Arqueología | Vitoria-Gasteiz.


 

 

ARQUEOLOGÍA E HISTORIA DE UNA CIUDAD LOS ORÍGENES DE VITORIA-GASTEIZ.

Agustín Azkarate Garai-Olaun.
Jose Luis Solaun Bustinza.

ISBN: 978-84-9860-909-7.
Depósito legal / Lege gordailua: BI 1847-2013.

ARQUEOLOGÍA E HISTORIA DE UNA CIUDAD.

Los orígenes de Vitoria-Gasteiz.

AGRADECIMIENTOS.

Dar las gracias a quienes han hecho posible este trabajo, y hacerlo de manera individual, sería una tarea muy complicada, con resultados además probablemente injustos. Es por eso que preferimos mostrar nuestra gratitud a aquellas instituciones que mostraron su apoyo en todo momento: 

Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, Diputación Foral de Álava, Fundación Catedral Santa María Fundazioa, Gobierno Vasco, Obispado de Vitoria y Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. A todas ellas, a las personas que las representaron en los distintos momentos de este largo periodo de investigación, y a cuantos han prestado su apoyo de una u otra manera, muchas gracias.


 

Perfilar satisfactoriamente qué fue Gasteiz va a ser una compleja tarea de años. Los propios indicios expuestos en el presente trabajo nos advierten de que, a pesar del gran avance que suponen, sólo estamos empezando a entrever cuál fue su verdadera envergadura. Con todo, el viejo estereotipo queda ya definitivamente superado; Gasteiz no será más, como a finales del siglo XVIII la describió Floranes, esa «cortísima aldea de Álava»; no será, como en el XIX insistió Colá y Goiti, aquella «pobre, solitaria y empinada aldea»; y tampoco será, como a principios del siglo XX sugirió Serdán, «una aldea, insignificante como muchas, de escasísimo vecindario, sin otra característica que su situación geo gráfica».

1. INTRODUCCIÓN, A. Azkarate.

2. EL OBJETO DE ESTUDIO Y SU CONTEXTO.

2.1. Contextualización geoambiental del emplazamiento, A. Martínez.
      2.1.1. Introducción.
      2.1.2. Contextualización geológica y geomorfológica.
      2.1.3. Climatología e hidrología.
      2.1.4. Vegetación.
      2.1.5. Acerca del emplazamiento de la primitiva Gasteiz.
      2.1.6. Conclusiones.

2.2. El contexto de aplicación, A. Azkarate.

2.2.1. El Plan director de la Catedral de Santa María.

2.2.2. La recuperación de las murallas prefundacionales de Gasteiz.

2.3. Vitoria-Gasteiz antes de Vitoria-Gasteiz. Una aproximación a la construcción historiográfica de los orígenes de nuestra ciudad, I. García.

2.3.1. Parte I.

2.3.2. Parte II.

3. EL MARCO CONCEPTUAL.

3.1. La arqueología urbana, A. Azkarate, A. de la Fuente.

3.2. La universidad y la naturaleza del conocimiento, A. Azkarate.

VI ÍNDICE.

4. LAS HERRAMIENTAS OPERATIVAS.

4.1. El registro arqueológico, A. Azkarate, J.L. Solaun.

4.1.1. Sobre el diagrama estratigráfico.
      4.1.2. Sobre los procesos de formación.
      4.1.3. Sobre las herramientas de registro.

4.2. El SIM como sistema de gestión, I. Koroso.
      4.2.1. Del SIG al SIM.
      4.2.2. SIM y excavaciones.
      4.2.3. Conclusiones.

5. LA CONSTRUCCIÓN DEL DOCUMENTO ARQUEOLÓGICO..

5.1. La Catedral de Santa María, A. Azkarate, A. Plata, I. Sanchez, J.L. Solaun.
      Fase II. El periodo romano y sus epígonos.
      Fase III. Siglo VIII-mediados del siglo X.
      Fase IV. Segunda mitad del siglo X.
      Fase V. El siglo XI.
      Fase VI. Fines del siglo XI-siglo XII.

5.2. El Campillo Sur, A. Azkarate, J.L. Solaun.
      Fase I. La Edad del Bronce.
      Fases III-IV. Siglos VIII-X.
      Fase V. El siglo XI.
      Fase VI. Fines del siglo XI-siglo XII.

5.3. El palacio Escoriaza-Esquíbel, A. Azkarate, J.L. Solaun.
      Fases III-IV. Siglos VIII-X.
      Fase V. El siglo XI.
      Fase VI. Fines del siglo XI-siglo XII.

6. LOS ESTUDIOS TEMÁTICOS.

6.1. La datación por Carbono-14 en Gasteiz. Un ejemplo de utilización de la estadística Bayesiana en el refinamiento de la cronología, A. Rubinos.
      6.1.1. Metodología.
      6.1.2. Uso del C-14: protocolos de actuación.
      6.1.3. Interpretación de los resultados.
      6.1.4. Conclusiones.

6.2. Cerámica pre-protohistórica. El conjunto cerámico del Campillo Sur, A. Llanos.
      6.2.1. El silo.
      6.2.2. Materiales del silo (UE 3128).
      6.2.3. Su encaje con otros hallazgos de las proximidades de Vitoria-Gasteiz.
      6.2.4. Valoración del depósito UE 3128.

6.3. Cerámica romana. El corpus cerámico de la Catedral de Santa María, J.M. Martínez.
      6.3.1. Introducción.
      6.3.2. Estudio de los materiales.
      6.3.3. Conclusiones.

6.4. La cerámica medieval en Gasteiz (siglos VIII-XII d.C.), J.L. Solaun.
      6.4.1. El análisis cerámico: la tecnotipología.

ÍNDICE VII

      6.4.2. Catálogo de grupos y formas cerámicas.
      6.4.3. La evolución de la producción cerámica en Gasteiz: siglos VIII-XII d.C.
      6.4.4. La estructura productiva de Gasteiz y su entorno.

6.5. Estudio analítico de las escorias de hierro procedentes de Gasteiz, I. Montero, M. Renzi.
      6.5.1. Materiales.
      6.5.2. Métodos.
      6.5.3. Resultados.
      6.5.4. Valoración general.
      6.5.5. Conclusiones.

6.6. Agricultura altomedieval y usos forestales en Gasteiz (siglos VIII-XII d.C.). Datos carpológicos y antracológicos, L. Zapata, M. Ruiz.
      6.6.1. Objetivos del estudio arqueobotánico.
      6.6.2. Material y Métodos.

6.6.3. Tipos de restos que forman las muestras de flotación.
      6.6.4. Los datos carpológicos: resultados.
      6.6.5. Los datos antracológicos: resultados.
      6.6.6. Conclusiones.

6.7. El paisaje medieval de Gasteiz (siglos VIII-XII d.C.). Análisis palinológicos, J.A López, S. Pérez, L. López.
      6.7.1. Metodología.
      6.7.2. Reconstrucción paleoambiental.
      6.7.3. Conclusiones.

6.8. El espacio agrario. Estudio de las terrazas de cultivo documentadas en Gasteiz, M. Ruiz Del Arbol.
      6.8.1. Introducción. La investigación sobre espacios agrarios antiguos.
       6.8.2. Reflexión teórica, renovación conceptual y metodológica: el paisaje como síntesis de lo social.
      6.8.3. El análisis de los espacios productivos.
      6.8.4. El registro arqueológico de las terrazas de cultivo de Vitoria-Gasteiz.
      6.8.5. Consideraciones finales.

6.9. Estudio arqueozoológico del asentamiento de Gasteiz (siglos VIII-XII d.C.), P. Castaños.
      6.9.1. Introducción.
      6.9.2. Algunas reflexiones historiográficas.
      6.9.3. Contextos coetáneos ibéricos.
      6.9.4. Metodología.
      6.9.5. La evolución de la cabaña ganadera entre los siglos VIII-XII d.C.
      6.9.6. Las especies animales.
      6.9.7. Conclusiones.

6.10. Estudio antropológico de los primeros enterramientos recuperados en la iglesia de Santa María (siglos XII-XIII d.C), C. De La Rua.

6.10.1. Estudio antropológico.

6.10.2. Breve descripción de los enterramientos.

6.11. Tipologías domésticas y técnicas constructivas en Gasteiz (siglos VIII-XII d.C.),

A. Azkarate, J.L. Solaun.

6.11.1. Introducción.

6.11.2. Tipologías domésticas.

6.11.3. Materiales constructivos.

VIII ÍNDICE.

      6.11.4. Técnicas constructivas.
      6.11.5. Consideraciones finales.

6.12. Trueque, unidades de cuenta y circulación monetaria en Gasteiz (siglos VIII-XII  d.C.), J.I. San Vicente.
      6.12.1. Introducción.
      6.12.2. Álava y Gasteiz: del trueque al inicio de las acuñaciones.
      6.12.3. El inicio de la moneda en los reinos peninsulares.
      6.12.4. Análisis de la moneda castellano-leonesa y navarra prefundacional hallada en la Catedral de Santa María.
      6.12.5. Análisis comparativo de la moneda del siglo XII de la Catedral de Santa María en relación a otros hallazgos.

6.13. El dirham omeya exhumado en la Catedral de Santa María (98 H./716-7 d.C.).

Doménech.

6.14. Otros materiales arqueológicos, S. Escribano, J.L. Solaun.
      6.14.1. Materiales de hierro.
      6.14.2. Aleaciones en base cobre.
      6.14.3. Vidrio.
      6.14.4. Industria ósea.
      6.14.5. Material lítico.
      6.14.6. Material cerámico.

7. LA NARRACIÓN HISTÓRICA, A. Azkarate, I. García, J.L. Solaun.

7.1. Orígenes del poblamiento.

7.1.1. La Edad del Bronce.

7.1.2. El periodo romano y sus epígonos.

7.2. El asentamiento altomedieval de Gasteiz.
      7.2.1. Primer periodo (ca. 700-950 d.C.).
      7.2.2. Segundo periodo (ca. 950-1000 d.C.).
      7.2.3. Tercer periodo: el tránsito al nuevo milenio.
      7.2.4. Cuarto periodo (ca. 1075-1180 d.C.).

7.3. Las murallas de Villasuso.

8. CONCLUSIONES, A. Azkarate, I. García, J.L. Solaun.

9. BIBLIOGRAFÍA.

THE HISTORICAL NARRATIVE AND CONCLUSIONS, A. Azkarate, I. García, J.L. Solaun.

 


 

 

LA NARRACIÓN HISTÓRICA.

7.1. Orígenes del poblamiento.

A. Azkarate, I. García, J.L. Solaun.

«¿Cuándo se empezó a poblar este cerro ?.

Ningún texto con garantías de ser cierto y ninguna teoría con base firme podían ser tenidos en cuenta ni servían para aclarar esta incógnita. Muchos son los autores que se han ocupado de este punto, intentando retrotraer la formación de este primer núcleo de gente que puebla el cerro a fechas muy lejanas.

Solamente podía utilizarse un método: el arqueológico.

Esto fue lo que motivó que se desarrollasen estas campañas de excavaciones, en busca de los orígenes de Vitoria». Pertenecen estas líneas a la publicación de las primeras excavaciones arqueológicas de carácter moderno que se hicieron en la parte alta de la ciudad de Vitoria por parte de A. Llanos, J. Fariña y D. Fernández Medrano (1971). 

Nada encontraron que alcanzara la antigüedad que esperaban, por lo que el trabajo concluye asegurando que «en estos sondeos realizados, queda claro que no existen restos anteriores a la antigua aldea de Gasteiz y que la fundación de Vitoria tiene su arranque en este primer poblamiento de la colina y que como su nombre indica se referiría a un poblamiento joven» (1).


(1) Se refieren, obviamente, a la Gasteiz que, en 1025, pagaba tres rejas al monasterio de San Millán. Cfr. A. Ubieto (1976: 176). No entramos en la interpretación que hacen del topónimo que, comos veíamos más arriba en la referencia de A. Besga, ha merecido las más variadas interpretaciones. Para esta cuestión puede verse A. Irigoyen (1982).


 

Durante mucho tiempo en consecuencia –y aunque parezca sorprendente por la gran cantidad de intervenciones arqueológicas realizadas en la parte más antigua de la ciudad– no se han reconocido documentos arqueológicos de cronología altomedieval o anterior. Habrá que esperar hasta el año 1997 para que se inicien una serie de hallazgos que, paulatinamente, acabarán modificando el conocimiento que teníamos sobre los orígenes de la ciudad.

7.1.1. LA EDAD DEL BRONCE.

Fue, efectivamente, en 1997 cuando las investigaciones llevadas a cabo en el contexto del Plan Director de Restauración de la catedral de Santa María detectaron las primeras certezas arqueológicas relativas a la presencia de un asentamiento de época romana sobre la colina. Como señalamos en su día (Azkarate, 1998), se trataba del primer eslabón seguro en los antecedentes históricos de la ciudad, sin que existiera, por aquel momento, constancia de eslabones anteriores, es decir, protohistóricos.

