trataremos de esbozar un marco conceptual que nos permita desarrollar nuestro discurso posterior:

1. Espacio polisémico: El espacio actúa al mismo tiempo como soporte, como medio geográfico, como recurso y como medio de producción. Creemos que la distinción de estas funciones permite una mayor operatividad del análisis histórico puesto que facilita la caracterización de los diversos agentes sociales que han intervenido en la producción del espacio, concretando su papel y permitiendo una mejor definición de las estrategias que los impulsan (SÁNCHEZ, 1991: 8).

2. Espacio heterogéneo: Los recursos naturales depositados en la superficie terrestre se encuentran repartidos de forma desigual. Esa heterogeneidad en la distribución de los recursos es un motivador de estrategias de apropiación y/o control, así como causa de conflicto entre grupos sociales o entre unidades geopolíticas. Promueve la circulación y del intercambio de bienes, pues las carencias de un territorio tienden a suplirse con los excedentes procedentes de otro (SÁNCHEZ, 1991: 73-74).

3. Espacio social. En sentido abstracto, el espacio físico natural propiamente dicho podría concebirse como un hecho material independiente del ser humano. Sin embargo, se convierte en un espacio socializado desde el momento en que aquél precisa del espacio geográfico, se sirve de él y lo transforma. (SÁNCHEZ, 1991: XII).

El marco físico que tomaremos como referencia a lo largo de este artículo será el de la Comunidad Autónoma del País Vasco, pues ha sido éste el contexto administrativo en el que, básicamente, venimos desarrollando nuestra actividad investigadora. 

No obstante, el fenómeno de la crisis bajomedieval —y la generalización de la conflictividad ligada a ella— no entiende de límites geopolíticos actuales, y por ello creemos que el ejemplo del espacio vasco podría ser extrapolable a los ámbitos geográficos limítrofes.



1.2.
Contexto histórico: la crisis bajomedieval.

Entre los investigadores que estudian la sociedad vasca bajomedieval y la conflictividad inherente a la misma, existe un amplio acuerdo en torno a un fenómeno de carácter troncal: el recrudecimiento de las luchas banderizas coincide con aquel período en que el grupo socialmente dominante —vale decir en nuestro caso, el de los parientes mayores— se enfrenta a crecientes dificultades para mantener su nivel de rentas (DÍAZ DE DURANA, 1998: 41). 

Y a pesar de que el debate historiográfico al respecto se preocupa por diversas temáticas, una cuestión emerge constantemente en todos los análisis: la crisis bajomedieval —sea cual fuere su expresión social final— tiene origen en problemas de índole económica, los cuales incluso han sido conceptualizados como «primera crisis del feudalismo».

Hace algunos años G. Bois (2001: 74-82) esbozó un esquema con los principales rasgos sintomáticos de aquella depresión, a saber: un radical hundimiento demográfico, una acusada caída de la producción agrícola y el descenso de la producción industrial. Para este autor, guerra, peste y demás coyunturas catastróficas, sólo serían factores secundarios, consecuencias más que causas, aunque sin duda mecanismos amplificadores de la hecatombe.

La crisis sería una compleja conjunción de procesos: por un lado, el desplome demográfico que produjo una disminución de efectivos humanos para el trabajo de la tierra —obligando al abandono de las parcelas de terreno cultivado más periféricas—; por otro, la crisis de la producción industrial, que se tradujo en una patente deslocalización de la actividad artesana, la cual invirtió su tendencia de concentración en ámbito urbano, por una mayor dispersión territorial.

Sin embargo, subyaciendo en los fenómenos descritos, reside aún su causa última, la que Bois denomina como «deflación de larga duración». Un lento proceso que consistió en una paulatina contracción de la demanda y un deshinchamiento de la especulación inmobiliaria: «La presión demográfica y la escasez de tierras disponibles habían hecho sentir sus efectos. Sobre las parcelas más recientemente establecidas a censo, los señores habían exigido pagos más elevados. Lo mismo sucedía con el precio de la tierra y el montante de los arrendamientos, lo que había contribuido, dicho sea de paso, a la elevación de los precios agrícolas. Este movimiento no podía continuar indefinidamente ya que no era socialmente soportable» (BOIS, 2001:106).

