Anfiteatros romanos en la Bética: reflexiones sobre su geometría, diseño y traza. Roman Amphitheatres in Baetica: Considerations on Geometry, Design and Drawing. Alejandro Jiménez Hernández Universidad de Sevilla. Archivo Español de Arqueología 2015, 88, págs. 127-148. ISSN: 0066 6742 doi: 10.3989/aespa.088.015.007. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de una licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC-by 4.0). RESUMEN. Los anfiteatros romanos de la Bética no han sido suficiente-mente estudiados, y los que conocemos parecen ser una muestra escasa de los que realmente debió haber. De los cinco conocidos, el de Berja pertenece a un pequeño núcleo urbano, el de Carmona puede ser un anfiteatro militar y los tres mayores, los de Itálica, Écija y Córdoba, son grandes edificios con características muy similares en el diseño y construidos en un corto espacio temporal. Parten de un óvalo en el que la relación entre sus focos es un triángulo pitagórico con una distancia de 120 pies romanos entre los focos del eje mayor y de 160 entre los del eje menor que marcan el ancho de la arena. El número de arcos de fachada se obtiene de multiplicar por 40 la media de los semiejes y dividirlo todo por el ancho de la cávea, 40R/C, sistema aplicable a la mayor parte de los grandes anfiteatros imperiales salvo el Coliseo y Capua cuyos arcos se obtienen a partir de 50R/C; la altura desde la cota de la arena es 44/7 veces el intercolumnio.
SUMMARY. Baetica’s Roman amphitheatres have not been examined in depth; we know a small sample of those which really existed. Of the five known, the Berja’s one belongs to a small village; that of Carmona can be a military amphitheater, and the three biggest, Itálica, Écija and Córdoba, are large buildings with similar characteristics in the design and built in a short time span. They are based on a four-point oval with a Pythagorean triangle relation between the focal points. The long axis focal points are 120 Roman feet away while the focal points in the short axis are the arena width, 160 Roman feet. The number of bays in the façade is the result of multiplying the radius, the semiaxes average, by 40 and dividing all by the cavea width, 40R/C. This can be applied to most of the great imperial amphitheatres except the Colosseum and Capua whose arches are obtained from 50R/C. The façade height, from the arena level, was 44/7 by the intercolumniation width.
INTRODUCCIÓN. La Bética, fue una de las regiones más ricas y densamente pobladas del territorio imperial que tuvo un papel destacado en los acontecimientos bélicos del último siglo de la República, lo que la dotó de las condiciones idóneas para ubicar en su solar un número importante de anfiteatros. Y, al menos parcialmente, parece que fue así. La Bética acoge los anfiteatros más monumentales y de mayor aforo de toda Hispania, aunque lejos de la concentración que se produce en otras partes del Imperio ( 1 ). La epigrafía nos habla de una importante cifra de referencias (Ceballos 2007; Ceballos y Ceballos 2003) a espectáculos gladiatorios y, no obstante, podemos hablar con certeza de cuatro o, a lo sumo, cinco anfiteatros conocidos en toda la región (Fig. 1), lo que nos hace pensar que debieron ser algunos más; faltan, (Durán et alii 2009: 15-17) con gran probabilidad, anfiteatros en las otras capitales conventuales, Gades (Cádiz) e Hispalis (Sevilla), junto a otros menores ubicados en centros urbanos más pequeños pero con cierta pujanza económica entre los que Berja (Cara 1986) puede ser un claro ejemplo. Existen datos que parecen reforzar esta apreciación. Así, a través de referencias epigráficas, se sugiere la presencia de anfiteatros en Cástulo, Los Villares (Jaén), Siarum (Torre del Águila, Utrera), Cádiz, Sevilla, en el yacimiento de El Gandul (Alcalá de Guadaira, Sevilla) ( 2), Sisapo (Zarzalejos et alii 2010: 835-837), a caballo entre la Bética y la Tarraconense, Ucubi (Espejo, Córdoba) o Carteia (San Roque, Cádiz) (Thouvenot 1940: 457) este último confundido con los restos del teatro romano ( 3 ). ( 1 ) Observando el mapa de distribución de los anfiteatros (Golvin 1988: fig. 71), Hispania aparece como una de las zonas con menor número de anfiteatros, muy lejos de la densidad de Italia, de la actual Túnez o incluso de la Gallia o Britannia. No obstante, la Bética, y concretamente el valle del Guadalquivir, muestran una densidad mayor que en toda Hispania. ( 2 ) En El Gandul (Alcalá de Guadaira, Sevilla), existe una hondonada de forma oval cuyas dimensiones son coherentes con las de un pequeño anfiteatro. No sería descartable y sería un ejemplo de anfiteatro de ciudades menores, a la espera de una futura investigación. ( 3 ) No obstante, Carteia no ha dicho aún su última palabra y esperamos, en un futuro próximo, importantes noticias sobre los edificios de espectáculos en la primera colonia latina fuera de Italia. Aquí vamos a trabajar con los cuatro más conocidos, Itálica, Écija, Córdoba y Carmona, de los que contamos con una información arqueológica suficiente para analizar su forma y diseño. Entre todos componen una muestra significativa del fenómeno gladiatorio y de sus edificios en la Bética.