No será hasta 2006 cuando la incógnita sobre los posibles antecedentes prerromanos se resuelva con la exhumación de un silo en la zona meridional del cerro (A144). Su relleno de amortización, compuesto de basura doméstica (cerámica y fauna predominantemente), nos permite reconocer la existencia de un asentamiento humano del Bronce Medio-Final (1500-800 a.C.), ajustándose a los patrones de ocupación en altura característicos de aquel periodo en nuestro territorio (Azkarate, 2007a; Azkarate, Solaun, 2007).

7.1.2. EL PERIODO ROMANO Y SUS EPÍGONOS.

Desde 1997, año en el que aparezcan los primeros vestigios romanos, se han recuperado numerosos testimonios cerámicos en las diferentes intervenciones arqueológicas ejecutadas en Villasuso que evidencian, sin ningún género de duda, la presencia de un asentamiento romano sobre la colina (Fernández Bordegarai, 1998; Gil, 2000). Todos ellos acostumbraban a aparecer en posición secundaría formando parte de los niveles altomedievales más antiguos, pero una intervención reciente, efectuada en la plaza de Santa María durante el año 2006, proporcionó un contexto cerámico muy homogéneo que podría ser datado en el siglo II d.C (2).


(2) Se trata del relleno de amortización de un profundo pozo de boca circular y sección troncocónica (A35).



De ser así, nos encontraríamos ante el primer con texto primario de época romana exhumado en lo alto del cerro. En cualquier caso, ignoramos la entidad, morfología o funcionalidad de este asentamiento, ni siquiera su duración en el tiempo (el conjunto de cerámicas recuperadas sólo permite establecer una horquilla cronológica situada entre el siglo I d.C. y el siglo IV d.C.), aunque por los restos conservados no parece que constituyera una ocupación especialmente significativa.

Los datos arqueológicos de periodo tardoantiguo tienen también una complejidad notable. Hace algunos años llamábamos la atención sobre algunas armas expuestas en los Museos de Arqueología y de Armería procedentes de remociones efectuadas entre 1864 y 1883 en la parte superior del cerro y especialmente sobre algunas espadas cortas de un solo filo. Su similitud con los scramasaxes y los descubrimientos que se venían haciendo en Álava,

Vizcaya y Navarra sobre distintas necrópolis de contexto Reihengräberfelder nos hizo modificar la fecha que tradicionalmente se les atribuía (s. XIII d.C.) reubicándolas cronológicamente en periodo tardoantiguo (Azkarate, 1997: 152). Hoy en día no seríamos tan contundentes en nuestras afirmaciones. La aparición de este tipo de espadas en horizontes cronológicos presumiblemente tardíos nos obliga a ser mucho más prudentes, especialmente cuando nos encontramos ante materiales descontextualizados (Azkarate, 2004b). Habrá que esperar, por tanto, a que futuras investigaciones confirmen o desmientan este punto. De momento –aunque con todas las salvedades posibles– no hay que descartar una ocupación también durante los siglos VI-VII d.C. (3).


(3) Dos dataciones radiocarbónicas efectuadas sobre materiales en posición secundaria han ofrecido cronologías de periodo tardoantiguo: UE. 26881 (huesos animales). Fecha BP 1454 ±33. Calibrada por el programa OxCal v 3.10 proporciona las siguientes horquillas cronológicas: (al 68,2% ó 1 δ) 580-645 AD; (al 95,4% ó 2 δ) 550-655 AD; UE 18446 (madera carbonizada). Fecha BP 1275±34. Calibrada por el programa OxCal v 3.10 proporciona las siguientes horquillas cronológicas: (al 68,2% ó 1 δ) 680-730 AD para un 38,3% y 735-775 AD para un 29,9%; (al 95,4% ó 2 δ) 660-820 AD para un 93,6% y 840-860 AD para un 1,8%.


 

7.2. El asentamiento altomedieval de Gasteiz (1).

A. Azkarate, I. García, J.L. Solaun.

(1) No será hasta el 700 d.C. cuando, sobre la colina, se registre la presencia de un asentamiento que perdurará ininterrumpidamente hasta nuestros días. En las páginas siguientes trataremos de sintetizar la biografía de este asentamiento durante sus cinco primeros siglos. 

Nos serviremos, para ello, de los datos arqueológicos procedentes de las excavaciones de carácter sistemático que vienen llevándose a cabo en Villasuso, principalmente en el espacio ocupado actualmente por la catedral de Santa María, su plaza y aledaños, el Campillo Sur y la trasera del palacio Escoriaza-Esquibel. En total, más de 7.000 metros cuadrados excavados, cifra importante que sin embargo no representa más del 15% de la superficie de la colina (2).

Lo que estas investigaciones han permitido identificar es una unidad de explotación situada en el extremo septentrional que, junto a otras unidades domésticas distribuidas por la colina, conformarían la primitiva aldea de Gasteiz. 

Nos encontramos, como se podrá observar, ante un esquema bien conocido en la historiografía europea sobre las aldeas altomedievales: un esquema de naturaleza alveolar, es decir, nacido de la yuxtaposición de unidades domésticas autónomas que como veremos, irán densificándose y compactándose progresivamente hasta que el cambio de milenio alumbre un urbanismo radicalmente diferente. Los principales jalones de este proceso, según el registro arqueológico, son los siguientes: 1º. Primer periodo (ca.700-950 d.C.); 2º. Segundo periodo (ca. 950-1000 d.C.); 3º. Tercer periodo (siglo XI d.C.); 4º. Cuarto periodo (siglo XII d.C.). (2)


(1) Este capítulo reproduce parcialmente el trabajo publicado por Azkarate, Solaun (2009).

(2) El espacio superior del cerro que posteriormente se cercaría con una muralla pétrea tenía una superficie aproximada de 4,5 Ha.



Figura 7.1. Imagen de las huellas dejadas por el primitivo asentamiento de Gasteiz en la plaza de Santa María (Foto C. San Millán).

 

7.2.1. PRIMER PERIODO (CA. 700-950 D.C.).

Los años finales del siglo VII parecen ser el momento elegido para volver a ocupar el cerro de Vitoria-Gasteiz, esta vez sin solución de continuidad hasta nuestros días. Así lo atestigua la presencia de varias estructuras adscritas con bastante seguridad a una horquilla temporal que, arrancando a fines del siglo VII, se prolonga durante las dos centurias siguientes.

La mayor parte de estas evidencias fueron exhumadas en las excavaciones de la catedral de Santa María y, como señalamos más arriba, pertenecen
en su mayoría a una unidad doméstica. 

Obviamente, en un tiempo tan prolongado las estructuras lígneas fueron sustituidas numerosas veces, tal y como reflejan los múltiples agujeros y entalladuras excavadas en la roca. A pesar de las dificultades de interpretación que plantean las huellas de estas «arquitecturas inmateriales» (Azkarate, 2004b y 2007a), han podido identificarse al menos dos fases constructivas.

FASE 1. (700-850 D.C.).

Conocer cuál era la organización espacial de la unidad doméstica documentada en esta primera fase es, sin duda, uno de los retos más interesantes de cuantos se plantean a la hora de afrontar el estudio de este asentamiento. 

Para el periodo y ámbito que analizamos la primera deducción, y una de las más evidentes, es la gran cantidad de estructuras de uso habitacional, agropecuario y de almacén, caracterizadas por su marcado aislamiento, sin importar el nulo aprovechamiento del espacio, de manera que permitan la libre circulación en torno a ellas, circunstancia facilitada también por la presencia de plantas elípticas y circulares. 

Ello provoca la existencia de una red de espacios libres entre edificios, destinada al tránsito interno, que en ningún caso debe identificarse con una trama de calles o caminos preestablecida. La individualidad de las estructuras contrasta, no obstante, con el modo en que se agrupan, creando espacios abiertos centrales donde se desarrolla una parte importante de las actividades sociales y económicas.

El esquema, como se ve, parte de la concepción de la casa como agregación de estructuras que, dispuestas en torno a espacios abiertos (a modo de cortiles o corrales), se distribuyen en un primer momento de manera dispersa y desagregada –poco cohesionada formalmente– para ir compactándose progresivamente en el tiempo. Esta primera unidad doméstica se encuentra integrada por dos áreas física y funcionalmente distintas. (Figura 7.2):

Figura 7.2. Organización espacial de la unidad doméstica documentada en Fase 1 (700-850 d.C.).

1. La primera agrupación de estructuras tuvo un carácter mayoritariamente doméstico y se localizaba en la mitad meridional de la unidad doméstica, alrededor de un espacio abierto central (A66).

– En el lado oriental de dicho patio se construyó A7, una estructura deficientemente conservada que responde a una edificación construida a nivel de suelo sobre una serie de postes perimetrales e interiores. La ausencia de estratos en el interior de esta estructura y su específica ubicación en una zona de pendiente pronunciada, parece denunciar la presencia de suelos de madera en suspensión.

Más adelante volveremos sobre este tema.

Emplazada exactamente en el mismo lugar que en la siguiente fase ocupará una longhouse (A1) y que posteriormente volverá a ocupar una gran casa levantada sobre zócalos de piedra (A57), todo invita a pensar en una función de carácter residencial y en un espacio privilegiado que comienza a mostrarse como tal en fechas tempranas.

– En sus inmediaciones, hacia el noroeste, se levantó A138, una estructura construida también a nivel de suelo sobre postes de madera que puede relacionarse con actividades de tipo agrícola.

– Al occidente, en la zona más alta del espacio excavado, se emplazó un área de stockage constituido por un graneo aéreo (A4) y un campo de silos en hilera (GA2)3. Sabemos, por el contenido de sus rellenos y por las relaciones estratigráficas registradas, que al menos seis de ellos4 pudieron funcionar coetáneamente en una horquilla cronológica de ciento cincuenta años (desde finales del siglo VII a mediados del siglo IX) (5).


(3) Era natural que se buscara para estos almacenes subterráneos un emplazamiento que los protegiera de la entrada de agua procedente de las escorrentías de ladera. Y ningún lugar mejor para ello que la propia divisoria de aguas.

(4) A9, A10, A12, A13, A32 y A135.

(5) La durabilidad y conservación del grano en un silo depende de diversos factores edáficos y climáticos. Algunas crónicas y tratados agronómicos bajomedievales muestran las ventajas de este sistema de almacenamiento en la región de Toledo, donde las cosechas –y, por ende, los propios contenedores– pueden conservarse durante cien años (Ceniceros, Álvarez, 1993; Fernández Ugalde, 1994: 611).


 

– Contiguo al campo de silos por el norte se localiza un área de aproximadamente 80 m² destinado al abastecimiento de arcillas (GA3). La gran cantidad de fosas documentadas, en muchas ocasiones cortadas entre sí, evidencian un proceso de extracción que parece convertir a esta zona del área excavada en un barrero consolidado, quizás para la producción cerámica u otra actividad artesanal relacionada con el barro (el propio manteado de las paredes lígneas o la construcción de los hornos de fundición, por ejemplo).

– Al igual que ocurría con los silos que quedaban en desuso, este espacio fue reutilizado como vertedero puntual. Todo apunta a que, en ausencia de basureros específicos, la basura doméstica generada por la unidad era depositada reutilizando diferentes estructuras o contenedores (silos, barreros…), en cuyo interior se registraron depósitos de amortización en posición primaria, caracterizados por la presencia de material cerámico muy homogéneo y con perfiles casi completos (6). Puntualmente, no obstante, se reconocieron algunos fragmentos residuales de TSH que evidencian la presencia también de depósitos secundarios destinados a terminar de amortizar los silos y/o cubrir las basuras tras su vertido (7).


(6) Sobre los mecanismos de deposición de las basuras en fosas se puede consultar el estudio realizado por J. Hiller, D. Petts y T. Allen (2002: 62) para época anglosajona, en el que establecen tres modelos de gestión y deposición de los residuos.

(7) Esta tarea, destinada a evitar el hedor de las basuras, se realizaba también con restos de las propias arcillas y gravas extraídas, generando en las fosas una estratigrafía vertical consistente en capas alternas de basura y gravas.

(8) La ausencia de un mayor número de testimonios debe imputarse al propio carácter perecedero de los materiales constructivos con los que se edificó.


 

– Al borde de este barrero se construyó un pozo circular para la captación del agua contenida en el acuífero cuaternario (A115). Aunque de cronología incierta, debió haber funcionado ya en estos primeros años, abasteciendo de agua a este espacio doméstico y probablemente también a algún otro de su entorno.

2. Más al noroeste se registró una segunda agrupación de estructuras organizadas también en torno a un espacio abierto (A36), interpretada como una instalación metalúrgica del hierro. Así lo denuncian las diversas evidencias registradas en este espacio, recuperadas fundamentalmente en forma de desechos productivos, tales como escorias, carbones y revestimientos de arcilla rubefactada pertenecientes a estructuras de combustión.

– Aunque no son muchos los vestigios exhumados de esta instalación, sí nos permiten calcular para ella una superficie aproximada de 600 metros cuadrados (8). Conocemos, con seguridad, la existencia de un patio abierto con algunas estructuras rodeándolo y de las que conservamos una pequeña cerca (A33), un depósito de agua (A121) y un fondo de cabaña (A5) de cuyo suelo y niveles de amortización proceden numerosos carbones y escorias, además de una punta de flecha. La inexistencia de fuegos u hornos bajos en el suelo de A5 hace poco probable su uso como taller, si bien es factible pensar en alguna otra función auxiliar, muy probablemente la de almacén. 