La crisis, como todo proceso, es poliédrica, presenta múltiples caras. Así la aludida deflación, al tiempo que destruía, creaba, transformaba. No sería equivocado pensar que, tras una prolongada crisis en que la población se había reducido a la tercera parte, la configuración de nuevas formas de explotación agrícola o ganadera no podía sino beneficiarse de la mayor disponibilidad de espacio, favoreciendo el ensayo de nuevas fórmulas de apropiación del territorio.





Torre de los Ayala en Quejana (Álava). Se sitúa en el fondo del valle, junto al río Izalde que lo surca. El espacio geográfico no es sólo soporte, no sólo un repositorio de recursos económicos (bosque, pastos, cursos fluviales, etc.) es también el medio que posibilita o impide las comunicaciones entre los diferentes grupos humanos. (Foto: Archivo Heraclio Fournier).






Esquema sintético de las principales relaciones sistémicas que mantienen las células productivas que quedan bajo el dominio de la torre.

No todas ellas subsistirían en el tiempo, algunas desaparecerían, pero otras tuvieron la capacidad de adecuarse a las circunstancias del nuevo despegue de la economía europea en la segunda mitad del siglo XV. 

Este es el contexto económico en el cual, volviendo al objeto que centra nuestro estudio, evoluciona la torre o casa-fuerte, que desde principios del siglo XIV hasta bien entrado el siglo XVI, será uno de los elementos distintivos —sin duda, clave funcional— de un complejo sistema de apropiación, control y administración del territorio modelado sobre la dinámica socio-política generada por los parientes mayores, también conocidos como los señores de la tierra ( 1 ) (LEMA PUEYO et al., 2000).


( 1 ) A lo largo del texto venimos refiriéndonos al pariente mayor de muy diversas formas —noble, señor, banderizo, etc.—; conviene aclarar que estamos tratando todas las expresiones como sinónimas, aunque somos conscientes que una mayor profundización en la cuestión semántica requeriría un tratamiento diferenciado.





1.3.
Las bases materiales del S.A.B.


El objeto de este artículo —como venimos señalando— es la torre, porque el conjunto de estudios arqueológicos que realizamos se centraron inicialmente en el análisis estratigráfico de sus fábricas, aunque rápidamente se enfocaron hacia el conocimiento contextual del fenómeno. Las preguntas sin respuesta eran tantas que resultaba casi imposible sustraerse al impulso natural de ensayar nuevas formas de explicación de un proceso complejo. 

Un impulso que sin embargo no era gratuito, como explicaremos en los últimos epígrafes de este artículo. Una vez conocido el panorama historiográfico —o al menos una parte relevante del mismo—, a la impresión general de que prácticamente todas las cuestiones importantes han sido ya tratadas, se opone otra que percibe que no todas las piezas del puzzle se encuentran bien ubicadas, que la de la estructura es precisamente la ausencia más acusada.

Desde nuestro punto de vista, la historiografía medievalista ha tratado a la torre como un elemento casi siempre escenográfico —reduciendo prácticamente todo su significado al de residencia fortificada del pariente mayor—; sólo en escasas ocasiones se ha percibido la necesidad de dedicarle un tratamiento monográfico. 

Con la argumentación que a continuación se expondrá, no pretendemos convertir la torre banderiza en el elemento central, único y principal protagonista de la crisis bajomedieval en el País Vasco. Sencillamente, trataremos de justificar su trascendencia como elemento infraestructural, faceta en la cual la torre destaca notablemente como instrumento clave en la vertebración del espacio productivo que será familiar al pariente mayor.