Figura 1. Situación de los anfiteatros en la Bética. 1 Itálica, 2 Carmona, 3 Écija, 4 Córdoba y 5 Berja. En lo referente a la investigación arqueológica de este tipo de edificios, el panorama no parece muy alentador. El número de anfiteatros actualmente conocidos está infrarrepresentado y ni siquiera el edificio emblema, el anfiteatro de Itálica, ha sido estudiado con la necesaria profundidad, con la salvedad de los primeros trabajos de excavación realizados entre el siglo XIX y principios del XX, a los que tenemos que añadir los trabajos de Corzo y Roldán para el coloquio internacional de Mérida de 1992 (Corzo 1994a; Roldán 1994). La mayor parte de los datos, por tanto, son producto de estudios arqueológicos realizados hace tanto tiempo que son difícilmente homologables a las exigencias científicas de hoy día. Con todo, es necesario comenzar a estudiarlos desde diferentes ópticas y escalas, desde análisis generales a estudios específicos de cada uno de ellos, y que abarquen desde su diseño, arquitectura, cronología, función y evolución, y, por supuesto, sus implicaciones en la sociedad romana. Consideramos importante incidir en la necesidad de realizar levantamientos planimétricos precisos indispensables para un análisis formal del edificio y para poder restituir su geometría ( 4 ). ( 4 ) Mucho se ha debatido sobre si los romanos conocían la elipse y, aun siendo así, si pudieron aplicarla de una manera práctica en el diseño y traza de los anfiteatros. Desde la negación absoluta, hay quien asegura que no la emplearon nunca (Huerta 2007: 217), a pesar del tratado Sobre las secciones cónicas de Apolonio de Perge (262-190 a.C.) (Apollon. Perg. Con.); otros autores han puesto de manifiesto la dificultad para aplicarla a los anfiteatros, sobre todo de trazar elipses paralelas (Golvin 1988: 390-391, Wilson Jones 1993: 397-398, Wilson Jones 2009). Sin embargo, el análisis geométrico de muchos de estos edificios ha mostrado que fueron trazados con verdaderas elipses, caso de Pompeya (Duvernoy y Rosin 2006) o incluso el propio Coliseo (Michetti 2000). Tenían el conocimiento geométrico y varias opciones para su traza solventando cualquier problema, entre ellas el empleo de un elipsógrafo (Duvernoy 2002: 90-91). Si analizamos la datación propuesta para estos edificios, observaremos que el panorama que se dibuja es extremadamente homogéneo. El anfiteatro de Itálica se construyó en el siglo II d.C. dentro del programa adrianeo de ampliación de la ciudad, convirtiéndose en un auténtico paradigma de anfiteatro en nuestra región. El de Écija (Carrasco y Jiménez 2008a) posee muchas características comunes con el modelo italicense y su cronología, establecida en principio por los materiales arqueológicos más recientes recuperados de los depósitos de cimentación del edificio con posterioridad a la época julio-claudia, podría fecharse ya en el siglo II d.C., quizás de manera coetánea o posterior al de Itálica. La misma consideración podemos hacer del reciente-mente estudiado anfiteatro de Córdoba (Vaquerizo Gil y Murillo Redondo 2011), donde los materiales sugieren un momento postneroniano o incluso post Flavio. Dedicaremos un amplio espacio a la revisión del estudio de este anfiteatro que nos mostrará una realidad algo diferente a la expresada por sus auto-res y que revelará importantes concordancias con los edificios italicense y astigitano, lo que puede apuntar a una cronología bastante cercana entre estos anfiteatros. Completamente diferente es el caso de Carmona. El anfiteatro carmonense se fecha en el siglo I a.C., con unas características formales que lo emparentan directamente con los ejemplares más antiguos conocidos de la Campania, en concreto con el de Pompeya. Formal y cronológicamente dista mucho de los otros edificios béticos como consecuencia de un origen y un destino diferentes, como veremos abajo.
El anfiteatro de Itálica es el referente de este tipo de edificios en la Bética. Salvado en el último instante de la destrucción absoluta bajo los barrenos y la pólvora para la construcción de un muro de defensa contra las avenidas del Guadalquivir en Sevilla (Ríos 1862: 13), fue objeto de un profundo interés que acabó con su excavación completa (Rodríguez 1991). No obstante, este interés no ha culminado en un trabajo de investigación global que analizase el edificio en todas sus vertientes, un lamento reiterado en las publicaciones sobre el edificio (Corzo 1994a: 187, Bellido 2009: 34). Sin embargo, sí se ha hecho un gran esfuerzo investigador en su aspecto histórico y, en concreto, en el análisis historiográfico y de sus espacios de culto (Beltrán y Rodríguez 2005, Beltrán 2001 a, Beltrán 2002).
El anfiteatro se situó anexo al lienzo norte de la muralla de la Nova Urbs, junto a la puerta del cardo máximo, uno de los principales accesos a la ciudad. Probablemente su ubicación dependiera, en gran medida, de las condiciones topográficas idóneas para el desarrollo del programa constructivo previsto, pero también debió pesar en la elección la búsqueda de un sitio que fuera muy visible y concurrido. El lugar elegido reunía todas las cualidades, junto a una de las puertas principales de la ciudad y mostrando su fachada oriental a la vía que unía Hispalis (Sevilla) con Augusta Emerita (Mérida) (Fig. 2).
Aunque se han propuesto algunas dataciones diferentes, parece consensuado y evidente que el anfiteatro se creó dentro del proceso de la ampliación de la antigua Itálica, en un programa urbanístico y arquitectónico donde destacarían el Traianeum (León 1988) y el anfiteatro ( 5 ). Diseño y traza Las dimensiones del anfiteatro de Itálica oscilan entre los 156,5 m de longitud y 134 de anchura reseñados por Golvin (1988: 200) y tomadas de las medidas publicadas por Demetrio de los Ríos (1862: 18), los 153 x 128,5 m que indica Wilson Jones (1993: 442) y los 152,35 por 127,7 m que podemos medir a partir de la cartografía 1:1000 realizada por la Diputación Provincial de Sevilla en 2004, lo que, entre otras cosas, vuelve a poner de manifiesto la urgente necesidad de un levantamiento planimétrico preciso. Medidas similares recoge Corzo en su artículo sobre este anfiteatro y, junto con Wilson Jones, establece que las medidas en unidades romanas corresponden a 520 por 440 pies, utilizando la equivalencia del pie romano igual a 29,57 centímetros (Hultsch 1882: 76, Rottländer 1996). Convienen asimismo en el esquema geométrico generador, aunque en este caso Corzo no lo explicite y lo refleja sólo en una de las ilustraciones (Corzo 1994a: fig. I). Según define Wilson Jones, en este esquema la relación entre los cuatros focos del óvalo es un triángulo pitagórico con razón 3:4:5, con un módulo de 20 pies, de tal manera que la distancia entre los focos del eje mayor es de 120 pies y de 160 la de los focos del eje menor (Wilson Jones 1993: 403). El ancho de la arena queda limitado por los focos del eje menor, 160 pies, mientras que su longitud alcanza los 240, que sumado a los 140 pies calculados para el ancho de la cávea completan las dimensiones globales. Estructuralmente, el edificio está parcialmente soterrado, construyéndose sobre la superficie el equivalente a la media y summa cavea y los tramos de fachada del eje mayor, ya que los constructores aprovecharon una vaguada para servirse de las laderas de las riberas del arroyo para la construcción del graderío. La estructura se sustenta en una serie de 68 ó 72 ( 6 ) muros radiales