De hecho, aunque son muchas las interpretaciones que salpican la bibliografía a la hora de referirse al destino de estas Grubenhaüser o sunken featured buildings, algunas de ellas han sido identificadas en otros contextos europeos como edificios destinados a actividades metalúrgicas (Hamerow, 2002: 35ss; Peytremann, 1995: 8).

3. En torno a las estructuras descritas en los párrafos precedentes se han registrado, además, numerosos agujeros de postes con alineaciones, formas y dimensiones variables, que han de ser identificados con pequeños vallados o edificaciones auxiliares de carácter agropecuario. Nada apunta, sin embargo, a la existencia de cercas, fosas o cierres alrededor de esta unidad doméstica.

 

FASE 2. (850-950 d.C.).

El registro arqueológico del siglo IX y primeros decenios de la centuria siguiente refleja algunas modificaciones tanto en la arquitectura como en la disposición de los edificios que integran la unidad agrícola que hemos descrito, si bien repite el modelo de organización espacial, con las dos áreas funcionalmente distintas que veíamos en la fase previa (Figura 7.4).

Figura 7.3. Recreación de la unidad doméstica de Fase 1 (Dibujo DBOLIT).

 

Figura 7.4. Recreación con base en el registro arqueológico de la unidad doméstica documentada en Fase 2 (850-950 d.C.) (Dibujo DBOLIT).

1. El área doméstica sigue articulándose en torno a un espacio central. La antigua vivienda A7 es sustituida, no obstante, por una longhouse de aproximadamente 18 m de longitud por 8,5 m de anchura total (A1). 

Muy difundida en la Europa continental, la longhouse apenas ha sido documentada en otros lugares como Italia –con sólo dos casos registrados (Bianchi, 2012: 199)– o la Península Ibérica, donde sólo contamos con los testimonios alaveses de Gasteiz y Aistra. 

Su constatación en nuestro ámbito geográfico permite, además de identificar la residencia principal de una unidad doméstica, ilustrar la amplia difusión de las tradiciones arquitectónicas en los siglos altomedievales.

Lamentablemente, en nuestro caso, la ausencia de suelos de tierra o testimonios de tabiquería hace imposible definir la división interna del edificio y con ello la distribución funcional de la casa. Todo apunta, no obstante, a un edificio levantado mediante un complejo armazón vertical de postes de madera asentados firmemente en el terreno, destinados a soportar un pavimento sobreelevado de madera.

Se han recuperado, además, numerosos fragmentos de barro con improntas vegetales que reflejan el empleo del manteado o clayonnage para la construcción de las paredes. La puerta de ingreso debía situarse al sur para favorecer la entrada de luz, ya que este tipo de casas debían caracterizarse por la escasez de vanos como medida de protección frente al frío, viviendo en un estado de permanente oscuridad y humosidad (Galetti, 2001: 14ss).

La techumbre, previsiblemente con forma en casco de barco invertido, estuvo compuesta también por materiales perecederos, muy posiblemente ramajes vegetales, tal y como cabe deducir de la ausencia de paja en los análisis carpológicos llevados a cabo.

A pesar de la carencia de estratos asociados a esta construcción, entre sus niveles de amortización han podido recuperarse algunas evidencias materiales que acreditan la presencia de hogares, tabiques y probablemente telares (9), pudiéndose deducir de todo ello la existencia de un espacio compartimentado con al menos un área habitacional y una zona de trabajo doméstico (10). Además, el espacio vacío situado entre la base de la roca y el suelo sobreelevado de tablazón hace posible la presencia de un sótano utilizado como bodega, fresquera o almacén.


(9) Concretamente se han recuperado dos pequeñas piezas cerámicas recortadas, de apenas 4 cm. de lado o diámetro, caladas en su zona central que pudieron utilizarse como fusayolas de un huso.

(10) Aunque existen ejemplos europeos que documentan la cohabitación de hombres y ganado en el interior de este tipo de edificios, en el caso concreto de Gasteiz no existen criterios arqueológicos que avalen esta hipótesis.


 

– Inmediatamente al sur de la longhouse, apenas a 4 metros de distancia, se construyó otra estructura de gran tamaño (A34) caracterizada por la presencia de zanjas o canaletas perimetrales que parecen denunciar una nueva técnica constructiva conocida como stabbau (cfr. 6.11. Tipologías domésticas y técnicas constructivas en Gasteiz (siglos VIII-XII d.C.). 

Conservada sólo parcialmente, su identificación resulta complicada, si bien sus notables dimensiones y la existencia ya de una vivienda (A1) invitan a pensar en un recinto destinado a otras funciones, quizás a la estabulación de una cabaña ganadera atestiguada por los estudios palinológicos y de fauna. Aunque no podemos determinar el momento de construcción, su coetaneidad con A1 está fuera de dudas al encontrarse amortizadas ambas por los mismos estratos de nivelación de la 2ª mitad del siglo X.

– Hacia el noroeste de la longhouse se construyeron dos estructuras auxiliares: una pequeña cabaña circular de aproximadamente 4 metros de diámetro (A2) y un edificio de dos estancias en cuyo interior se abre un pozo rectangular poco profundo, destinado quizás a la actividad textil (A3).

– Completan este conjunto el pozo de agua A115 y cinco nuevos silos localizados en el mismo espacio que los registrados en la fase anterior (GA2), reflejando el mantenimiento de este espacio como sector de almacenamiento. Su horquilla cronológica se extenderá a lo largo del periodo siguiente, siendo sólo amortizados con la construcción de la calle pavimentada que se construirá ya en el nuevo milenio.

2. Se mantendrá asimismo el espacio de trabajo siderometalúrgico que, emplazado al noroeste, veíamos en la fase anterior. El registro arqueológico permite adjudicar a este momento un nuevo fondo de cabaña (A6) que sustituye a A5, y numerosos agujeros de pequeñas dimensiones que responden sin duda a otras edificaciones auxiliares vinculadas al taller metalúrgico instalado en este espacio. Son igualmente significativos los desechos de escorias que han podido recogerse en los rellenos que nivelan esta zona en la 2ª mitad del siglo X. Más aún cuando esta nivelación afecta también a otras áreas de la ladera oriental y sólo se registran concentraciones de escoria en este espacio.

En síntesis, tanto para la primera como para la segunda fase, nos encontraríamos ante una unidad doméstica de un tamaño notable –superior a los 2000 m²– y en la que cabrían distinguir dos ámbitos, organizados ambos en torno a sendos espacios abiertos: el primero, de carácter más doméstico, estaría constituido por un edificio residencial que es renovado al menos en dos ocasiones, varias estructuras auxiliares (probablemente almacenes y telares), un completo sistema de stockage de excedentes agrícolas, una zona artesanal de aprovisionamiento de arcillas y un pozo de agua. 

El segundo de los ámbitos tiene un carácter claramente metalúrgico y su presencia concede a esta unidad de explotación agrícola una nueva dimensión.

Figura 7.5. Recreación de la unidad doméstica de Fase 2 (Dibujo DBOLIT).

Paisaje y economía.

Tal y como se acaba de ver en las páginas anteriores, el registro arqueológico ha permitido constatar para el primero de los periodos analizados (700-950 d.C.) la existencia de una unidad doméstica de más de 2000 m² que se distribuye en dos ámbitos bien diferenciados: uno doméstico y otro de naturaleza claramente artesanal, más concretamente metalúrgica. A lo largo de las páginas siguientes mostraremos la actividad económica desarrollada en el interior de esta unidad, así como el paisaje existente en el entorno próximo al asentamiento.

La agricultura. Los datos arqueobotánicos de que disponemos señalan la presencia de una agricultura diversificada de base cerealista donde se documentan, con porcentajes similares, tres grandes tipos de cultivos: las cebadas vestidas (26%), el trigo común (24%) y el grupo de los panizos y mijos (26%). 

Además, entre los cultivos con fines alimentarios, se ha identificado un 6% de leguminosas cultivadas. Aunque las semillas de este último grupo, una vez carbonizadas, presentan dificultades de identificación, se han podido reconocer algunos ejemplos de lenteja, guisante y yero o almorta (Fi-gura 7.6).


Figura 7.6. Frecuencias porcentuales de los cultivos entre los siglos VIII-XII d.C.

Figura 7.7. Cultivos representativos de Gasteiz en los siglos VIII al XI. a) Cebada; b) Trigo común; c) Panizo; d) Mijo (Fotos J. Hidalgo).

La presencia de cereales poco valorados como alimento humano plantea una interesante cuestión respecto al cultivo de plantas para la alimentación animal.

Así, aunque parece lógico asociar la presencia del trigo a la dieta familiar, la cebada (y probablemente el grupo de los mijos y panizos) permite sugerir también su uso para alimento del ganado, tanto en forma de planta forrajera (no debemos olvidar que se trata de cebada vestida, sin descascarillar en algunos casos) como de grano para pienso. 

Resulta revelador, en este sentido, la aparición –algunos años más tarde– de un molino de mano empleado en la elaboración de harina gruesa, esto es, para ganado, pues se trata de una piedra muy abrasiva y porosa que no permite obtener harina fina. Además, su composición silícea hace que la harina generada sea perjudicial para el consumo humano al producir un desgaste excesivo en los dientes, por lo que su empleo suele reducirse a la alimentación animal (11).


(11) Queremos agradecer a Luis Miguel Martínez Torres el estudio de esta piedra de molino y las informaciones generadas del mismo.


 

El motivo de esta estrategia agrícola sería asegurar el consumo humano y animal, básicamente de los bueyes y vacas lecheras, en tanto que el sistema pecuario se orienta principalmente hacia la cría de ganado para el suministro de productos lácteos y las tareas agrícolas. Se trata, en definitiva, de un sistema productivo que logra un punto de equilibrio entre la agricultura y la ganadería, optimizando sus sinergias, donde el cereal permite al campesino mantener sus animales y el ganado trabajar los campos, reiniciándose periódicamente el ciclo productivo.

Sabemos también, por los estudios palinológicos, que estos cereales se cultivaron en campos emplazados no lejos del asentamiento, con seguridad en las laderas previamente aterrazadas del cerro. Uno de estos espacios de cultivo ha sido identificado al sur del Campillo, en la ladera suroeste, cuya fuerte pendiente precisó la construcción de un sistema de terrazas paralelas excavadas (A146).

El sistema de construcción utilizado se basa en la técnica convencional de cortar la parte superior de la ladera y rellenar la parte inferior con la tierra extraída, ampliando así la superficie útil de la terraza (Figura 7.8) (12). 


(12) Atendiendo a la clasificación planteada desde el LAr (Ballesteros, Criado, Andrade, 2006) se podría identificar con el sistema desmonte-terraplén con relleno sistemático.


 

Además, al cortar la parte superior de la ladera, y utilizar esa tierra para aterrazarla, no sólo se amplía la superficie útil de la terraza (porque se elimina la pendiente) sino que el aporte de tierra permite crear, en primer lugar, un nivel horizontal fácil de trabajar; en segundo lugar, obtener un estrato de tierra con suficiente potencia como para que se pueda cultivar; por último, se logra de esta forma un estrato mixto, con aportes minerales procedentes del substrato natural y aportes orgánicos, procedentes del substrato superficial, perfecto para el cultivo.

Figura 7.8. Sistema de construcción utilizado en las terrazas del Campillo mediante la técnica de cortar la parte superior de la ladera y rellenar la parte inferior con la tierra extraída.

El resultado son bancales horizontales cuya anchura parece variar entre 5 y 8 metros, unidos por taludes de tierra de marcada pendiente (ca. 70º) y sin ningún tipo de muro de contención (13). Solamente la base del talud que protege la terraza inferior muestra una pequeña regadera o canal de drenaje longitudinal que recogería las aguas de la terraza media, canalizándolas hacia los cauces naturales, a fin de evitar la erosión y la acumulación de sedimentos en la terraza inferior (14). 


(13) El horizonte C, el suelo natural, es lo suficientemente consistente y homogéneo como para que no sea necesario ningún muro de contención. Se pueden citar varios paralelos a este tipo de construcción de terrazas, en las que, además, llama la atención la fuerte pendiente y la entidad de las terrazas. De época medieval se pueden citar los sistemas de terrazas que estudia J.A. Quirós en el País Vasco (2010, 2011 y 2012b) o las documentadas en los trabajos de P. Ballesteros en Galicia (Ballesteros, Criado y Andrade, 2006; en ese trabajo se recogen algunos perfiles tipo que pueden servir de ejemplo).

(14) Las terrazas de cultivo suelen estar asociadas a estructuras de irrigación o evacuación de agua más o menos complejas (ver, en este sentido, el trabajo de Asins, 2006).


 

El diagrama polínico del nivel de sedimentación que amortizaba este canal mostraba valores elevados de dos taxones: gramíneas domésticas y leguminosas silvestres y/o cultivadas, confirmando los datos arqueobotánicos.