El tratamiento recibido por este tipo edificatorio por parte de la Arquitectura y la Historia del Arte ha sido, en contraste, bastante exhaustivo (YRIZAR, 1929; YBARRA BERGÉ, GARMENDIA, 1946; AVELLO, 1991; JIMÉNEZ, 1993; ORELLA UNZUÉ, ESTÉVEZ, 1996; PALACIOS, 2001; GONZÁLEZ CEMBELLÍN, 2002), alcanzando algunas obras monográficas dimensiones verdaderamente monumentales. 

Entre ellas destaca el conocido estudio realizado por M. Portilla hace un cuarto de siglo sobre las torres alavesas, en cuyo capítulo introductorio se encuentra a nuestro juicio una de las mejores síntesis que se pueden leer sobre el tema, a pesar del tiempo discurrido (PORTILLA, 1978), y la recentísima obra de J.M. González Cembellín (2005) que únicamente pudimos consultar cuando nuestro artículo estaba ya finalizado.

Esta obra es, sin duda alguna, la más completa y actualizada de cuantas se han publicado hasta la fecha y constituirá durante tiempo una referencia obligada para cuantos estén interesados en el tema.

Dudamos, en su momento, sobre la conveniencia de modificar o no este artículo (incluso de darlo a conocer) tras la lectura del magnífico estudio de González Cembellín. Finalmente decidimos seguir con la idea inicial, incorporando únicamente algunas reflexiones sobre determinados puntos ya tratados por este autor y que, en nuestra opinión, pueden ser objeto de enfoques complementarios. 

Seguimos pensando que el detalle de las investigaciones llevadas a cabo desde la perspectiva propia de la Arqueología de la Arquitectura —con la lectura estratigráfica de alzados y el análisis cronotipológico como herramientas operativas— está poniendo de relieve, al menos en las casas-fuertes que hemos analizado, la necesidad de replantear algunos de nuestros conocimientos acerca de estas construcciones. 

Quede claro, no obstante, que este trabajo no es un review article sobre el estudio de González Cembellín sino, sencillamente, una propuesta analítica sobre las casas-torre a la que se han incorporado algunas consideraciones de última hora (presentadas a modo de cuadros independientes).

En el segundo número de esta revista, se presentaron algunos de los resultados obtenidos durante el estudio arqueológico de la torre de Murga en Álava (GARCÍA GÓMEZ, 2003: 131-138). 

En aquella ocasión el esfuerzo se centró en el análisis del edificio en sí, es decir, se trataba de explicar cómo era constructivamente y en cómo se articulaba su espacio al interior. Pues bien, en este artículo trataremos de dar un salto en la escala de nuestra observación, considerando la torre dentro de un sistema construido compuesto por diversos edificios, que definen un contexto fuera del cual la casa-fuerte no tiene razón de ser.

En este sentido, queremos recalcar la necesidad de comprender que —como ya se trató de mostrar en el estudio de Murga— del mismo modo que la torre es un contenedor, un proceso que alberga procesos (FERNÁNDEZ-GALIANO, 1991: 24), a su vez ella misma es un proceso que funciona sistémicamente en unión a otras construcciones/procesos. 

Ese complejo construido, compuesto por tipos diversos de edificios —cada uno con su funcionalidad característica— conformaría la infraestructura edificada sobre la que se asentaría el sistema de producción controlado por el pariente mayor.

Esta última idea nos parece fundamental. Si bien los historiadores que han profundizado en lo que se conoce como «las bases materiales del poder de los Parientes Mayores» —principalmente J.R. Díaz de Durana (1998: 235-260; 2000: 45-73) y A.F. Dacosta (2002: 43-64; 2003: 95-112)— han aportado datos clave para el conocimiento de las fuentes de renta de los linajes banderizos, sus intereses se han circunscrito al conocimiento de los flujos de la riqueza y en la reflexión sobre el recurso natural explotado en cada caso (bosque, tierras de cereal, seles, etc.), en los casos en que se han preocupado del patrimonio inmueble, éste es considerado sólo en su faceta de bien raíz, como un pasivo, mientras que en las ocasiones en que se considera un edificio como activo —el molino o la iglesia de patronato— su papel queda esquematizado como mero vehículo del proceso de generación de riqueza.