con centro en los cuatro focos del óvalo, con la salvedad de los 10 muros, 5 a cada lado de las fachadas del eje largo, que discurren paralelas a dicho eje, aprovechando el primitivo recorrido del arroyo que formó la vaguada (Fig. 3). ( 5 ) Aunque Demetrio de los Ríos apuntase una cronología inicial flavia para el inicio de su construcción que se prolongaría durante los mandatos de Trajano y Adriano (Ríos 1862: 61) parece asumida la evidente relación de este edificio con la Nova Urbs adrianea (Corzo 1994 a: 188-192). ( 6 ) Con la documentación a la que hemos tenido acceso no hemos podido determinar el número exacto de muros radiales, dada la irregularidad que el tramo central, adaptado a la depresión de la vaguada, provoca en el esquema general del edificio. No obstante, toda la planimetría lo dibuja con 68 muros, equivalentes y alineados con los pilares de la fachada. Figura 3. Restitución hipotética de la planta y sección del anfiteatro de Itálica según autor. La fachada se articula mediante una serie de 68 arcos apoyados sobre pilares. Más difícil resulta, no obstante, establecer la altura de la misma, el número de órdenes superpuestos y, en definitiva, su aspecto final. Golvin, en la sección transversal propone una fachada de dos arcadas y un ático pero, considerando que el edificio estaba parcialmente soterrado, en las puertas principales del eje mayor debió mostrar tres arcadas superpuestas y un ático ciego (Golvin 1988: fig. XLII.2). Corzo, sin embargo, representa la fachada principal con una doble arcada superpuesta (Corzo 1994a: fig. III), con un orden inferior extremadamente alargado que es la interpretación llevada a la realidad virtual por el proyecto Itálica Virtual (Grande y Rodríguez 2011: fig. 29-30). En principio, para conocer el aspecto exterior es imprescindible deducir la altura de la fachada, que va a depender de dos factores: del ancho de la cávea y de su inclinación. El ancho del graderío está vinculado con el aforo previsto para el edificio y su inclinación, para los grandes anfiteatros imperiales de estructura hueca, generalmente es mayor de 30º e inferior a los 40º ( 7 ). ( 7 ) Golvin (1988: 293-294) recoge las pendientes de las gradas de los más importantes anfiteatros y establece como pendiente general 37º que es muy similar a la que hemos podido medir en los restos que actualmente quedan visibles, 38º. Conocida la altura, sólo hay que decidir el número de plantas y proporción entre los distintos órdenes que define, en última instancia, la luz de cada arco. Dos son las principales soluciones ante esta circunstancia: seguir el modelo canónico del Anfiteatro Flavio con tres arcadas superpuestas y un ático ciego, como El Djem, o dos arcadas más ático que se convierte en la solución más común, como podemos observar en Verona, Pola, Nimes o Arlés. Wilson Jones, a partir del análisis de la fachada del Coliseo, estableció una división en 6 partes para las dos arcadas superiores, de forma que 1 parte era para el pedestal o podio, 4 para la columna y una para el entablamento. La relación entre el ancho de cada arco, medido de eje a eje de las semicolumnas adosadas, es de un doble triángulo equilátero que, aritméticamente, corresponde a √ de 3 = 1,73 (Wilson Jones 1993: 429- 432). El orden inferior, al carecer de podio, tendría 5 partes, en lugar de 6, con lo que su proporción ancho/ alto sería de 1,44. Un acercamiento a estos valores decimales los hallamos en las siguientes fracciones 12/7 para √ de 3 y 10/7 para la proporción del primer orden; de esta manera, una fachada compuesta por una planta baja y un ático con proporción 10/7 y las dos arcadas intermedias de 12/7, alcanzaría una proporción total intercolumnio/altura de 44/7 coincidente con la aproximación romana a 2π. Con estos datos podemos desarrollar hipótesis sobre la composición de la fachada y la altura de los órdenes (Fig. 4).
A partir de lo expuesto, proponemos que existe una evidente conexión entre el perímetro del edificio, su altura, el número de arcos en fachada y el ancho del intercolumnio de los mismos, que se establece con una fórmula que simplifica y resume los cálculos que hemos descrito. El número de arcos en fachada se deduce de la siguiente operación (L+A)/C*10, donde L es la longitud del eje mayor del edificio, A la longitud del eje menor y C el ancho de la cávea; o lo que es lo mismo (4R/C) *10 ( 8 ), donde R es la media de los semiejes de la planta del edificio. En el caso de Itálica, (520+440)/140*10= 68,57, redondeando a números enteros divisibles entre 4 implica 68 arcos, teniendo en cuenta que el número total de arcos debe ser divisible entre 4 y resultar un número entero de tal manera que cada cuadrante tenga el mismo número de arcos y coincida un vano en cada uno de los cuatro ejes principales. De esta manera, la arcada inferior alcanzaría una altura de 32 pies o 9,49 metros; las arcadas primera y segunda llegarían hasta los 38,5 pies o 11,4 metros; el ático quedaría sujeto a las dimensiones del pórtico que coronaría la summa cavea que podría llegar a 30,7 pies ó 6,6 metros, con lo que la altura del edificio sería igual al ancho de la cávea. Igualmente, si la altura de la primera planta era de 9,49 metros, la altura de la columna sería de 4/5 ó 7,6 metros lo que nos daría un ancho en el imoscapo de 76 centímetros muy cercanos a los 72 cm medidos en campo sin el revestimiento (Fig. 5). Figura 5. Hipótesis de restitución de la fachada del anfiteatro de Itálica según autor. ( 8 ) Hemos utilizado las medidas que recoge Wilson Jones (1993: 441-442) que, por otra parte, muestran cierto grado de incertidumbre entre las diferentes cifras. El diseño geométrico generador tiene una especial incidencia en el número de arcos de fachada, de esta manera, Pozzuoli con la misma longitud que Itálica tiene un mayor número de arcos puesto que la ra-zón entre radio y ancho de cávea es también mayor al ser ésta última inferior a Itálica; la decisión sobre el número de plantas va a depender de la inclinación dada al graderío. Esta proporción no es exclusiva del anfiteatro de Itálica y también es aplicable a los de Pola, Verona, Pozzuoli o El Djem. En el Anfiteatro Flavio romano la fórmula sería 50R/C, de manera que 50*292/180=81,1 que redondeado al entero más próximo divisible entre 4 es 80 pies romanos. Ahora, dividiendo el perímetro entre el número de arcos, obtenemos el valor del intercolumnio: (L+A)*π/2= 1835 /80=22,94, es decir, los 23 pies del intercolumnio del Coliseo. Si se hubiese seguido 40R/C el perímetro tendría 64 arcos de 28,7 pies de anchura, una luz quizás excesiva para soportar la carga de toda la fachada. Por esta razón, en los cálculos iniciales, se añadió una planta que daría lugar a una proporción de 56/7 (dos plantas de 10/7 y 3 de 12/7) que multiplicado por 44/7 daría 50, o, también, una proporción de 54/7 (3 de 10/7 y 2 de 12/7) que daría como resultado 48. En el caso de Capua, siguiendo la misma fórmula obtendríamos 50*255/153= 83.3, sobrepasando los 80 reales que sí se conseguirían con 48*255/153= 80. Otras excepciones son Nimes y Arlés que se resuelven con la elección de la composición de fachada en tres alturas de proporción 12/7 que da un total de 36/7 que multiplicado por 44/7 ofrece el valor de 32R/C. Salonae (Solin, Croacia) tiene 68 arcos en su fachada deducidos a partir de 36R/C, obtenido de una fachada articulada a partir de cuatro órdenes en proporción 10/7 (40/7*44/7= 35,9) (Fig. 6).