Intercalados con estos campos de cultivo se situaban las ferragines y/o herraenes que menciona la documentación y que suministraban las frutas y productos de huerta necesarios. Aunque se trata, sin duda, de un espacio fundamental para la economía campesina, la información de la que disponemos es muy fragmentaria, tanto desde el punto de vista escrito como material, sin que podamos precisar su extensión ni sus cultivos. Sorprende, de hecho, la escasez de evidencias de frutos cultivados y/o recolectados en los análisis carpológicos (tan sólo pera, espino albar y zarzamora), reflejo quizás de la importancia secundaria de estos alimentos en la dieta de la aldea.

Otro de los aspectos más significativos de la gestión agrícola es el referido a los sistemas de almacenamiento empleados en la unidad doméstica estudiada. Como apuntábamos más arriba, las excavaciones registraron la presencia de un área de stockage integrado por un mínimo de once silos en hilera (15), morfológicamente similares, de planta circular (con diámetros máximos entre 1 y 1,5 metros), fondo cóncavo o plano y paredes curvas de perfil piriforme o acampanado (16). 

El volumen que hemos calculado para ellos es similar a otros detectados en territorio alavés (17) y puede estimarse entre 2000 y 3500 litros de capacidad. El aspecto más significativo es que seis de estos silos pudieron funcionar coetáneamente, por lo que su capacidad de almacenamiento superaba ampliamente las necesidades tanto de alimentación como de siembra de una unidad familiar campesina, independientemente del número de sus miembros (Azkarate, Solaun, 2009) (18).


(15) Junto a este sistema de almacenaje se documentó la presencia de un horrea o granero aéreo (A4), destinado posiblemente al acopio de cereal para un consumo más inmediato que el de los silos.

(16) Seis de ellos pertenecen a la primera fase del primer periodo (700-850 d.C.) y los cinco restantes se amortizaron con la construcción de una de las calles pavimentadas dentro ya del segundo milenio. Además, la intervención arqueológica ejecutada en un solar anejo a la Plaza de Santa María durante el año 1999 exhumó dos nuevos silos abiertos en el sustrato calizo natural. 

Su situación en el extremo occidental del citado solar, en línea con el conjunto de silos exhumados en la catedral, parece delatar su pertenencia al mismo campo de silos, si bien los responsables de la excavación fechan su amortización en época plenomedieval, presumiblemente hacia el siglo XIII (Gil, 2000).

(17) Es el caso, por ejemplo, de algunos de los silos localizados en el despoblado de Zaballa, Iruña de Oca (Quiros, 2012b), La Llana, Labastida (Gil, 2004) o la calle Enrique IV en Rivabellosa (Ajamil, 2003), con cronologías comprendidas entre los siglos VIII y X.

(18) Sabemos que los procesos de trabajo campesinos no generaban espontáneamente ninguna producción adicional por encima del nivel biológico de subsistencia (Barceló, 1995) y que, de hacerlo, se consumían de muy diversas maneras, tal y como se apuntaba recientemente (Wickham, 2009: 759-760).

No cabe, por tanto, seguir abundando en exceso en este punto.


 

En síntesis, todo apunta a una estrategia agrícola mixta orientada hacia la alimentación humana y animal (ganado bovino), con un reparto muy diversificado de los cultivos (cebada, trigo y cereales de ciclo corto como el mijo y el panizo) que permite disminuir riesgos ante la pérdida de una determinada cosecha.

No obstante, la presencia de un sector específico de almacenamiento que supera con creces las reservas estratégicas necesarias para la subsistencia de una familia campesina, revelaría una centralización de la producción agraria por parte de los habitantes de nuestra unidad doméstica. Un dato que abunda en el carácter privilegiado del lugar y que quedaría confirmado por la aparición también exclusiva de cereales ya descascarillados, es decir, de granos limpios destinados al consumo humano, sin que en ningún caso se observe la presencia de subproductos (cascabillo, paja, etc.).

Aunque la ausencia de estos elementos no significa forzosamente que el cereal tenga un origen exógeno a la unidad de explotación estudiada, resulta altamente significativo que en un muestreo tan amplio y diversificado como el efectuado en Santa María no se registre este tipo de subproducto.

La ganadería. Más allá de estas áreas de cultivo cabe situar las zonas de pradera y bosque, cuya densidad actual dista mucho del esplendor que debieron alcanzar en estos primeros siglos del Medievo. 

Entre los palinomorfos de carácter herbáceo documentados son preponderantes los indicativos de medios antropizados y ruderalizados (caso de Cichorioideae, Aster t., Cardueae o Scrophulariaceae), dando cuenta de la existencia, en el entorno próximo al yacimiento, de pastizales nitrófilos dominados por gramíneas de clara vocación pastoril (Poaceae). 

Resulta evidente, por tanto, la existencia de una cabaña ganadera en las cercanías del asentamiento que favoreció el desarrollo de pastos antropozoógenos de Chenopodiaceae/Amaranthaceae, Plantago lanceolata t. y Urtica dioica t.

En este sentido, los estudios faunísticos evidencian la presencia de una importante cabaña bovina, al registrarse porcentajes del 50%, con presencia menos importante del ovicaprino (24,6%) y escasa del porcino (10,7%). 

Si a esto le añadimos que el ganado vacuno ofrece un modelo de aprovechamiento destinado a conseguir prioritariamente productos secundarios (pieles, leche y fuerza mecánica), puesto que conservamos mayoritariamente individuos en edad adulta y subadulta, es posible presumir una estrategia ganadera orientada fundamentalmente hacia la cría de ganado para el consumo de productos lácteos (vacas lecheras) y las tareas agrícolas (bueyes). 

En efecto, el yugo de bueyes se presenta en la documentación escrita como la base de trabajo de las unidades de explotación campesinas en esta época, diferenciando a los que poseen o no bueyes y a los que disponen de dos, uno o ninguno (Clemente, 2004: 41). No puede descartarse, además, el uso de otros animales de tiro para las labores agrícolas, caso de los équidos (cuya registro alcanza el 12,8%), que no haría sino refrendar la existencia de una estrategia ganadera perfectamente integrada con la agricultura (Figura 7.10).

Figura 7.10. Frecuencias porcentuales de las cabañas domésticas durante los siglos VIII-XII (% NR).

Lógicamente, el ganado ovicaprino y porcino muestra la presencia de otras cabañas desvinculadas de las prácticas agrícolas. Si con los suidos parece claro que se busca un aprovechamiento exclusivamente cárnico, con las ovejas y cabras se persigue un aprovechamiento mixto, tanto de carne como de productos secundarios (lana, leche o reproducción). 

A este respecto, resulta sintomática la aparición de varias fusayolas en los niveles domésticos de la casa que permiten estimar la importancia de las labores textiles (hilatura de la lana) y del pastoreo de ganado ovino. Asimismo, resulta palpable el papel secundario que desempeñó el ganado porcino desde el punto de vista alimentario, con porcentajes que apenas superan el 10%. Esta tendencia parece reproducirse en otros conjuntos óseos alaveses (Zaballa y Zornoztegi), rebatiendo las teorías que otorgan un papel fundamental al cerdo en la alimentación de la época (Grau, 2009: 134).

La escasez de animales salvajes (19) es otra de las características que comparten Gasteiz y otros yacimientos alaveses (Ibidem: 134; Gil, 2004: 290ss), denunciando un uso limitado del bosque, donde se recogería madera y carbón vegetal, se ejercería el pastoreo del ganado, pero apenas se practicaría la caza. 

Su explicación podría buscarse, más que en el hecho de ser un privilegio reservado a determinadas minorías aristocráticas (Salvadori, 2008: 62ss), en que la demanda interna de carne estaba cubierta con los animales domésticos. 

En este sentido, la escasa presencia en el ganado bovino y ovicaprino de elementos anatómicos pertenecientes al tronco (tales como vértebras o costillas) permite suponer que una parte importante del ganado fue sacrificado –y, por consiguiente, criado– fuera de la unidad doméstica, de lo cual se deduce a su vez que la demanda de carne era parcialmente satisfecha por otras explotaciones, muy posiblemente a través de circuitos comerciales de escala comarcal.

– El bosque. Desde el punto de vista potencial, el panorama arbóreo de los bosques coincide con los palinoformos arbóreos identificados en los análisis palinológicos, mostrando un paisaje dominado por las formaciones boscosas de quercíneas caducifolias. 

Principalmente quejigares basófilos supramediterráneos de Quercus faginea, acompañados en menor medida por los robledales mesófilos y basófilos de Quercus robur (con rosáceas arbustivas y arces campestres), de Quercus pubescens (con boj) o, con mucha menor probabilidad, de los melojares acidófilos de Quercus pyrenaica. 

Se aprecia, asimismo, una tendencia a la mediterraneidad hacia el oeste, coincidiendo con el mínimo de precipitación de toda la Llanada. Además, con la paulatina pérdida de altitud de los Montes de Vitoria hacia occidente, a partir del Monte Zaldiaran comienzan a desparramarse hacia la Llanada manchas de carrascales de Quercus ilex (encinas, carrascas y coscojas) procedentes de las laderas asolanas de la vertiente treviñesa.

El hayedo (Fagus sylvatica) cabe situarlo en el extremo meridional del territorio, predominando en las umbrías a partir de los 650 metros de altitud, fundamentalmente en el área cimera de los Montes de Vitoria, donde se aprovecha de la condensación de la abundante humedad atmosférica. Aparte del cortejo florístico habitual de esta formación boscosa (fresnos, espinos, serbales, abedules, acebos...), destacaría la presencia de algunos ejemplares de boj, lo que nos indica el carácter transicional del área estudiada.

Por último, la vegetación potencial circundante a los cursos fluviales estaría constituida por fresnedas y olmedas ceñidas en una estrecha franja paralela al cauce, una cobertura arbórea identificada también en los espectros polínicos recogidos en la catedral de Santa María. En los cauces más caudalosos, caso del Zadorra, tendríamos la aliseda de transición, constituida –aparte del aliso– por un amplio espectro de flora arbórea, por lo general de la región eurosiberiana, como fresnos, robles, olmos... que soportan aceptablemente la humedad edáfica (Figura 7.11). 

En cualquier caso, no parece que el entorno de Gasteiz fuera un lugar especialmente húmedo, habida cuenta de la ausencia de animales anfibios en el estudio faunístico y de humedales cercanos en el diagrama polínico.


(19) Sólo se han reconocido restos de ciervo.



Figura 7.11. Vegetación potencial del cauce del Zadorra (Foto: A. Martínez Montecelo).

Este rico panorama arbóreo y arbustivo se encuentra también representado en los análisis antracológicos realizados, mostrando una explotación muy diversificada del bosque, con la madera de roble/quejigo (57,6%), rosáceas (29,8%) y haya (9,4%) como taxones principales. 

Una de las especies más identificadas en nuestro estudio es el roble caducifolio, cuya pesada madera ha sido empleada tradicionalmente en la construcción por su excelente resistencia intrínseca y durabilidad. Su utilización en los principales edificios de la unidad doméstica está fuera de dudas, al haberse registrado restos in situ de gruesos postes de esta madera (completamente carbonizados) en los agujeros de poste que integraban, por ejemplo, la longhouse.

Junto al roble se localizan matorrales divididos en brezales-argomales y brezales altos (mas abundantes en las comarcas montañosas), así como espinares y prebrezales margosos. La madera de estos arbustos suele ser muy buen combustible, empleándose también para elaborar algunas piezas de los arados y otros utensilios, especialmente con el Acer campestre, sin olvidar que sus hojas sirven como forraje para el ganado.

Especial atención merece la importancia porcentual de las rosáceas (29,8%), una circunstancia que no suele ser habitual. Se trata de una familia muy amplia que incluye Pomoideas (especies como el manzano, peral, espino albar...) y el género Prunus (cerezo, melocotón…), si bien resultan imposibles de identificar a nivel de especie. 

Su presencia, en consecuencia, podría indicar que existe una orla forestal espinosa importante en el entorno, un extenso cultivo de frutales o bien una combinación de ambos. No obstante, la escasa presencia de semillas frutales en los estudios carpológicos parece apoyar la primera hipótesis, más aún cuando las rosáceas se registran de forma masiva en los contextos asociados a la instalación siderometalúrgica de la unidad doméstica, como más adelante veremos. 

Conviene recordar, en este sentido, que la madera del espino albar es muy parecida a la del brezo, una especie frecuentemente utilizada como combustible y carbón vegetal, del mismo modo que el haya, cuya madera, blanca, dura y de textura uniforme también es apreciada en ebanistería.

De hecho, hacia mediados del siglo IX se documenta una acuciante deforestación a nivel regional, según se recoge en los espectros polínicos que cifran la cobertura arbóreo-arbustiva en un 20%.

Todo apunta a que este descenso en la masa arbórea sea causa directa de la intensa actividad carbonera realizada en los bosques, asociada principalmente al desarrollo del trabajo siderometalúrgico efectuado en aldeas como Gasteiz y Bagoeta (Azkarate, Martínez, Solaun, 2011). 

El haya parece ser una de las especies más utilizadas como combustible en estas instalaciones, por lo que sus bosques serían los más afectados por esta deforestación, sin olvidar el roble por su empleo preferente como material de construcción en los edificios.