Que esto sea así, en nuestra opinión tiene que ver ante todo con la naturaleza de las fuentes documentales. La atención, en efecto, que en la documentación escrita se presta a los elementos construidos es mínima. Sin embargo, desde un enfoque arqueológico, la torre es memoria de sí misma, una memoria organizada sistémicamente. La información se encuentra acumulada dentro de la fábrica en forma de estratos.

Como decíamos recientemente (AZKARATE, LASAGABASTER, e.p.) es con el método estratigráfico con el que podemos luchar contra las zonas de penumbra de la memoria petrificada, contra la apariencia de la homogeneidad absoluta y contra la casi inevitable tentación de considerar a los edificios como modelos congelados en el tiempo. 

Pero —del mismo modo que la estratificación no es sólo el resultado de la suma de las partes sino que tiene un sentido conjunto, sistémico, que es en definitiva el edificio en sí—, a una escala superior, ese edificio debe ser considerado como una parte más dentro de un sistema construido compuesto por un grupo de edificios que funcionan unitariamente. 

Así, torre, molino, iglesia de patronato, ferrería, puente, etc., a partir del nexo común que suponen el territorio y las vías de comunicación, constituyeron en la Baja Edad Media una realidad compacta, tan vívida y materialmente reconocible como la propia torre ( 2 ).


( 2 ) «El enfoque de sistemas es una manera de pensar en términos de interconexión, relaciones y contexto. Según este enfoque, las propiedades esenciales de un organismo, de una sociedad o de otros sistemas complejos son propiedades del conjunto, que surgen de las interacciones y las relaciones entre las partes. Las propiedades de las partes no son intrínsecas y se pueden entender sólo dentro del contexto del todo más amplio.

El pensamiento se concentra no en los componentes básicos sino en los principios básicos de la organización. Es «contextual», lo cual es lo opuesto del pensamiento analítico (…) Mirar el sistema desde una perspectiva científica implica dos tareas básicas: una es la identificación y comprensión de las interrelaciones causales más importantes; los vínculos entre diferentes factores y diferentes escalas originan la posibilidad de que los cambios en un componente del sistema repercutan en otras partes del sistema. La otra tarea es comprender la dinámica del sistema. Además de la estructura de los componentes y vínculos, el análisis de las fuerzas que generan la conducta del sistema es esencial, incluyendo la investigación de cómo diferentes componentes y procesos interactúan funcionalmente para generar respuestas al sistema y propiedades emergentes, cómo el sistema se adapta y se transforma» (GALLOPÍN, G. C.; FUNTOWICZ, S.; O’CONNOR, M.; RAVETZ, J., 2001).


Para ayudar a la comprensión de las hipótesis que se proponen en este trabajo, creemos obligado insistir en la necesidad de la búsqueda de nuevos horizontes teóricos. Sendas que muchos de los historiadores que tratan la lucha de bandos o las casas-torre, vienen recorriendo desde hace algunos años —al menos de forma implícita en sus estudios—, pero que aún no parecen suficientemente afianzadas. 

A nuestro juicio, el bagaje historiográfico y la información documental acumulada es tal, que una mayor recopilación de datos no redundará en la mejora de los conocimientos si no se intensifica el debate en torno a la metodología de las investigaciones que llevamos a cabo. En esta línea, planteamos la utilidad del enfoque sistémico frente a las visiones de tipo mecanicista.