Figura 6. Tabla para el cálculo del número de arcos de fachada de los principales anfiteatros romanos. L es la longitud del edificio; A, la anchura; l, la longitud de la arena; a, anchura de la arena; C, ancho de la cávea; P, perímetro del edificio; 40R/C, la fórmula por la que se obtiene el número de arcos; Narc*, número de arcos considerando el número entero más próximo divisible entre 4; Luz*, intercolumnio obtenido a partir de P/Narc*; Narc, número real de arcos del anfiteatro; Luz, ancho real del intercolumnio. Todas las medidas están en pies romanos y han sido tomadas de Wilson Jones (1993: Tabla 3a), salvo las de Córdoba y Écija. En resumen, el modelo del anfiteatro de Itálica sería un esquema particular evolucionado de la práctica de construcción de anfiteatros monumentales durante el siglo I d.C., basado en un óvalo de cuatro focos con proporción entre ellos de triángulo pitagórico 3:4:5 en el que el ancho de la arena está limitado por los focos del eje menor; el número de arcos se obtiene mediante la fórmula 40R/C ya utilizada en los anfiteatros de Verona, Pozzuoli y, posteriormente, en El Djem, con el que va a compartir muchos de los rasgos de su diseño general. Este hecho implica que la estructura de la fachada no sería una decisión arbitraria por parte del arquitecto, al contrario, estaría condicionada por el esquema generador de la planta del edificio y la capacidad deseada para el mismo que determina el ancho del graderío.
La capacidad del edificio se ha establecido entre unos rangos que oscilan entre los 20000 y los 35000 espectadores (Ceballos y Ceballos 2003: fig. 1), un margen demasiado amplio e incierto como para establecer conclusiones a partir de este dato. Golvin (1988: 380-381) había propuesto una fórmula rápida para el cálculo de la capacidad que era resultante de multiplicar la superficie en metros cuadrados por 2,5. En nuestro caso, los 12818 m² por 2,5 arrojan un valor total de 32045 espectadores, más próximos al rango superior que al inferior. Para contrastar estos resultados hemos contabilizado directamente el aforo dibujando todas las gradas, a razón de 70 cm de fondo cada una, calculando la longitud acumulada de todas, restando las superficies ocupadas por las entradas y escaleras de acceso, y dividiendo el total entre 40 cm, que es el ancho habitual de una plaza (Golvin 1988: Tabla 44). Las gradas alcanzan un total de 13724 metros lineales que, repartidos entre 40 cm, arrojan una cifra total de 34310, muy cercana a los 35000 establecidos por el rango superior de espectadores asignados al edificio y algo superior al deducido por la fórmula de Golvin. Una operación que se acerca más a este valor resulta de dividir la superficie de la cávea en pies cuadrados entre 4,25 (o mejor 17/4); así, 146659/4,25 da como resultado 34508 espectadores. La siguiente pregunta obligada es si Itálica llegó a contar con el número de habitantes suficientes para llenar las gradas o si la capacidad del edificio era superior a la población local. La estimación de población de una ciudad antigua es realmente compleja y ha dado lugar a cálculos que ofrecen cifras muy dispares para las mismas ciudades (Gozalbes 2007). La población de una ciudad quedaría definida por la extensión en hectáreas multiplicada por su densidad, que Carreras ha establecido en 326 habitantes por hectárea para los centros primarios y de 233 para los secundarios (Carreras 1996: 102). Las 51 hectáreas de la ciudad, tras la ampliación adrianea (Hidalgo 2003: 103), servirían para alcanzar los 16626 habitantes, aplicando la densidad estimada para los centros primarios, que no bastarían para llenar la mitad de su aforo. Estos datos parecen demostrar que la erección del anfiteatro italicense estaba destinada a elevar la Nova Urbs al rango de las grandes ciudades imperiales, comparable en dimensiones y aspecto al propio Coliseo, quedando sólo un paso por detrás de éste último y comparable a los nuevos de Pozzuoli y Capua.
El anfiteatro de Écija fue demolido en el siglo xix para la construcción de la plaza de toros de la ciudad. De esta manera, la mole que había permanecido visible desde su construcción quedó definitivamente sepultada. Los restos que quedaron fuera del coso se dibujaron y publicaron en el catálogo encabezado por Hernández Díaz, un croquis que, a pesar de su falta de exactitud geométrica, es el documento más completo para la restitución de su forma (Hernández et alii 1951: 70 y fig. 22). En 1995 se realizó una intervención de urgencia que supuso el primer acercamiento arqueológico al anfiteatro astigitano (Carrasco 1999) y cuyos resultados fueron la base para un estudio pormenorizado del mismo (Carrasco y Jiménez 2008a). En ese trabajo planteamos una serie de cuestiones que hemos pretendido desarrollar en este artículo: la importancia del diseño en el estudio de los anfiteatros, la relación geométrica entre todas sus partes, incluido el desarrollo de la fachada, y la posible existencia de un modelo adrianeo en el diseño y construcción de anfiteatros, cuyos mayores exponentes serían Itálica y Écija.