El descenso del hayedo y el robledal explicaría la importante presencia del abedul (7-8%) –sólo superado por las quercíneas caducifolias con un 8-9%– que, como árbol oportunista, suele invadir los grandes claros del bosque dejados por aquellas especies, permitiendo que puedan desarrollarse a su sombra (Figura 7.12).

Figura 7.12. Frecuencias porcentuales de los datos antracológicos durante los siglos VIII-XII, sin incluir contextos con evidencia de actividad metalúrgica.

Las actividades artesanales. En la unidad doméstica que analizamos se desarrollaron, además, otras actividades de carácter artesanal. Una de las más importantes fue, sin duda, la producción de hierro.

Los análisis metalográficos efectuados a varias muestras de escoria han revelado la presencia de dos tipos de materiales relacionados con las diferentes fases de trabajo en la obtención y elaboración de hierro. 

En primer lugar, encontramos un tipo de escoria derivada del proceso de reducción del mineral. Así lo sugieren sus características morfológicas (forma nodular), la estructura predominantemente fayalítica y la escasa presencia de wustita en la muestra. Otro elemento que parece apoyar la interpretación de estas escorias como resto de reducción es la presencia de varias partículas de hierro metálico dispersas en algunas zonas de la muestra, cuya forma (con bordes redondeados y completamente embebidas en la matriz de la escoria) parece confirmar también su posible vinculación a operaciones pirometalúrgicas para la obtención del metal bruto.

Junto a este primer tipo de escoria se documenta un segundo que difiere tanto en su aspecto como en su microestructura. 

En concreto, la morfología plano-convexa de las muestras (considerada una forma típica de las escorias de forja), la conformación inmadura de los cristales de la matriz (con una composición que no corresponde a la de una fayalita pura) y la abundante presencia de wustita (recubriendo casi enteramente las muestras), permiten clasificar este segundo tipo como materiales resultantes de actividades de post-reducción. 

Se caracterizan por su alto contenido en óxido de hierro (60,4% FeO), proporciones significativas de sílice (aprox. entre 25,3% SiO2) y cantidades apreciables de calcio (6,85% CaO) y aluminio (6,05% Al2O3). También se han detectado proporciones menores de MnO, K2O y TiO2, probablemente incorporados a la escoria a partir de los minerales y de los fundentes empleados, de las cenizas del carbón o bien como contaminación del suelo arcilloso o de las paredes del horno.

Figura 7.13. Recreación de la instalación metalúrgica documentada en Gasteiz (ss. VIII-IX d.C.) (Dibujo DBOLIT).

En conclusión, las analíticas demuestran la existencia de materiales relacionados con la cadena operativa completa, desde la reducción del mineral

a la forja de objetos, pasando por la depuración de las esponjas de metal bruto. Aunque somos conscientes que sólo un muestreo más amplio y exhaustivo permitirá precisar con mayor exactitud la envergadura e importancia de la producción siderometalúrgica desarrollada en Gasteiz, la sola constatación de este tipo de evidencias en el seno de un asentamiento altomedieval de la Llanada alavesa constituye uno de los avances que mayor interés despierta en la investigación, permitiendo revisar algunos paradigmas historiográficos que vinculaban exclusivamente esta actividad con instalaciones asentadas en espacios de montaña (20).


(20) Las recientes excavaciones en el asentamiento ferrón de Bagoeta (Arrazua-Ubarrundia) no hacen sino confirmar la importancia que alcanzó la actividad siderometalúrgica en los asentamientos de la Llanada alavesa desde fechas muy tempranas (Azkarate, Martínez, Solaun, 2011).


 

La evidencia de metalurgia primaria plantea, por un lado, la interesante cuestión sobre el aprovisionamiento del mineral de hierro, en tanto que el paisaje mineralógico de Vitoria carece de este sólido. 

Los análisis de escorias de reducción establecen cómo el contenido apreciable de manganeso en la matriz de la escoria y en la wustita podría atribuirse al mineral empleado en la producción siderúrgica, siendo las mineralizaciones de óxidos de Fe-Mn bastante comunes. Aunque quedaría pendiente comprobar qué tipo de asociaciones existen en los depósitos de minerales férricos de las zonas mineras cercanas a Vitoria, todo apunta al entorno de Legutiano como coto minero de aprovisionamiento, tanto por la riqueza de indicios como por su proximidad.

El mapa de indicios de la figura 7.14 permite observar algunos de los yacimientos férricos diseminados desde la sierra de Elgea hasta las estribaciones del Gorbea, en la mayor parte de los casos pequeños afloramientos superficiales de óxidos de hierro (principalmente goethitas) procedentes de la estructura geológica del anticlinal de Bilbao.

Como señalábamos recientemente (Azkarate, Martínez, Solaun, 2011), aunque sus recursos ferruginosos pudieran parecer actualmente muy limitados, creemos que todos estos yacimientos alcanzarían volúmenes suficientes como para ser explotados en época medieval, debiendo tener presente la no coincidencia entre lo que hoy se entiende por explotación minera y lo que se entendería en época medieval donde, más que la cantidad, se buscaba la facilidad de extracción del mineral y el alto contenido en hierro (Argüello, 1998).

Prueba de ello es la amplia tradición ferrona atestiguada en Legutiano desde época bajomedieval, cuyo fuero (Villarreal de Álava. Año 1333) reserva para el rey las «minas de oro, o de plata, o de fierro, o de otro metal cualquiera», así como el derecho a autorizar la construcción de nuevas ferrerías. O en 1371, cuando el monarca Enrique II concede esta villa a Juan de San Juan de Avendaño, incluyendo, entre otras cosas, sus «terras e benas e aguas corrientes e estantes» (Dacosta, 1997: 72).

La cercanía es otro de los factores que induce a pensar en esta zona como mena primaria, al ser el espacio con indicios mineros más próximo a Vitoria.

Aunque desconocemos la distancia desde la cual la obtención de las materias primas resultaría poco rentable para la instalación de un establecimiento siderúrgico altomedieval, los apenas veinte kilómetros que separan los indicios mineros de Vitoria no parecen un trayecto excesivamente costoso, documentándose relaciones comerciales a nivel comarcal que superan esta distancia (21).


(21) Valga como ejemplo que las cercanas ferrerías de Ara maio se surtían del mineral extraído en Udala (Arrasate), dis tante aproximadamente 10 kilómetros.

Así, en 1550, Lucas y Martín de Erguen, vecinos de Mondragón, se comprometen a servir a la ferrería de Zalesan 112 quintales de vena, tal y como salía de la mina, «para hacer acero llamado arrabio». Distan cias de hasta 70 kilómetros recorrían las yuntas de bueyes que transportaban el mineral desde las minas de Somorrostro, en Bizkaia, cuyo viaje duraba una semana en la ida y la vuelta (Elejalde, 1996: 265-266).


 

Así, debemos ser conscientes de la estacionalidad del trabajo ferrón en estos primeros siglos medievales y, en consecuencia, del limitado volumen de mineral necesario para cubrir las necesidades de su producción, en ningún caso comparables a las de las posteriores ferrerías hidráulicas. 

En la misma línea, resulta lógico pensar también en una selección previa del mineral a pie de mina e incluso de calcinaciones o pruebas de reducción destinadas a reducir la cantidad de mineral a acarrear, dado el esfuerzo que implicaba su transporte (Larrazabal, 1996).

Para la reducción del mineral en los hornos y la forja del metal bruto en barras u objetos acabados era imprescindible el carbón vegetal, elaborado mediante el sistema tradicional de carboneras. Ni que decir tiene que estas labores exigían una amplia masa boscosa en las cercanías de la instalación ferrona, de la que los análisis palinológicos dan buen testimonio. 

Como indicamos páginas más arriba, la riqueza forestal de Gasteiz y su entorno en los primeros siglos altomedievales superaba con creces el panorama actual, tanto en cotas altas de montaña, donde sobresalía el haya, como en zonas bajas de la Llanada, donde predominaban las formaciones boscosas de quercíneas caducifolias, principalmente quejigares, acompañados de un diversificado elenco florístico formado por olmos, arces, fresnos, alisos, abedules y otras especies pertenecientes a la familia de las rosáceas.

Este rico panorama arbóreo y arbustivo se encuentra parcialmente representado en los análisis antracológicos efectuados a los contextos arqueológicos relacionados con la instalación siderometalúrgica (Figura 7.15) (22), registrando una presencia mayoritaria de muestras pertenecientes a la familia de las rosáceas (69%), acompañadas en menor medida del roble (18%) y del haya (8%). 

Otras maderas muy poco representadas son el acer tp. campestre (arce), el cornus sanguinea (corno), el ulmus (olmo) o el fraxinus (fresno). Es decir, especies características del piso vegetal en que se ubica el yacimiento que denotan una explotación diversificada de la masa arbórea circundante, aunque con una selección preferente de las rosáceas, muy posiblemente de los matorrales fruticosos espinescentes (23). 

Una explotación diversificada, aunque planificada, cuya estrategia se fundamenta en la combinación de las especies de matorral –las cuales proporcionan un fuego muy vivo que hace subir la temperatura del horno rápidamente– con las maderas arbóreas duras (encina, roble, haya...), que mantienen una temperatura estable durante tiempo.

Figura 7.14.  Mapa de indicios mineros yacimientos férricos dise minados desde la sierra de Elgea hasta las estriba ciones del Gorbea.(Fuente: Ente Vasco de Energía).


(22) El muestreo se realizó con el material procedente de 5 unidades estratigráficas (UUEE 24116, 24117, 24118, 23953 y 24115) asociadas a un fondo de cabaña interpretado como almacén (A5).

(23) Se trata de una familia muy amplia, imposible de identificar a nivel de especie, que incluye el género Prunus (cerezo, melocotón…) y las Pomoideas (manzano, peral, espino albar...; este último de madera muy dura, parecida a la del brezo, frecuentemente utilizada como combustible).


 

Figura 7.15. Datos antracológicos porcentuales correspondientes a los contextos relacionados con la instalación siderometalúrgica identificada en Gasteiz.

Similar situación se desprende de los estudios antracológicos efectuados en otras estructuras de combustión artesanales, como por ejemplo los hornos cerámicos de la Casa de los Tiros en Granada (Rodríguez-Ariza, 2005: 207-208). 

O, incluso (con diferentes especies seleccionadas), en dos instalaciones metalúrgicas de territorio vizcaíno: Ilso Betaio y monte Oiola IV. Así, en ambos yacimientos se documentaó una gran diversidad de especies arbóreo-arbustivas, si bien con un uso mayoritario del haya en Ilso Betaio –seguida de roble y acebo– y del roble en Oiola IV –seguido del haya, aliso y avellano– (Zapata, 1997).

El último elemento determinante para la ejecución del proceso de producción es el agua, indispensable para el lavado del mineral de cara a eliminar la ganga no metálica (arcillas, piedras, etc.) y la forja del hierro. En Gasteiz, además del agua contenida en el acuífero cuaternario, existen varios cursos de agua que bañan la base occidental y oriental del cerro (arroyo Zapardiel, Errekatxiki, etc), por lo que su abastecimiento se encontraba asegurado.

La estructura dendrítica de la wustita presente en la escoria analizada nos proporciona información adicional de las condiciones termodinámicas del horno en el que se produjo la reducción del mineral, indicándonos temperaturas elevadas del orden de 1300-1350º C. 

Además, la presencia de esqueletos dendríticos de largo desarrollo sugiere que estas temperaturas se mantuvieron durante un tiempo prolongado y que se produjo un enfriamiento lento de la escoria. 

Por otro lado, los porcentajes de sílice indican que el ferrón supo lograr una buena escoria de bajo punto de fusión, adecuada para el buen funcionamiento del horno. Con estos conceptos en mente, es plausible proponer que la reducción del mineral se realizase en hornos en columna semejantes a los documentados en el asentamiento de Bagoeta (Álava) o algunas instalaciones de monte (Figura 7.16) (24).

La esponja de hierro resultante de los hornos se trabajaría en la fragua con el fin de expulsar las impurezas (escorias, carbón vegetal...) y purificar la masa, permitiendo así la obtención de lingotes de hierro a partir de los cuales elaborar los diferentes objetos. No son muchos los vestigios exhumados de esta instalación, si bien es posible precisar una extensión de aproximadamente 600 m2 (Figura 7.13) (25). 

Con seguridad, conocemos la existencia de un espacio de trabajo central (A36) en torno al cual se levantarían las diferentes estructuras productivas de las que conservamos un fondo de cabaña utilizado probablemente como almacén (A5), un depósito de agua (A121) y una pequeña cerca o empalizada que define por el oeste la instalación (A33). 

Estas y otras estructuras auxiliares se completarían con la fragua, un edificio del que no se han conservado restos «in situ» pero que cabe imaginar muy liviano, levantado con materiales perecederos y dotado de uno o varios fuegos bajos similares a los documentados en la fragua de fase 2 (26).

Estos hogares, con o sin aislamiento perimetral de piedra, se muestran como las estructuras de combustión más extendidas de cara a desarrollar las actividades de post-reducción, donde, en condiciones oxidantes, se llegarían a alcanzar temperaturas suficientemente altas como para otorgar al metal una maleabilidad que permita su trabajo con martillo y yunque. Asimismo, el hallazgo de yunques de hueso utilizados por los herreros para afilar hoces reflejaría labores de forja en la instalación, concretamente la producción de hoces dentadas para la siega (Figura 7.17) (27).