Por distintas razones, la visión de tipo mecanicista ha sido —y es— la predominante en los estudios realizados sobre la torre bajomedieval, todos caracterizados principalmente por seguir rígidos esquemas del tipo «causa-efecto»

En ellos, la torre es considerada instrumentalmente como la consecuencia de una coyuntura histórica, no se concibe que tenga un papel activo en la reproducción del sistema social o en el modelado del contexto histórico. 

Este tipo de discurso —profundamente arraigado en la tradición historiográfica vasca— puede tener su origen en la propia naturaleza de la documentación en la que se basa: como sabemos, a pesar de la relativa riqueza de menciones, el fenómeno construido de la torre es considerado sólo de forma marginal en el registro escrito.

No ha sido diferente el tratamiento desde disciplinas como la Arquitectura o la Historia del Arte, pues aunque se han interesado por la calidad monumental de este tipo de edificios —concentrándose en el estudio de sus características estéticas y estilístico/formales—, éstas raramente han considerado la materialidad de la torre como un contenedor de información histórica, por lo que se han remitido al documento escrito como fuente básica, desembocando de nuevo en el esquema «causa-efecto», donde la torre es sólo un producto.

El enfoque sistémico que propugnamos en este artículo, sin rechazar la idea de que la torre es una de las consecuencias de una sociedad militarizada, resalta la retroalimentación —o feedback— como constante que caracteriza la relación entre sociedad y edificio: entendiendo que la torre también actúa como sujeto agente en el modelado del territorio y que, por lo tanto, contribuye en la gestación de un tipo concreto de sociedad militarizada.

Según F. Capra (1998: 57) «en la visión mecanicista, el mundo es una colección de objetos. Éstos por supuesto, interactúan y aquí y allá aparecen relaciones entre ellos, pero estas son secundarias. En la visión sistémica vemos que los objetos en sí mismos son redes de relaciones inmersos en redes mayores. Para el pensador sistémico las relaciones son prioritarias. Las fronteras entre patrones discernibles (“objetos”) son secundarias ». 

Hasta mediados del siglo XX, las explicaciones del fenómeno de la lucha de bandos y la erección de las torres consideraban el territorio —el espacio— como un objeto más de su descripción (A); de entonces a la actualidad, el territorio ha sido considerado, con matices, el soporte del patrimonio inmueble del pariente mayor, y también de las rutas comerciales por las que éste tanto parece interesarse (B). 

En nuestra opinión, aún no ha sido adecuadamente estudiada su función clave —al menos en lo que se refiere al tema que tratamos—: el territorio como vehículo de relaciones espaciales (C). 

Si, como señala Capra, las relaciones son prioritarias para el conocimiento de un sistema, para nosotros deberá ser un objetivo prioritario conocer el nexo espacial/territorial, pues sólo en la medida en que seamos capaces de probar que existe efectivamente una conexión física de algún tipo, estaremos en disposición de hablar con propiedad de un S.A.B.

Estamos persuadidos de la existencia del S.A.B. Éste, estaría compuesto por la torre donde habita el señor, a la que se sumarían distintas combinaciones de los siguientes elementos: molino, ferrería, iglesia de patronato, puente o portal. 

Nuestra convicción surge de la hipótesis de que la relación espacial entre los distintos componentes del sistema no se cimienta en la inmediatez del emplazamiento de aquellos con respecto a la torre, sino en la accesibilidad o conectividad potencial a través de la red viaria, independientemente de la cercanía con respecto a la casa-torre del pariente mayor.




Arriba: Esquema de la evolución en la concepción del espacio por parte de la historiografía. (A) Como un objeto; (B) Como soporte; (C) Como vehículo. 

Abajo: Esquema de visión mecanicista (causa-efecto); Esquema de visión sistémica (retroalimentación).

Brevemente en las líneas que siguen, y tomando como punto de partida los trabajos ya señalados de Díaz de Durana, rastrearemos algunas de las fuentes de riqueza del Pariente Mayor, haciendo especial hincapié en las características de los elementos de la infraestructura construida en que se basan. 