El anfiteatro se ubica extramuros, al suroeste del recinto amurallado junto al camino viejo de Sevilla, en una cota elevada unos 10 o 12 metros sobre la del centro de la ciudad. Esta posición en alto y su orientación de 46 grados busca un efecto escenográfico mostrando su puerta principal hacia el centro de la colonia, no condicionada por ningún elemento topográfico ni preexistencia constructiva (Fig. 7).
La datación del anfiteatro, a partir de los materiales arqueológicos documentados, es incierta. Durante la intervención de urgencia de 1995 se documentaron los restos correspondientes a la cimentación del graderío y de una parte de la fachada. Los depósitos con material arqueológico significativo fueron las capas correspondientes al movimiento de tierras que sirvió de infraestructura para la construcción del edificio. La naturaleza de las capas otorgó, como era esperable, un registro material que abarcaba desde producciones locales turdetanas, cerámicas romanas de barniz negro y ejemplares de sigillatas itálicas y gálicas entre los ejemplos más recientes. Este conjunto, en el mejor de los casos, nos indica que el edificio se debió construir con posterioridad a la amortización de las piezas más modernas, después de la mitad del siglo I d.C. No obstante, sus características formales lo hacen deudor de las innovaciones introducidas por el Coliseo, lo que haría más coherente asignarle una datación flavia o postflavia (Carrasco y Jiménez 2008 a: 43-44).
Definir la planta del anfiteatro astigitano fue un trabajo complejo debido a lo limitado de la superficie del solar objeto de la intervención arqueológica y a la falta de precisión de la información gráfica de los restos todavía visibles en la Écija de postguerra. Tras la corrección de las dimensiones del edificio apoyándonos en la ortofotografía digital de 1956 y en el levantamiento topográfico de 1995, concluimos que el edificio tuvo unas dimensiones globales de 130 metros de largo por 107 de ancho, o lo que es lo mismo, 440 x 360 pies romanos. El ancho del graderío era de unos 30 m de ancho, 100 pies, lo que dejaba una arena de 240 x 160 pies, las mismas dimensiones que las constatadas en el anfiteatro de Itálica. Los muros radiales documentados convergían en un punto del eje mayor que ofrecía una distancia interfocal de 120 pies, lo que vuelve a manifestar las coincidencias con el modelo de Itálica, que ya habían sido destacadas por parte de Corzo, quien señala unas dimensiones para el edificio muy próximas a las que aquí reseñamos (Corzo 1994 b: 242). La traza del edificio se efectuó a partir de un óvalo de cuatro focos con una distancia interfocal en el eje mayor de 120 pies y una relación con los focos del eje menor de triángulo pitagórico 3:4:5, con una distancia entre ambos de 160 pies; el ancho de la arena queda limitado por los focos del eje menor, adquiriendo unas dimensiones globales de 240 x 160 pies (Fig. 8). A partir de la distancia entre los ejes de los dados de cimentación hemos podido establecer que el número de arcos de la fachada fueron 80. La división del perímetro, 1256 pies, entre los 15,3 pies entre los dados de cimentación documentados, darían como resultado 82 arcos; si tenemos en cuenta que las dos puertas principales tendrían un ancho mayor y que el entero más próximo divisible entre 4 es 80, éste sería el número de arcos. Si aplicamos la fórmula ensayada para Itálica, 40R/C, el resultado, considerando las dimensiones en pies romanos, sería el siguiente 40*200/100=80. La fachada estaría configurada en su diseño por tres arcadas superpuestas y un ático ciego. Sin embargo, siguiendo en parte lo observado en Itálica, la arena estaba soterrada con respecto a la cota del perímetro exterior ( 9 ) el equivalente a la planta inferior de la fachada (6,5 metros), mostrando al exterior una fachada compuesta por dos arcadas y un ático. No podemos saber si las fachadas de los extremos del eje mayor, las fachadas principales, tenían su base a la cota de la arena, mostrando así el desarrollo completo de la superposición de arcadas o, quizás lo más probable, el acceso en estos puntos se efectuaría a la misma cota del todo el perímetro, de manera que los túneles de acceso a la arena fueran unas suaves rampas que salvaran el desnivel; en la morfología actual del sitio no se observa ninguna depresión que pudiera indicarnos que las fachadas principales pudieran estar a la misma cota que la arena ( 10 ). Estructuralmente la característica más reseñable es que no aprovechan la topografía existente para soterrar el edificio, sino que modifican intencionalmente el terreno; no se trata, por tanto, de una cuestión de oportunismo sino de diseño, de forma que los movimientos de tierra son una parte más de la ejecución de la obra. El anfiteatro se asienta en el borde de la terraza del Genil, en una cota elevada sobre la ciudad y con una suave pendiente hacia la misma. La morfología del terreno no explica la hondonada sobre la que se asienta el anfiteatro que parece una creación intencionada. En cuanto a los materiales y técnica de construcción muy poco podemos señalar puesto que lo único documentado son las cimentaciones; éstas están realizadas en opus caementicium.
La cávea del anfiteatro astigitano alcanza los 8281 m² que corresponden a 94748 pies cuadrados que entre 4,25 arrojan una cifra de 22293 espectadores. Para Astigi se ha calculado un área amurallada de 78 hectáreas, aunque este perímetro debe verse sensiblemente reducido a partir de nuevas hipótesis ofrecidas ( 11 ); no obstante, estas 78 hectáreas pueden ser válidas si incluimos en ellas el área habitada extramuros. Esta superficie supone un número de habitantes de 25428, ligeramente superior al aforo del anfiteatro. ( 9 ) Actualmente la cota de la arena de la plaza de toros está entre 4 y 6 metros por debajo de las de su entorno exterior. ( 10 ) Con respecto a la restitución que hicimos en su día, hemos añadido el pórtico sobre la suma cávea, un diseño que consideramos más probable (Carrasco y Jiménez 2008 a: fig. 12). ( 11 ) El perímetro amurallado de la Écija romana sigue en permanente discusión y no está cerrado. En 1990 se propusieron unos límites (Rodríguez 1990) que después fueron ampliados (Sáez 2004: plano 7), Cuando analizamos el anfiteatro astigitano, ya mostramos las contradicciones de la muralla propuesta con la alineación del circo (Carrasco y Jiménez 2008 a: 25-26) que, posteriormente se han visto corregidas, reduciéndolas considerablemente, (García-Dils 2010: fig. 3), aunque sigue siendo necesaria una revisión de sus límites (Carrasco y Barragán 2011).