(24) Los hornos documentados en Bagoeta pertenecen al tipo de hornos en columna con salida de evacuación para las escorias (slag-tapping furnace), de tipología ampliamente difundida en Europa occidental (Tylecote, 1987). Otro interesante ejemplo de horno en columna, en esta ocasión sin fosa de colada para las escorias, ha sido descubierto recientemente en el Monte de Callejaverde, en Muskiz, Bizkaia (Fernández Carvajal, 2008).

(25) La ausencia de mayores restos debe imputarse al propio carácter perecedero de las construcciones que integraban esta instalación y a su localización en el centro urbano de una ciudad.

(26) Fragmentos de arcilla rubefactada pertenecientes a estos hogares se documentan en los mismos estratos donde aparecen contenidas las escorias, denunciando su contemporaneidad.

(27) Todos los yunques recuperados son muy similares, correspondientes a huesos de bóvido o caballo facetados y alisados en dos caras de la diáfisis, donde destacan una serie de incisiones dispuestas en bandas paralelas. Recientes trabajos etnoarqueológicos (Aguirre, Etxeberria, Herrasti, 2004) han permitido constatar que hasta bien avanzado el siglo XX, numerosos herreros seguían utilizando estas piezas de hueso para elaborar, tanto el dentado de la hoz, como afilar o reavivar los dientes a medida que era usada para segar el cereal. 

A grandes rasgos, el procedimiento empleado consistía en aplicar un cincelado perpendicular sobre el borde cortante de la hoz, apoyada previamente sobre el hueso, de modo que cada golpe incrusta la punta del cincel sobre la superficie del hueso, quebrando el borde y produciendo el dentado. Con cada pieza de hueso, proporcionado por el carnicero más próximo, solían picarse dos hoces, ya que después se hacían inservibles.


 

Lo importante, en cualquier caso, es recalcar que, desde la unidad doméstica que venimos analizando, se controlaba todo el proceso de producción siderometalúrgico.

Figura 7.16. Recreación del trabajo metalúrgico en un horno similar a los registrados en Bagoeta (Dibujo DBOLIT).

 

Figura 7.17. Recreación de un herrero trabajando una hoz dentada. Abajo, a la derecha, yunques de hueso recuperados en las excavaciones arqueológicas de Gasteiz (Dibujo DBOLIT; Foto Cesar San Millán).

No puede decirse lo mismo de la producción cerámica, más bien lo contrario. Sin descartar que un porcentaje de la producción identificada con la cerámica grosera (Grupo I) y la cerámica micácea (Grupo V) fuera realizada en el seno de la propia aldea, en general hay que decir que la cerámica consumida debió ser elaborada mayoritariamente por artesanos itinerantes y talleres especializados instalados en el entorno regional. 

No existiría, sin embargo, una fuente de abastecimiento principal, aunque sí una oferta social y funcionalmente diferenciada, donde la cerámica destinada al fuego estaría mayoritariamente en manos de la producción local e itinerante, mientras que la destinada al servicio, transporte o conservación de alimentos en talleres supralocales. Con todo, el ajuar básico de nuestra unidad doméstica estaría compuesto por dos o tres formas de cocina, acompañadas en menor medida por algunas piezas de transporte y conservación de alimentos.

Además, existen otros talleres especializados localizados fuera de Álava (concretamente de la zona de Cantabria, Palencia o Burgos) que también abastecen de cerámica a Gasteiz, destacando la cerámica pintada en rojo. Su consumo es, como resulta lógico pensar, muy reducido, por lo que puede considerarse una fuente de abastecimiento residual, aunque importante desde el punto de vista social.

Por otra parte, la gran diversidad de productos cerámicos consumidos (hasta 8 producciones diferentes) evidencia una demanda elevada y socialmente diferenciada, proveniente tanto de productos de primera necesidad (cerámica para cocinar) como de lujo (cerámica pintada). 

En cualquier caso, debemos ser conscientes de que los niveles de producción y consumo de cerámica en nuestro territorio se encuentran todavía lejos de los documentados a partir del siglo XI, por lo que la vajilla doméstica debió estar complementada con otros recipientes lígneos, tales como los cuencos, platos o jarros (28).


(28) Los acercamientos de tipo etnográfico también resultan especialmente reveladores para constatar la larga tradición histórica de la vajilla de madera en nuestro territorio, producida por el viejo oficio de la tornería. Así, hasta hace escasos años, los torneros de localidad alavesa de Santa Cruz de Campezo aún producían diferentes recipientes de uso doméstico, tales como platos, cuencos y morteros en madera de boj que muestran la fuerte implantación de esta práctica artesanal (Aguirre Sorondo, 1997).


 

Otra de las actividades artesanales detectada arqueológicamente es la textil, si bien desconocemos su importancia económica. Las principales evidencias materiales se concentraban en torno a la longhouse (A1), en cuyos niveles de amortización se recuperaron dos pequeñas piezas cerámicas recortadas y caladas en su zona central, de apenas 4 cm.de diámetro, que fueron utilizadas como fusayolas de un huso (cfr. 6.14. 

Otros materiales arqueológicos). Al noroeste de la longhouse se excavó además un pequeño edificio dividido en dos estancias (A3), una de las cuales poseía un pozo rectangular abierto en el suelo. Estructuras formalmente similares a esta última han sido interpretadas en contextos del norte europeo como telares, provistos de abrevaderos para incrementar la humedad y facilitar así la actividad textil, especialmente del lino (Hamerow, 2002: 39 y 215). 

De hecho, un agujero muy próximo a este edificio mostró una abundante cantidad de semillas de lino, muy superior al resto de muestras recuperadas en el espacio excavado. En cualquier caso, no debemos olvidar la importancia del lino como generador de aceite para cocinar, más aun cuando no se han registrado evidencias de otro tipo de aceite doméstico. 

La presencia de estas semillas de lino indicaría efectivamente su uso culinario, ya que los tallos para la producción de fibras se cosechan antes de la maduración de la semilla. Todo ello sugiere la presencia de una producción textil y culinaria del lino, cuando menos a nivel doméstico, que se mantendría estable hasta la primera mitad del siglo X, momento a partir del cual desaparece del registro arqueológico, en beneficio quizás de otras grasas y tejidos como la lana.

– El comercio. El reconocimiento de los diferentes sistemas de intercambio para la época y ámbito geográfico que nos ocupa pasa en el momento presente por el estudio, casi exclusivo, del registro arqueológico, principalmente de la cerámica.

Como ya indicamos en el capítulo dedicado al estudio de las producciones cerámicas altomedievales (cfr. 6.4. La cerámica medieval en Gasteiz), el cuadro productivo que nos ofrece esta primera etapa muestra una gran variedad de productos cerámicos consumidos en Gasteiz, cada uno de los cuales representa un nivel en la escala o magnitud del intercambio, pudiéndose distinguir entre el pequeño intercambio local, los intercambios regionales y los intercambios a larga distancia, principalmente de objetos de lujo. Hay que añadir, en cualquier caso, que estos intercambios no tuvieron por qué tener siempre un componente económico (sobre todo a escala local), sino también social, en forma de regalos y contraprestaciones que ayudarán al establecimiento de relaciones sociales.

El primero de los escalafones (intercambio local) afectaría, indistintamente, a los sistemas de producción domésticos y a otros más complejos como algunos alfares especializados asentados posiblemente en la aldea que también participan en redes de distribución más extensas. 

Encajarían en este modelo varias formas del Grupo I y del Grupo V que, documentadas de manera casi exclusiva y en porcentajes significativos en Gasteiz, pueden catalogarse como formas distintivas de este asentamiento y, en consecuencia, como una producción local cuya comercialización apenas ha superado el ámbito de la propia aldea.

Junto a estas producciones existen otras, vinculadas a talleres especializados del entorno, que evidencian la existencia de flujos comerciales a nivel comarcal entre asentamientos próximos. 

Nos referimos básicamente a la cerámica del Grupo VI, cuyas características compositivas certifican que sus sedimentos proceden de áreas geológicas externas a Gasteiz, muy posiblemente de la cuenca de inundación del río Bayas. De hecho, uno de los escasos alfares documentados arqueológicamente en época altomedieval se sitúa en la localidad alavesa de Rivabellosa, bañada por este río, cuya producción se comercializa en un radio de entre veinte y treinta kilómetros de distancia, principalmente en torno al trazado de la antigua Iter XXXIV que conecta esta localidad con Gasteiz (Figura 7.18).

La presencia además de algunas cerámicas groseras del Grupo I elaboradas en el mismo entorno geológico que las del Grupo VI denuncia que estas producciones formaron parte también de estos circuitos comerciales, un hecho que está empezando a ser constatado en otros contextos del País Vasco (especialmente, en el yacimiento vizcaíno de Gorliz), donde por primera vez se reconocen signos de especialización productiva similares a los registrados en las producciones de los grupos V y VI.

El registro cerámico documenta también algunas producciones de características técnicas muy concretas que permiten ser catalogadas como importaciones provenientes de talleres localizados en la zona de Cantabria, Palencia o Burgos, confirmando la participación de la aldea de Gasteiz en sistemas de distribución suprarregionales, aunque sea de manera puntual. 

El hecho de tratarse de bienes de carácter minoritario y de circulación limitada implica que se trata de objetos de lujo (especialmente la cerámica pintada), lo que a su vez evidencia la capacidad de los habitantes de nuestra unidad doméstica para acceder a estos productos, disponibles sólo en circuitos comerciales de larga distancia. O lo que es lo mismo, la existencia de un grupo social privilegiado que gusta de reflejar su poder mediante el consumo y exhibición de esta serie de objetos.

 

Figura 7.18. Mapa de distribución de la Olla 7-VI elaborada en el alfar de Rivabellosa (siglos VIII-XI).

En la misma línea puede ser interpretado la presencia de un dirham de plata acuñado en el año 716-7 d.C., aunque recuperado en un contexto del siglo X. Su sola presencia, independientemente de que se trate de una moneda residual o en plena circulación, puede y debe ser calificada como un bien de autentico «prestigio», especialmente en un territorio como el nuestro donde la circulación monetaria era muy escasa y la moneda gozaría de alto valor por el solo hecho de ser de plata.

Los intercambios comarcales alcanzaron también a otro tipo de productos de primera necesidad como la carne, evidenciando la existencia ya de una economía que demanda y genera excedentes para su intercambio fuera del ámbito propiamente local. 

En este sentido, el estudio arqueofaunístico ha podido estimar que tanto la cabaña bovina como ovi-caprina muestran una escasa presencia de elementos anatómicos pertenecientes al tronco (tales como vértebras o costillas), pudiendo suponer que una parte importante del ganado fue sacrificado –y, por consiguiente, criado– fuera de la unidad doméstica, de lo cual puede deducirse que la demanda de carne era parcialmente satisfecha por instalaciones ganaderas situadas en el entorno geográfico.

Del mismo modo sabemos que el aprovisionamiento de mineral de hierro a la instalación sidero-metalúrgica documentada en Gasteiz debía efectuarse desde cotos mineros asentados en los alrededores de Legutiano, distantes más de veinte kilómetros. O los molinos de mano rotativos, cuya procedencia geológica del Sinclinal de Treviño exige de unas redes de distribución que cubrieran el trayecto con Gasteiz, aunque sea de manera estacional.

No debemos, sin embargo, sobredimensionar estos intercambios, en tanto que existen otros factores que revelan un cuadro comercial aún poco complejo.

Es el caso de la producción cerámica de tipo itinerante, cuya demanda en la aldea durante esta primera fase alcanza porcentajes superiores al 30%, reflejando el predominio de unas redes de distribución de pequeña intensidad, incapaces de proporcionar el abastecimiento general del territorio. 

Así, en aquellas zonas donde hay demanda de unos determinados productos que requieren de artesanos especializados (en nuestro caso de cerámica) pero no existe oferta o unas redes comerciales estables, la solución pasa por la llegada de cuadrillas de artesanos que abarcarían amplias zonas geográficas.

Atendiendo al registro cerámico, es posible reconocer la presencia de una cuadrilla de olleros itinerantes trabajando desde, al menos, el siglo IX en territorio alavés y riojano. No se puede hablar, en consecuencia, de comercio a larga distancia, sino de alfareros que en determinadas épocas del año se trasladarían por las diferentes aldeas, entre ellas Gasteiz, produciendo lo que necesitaban sus vecinos.

La estrategia agrícola descrita páginas atrás puede interpretarse en similares coordenadas, al mostrar un reparto muy diversificado de los cultivos orientados a disminuir riesgos. El recurso a regímenes agrarios mixtos como éste es, de hecho, un recurso básico de subsistencia ante la pérdida de una cosecha que denota la presencia de unas redes comerciales poco estables, en las que resulta arriesgado confiar sistemáticamente en una sola cosecha para abastecerse de los alimentos básicos (Wickham, 2009: 992).

 

Figura 7.19. VITORIA-GASTEIZ Siglo XII D.C (Dibujo DBOLIT).