Más adelante, expondremos la forma en que interactúan los citados elementos al conformar un sistema arquitectónico. No es nuestra pretensión insistir en exceso en la descripción de cada uno de los edificios y su funcionalidad por tratarse de cuestiones sobradamente conocidas.

Creemos, sin embargo, que es conveniente destacar algunas características de aquellos, pues constatan su inevitable encadenamiento al resto del sistema.



1.3.1.
El molino.


En 1378, a su muerte, Fernán Pérez de Ayala —uno de los principales Parientes Mayores del solar vasco— hace donación de los bienes inmuebles que posee en el lugar de Quejana para la fundación de un convento de monjas de la Orden de Santo Domingo. 

Entre el patrimonio donado se encuentran la torre banderiza con su palacio —casa madre del linaje de los Ayala—, algunas heredades y sernas en Arceniega, tierras en Ibaizábal, diversos patronatos sobre iglesias como la de Abecia en Urcabustaiz, y varios molinos en Arceniega, Salmantón, Ibaizábal y Cigoitia (PORTILLA, 1988: 15).

Para el análisis sistémico que proponemos, este acto testamentario resulta especialmente interesante por dos cuestiones.

En primer lugar, porque ofrece una imagen prototípica, con algunos de los bienes inmuebles que caracterizan distintivamente el paisaje del pariente mayor. En segundo lugar, porque expresa cómo en la mente de aquel señor existe realmente una consciencia sistémica del patrimonio inmobiliario poseído. 

Por ello, para la fundación monástica no se considera suficiente la segregación de un único inmueble —que podría ser la torre— sino que se ve como lógica y natural la donación de un conjunto compacto de bienes raíces y edificios cuya explotación garantizará los recursos económicos suficientes para el mantenimiento de la congregación y del recinto que la acoge. 

No se traspasan por lo tanto elementos arquitectónicos individualmente; lo que se dona es un paquete completo, cuya concepción unitaria no se fija en el instante del acto de donación sino antes, durante el proceso de formación del patrimonio familiar a lo largo del tiempo.






Dique del molino de Murua (Zigoitia, Álava). Aunque se trata de un ejemplar del siglo XVIII, la sencillez del murete de piedra con apenas resalte, nos da una idea de las reducidas dimensiones de las explotaciones medievales (Foto: Santiago Yaniz Aramendia).


Centrémonos por ahora en aquellos molinos de los sitios de Arceniega, Salmantón y los otros: La ubicación de éstos en la mayor parte de los casos coincide con el entorno próximo de la torre banderiza que dominaban los Ayala en Quejana —un radio de menos de 8 km—. Pero el de la inmediatez espacial no era requisito imprescindible pues, como comprobamos, el molino de Cigoitia se encontraba 32 km distante ( 3 ). 


( 3 ) Como se explica en uno de los cuadros adjuntos, en nuestra opinión no resulta acertado pensar que una mayor distancia física supone la ausencia de relaciones espaciales entre la torre y el resto de elementos del S.A.B.


Efectivamente, las posesiones del pariente mayor podían emplazarse inmediatamente junto a su torre, pero esto no sucedía en todos los casos. Como explicaremos más adelante, si bien podía considerarse una ventaja añadida contar con la proximidad del edificio fuerte de la familia, esta no era una conditio sine que non para la erección de un molino.

El control de un molino desde la fortaleza señorial era clave, porque además permitía una importante cuota de dominio sobre un cauce fluvial determinado. Al respecto, podemos traer a colación el caso de un molino situado en las cercanías de Vitoria-Gasteiz, en Abechuco. 