Recientemente se ha publicado una extensa y pormenorizada memoria sobre el hallazgo y excavación del anfiteatro romano de Córdoba (Vaquerizo Gil y Murillo Redondo 2011), en la que se detallan todos los aspectos del edificio, se propone una restitución formal del mismo y se ofrece una propuesta de evolución a partir de los restos arqueológicos documentados. No obstante, la imagen representada en dicha memoria deviene en un edificio inédito en el repertorio formal de los anfiteatros romanos conocidos. Lo es por su tamaño. Se ha defendido que el anfiteatro tenía unas dimensiones globales de unos 178 metros de longitud por 154 de anchura, lo que lo situaría en el segundo mayor anfiteatro de todos los conocidos. Aun asumiendo que una ciudad como Corduba contase con un anfiteatro de este tamaño, lo que resulta absolutamente fuera de escala es la arena. Para la misma se han calculado unas longitudes de sus ejes mayor y menor de 96 y 73 metros respectivamente lo que significa, para mostrarlo de una manera gráfica, que la longitud de la práctica totalidad de las arenas de todos los anfiteatros cabrían en el eje menor de la arena del de Córdoba (Vaquerizo y Murillo 2011: 271-273). En el Coliseo, el eje mayor de la arena llegaba a los 79,4 metros, sólo algo mayor que el eje menor del de Córdoba. Su aforo, deducido por el espacio destinado a su graderío, sería equivalente a los grandes anfiteatros del Imperio, inferior, eso sí, al Coliseo. Lo es por su diseño. Según podemos inferir de la planta publicada, la figura geométrica es un óvalo cuyos focos del eje mayor y eje menor mantienen una relación próxima al triángulo equilátero (Vaquerizo y Murillo 2011: fig. 111), aunque no coincidente, con los cuatro puntos dentro de la arena, forma que podría asimilarse al esquema de triángulo equilátero y círculo inscrito definido por Wilson Jones. De haber sido así, la arena sería significativamente menor, de 62 x 35 metros, y también las dimensiones globales del edificio, dado que el ancho de la cávea equivaldría a la mitad de la longitud de la arena. En cualquier caso, con los restos documentados, es difícil establecer la ubicación de los focos del eje menor y, con ello, la forma del edificio. De la misma manera, en el aspecto estructural, la restitución da como resultado un modelo inédito y, en cierta medida, incongruente con la lógica de la construcción romana. Se propone que el anfiteatro cordobés es de estructura maciza, realizado mediante muros de sillería que delimitan unos compartimentos que se rellenan de escombros (Vaquerizo y Murillo 2011: 273-274). Esta técnica se suele emplear para aquellos anfiteatros que aprovechan la morfología del terreno para apoyar el graderío sobre las laderas de las colinas y construir el resto de la cávea con un sistema fácil que no requiere de complejas soluciones técnicas, ni conseguir grandes alturas que obligaran a construir estructuras destinadas a soportar fuertes cargas. En Córdoba, siempre según los autores, el edificio se construye desde un plano horizontal llegando a alcanzar una altura en la fachada superior a los 20 metros (Vaquerizo y Murillo 2011: 276), con un graderío cuya anchura excedía los 40 metros, lo que, en números gruesos, implica un relleno próximo a los 200000 metros cúbicos de escombros para colmatar semejante mole. Para conseguir estabilidad estructural y sostener esa masa sería necesario que los muros de fachada estuvieran ataludados, o dispusieran de potentes contrafuertes. Consecuentemente, en las zonas con mayor relleno, las más próximas a la fachada, debía de haber una mayor compartimentación y estructuras más fuertes para su contención. Sin embargo, nada de eso aparece en lo documentado. Es más, el muro de fachada es con diferencia el de menor grosor de los hallados, y entre éste y el siguiente anillo hay una distancia de cerca de 13 metros sin estructuras intermedias, a pesar de lo cual, en la restitución de la sección de la cávea se dibuja un anillo inexistente ( 12 ). No es lo esperable. Observando casos similares de anfiteatros de estructura maciza es difícil que ninguno alcanzase dicha altura de fachada sin estar parcialmente soterrados o contar con contrafuertes, como los casos de Tréveris, Imola o Ivrea (Golvin 1988: fig. IX) con sus característicos contrafuertes circulares ( 13 ). La datación ofrece también un panorama de incertidumbres que impiden afirmar tan categóricamente una datación entre los emperadores Claudio o Nerón. El análisis de los restos arqueológicos documentados, pertenecientes a la fase de construcción del edificio, principalmente de las tierras que sirvieron de nivelación, ofrece un panorama cronológico que abarca desde época julio-claudia, como fecha central de gran parte del repertorio, pero con elementos comunes de finales del siglo I d.C. y otros que podrían alcanzar el siglo II d.C. (Vaquerizo y Murillo 2011: 200 y 474). Aquilué ha matizado la datación ofrecida por los autores proponiendo una fecha para los mate-riales reseñados ya en época flavia (Aquilué 2011: 311). En cualquier caso, estos materiales estaban ya amortizados cuando se construyó el edificio, en una fecha posterior al más moderno de ellos, por lo que consideramos muy arriesgado afirmar una datación julio-claudia para unos contextos que, en su margen más amplio, llegan ya al siglo II d.C ( 14 ). Otra circunstancia, que ya ha atraído la atención de otros investigadores, es la posición que en la secuencia ocupan las estructuras semicirculares que aparecen junto al denominado muro del podio (Hidalgo 2012: 257-259). Los autores la interpretan como ábsides de estructuras religiosas vinculables con el martirio de los primeros cristianos en la arena del anfiteatro. El análisis de la documentación aportada en la memoria nos hace albergar serias dudas sobre la funcionalidad de esas estructuras y sobre su posición estratigráfica, su lugar en la secuencia y, con ello, sobre su datación. Sorprende que, una vez abandonado y expoliado el anfiteatro, desmonten parcialmente el muro del podio para "coser" los cimientos de las tres estructuras absidadas y lograr una perfecta traba con el mismo ya amortizado (Vaquerizo y Murillo 2011: 120); es sorprendente, de la misma manera, que estas estructuras no estén paralelas entre sí, mostrando una alineación divergente que sigue la línea del podio (Vaquerizo y Murillo 2011: fig. 118); por último, todo el espacio en el interior y exterior de estos semicírculos aparecen colmatados con escombros sedimentados en capas regulares que parecen indicar una compactación intencionada, diferente a los depósitos al exterior del podio ( 15 ). Convenimos con R. Hidalgo en sus apreciaciones