 

Figura 7.20. VITORIA-GASTEIZ Siglo IX D.C (Dibujo DBOLIT).

7.2.2. SEGUNDO PERIODO (CA. 950-1000 D.C.).

Algo sucedió a mediados del siglo X en la primitiva Gasteiz, algo capaz de producir importantes transformaciones en el lugar. Nada nos dicen las fuentes escritas al respecto pero algunos de esos cambios –y sus posibles causas– son, por fortuna, detectables arqueológicamente.

Lo primero que llama la atención es el nivel de incendio que marca la amortización de algunas de las estructuras descritas para el periodo anterior, especialmente visible en la longhouse (A1), en cuyas rozas y agujeros de poste podían observarse todavía las improntas carbonizadas de sus pies derechos. No nos parece aventurado suponer, como hipótesis de trabajo, una relación causa-efecto entre el incendio y la posterior reurbanización. Más complicado resulta aventurar si el incendio, y la consiguiente destrucción, pudieran haber sido intencionales o no.

No es menos sorprendente la modificación, que tras el incendio, se efectúa en la propia orografía del lugar mediante el recurso a grandes nivelaciones y aterrazamientos: todo el espacio que hasta la fecha ocupaban las diversas estructuras comentadas fue cubierto por un notable aporte de tierras, con el objeto de conseguir la explanación de la ladera y su posterior reurbanización. Una decisión de esta naturaleza exigió, sin duda, la movilización de importantes recursos y obliga a pensar, consecuentemente, en la existencia de alguien con suficiente autoridad como para ejecutarla con éxito.

Quizá no sea casual que, en este contexto, se constate precisamente la incorporación de nuevas técnicas constructivas y la aparición, por primera vez, de la piedra como material de construcción. El avance fue notable: por una parte porque los zócalos de piedra posibilitaban la deposición de potentes rellenos de arcilla que permitían corregir el buzamiento de la ladera y por otra porque, simultáneamente, mejoraban tanto la durabilidad como la eficacia de las estructuras portantes.

Lo cierto es que la nueva nivelación favoreció una urbanización más racional de los espacios y la creación de un nuevo modelo de casa, más compacto que el anterior y estructurado inequívocamente en torno a un patio de límites mucho más precisos. Describiremos brevemente la unidad doméstica registrada (Figura 7.21).

– Lo primero que llama la atención es la presencia de un gran patio central (A60), situado sobre el viejo espacio A66 y convertido ahora en escenario de una parte importante tanto de las ocupaciones sociales y familiares (fuegos bajos que evidencian puntos de reunión social, preparación y consumo de alimento) como de las actividades económicas (hallazgo de yunques de hueso utilizados por los herreros para afilar hoces que denotan su uso como espacio de trabajo ferrón).

– En su lado oriental, y sobre el mismo emplazamiento que ocuparan la longhouse (A1) y el recinto para el ganado (A34), se construyó un gran edificio rectangular (A57) de más de 30 metros de longitud, 7,80 metros de anchura y una superficie conservada de 230 m². Las dimensiones son espectaculares para la época y, por sí mismas, ya denuncian la relevancia del lugar y de sus propietarios.

Los rasgos constructivos apuntan en la misma dirección: por primera vez en varios siglos se incorporará la piedra como material constructivo para las estructuras domésticas; los zócalos levantados con ella aislarán los pies derechos, garantizando así la mayor longevidad de las estructuras portantes; habrá también novedades en las paredes de cierre, con la incorporación de la técnica del façonnage direct (cfr. 6.11. Tipologías domésticas y técnicas constructivas en Gasteiz (siglos VIII-XII d.C.).

Figura 7.21. Recreación con base en el registro arqueológico de la unidad doméstica documentada en el segundo periodo (950-1000 d.C.) (Dibujo DBOLIT).

El acceso a esta gran estructura se ubicó en la fachada occidental, permitiendo la comunicación directa de la casa con el patio. Una vez en el interior, la única zona separada del resto mediante un pequeño muro era la cocina, situada en el extremo norte del edificio. 

Este punto focal de la vida diaria ocupaba aproximadamente una cuarta parte de la superficie total y fue capaz de albergar hasta dos hogares simultáneos, siempre situados junto a los muros. El resto del edificio es aparentemente un espacio único, al juzgar al menos por la ausencia de compartimentaciones internas evidentes. 

La presencia de fragmentos de arcilla con improntas vegetales en contextos secundarios sugiere, sin embargo, que pudo haber existido una tabiquería de materiales livianos y perecederos. Se tratarían, en cualquier caso, de pequeñas subdivisiones destinadas a uso habitacional y/o de almacén, en ningún caso para uso ganadero, dado que los análisis palinológicos realizados a los suelos de la casa han revelado la ausencia de esporas de Podospora, lo que sugiere una ausencia de ganado y, en consecuencia, de establos al interior. 

Además, es posible imaginar otros espacios aptos para el almacén de alimentos o la reserva cerealícola, como en el caso del silo documentado en la zona central del edificio o de los sobrados que menciona la documentación de la época: casa cum sotalo et soperatum (Cart. San Millán, nº 70, año 956).

– En el lado septentrional, sobre el lugar que en la fase anterior ocupaban dos edificaciones auxiliares (A2 y A3), se construyó una fragua (A59) trasladando, de esta manera, la antigua instalación ferrona (29) al corazón mismo de la nueva unidad de explotación. 

Lo más destacable, arqueológicamente, de este nuevo establecimiento es sin duda la conservación de un suelo sobre el que se construyeron tres hogares bajos (30) y dos depósitos de agua destinados muy posiblemente a sumergir y templar el hierro candente. Estas estructuras de combustión y la conservación del propio suelo son precisamente los elementos que permiten definir la forma y dimensiones del taller, de planta rectangular y 130 m2 de superficie, con algunos alzados semiabiertos para la libre salida de humos y gases.


(29) Que veíamos desplazada del espacio doméstico en las fases anteriores.

(30) Se trata de hogares situados a nivel de suelo o ligeramente sobreelevados, muy similares a los de uso doméstico, formados por una base de cantos rodados, sobre la cual se extiende una capa de arcilla muy decantada y rubificada. Es posible también la presencia de estructuras pétreas para su aislamiento perimetral.


 

El traslado de la fragua ocasionará, como resulta lógico pensar, cambios en la morfología y funcionalidad del espacio que acogía la antigua ferrería, convertido ahora en una extensa terraza agrícola de más de 500 m² de superficie en la que destacaba un pequeño edificio situado en el extremo oeste (A62).

La aparición de un molino de mano rotativo en los niveles de amortización de este edificio permite presumir la existencia de una zona de molturación del grano asociada al citado espacio agrícola.

– En el lado occidental se mantuvieron tanto los silos como el pozo de agua que veíamos en el periodo anterior (31).


(31) Nada sabemos del lado meridional por quedar fuera del espacio que podía ser intervenido arqueológicamente.


 

En síntesis, nos encontramos ante una nueva etapa en la historia del lugar, marcada por la acentuación de determinados indicadores de poder. Estos indicadores estaban ya presentes en la unidad doméstica del primer periodo (700-950d.C.): la casa poco articulada todavía, pero con sus reservas de excedentes y su propia instalación metalúrgica, se refuerza en la fase siguiente con la construcción de la longhouse, la estructura para la estabulación del ganado y el mantenimiento de los ámbitos artesanales y de stockage

Pero será en este segundo periodo (950-1000 d.C.) cuando los habitantes de la casa acometan importantes transformaciones en la organización del espacio (morfología más agrupada y compacta) y en los modos constructivos (recurso a grandes nivelaciones de tierra y reintroducción de la piedra), mostrando con mayor nitidez la actuación protagónica de una instancia de poder, capaz de causar probablemente el final de un ciclo y de gestionar sin duda el nacimiento de otro nuevo. Todo conduce a suponer que se está produciendo una lenta pero imparable gestación y decantación de jerarquías rurales que cristalizarán en la profunda revolución que acaecerá iniciado ya el nuevo Milenio.

Paisaje y economía.

– La agricultura. Tras más de dos siglos de estabilidad, el paisaje agrícola va a experimentar importantes transformaciones motivadas, sin duda, por sucesivos cambios en las estrategias agrícolas y ganaderas de la aldea. Los cambios más significativos que denuncian los análisis palinológicos para este periodo son el desplazamiento progresivo de los campos de cultivo fuera del entorno inmediato de los lugares habitados y el descenso de las zonas de pastos húmedos.

Como señalábamos, aunque los análisis palinológicos siguen confirmando la documentación de pólenes de cereal, sus porcentajes –inferiores al 3%– permiten estimar que las actividades de cerealicultura no se localizarían ya de forma mayoritaria junto al asentamiento, sino a cierta distancia, muy posiblemente en las tierras llanas del entorno, ocupando antiguas zonas de pasto. Así, aún cuando parecen mantenerse algunas parcelas de cereal inmediatas al núcleo habitado, la separación entre ambos espacios parece un hecho. La rapidez con que los costes de trabajo aumentan según se alejan
los campos de cultivo del poblado permite suponer que la separación entre ambos no sería, en todo caso, superior a uno o dos kilómetros.

La «lógica» del paisaje agrario de la Llanada y diversas referencias documentales bajomedievales (Ramos, 1999) apuntan hacia una morfología de campos cerrados (piezas o heredades) (32), muy similar a la mostrada por el agro vitoriano antes de la concentración parcelaria actual (Figura 7.22), si bien notablemente más reducida y discontinua en el espacio, en tanto que sólo se explotarían las tierras necesarias para el mantenimiento del grupo (33).


(32) El medio más utilizado para la delimitación de fincas es la mota, un montículo de tierra de forma y longitud variable sobre el que puede plantarse una hilera de matorrales o árboles. De hecho, en el documento del Apeo de Vitoria y su jurisdicción (1481-1486) hay continuas referencias al paso de ganados y los problemas que surgen cuando las nuevas roturaciones sobre zonas de pastos cierran sus antiguos pasos.

(33) Tanto la cartografía histórica del siglo XIX como la fotografía aérea efectuada a principios de los años 30 de la siguiente centuria permite reconocer un paisaje compuesto por una primera zona de huertas, situadas al interior e inmediaciones de la ciudad, seguida por un espacio de campos de cultivo caracterizado por el irregular entramado parcelario.


 

No parece, sin embargo, que estas transformaciones a nivel espacial supongan aún cambios importantes en la estrategia agrícola. Los análisis arqueobotánicos (Figura 7.6) siguen evidenciando un reparto muy diversificado de los cultivos, donde predomina la cebada vestida (36%), seguida por el trigo común (24%) y por el grupo de los panizos y mijos (19%). El centeno se documenta por primera vez en el yacimiento con una única semilla, al igual que una posible cariópside de cebada desnuda (Hordeum vulgare cf. nudum), evidenciando que se trata de cereales absolutamente menores. 

Las leguminosas cultivadas aumentan su representatividad respecto al periodo anterior (13% de los cultivos), habiéndose identificado lenteja (Lens culinaris), yero (Vicia ervilia), haba (Vicia faba) y guisante (Pisum sativum), aunque desconocemos la importancia relativa de cada especie dados los escasos hallazgos y la dificultad de identificación que presenta este grupo tras su carbonización.

Los frutos recolectados y árboles frutales cultivados siguen estando pobremente representados en las muestras, por lo que aparentemente la importancia de estos productos en el poblado debió ser escasa. Entre los frutos recolectados se ha documentado la endrina (Prunus spinosa) y la zarzamora (Rubus fruticosus) y entre las especies probablemente cultivadas la pera (Pyrus).

La ganadería. El retroceso y alejamiento de los pastos a las márgenes de los campos de cultivo se manifiesta en la disminución de la presión ganadera en el entorno inmediato a la aldea, toda vez que Plantago lanceolata t. está ahora ausente, lo mismo que las esporas de Podospora. Este hecho, en cualquier caso, no representa ninguna modificación en el sistema pecuario y el régimen alimenticio de carne mostrado en la fase anterior, manteniéndose un consumo mayoritario de ganado bovino (54,1%), seguido del ovicaprino (24%), donde una parte importante de los animales vendría ya sacrificado, muy posiblemente desde centros ganaderos existentes en la comarca, capaces de abastecer a Gasteiz de estos productos (Figura 7.10).

La presencia ahora de un importante número de vacas sacrificadas en edad infantil y juvenil confirmaría, efectivamente, la existencia de instalaciones ganaderas especializadas en la cría de ganado vacuno destinado al consumo cárnico, un hecho que ahonda en la querencia por el bovino doméstico en nuestro territorio.

– El bosque. El traslado de los campos de cultivo a antiguas áreas de pasto coincide también con el retroceso de los prados a zonas de monte y bosque. Se trataría de una zona con unos límites poco definidos respecto a la anterior, cuyos espacios no formarían grandes conjuntos independientes rodeando el término agrícola, sino que seguirían una disposición dispersa en pequeñas superficies, algunas de ellas subsistiendo incluso entre los campos de cultivo. Así parece reflejarlo la existencia de topónimos como basalde o landa en las inmediaciones de Gasteiz, testigos aislados de antiguas zonas de bosque, monte y pradera atacadas por continuos procesos de roturación (Figura 7.23).