Citaremos directamente nuestra fuente: «De las propiedades de los Iruñas en Abechuco habla la orden del consejo de Castilla y León dirigida, con emplazamiento, a dicho Don Andrés Martínez y a su hijo Don Martín en 1493, disponiendo que consintiesen a Don Diego Martínez de Álava pasar el agua de la presa de un molino que los Iruñas tenían en Abechuco a otro molino que Don Diego había edificado aguas debajo de dicha presa» (PORTILLA, 1978: 985). 

El de los Iruña era uno de los principales linajes banderizos en la Llanada Alavesa, el cual poseía un molino en el cauce del Zadorra, cuya presa retenía el caudal, en modo que las ruedas situadas aguas abajo no podían aprovecharse del mismo. Aquí encontramos ejemplificado uno de los modos de control del territorio de que disponía el pariente mayor: la gestión privativa mediante el represado del recurso hídrico. «En el monopolio de la energía hidráulica se asentarán las bases del molino feudal», determinaba R. Martí (1988: 171).

La posibilidad de administrar el proceso de la molienda mediante una explotación en propiedad, convertía al señor no sólo en el principal beneficiario de los pagos por el usufructo de aquella sino también —y sobre todo— en un privilegiado gestor del ciclo productivo cerealista. 

Este resorte de poder sobre la producción le permitía marcar los ritmos y flujos que influirían en aspectos fundamentales de la economía bajomedieval, como la cantidad de cereal destinada a la panificación para el alimento humano, la cantidad reservada como simiente para próximas cosechas o sencillamente —en un contexto en el que lo habitual es el pago en especie— el reforzamiento del dominio fiscal. 



1.3.2.
La ferrería.


Como iremos observando, la forma en que el pariente mayor controla el territorio no se distingue por la demarcación de un espacio más o menos extenso, definido por un limite concreto por todos conocido: no es el control de una parcela extensa del soporte espacial lo que otorga el poder efectivo al señor —quedando todo proceso productivo en él contenido bajo su dominio indiscutible— sino que lo obtiene mediante un control de ciertos puntos neurálgicos dispersos en el medio geográfico.

Esta precisión nos parece importante, porque a la postre nos sitúa ante una evidencia sustancial: es el S.A.B. uno de los nexos entre sociedad y territorio más evidentes o, dicho de otro modo, uno de los instrumentos que permiten la organización de éste último.

En los nodos claves del territorio, siempre según las posibilidades tecnológicas del momento, acaba apareciendo un tipo edificado que se especializa en la explotación de los recursos que allí confluyen. Estas infraestructuras actúan como un diafragma, regulando los inputs y los outputs propios de cada ciclo productivo.

La ferrería, como el molino —en la medida en que se basan en mecanismos motores análogos que necesitan también del represado de aguas—, servía también como gestor de la energía hidráulica disponible. 

Ello nos permite hacer una observación que creemos digna de ser tenida en cuenta, pues podemos percibir cómo al compartir el mismo recurso, ambos elementos infraestructurales son dependientes entre sí. Una alteración que afectase a uno de los ciclos productivos más directamente implicados —sobre todo los del cereal y del hierro— repercutiría considerablemente en los otros.

Desde nuestro punto de vista, esta íntima conexión de los distintos ciclos, pudo ser uno de los factores que aconsejara la especialización productiva de la vertiente cantábrica del País Vasco en la actividad ferrona, mientras que la vertiente mediterránea se concentraba en la producción cerealista. Incluso, creemos posible que dentro de los intereses geoestratégicos del pariente mayor, la necesidad de armonizar la actividad ferrería/molino, primara sobre otros condicionantes naturales aparentemente más evidentes —disponibilidad de una mayor masa boscosa, mayor caudal de los cursos fluviales—. 