estructurales sobre la función de las estructuras semicirculares como contrafuertes de la parte soterrada del anfiteatro de los que existen numerosos ejemplos que este autor aporta en su argumentación. La trabazón entre estas estructuras indica la sincronía de ambas y, con ello, la función estructural de estos contrafuertes para contrarrestar los empujes de las zonas macizas. Entre los numerosos casos con este tipo de contrafuertes encontramos anfiteatros como Ivrea, Tréveris, Imola (Golvin 1988: Planche IX) y teatros como el segundo de Durovernum Cantiacorum (Canterbury, Inglaterra), Augusta Suessionum (Sois-sons, Bélgica) o Ribemont-Sur-Ancre (Francia) (Sear 2006: planos 122, 139 y 146) todos construidos a partir de finales del siglo I d.C. Los restos documentados no definen por sí solos la forma y estructura del edificio, pero sí permiten plantear una propuesta radicalmente diferente a la expuesta por los autores de la memoria, tanto en lo que se refiere a la forma generatriz de la planta del edificio como a su estructura. Los restos analizados se emplazan muy próximos a los extremos del eje mayor en el anfiteatro. Se trata de tramos curvos y muros radiales que, en caso de una estructura oval y no elíptica, deben converger en los focos del eje mayor. Para trazar los focos en el eje menor deberíamos contar con alguno de los muros radiales del graderío en estas zonas y esto no ocurre. Sin embargo, y como bien exponen en la restitución de la planta los autores, los muros radiales parecen converger en dos puntos concretos del eje mayor, lo que indica que estamos ante una forma oval y no elíptica ( 16 ). ( 12 ) Existe una incongruencia en todo el modelo propuesto que se manifiesta de manera palpable en la sección publicada (Vaquerizo y Murillo 2011: fig.112). Se defiende una estructura maciza para el sostén de la cávea mientras en la sección se representan las estructuras propias de una estructura hueca; además, dibujan un pilar inexistente entre la supuesta línea de fachada y el último anillo documentado para dar solidez al dibujo. Para contrastar las características de las distintas formas de implantación véase Golvin 1988:407-408 y Fig. LXX, Taylor 2003: 144-182 ( 13 ) Sería el caso del anfiteatro de Tréveris cuya longitud del eje mayor hasta el límite de la cávea es de 142,6 m mientras que la longitud total hasta la entrada de los túneles es de 210 m; es decir, para sostener los 18 metros de altura del graderío los constructores usaron un talud de más de 33 metros de anchura y las estructuras protegidas por potentes contrafuertes circulares (Kuhnen 2009, Kuhnen et alii 2013). Algo similar sería lo esperable si el de Córdoba hubiera sido de estructura maciza. ( 14 ) En las cercanías del anfiteatro se localizó un interesante conjunto de epigrafía funeraria de gladiadores cuya cronología parece ser amplia, a partir de finales del siglo I d.C. (Vaquerizo y Murillo 2011: 480-500), aunque la uniformidad del repertorio ha hecho pensar a A. Ceballos que todos sean producto de unos únicos juegos destinados a conmemorar el ascenso de Trajano (Ceballos 2002: 126-127; cfr. Gómez-Pantoja 2009: 91-103). ( 15 ) La observación de las fotografías incorporadas a la publicación (Vaquerizo y Murillo 2011: fig. 119, 120 y 121) parecen mostrar el carácter intencionado y constructivo de las capas y la coetaneidad de todas las estructuras. ( 16 ) Hemos contemplado la posibilidad de que su forma geométrica básica fuera una elipse y que, por tanto, los muros radiales convergieran en el centro o formaran un abanico en torno a los ejes, la otra opción posible, como parece ser el anfiteatro de Tarragona. En este caso, el eje mayor iría paralelo a la Avda. de Medina Azahara, lo que solventaría la, en principio rara, orientación del edificio. Sin embargo, la curva del muro más interior, el llamado muro del podio por los excavadores, no coincide con un trazado elíptico que acogiera todas las estructuras documentadas, además, la desviación es tan grande que queda fuera de un margen de error razonable, por lo que sólo nos queda como opción plausible, la que defendemos en el texto. La alineación del eje principal del edificio queda con-firmada a partir de las orientaciones de las construcciones que surgieron a su alrededor (Vaquerizo y Murillo 2011: 406-415). Tras explorar distintas opciones, en función de la curvatura de los tramos circulares y la convergencia de los elementos radiales, aun corrigiendo levemente la dirección del eje mayor, pensamos que los focos del eje mayor se ubican donde los han colocado los autores. En principio, éste sería el punto final con los datos descritos, consiguiendo, como mucho, la longitud del eje mayor del edificio pero no así la del menor. Sin embargo, analizando la distancia entre estos dos focos, observamos que se encuentran a unos 35,5 metros, o lo que es lo mismo, 120 pies romanos. Esta es una distancia que nos resulta muy familiar dado que es el margen utilizado para los anfiteatros de Itálica y Écija. La distancia interfocal en el eje mayor es de 120 pies, inferior a la de todos los anfiteatros analizados en el trabajo de Wilson Jones (1993, 2003: fig. 5-4). De todas las formas de traza conocidas, sólo la del esquema de Itálica coincidiría con lo poco que conocemos de Córdoba, creándose un esquema común para Itálica, Écija y Córdoba. Más problemas ofrece el anfiteatro cordobés en el aspecto estructural. El tamaño de la arena es desproporcionado y escasamente funcional, fuera de escala y sin paralelos en el amplio repertorio de los anfiteatros conocidos. Si a esto añadimos que las estructuras semicirculares son contrafuertes, ello supondría que el llamado muro del podio sería el muro que delimitaría la media e ima cavea con el pasillo que lo separaría de la summa cavea. Esto tiene grandes implicaciones en el diseño del edificio; de un lado, la arena debía de ser considerablemente menor que la dibujada hasta ahora; además, el edificio debió estar parcialmente soterrado, la arena, la ima y la media cavea, estando construida sobre la superficie del terreno la mole correspondiente a la summa cavea, de la misma manera que Italica y Astigi. No sería, por tanto, un edificio de estructura maciza, inapropiada para una construcción de este tamaño, completamente exenta, que requeriría de unas estructuras capaces de sostener el empuje de tal volumen de escombros, sino de un edificio de estructura hueca parcialmente soterrado. En este caso, la fachada no sería maciza, sino articulada por una arcada con varios pisos superpuestos, de la manera habitual en que se mostraban los grandes anfiteatros imperiales desde Verona a El Djem (Fig. 9).