Figura 7.22. Comparación de dos ortofotos (a la izquierda, año 2001, a la derecha 1957) del entorno de los pueblos de Castillo, Mendiola y Monasterioguren, muy próximos a Vitoria-Gasteiz. (Imágenes: Diputación Foral de Álava). A la derecha, morfología de campos cerrados presente en el agro vitoriano antes de la concentración parcelaria actual, con una disposición dispersa de bosques en pequeñas superficies, algunas de ellas subsistiendo incluso entre los campos de cultivo. La concentración parcelaria geometrizó el campo (imagen de la izquierda) y de un parcelario orgánico y espontáneo se paso a un campo reticulado y planificado. Esta concentración aumentó el tamaño de las explotaciones, canalizó arroyos, redujo el número de caminos y eliminó los setos vivos así como los pequeños islotes de bosque.

Figura 7.23. En las proximidades de Berrosteguieta aún podemos observar entre los campos algunos setos y pequeños rodales de bosque. La franja central de la imagen la ocupa el bosque de Armentia, uno de los quejigales de mayor extensión del término municipal de Vitoria-Gasteiz (Foto: A. Martínez Montecelo).

En lo que respecta a la cobertura arbóreo-arbustiva sigue siendo relativamente baja, aunque se aprecia cierta reforestación respecto a momentos precedentes, toda vez que asciende hasta el 24-25%. 

En estos momentos es muy sintomática la recuperación del robledal, incrementándose los valores del Quercus caducifolios por encima del 15%, a la vez que los taxones arbóreos se hacen mucho más abundantes a nivel cualitativo y cuantitativo: arce, avellano, fresno, acebo, pino, sauce, olmo y haya (Figura 7.12).

Sólo en el caso del aliso y del abedul se confirma su descenso porcentual, lo cual podría ser debido a un momento con menor humedad edáfica, a cierta presión antrópica personalizada en las formaciones de ripisilva o, en el caso concreto del abedul, al desarrollo del robledal (34).


(34) Recordemos cómo el abedul es un árbol oportunista que suele repoblar espacios vacíos de bosque, permitiendo que otras especies como el roble puedan desarrollarse a su sombra hasta que, al hacerse mayores, terminan por desplazarlo al quitarle la luz.


 

Las actividades artesanales. Ya mostramos páginas más arriba cómo la antigua instalación ferrona será trasladada al corazón mismo de la nueva unidad de explotación, un traslado que vendrá acompañado además por notables cambios en la actividad metalúrgica.

Por un lado, los análisis efectuados a las escorias recuperadas en los niveles de amortización del nuevo taller metalúrgico detectan únicamente materiales de post-reducción, tanto de depuración de las esponjas de metal como de la forja de objetos. 

Por otro, las estructuras de combustión exhumadas en el registro arqueológico pertenecen únicamente a hogares bajos, incapaces de alcanzar las condiciones termodinámicas suficientes como para obtener la reducción del mineral de hierro. Todo indica, en consecuencia, que la instalación documentada se corresponde con una fragua que desarrollaba numerosas funciones, desde producir lingotes de diversos tamaños y formas (35), hasta elaborar diferentes herramientas, aperos de labranza o clavazón, pasando por el herraje de las monturas (36). La presencia de un mínimo de tres hogares situados a ras de suelo denunciaría además que el herrero trabajaba arrodillado, con el yunque al alcance de su mano (Figura 7.24) (37).


( 35) El documento de la «Reja de San Millán» (1025) muestra la existencia de dos tipos de lingotes diferentes atendiendo a sus dimensiones: de cubito in longo (cubitus: 1,5 pies) et minores (quizás de 1 pie). La estandarización y escaso tamaño de los lingotes facilitaría su manejo y transacción, no sólo para
el pago al monasterio de San Millán, sino como moneda de cambio por otros productos.


 

El mineral de hierro sería reducido en otras instalaciones más próximas al coto minero (sierra de Elgea y estribaciones del Gorbea), las cuales abastecerían de metal a fraguas como la registrada en Gasteiz. Las últimas intervenciones arqueológicas efectuadas en el asentamiento ferrón de Bagoeta apuntan en este sentido, al constatar el mantenimiento de la actividad siderometalúrgica hasta el siglo XIV, respondiendo a una demanda procedente no sólo de la propia comunidad, sino de otras localidades del entorno regional (Azkarate, Martínez, Solaun, 2011).


(36) Parte de estos materiales (clavos, herraduras, yunques de hueso para afilar hoces dentadas...) han sido documentados en el suelo y los niveles de amortización de esta fragua.

(37) La arqueología está demostrando cómo hasta el siglo XV los hogares seguían instalándose a ras de suelo en las fraguas (Azkarate, Solaun, 2007 y 2009; Plata, Saiz, Benedet, 2010). Algunos textos medievales existentes en la Biblioteca Británica y Bodleiana (como el Romance de Alejandro del año 1340) muestran también ilustraciones de herreros trabajando arrodillados junto a hogares bajos.


 

Todo apunta, en consecuencia, a una especialización y reorganización de la producción del hierro en los asentamientos más alejados a los cotos mineros que se manifiesta en la separación de los trabajos metalúrgicos, perdurando únicamente el trabajo de forja. Las causas de este cambio en la estrategia productiva pueden buscarse en la acuciante deforestación del entorno próximo, documentada ya desde el siglo IX por los análisis palinológicos, y en el aumento significativo de la producción, circunstancias que harían poco rentable el mantenimiento de una actividad metalúrgica primaria en zonas alejadas de los veneros.

Esta misma especialización productiva se constata también en la cerámica, al registrarse un aumento significativo de la vajilla elaborada en talleres del entorno regional, cuya producción evidencia claros signos de especialización y cooperación entre alfares. La aldea inicia así su rol de centro «comprador», adquiriendo más del 65% de la cerámica consumida en estos talleres regionales.

 

Figura 7.24. Recreación de la fragua documentada en Gasteiz (2ª mitad siglo X) (Dibujo DBOLIT).

Esta especialización productiva emerge, casi de manera coetánea, junto a la exigencia, por parte del monasterio de San Millán de la Cogolla, de un canon en rejas de hierro a casi 300 pueblos alaveses, entre ellos Gasteiz, tal y como recoge la «Reja de San Millán», año 1025 (Ubieto, 1976). 

Esta concordancia cronológica ha hecho que, en numerosas ocasiones, la imposición feudal en especie se esgrima como uno de los factores principales de la especialización productiva. No creemos sin embargo que, en el caso concreto de Gasteiz, exista relación directa, ni muchos menos que el canon deba interpretarse como un signo de control sobre la producción por parte de los grandes monasterios, como puede advertirse en otros territorios peninsulares (Gutiérrez, Argüello, Larrazabal, 1993). Así parece reflejarlo el reducido pago en hierro que debía pagar cada aldea a San Millán (38). 

Por poner un ejemplo, Gasteiz –que satisfacía el mayor número de regas posibles (tres)– estaría obligada al pago de cerca 20 kilos de hierro al año que, sumados a los aportados por el resto de poblaciones alavesas, no superarían los 2.500 kilos (39). 

En consecuencia, no parece que el pago de rejas a San Millán fuera causa directa de la especialización ferrona, aunque no cabe duda que su imposición dinamizaría este sector, hasta el punto de provocar importantes cambios en la sociedad campesina, en la cual el herrero habría ocupado una posición social relativamente elevada (Zagari, 2005: 100).

– El comercio. La especialización artesanal a la que estamos haciendo alusión requiere, sin lugar a dudas, de una redes comerciales lo suficientemente estables como para intercambiar los excedentes generados en los diferentes talleres. Dicho de otro modo, la especialización de los artesanos sólo es posible con un mercado estable.


(38) Del mismo modo, la cantidad pagada en andoscos (res de ganado menor que tiene más de uno o dos años) por algunos pueblos era muy reducida, limitándose a un sólo animal por cada cuatro o cinco pueblos.

(39) El documento de la Reja diferencia dos tipos de lingotes o rejas: de cubito in longo y minor. Lamentablemente carecemos de más datos respecto al grosor o peso de estos lingotes, aunque atendiendo a su longitud no parece que superaran en ningún caso los seis o siete kilos de peso. Esta estimación está basada en la barra de una vara de largo, el doble que un codo (3 pies), cuyo peso oscilaba entre los 13 y 15,5 kilos (Diez de Salazar, 1983: 103ss). La estandarización y escaso tamaño de los lingotes facilitaría su manejo, como apunta J. Larrazabal, no sólo para las transacciones comerciales sino para la transformación del hierro en útiles (1996: 689).


 

Esta sola constatación sería suficiente para suponer la existencia, ya para el año 950 d.C., de un cuadro comercial bastante más complejo del delineado en la fase anterior, donde se produciría un aumento y reforzamiento de los intercambios, al menos, a nivel regional. La cerámica, como principal fuente de estudio de los sistemas de intercambio, confirma esta tendencia y evidencia un importante desarrollo en las relaciones comerciales de la aldea, muy posiblemente a través de mercados establecidos en ésta y otras aldeas. Tres son los factores que permiten vislumbrar esta nueva coyuntura:

1. El aumento del volumen de cerámica consumida, convirtiéndose ya en el principal componente de la vajilla doméstica.

2. El aumento de las producciones elaboradas en talleres especializados del entorno regional.

3. La desaparición de la producción doméstica e itinerante.

El considerable aumento de la demanda (es decir, del volumen de cerámica consumida) va íntimamente ligado al incremento de las producciones especializadas, al incentivar el desarrollo artesanal. 

La mecánica de este sistema precisa, a su vez, de una red de distribución mínimamente desarrollada que permita los intercambios comerciales de la aldea con el exterior (mercados), en tanto que las producciones cerámicas consumidas en Gasteiz son mayoritariamente elaboradas en el entorno comarcal (40).

La desaparición de la producción doméstica e itinerante es otro de los factores que posibilita afirmar la presencia de unas redes comerciales estables.

Parafraseando argumentos anteriores, si la producción cerámica de tipo itinerante permitía vislumbrar el predominio de una red de distribución a pequeña escala, su desaparición permite manifestar ahora la existencia de unos mercados o sistemas de intercambio lo suficientemente desarrollados como para satisfacer la demanda local sin necesidad de recurrir a artesanos itinerantes. 

Del mismo modo, el considerable aumento de la actividad cerealística del trigo a partir del siglo XI puede ponerse en relación con el desarrollo de las estructuras de intercambio. Así, aunque generalmente se tiende a identificar el incremento de este cereal con la renta señorial, no parece probable que ésta condicionase la producción campesina hasta el punto de cambiar sus estrategias agrarias. Más bien debe ser percibido como un signo de especialización agrícola y de que los mercados comienzan a ser lo suficientemente estables como para confiar en ellos, permitiendo el abasto de la población en caso de pérdida de la cosecha (Wickham, 2009: 992).

El registro escrito también nos informa de mercados de periodicidad semanal o incluso anual en el área estudiada, siendo la primera mención del año 998 en la localidad de Término (actual Santa Gadea del Cid). 

El fuero de Miranda de Ebro de 1099 también recoge la existencia de un mercado semanal todos los miércoles y de tres mercados anuales en los primeros días de marzo, haciendo referencia, sin duda, a las Ferias de Marzo. Además, pone de manifiesto la existencia de un comercio a larga distancia y de monopolios de tránsito, al fijarse el puente de Miranda de Ebro, junto al de Logroño, como únicas vías de comercio o paso obligado para las mercancías transportadas entre Álava, Logroño, Nájera o La Rioja. 

Cabe suponer además que el hierro alavés era distribuido en circuitos comerciales de larga distancia, muy posiblemente hacia La Rioja y Navarra. Así, conservamos una tarifa de peaje dictada por Sancho Ramírez (1076-1094) en la que, entre una lista de productos gravados a la entrada de Pamplona, se encuentra el hierro, importado a esta ciudad de manera regular y en grandes cantidades. Aunque su origen no se indica en el documento, todo apunta a territorio alavés como lugar de procedencia (Gautier-Dalche, 1982a: 238).

En este contexto, podría sorprender la desaparición de las cerámicas de lujo (cerámica pintada) vinculadas a redes comerciales de larga distancia.

Podría incluso presumirse un colapso o desactivación de estas redes que originaría su cese. No parece ser el caso. Todo apunta a que es su propia concepción como bien de lujo la que provoca su desaparición, al perder esta categoría para el componente social que las demandaba. Como apunta Wickham al referirse a la función de los lujos para los ricos «si la pimienta es demasiado fácil de conseguir se centrarán en el comino, etcétera» (2009: 990).

Así parece suceder con las cerámicas importadas de lujo, que perderán esta condición en favor de otros productos más considerados o apreciados como, por ejemplo, el vestuario personal. En efecto, es a partir de la segunda mitad del siglo X cuando el registro arqueológico comienza a documentar pendientes, hebillas o placas de cinturón que suplen o complementan a aquellas en las formas materiales de distinción social, muy posiblemente por el fortalecimiento del poder económico y/o social de los grupos dirigentes.

Figura 7.25. Vitoria-Gasteiz en la 2ª mitad siglo X (Dibujo DBOLIT).


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