Veamos algún dato documental: «Yo he sido informado y sé de cierto que a causa de la dicha herrería y del procedimiento de ella los montes altos de la dha hermandad y Sierra de Gorveia se destruían y de tal manera y en tanta manera que se destruía el pasto y el pan y la grana de los dichos montes, y a causa de esto se despoblara la tierra por no tener con que surtirse sus ganados así de labranza como de cría y porque a mi me es más útil y provechoso sostener la dha población de los dhos lugares que sois mis vasallos, que no que se me despoble la dha tierra, y es más provechoso para mi casa y estado tener poblada mi tierra y vasallos de que más me sirvo y me pagaba alcabalas y otros derechos y tributos». (IBAÑEZ, TORRECILLA, ZABALA, 1992: 143). 

Este texto se extrae de la escritura de venta de la ferrería de Almadian (Cigoitia) que otorgó Diego Hurtado de Mendoza en 1516, quien no fue él único pariente mayor en preferir la eliminación de alguna de las explotaciones ferronas en pie en tierras alavesas aún en el siglo XV. 

De modo análogo actuaría Martín de Abendaño cuando en esas mismas fechas decidió el derribo de su ferrería en Villarreal.

Esta reconversión tardía del sector se insertaba en una dinámica más amplia que podemos remontar a los primeros años del siglo XIV, siendo uno de sus hitos imprescindibles la orden dictada en 1332 por Alfonso XI, prohibiendo expresamente la construcción de ferrerías en el espacio alavés.

Como consecuencia, el territorio donde se ubicaron las primeras explotaciones documentadas del ámbito vasco —siglo IX— perdió su primacía en el sector (GARCÍA DE CORTÁZAR, MONTERO: 271-273).

Pasemos ahora a tratar otro aspecto destacable de este tipo de explotación. El ciclo productivo del hierro ha estado siempre determinado por la elevada temperatura necesaria para que tuviera lugar la fusión, pero sabemos que en épocas preindustriales ese nivel de calor no era técnicamente alcanzable, por lo que el tratamiento para la transformación del mineral consistía en una sucesión de complicados procesos que permitían alcanzar unos niveles de pureza aceptables (MANNONI, GIANNICHEDDA, 2003: 111-114).

La ferrería era un gran consumidor de madera, por encima de la construcción o de la industria naval. Esta demanda alteraba numerosos ciclos productivos que compartían la explotación del recurso.

En una visión no-sistémica de la producción ferrona, la factoría sólo es elemento dependiente en la relación madera/ferrería, un esquema donde la escasez de materia prima determinaría la pervivencia o no de este tipo de explotación: pero la relación entre los elementos de un sistema rara vez es unidireccional. 

Desde nuestra perspectiva, una vez edificada una ferrería en un punto favorable del medio, la suerte de ésta no se encuentra únicamente determinada por la evolución natural de los recursos boscosos de su entorno, sino que su existencia produce transformaciones en el tejido socio-económico que tienden, a su vez, a garantizar su subsistencia: el edificio debe ser entendido no sólo como un producto del sistema, pues genera comportamientos y coadyuva estrategias de control que remodelan constantemente el propio sistema. 

El Fuero de Ferrerías de Vizcaya, en 1440, protegía todo este sistema de explotación, amparando el transporte del material antes y después de su elaboración, castigando la quema de los montes o concediendo a los ferrones —esto es clave— la posibilidad de utilizar los bosques comunales (GARCÍA DE CORTÁZAR, MONTERO, 1999: 276-277).




Villanañe (Álava). En primer término, la ferrería propiedad de los señores de la Torre de los Varona, la cual se encuentra al fondo de la imagen junto la iglesia de su patronato (Foto: Santiago Yaniz Aramendia).

En este artículo se presenta nuestra experiencia en la aplicación de esta herramienta concreta al conjunto monumental de Santa Eulalia de Bóveda (Lugo) y la iglesia de San Fiz de Solivio (Santiago de Compostela), cuyos resultados han aportado una información muy valiosa tanto desde el punto de vista de la representación, el análisis del objeto arqueológico y arquitectónico, la propia interpretación o la generación de resultados, como en las reconstrucciones tridimensionales de las distintas fases documentadas en uno de los edificios analizados.