Se ha considerado que el muro UE 2017 (Vaquerizo y Murillo 2011: fig. 82) era la fachada del edificio. Al contrario de lo que es usual en los anfiteatros imperiales, el considerado muro de fachada, el que tendría que soportar más peso, es el de menor espesor. Además, desde el paramento exterior de este muro circular hasta el siguiente anillo hay una distancia de 14,5 metros (unos 50 pies romanos), lo que haría imposible la sustentación del graderío. Pensamos que éste no puede ser el muro de fachada. En los anfiteatros de Pozzuoli, Capua o el mismo Coliseo podemos observar un muro anular distanciado de los pilares de fachada: 14 metros en el caso de Capua, en torno a 17 en el caso del Coliseo y unos 9 metros en el de Pozzuoli, que reservan un espacio destinado a controlar el acceso y salida masiva de los espectadores (Golvin 1988: fig. XXXVI, XXXVIII y XL). Como candidato a fachada, descartada la UE 2017, tenemos la UE 1527, una estructura de sillares de calcarenita, que cuenta con una anchura suficiente para constituir uno de los pilares de la arcada de fachada. De ser ésta la fachada, la longitud del anfiteatro se reduciría a unos 147 metros (500 pies romanos), longitud similar a Verona, superior a Mérida y algo inferior a Itálica, en unos rangos más mesurados. Este pilar tiene la particularidad de no estar alineado con el muro radial (Vaquerizo y Murillo 2011: fig. 79) lo que vuelve a convertirse en un indicio sobre el diseño básico del edificio. Lo habitual en la estructura de los grandes anfiteatros imperiales de estructura hueca es que los pilares de la arcada de fachada estuvieran alineados a los muros radiales que sustentan la cávea, salvo el esquema de Écija que desvincula la articulación de la fachada de la estructura portante del graderío, dejando una mayor libertad al diseño arquitectónico. Con estos elementos estamos en condiciones de proponer un anfiteatro diferente al dibujado actual-mente para Córdoba. Aun siendo conscientes de lo arriesgado de la empresa, creemos necesario establecer una hipótesis alternativa que abra el abanico de opciones a contrastar en los imprescindibles trabajos futuros que ayuden a arrojar una luz más nítida a lo que hoy conocemos. El esquema de diseño y traza del anfiteatro cordobés sería el mismo que el descrito para Itálica y Écija, un óvalo de cuatro focos, que mantendrían entre los del eje mayor y los del eje menor una relación de triángulo pitagórico 3:4:5 con un módulo base de 20 pies que daría como resultado un triángulo de 60:80:100 pies. Esto implica que la distancia entre los focos del eje mayor sería de 120 pies y de 160 entre los del eje menor. El esquema italicense implica que los focos del eje menor marcarían el ancho de la arena que quedaría establecida en 160 pies por 240 pies de longitud; el graderío tendría una anchura de 130 pies, lo que determinaría unas dimensiones globales del anfiteatro de 500 x 420 pies romanos. Desde estos focos se trazarían los muros radiales que sostendrían el graderío, entre 64 y 68, 16 o 17 por cuadrante. Ya hemos dicho que el pilar de fachada no está alineado con el muro radial, por lo que su número será mayor que el número de radios. Hemos ensayado con varias series de arcadas en fachada y la única opción posible es la de 72 que, distribuidos a lo largo del perímetro, dan como resultado una arcada de 20 pies de ancho. Este número de arcos se deduce igualmente de la fórmula empleada para Itálica: 40R/C = 40*230/130= 70,8, que redondeado al entero divisible entre 4 más próximo, da 72 (Fig. 10). Puesto que el anfiteatro estaría parcialmente soterrado en una altura equivalente a una de las plantas, el desarrollo vertical de la fachada sería muy similar al reseñado para Itálica, Écija, Nimes, Arlés o Verona, con dos arcadas y un ático ciego. Ciertamente, queda mucho por conocer del anfiteatro de Córdoba como para esbozar una imagen perfilada de su forma y aspecto. Este anfiteatro debió marcar la pauta sobre el desarrollo de los edificios para los juegos gladiatorios en la Bética, no sólo por ser la capital de la provincia, también por la pujanza y riqueza de la ciudad manifestada en la grandiosidad de los edificios romanos conservados, lo que obliga a los que nos dedicamos a esto a poner el foco en los resultados que vaya deparando su investigación. Hemos querido aquí poner de manifiesto las similitudes entre estos tres anfiteatros que, lejos de ser casuales, parecen tener un aire de familia que agrupa a los grandes anfiteatros béticos (Fig. 11). Figura 11. Esquema geométrico de los anfiteatros de Écija, Córdoba e Itálica. Elaboración propia. Este modelo permite dibujar, en líneas muy generales, las características básicas de los edificios, tamaño, y aspecto exterior, pero sólo futuras excavaciones podrán aportar datos suficientes para conocer en mayor profundidad el edificio.
Aplicando las fórmulas ya ensayadas en el anfiteatro de Itálica, podemos calcular el aforo del anfiteatro de la capital de la Bética. De esta manera, de los 135435 pies cuadrados de superficie de la cávea entre 4,25 resultan 31867 espectadores. Las 79 hectáreas del recinto amurallado (León et alii 2008: 74) ofrecen una población estimada de 25754 habitantes cifra que sumada a la población establecida fuera de los muros podría alcanzar un número suficiente para colmatar el graderío del anfiteatro. Debemos suponer, por tanto, que las dimensiones del edificio se ajustaban a la población de la capital o la superaban ligeramente. No obstante, no hay que olvidar que estos edificios en los centros administrativos de la provincia captaban un área de influencia superior a la propia ciudad y tenían una función propagandística más allá de su función inmediata, por lo que su capacidad no tenía por qué estar fijada en el número de habitantes de la ciudad.
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